17 de octubre de 2018

En busca del Ribero Pintado

La mañana de nuestro tercer día en la Montaña Palentina amaneció, tal y como habían vaticinado las previsiones meteorológicas, lloviendo. Eso chafó nuestro plan inicial, que era realizar la ruta de la Tejada de Tosande. Así que buscamos alternativas y decidimos caminar hasta el Ribero Pintado. Un paraje al que se podía llegar caminando desde nuestro hotel que, además, no estaba muy lejos para poder volver si el tiempo se ponía peor. Nos habían dicho que lo bonito era verlo cuando la luz del sol daba sobre él, pero ese día no iba a ser el caso...

Salimos del hotel bajo una ligera llovizna e hicimos casi el primer kilómetro exactamente como el día anterior. La diferencia estuvo en que aquel día, al llegar al aparcamiento, teníamos que seguir recto, y en esta ocasión al llegar al aparcamiento había que girar a la izquierda y coger una carretera asfaltada ascendente.



Aunque varios habíamos escuchado las indicaciones que nos habían dado, no todos estábamos seguros de que aquella fuera la senda correcta. 



La carretera que estábamos pisando ascendía y ascendía y no veíamos ningún camino que partiera de ella, así que seguíamos caminando, pero con poca fe. Menos mal que hubo quien insistió en seguir por allí porque estaba seguro de que íbamos bien.

Al llegar a una puerta de la mina, seguimos por el  camino que va bordeando esta.


Seguíamos avanzando y la media hora que se suponía que duraba la ida se había convertido ya en casi una hora. 



Finalmente llegamos a un pequeño arroyuelo y todos estuvimos de acuerdo en que era el momento de darse la vuelta por no encontrar el Ribero Pintado o porque no era el camino correcto. Menos mal que se adelantó alguien y poco tiempo después escuchamos sus voces diciendo que fuéramos para allí, que lo tenía en frente. ¡Estábamos a menos de cien metros y casi nos lo perdemos!


Esta espectacular formación geológica está situada en una ladera y a sus pies está el arroyo Lombatero. Lo que podemos ver son es una estratificación de sinclinales y anticlinales, con el aspecto de un mosaico de innumerables materiales, colores y texturas. Precioso, desde luego, y eso que la luz no acompañaba...



No nos demoramos mucho allí y pronto iniciamos el regreso. Cabía la posibilidad de hacer un recorrido alternativo a la vuelta, pero como amenazaba la lluvía volvimos por el mismo camino de la ida.



Y la amenaza se tornó en hecho y enseguida empezó a llover. Y lo que es peor, siguió lloviendo todo el camino y con cierta fuerza. Así que apretamos la marcha y en poco más de 35 minutos estábamos de nuevo en el hotel, eso sí, bastante mojados. Pero mereció la pena, desde luego.

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