18 de enero de 2021

Dando trompicones hasta la Cascada de Sotillo

Siempre que hemos visto una foto de la cascada de Sotillo helada nos ha llamado la atención. Hace unos días la volvimos a ver y pensamos que podía ser una buena idea intentar verla en vivo... Hartos de la niebla que se ha instalado en Zamora fuimos a Sanabria a buscar el sol y la cascada. 


Salimos de Zamora con niebla espesa y cencellada. En algún momento perdimos la esperanza de ver el ansiado cielo azul que buscábamos con ganas, porque, normalmente, cuando la niebla es persistente en la capital, pasado Tábara desaparece; pero pasamos Tábara y nada, Ferreras y nada... ¡Otero de Bodas y todo seguía igual! Menos mal que poco antes de Mombuey empezamos a vislumbrar que el blanco y negro daba paso al tecnicolor. Casi de repente pasamos de un día plomizo, grisáceo y triste, a un día radiante, azulado, soleado y espectacular. 

Ya en Sotillo comprobamos que no éramos los únicos que habíamos tenido la misma idea, pero el campo es grande y nadie molesta a nadie, hay sitio para todos. De hecho, vimos coches, pero apenas gente durante todo el recorrido.

Comenzamos a caminar por el sendero por el que habitualmente se hace el camino de ida, es decir, abandonamos el pueblo descendiendo por una calle hacia el río Truchas, cruzamos este por un pequeño puente e iniciamos el camino propiamente dicho. Poco después de iniciarlo este estaba lleno de agua por lo que tuvimos que ir de piedra en piedra para esquivarla. 

No mucho después encontramos una zona con nieve, pero no estaba helada y se podía caminar bien. Pensamos que sería un nevero que se había conservado por su orientación... 


Seguimos avanzando y el camino volvía a estar ocupado por agua, pero en este tramo estaba totalmente helada, así que no quedó otra que ir sorteando el hielo por donde se podía.


Más adelante el camino recobraba su ser, pero no por muchos metros porque enseguida volvimos a encontrar nieve, pero en esta ocasión ya estaba algo dura y obligaba a caminar con precaución. Empezamos a pensar que el camino no iba a ser tan sencillo como creíamos a priori.

La nieve helada comenzó a ser una constante en el suelo que teníamos que pisar. En algunos puntos no estaba muy dura y permitía caminar, pero había tramos en los que su dureza la convertía en una pista de patinaje en la que no era sencillo mantener el equilibrio. En esos tramos nos veíamos obligados a buscar pasos alternativos, por el borde del camino normalmente, pero eso ralentizaba el ritmo porque había que sortear piedras, árboles y ver dónde se pisaba porque había zonas con quince o veinte centímetros de espesor. 

Antes de partir pensamos en subir los bocadillos para comer durante el recorrido, pero descartamos la idea porque suponía cargar con peso y realmente lo normal era que a las 15,00 h, a lo sumo, hubiéramos terminado. Pero comenzamos a acordarnos de esa decisión cuando comprobamos que llevábamos casi dos horas caminando y aún nos faltaba mucho para llegar a la cascada.

Hubo un tramo que nos costó bastante atravesarlo, tanto que nos planteamos darnos la vuelta e intentar hacer otra ruta por la zona. Pero comprobamos que un poco más adelante la nieve y el hielo desaparecían, así que decidimos continuar. 


Realmente fue solo un espejismo porque unos cientos de metros después el camino volvió a su ser. Avanzábamos muy lentamente y con muchas precauciones, pero eso sí, íbamos tan pendientes de no perder el equilibrio que ni nos dábamos cuenta de lo que estábamos ascendiendo.

El no estar acostumbrado a realizar rutas con este tipo de firme hizo que no disfrutáramos del paisaje como se merecía por ir prestando toda nuestra atención a poner el pie donde debíamos. Pero cuando mirábamos a un lado u otro del camino encontrábamos bonitas estampas.


Poco a poco fuimos avanzando y nos acercamos a la zona final. Eso sí, antes hubo quien tuvo tiempo de divertirse y dejar una criatura en el camino.

Recordábamos de alguna otra vez que hemos hecho esta ruta, que en la parte final se descendía, y así era. Eso lo complicaba todo. Conseguimos salvar la primera dificultada de este tramo final yendo por una ladera en la que se acumulaba mucha nieve, pero blanda. Después el camino se nivelaba y avanzamos sin dificultad un tramo más. Llegados a la parte final nos enfrentamos a otra zona peligrosa. Dos consiguieron bajar y los demás decidieron que era el momento de darse la vuelta porque bajar tenía algo de peligro y después habría que ascender. Eran más de las 14.00 h y había que pensar en el camino de vuelta. 

Los que descendieron consiguieron ver la cascada y les encargamos que fueran nuestros ojos, y así lo hicieron. Estaba espectacular, desde luego...


Al dar la vuelta no quedaba otra que bajar por donde habíamos subido. De todos modos recordábamos el camino de vuelta habitual y, según estaba este, nos parecía más peligroso aún.

A lo largo del camino de ida pensábamos que si tuviéramos que descender por el mismo iba a ser peor, pero cuando comenzamos el descenso comprobamos que, porque habíamos cogido ya experiencia de caminar sobre hielo o por lo que fuera, lo estábamos haciendo mejor y, por lo tanto, más rápido. Además, permitió que disfrutáramos más de todo lo que podían ver nuestros ojos.



El caminar con paso más firme y rápido dio sus frutos. Fuimos salvando mucho mejor todas las dificultades encontradas durante la ida y conseguimos llegar de nuevo al río Truchas en algo menos de dos horas y media (lo normal es hacer este recorrido en una hora y media, más o menos).

Ya abajo pudimos deleitarnos contemplando sus aguas.


Como prácticamente todo el recorrido va atravesando un enorme robledal, al llegar al pueblo nos dimos de lleno por el sol, y qué gusto daba... Y justo en ese momento de la llegada a todos nos vino el cansancio de golpe. La distancia no es mucha, algo más de 10 km entra la ida y la vuelta, pero la tensión, el tener que pisar con firmeza, los pasos alternativos y la subida acumulada, se cargaron de repente en nuestras piernas.

Y por fin, en el Bar Las Escuelas, a las 16.30 h, en su enorme terraza y separados, pudimos tomarnos una cerveza, comer nuestros bocatas y tomar un café. Todo al sol y con buenas vistas. Un final feliz, desde luego.

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