16 de enero de 2022

En la variedad está el gusto

Se dice que en la variedad está el gusto, y hoy ha quedado demostrado que así es. Hemos hecho una ruta muy variada, atravesando encinares, jarales, pinares, tierras de cereales, barbechos... Subiendo y bajando cuestas que parecían imposibles y otras más suaves, y también rodando por llanuras. Y todo sin alejarnos en ningún momento más de 10 km en línea recta desde Zamora capital. 

Si consideramos que nuestra temporada ciclista comienza en septiembre, hoy es el primer día que nos juntábamos ocho bíkers desde comienzo de temporada, hoy si parecíamos un equipo. Y lo curioso es que fuera precisamente esta mañana cuando hubiera tanta afluencia, justo cuando los termómetros marcaban -4º a las 10.00h. Sin duda eso quiere decir que a los bíkers Duri no les asusta el frío.

Alguien había dicho que quería una ruta chula para la mañana de hoy, así que se trató de darle gusto. Una de las zonas más bonitas cerca de Zamora es la llamada "Los Infiernos", así que hacia allí nos dirigimos. Desde la Ciudad Deportiva fuimos bordeando el río, en Olivares nos separamos de él, más adelante cruzamos la carretera de Almaraz y comenzamos a rodar por el Camino de Valbueno. 

A pesar de la temperatura lo cierto es que no llevábamos mucho frío, salvo los dedos de pies y manos, pero por ese camino nuestra temperatura corporal fue ascendiendo, al tiempo que íbamos ganando metros en altura. Más adelante, en el km 5 aproximadamente, comenzó un descenso que nos llevó a Guimaré.


En la parte más baja de este paraje aún no daba el sol y se podía contemplar la helada en todo su esplendor.


Desde esa parte baja de Guimaré giramos a la derecha para ir hacia su entrada. Al llegar al camino que va hacia Valcabadino continuamos por él. Otra vez tocó ascender y así seguimos hasta que dos bajadas consecutivas nos llevaron de nuevo hasta la carretera de Almaraz. Volvimos a cruzarla, rodamos por ella unos cientos de metros y la abandonamos tomando un camino a nuestra izquierda, el llamado Valdesenaguas.


Después de algo más de dos kilómetros por este camino, hicimos una especie de V (giro derecha seguido de giro izquierda) y proseguimos por un camino más estrecho. Un buen tramo fuimos bordeando una valla, terminada la cual encontramos unas piedras que impedían el paso de vehículos a la dehesa. Pasamos entre ellas y volvimos a rodar en paralelo a la valla, pero por el otro lado de la misma y en sentido contrario. Las encinas empezaron a hacerse las dueñas del territorio y tan solo se libraban de ellas el estrecho camino.


Descendimos hasta una vaguada que parecía el cauce seco de un riachuelo. Lo atravesamos con cautela porque tenía un "V" muy pronunciada. 


A su lado aún había jaras que no habían sido calentadas por el sol y lucían su manto más invernal.


Allí mismo, tras pasar ese cauce seco, iniciamos una subida, al principio bastante empinada. Poco después giramos a la izquierda y nos metimos en una zona arada (imaginamos que a modo de cortafuegos) por la que se rodaba muy mal. Dos de los bíkers no hicieron ese desvío a la izquierda, siguieron recto y giraron más arriba, no dejando de pisar camino en ningún momento. Para otra vez lo haremos todos así porque es mejor opción.


Tras superar la zona arada iniciamos una bajada prolongada por un camino muy irregular por los destrozos cometidos por los tractores de la dehesa. Es un descenso divertido que culmina en una pradera con algunas encinas y, detrás de estas, el Duero. Pero se desciende un poco más, se gira a la derecha y se enfila hacia la carretera de Almaraz (otra vez). Eso sí, no se llega a ella sin atravesar un riachuelo. Ahora pudimos cruzarlo sobre las bicis y, teniendo cuidado, sin mojar los pies, pero en época de lluvias pueden significar un obstáculo casi insalvable.


Entramos en la carretera de Almaraz y empezamos a rodar por ella. Estábamos en la recta que hay justo antes de empezar Los Infiernos. Teníamos que circular por el asfalto unos dos kilómetros. Transcurridos uno echamos la vista atrás y la vista del río era espectacular.


Comenzamos a descender y, aproximadamente, otro kilómetro después, abandonamos el asfalto para coger un sendero ascendente y "adornado", de vez en cuando, con agrupaciones de lajas que sobresalían y que costaba atravesar.


Enseguida hubo que girar a la derecha para iniciar una subida casi imposible para los que no llevan la ayuda suplementaria del motor. Aún así hubo variedad de actuaciones: motorizados que no la subieron y musculares que pudieron con ella. 

A ese primer envite le siguió otro, una subida asequible, pero enseguida empalmaba con otra muy, muy larga y más inclinada que la anterior. Se fue haciendo una selección natural y lo que se provocó fue un goteo de ciclistas ascendiendo cada cual como podía, sufriendo mucho sobre la bici o sufriendo con ella en la mano.


Por si no había sido suficiente quedaba otras ascensión, eso sí, más tendida que la anterior. Esta era la que culminaba este duro encadenamiento de subidas (1km y 100m de altura).


Ya todos arriba pudimos contemplar unas preciosas vistas del río, pero la panorámica de la margen derecha del mismo tampoco estaba mal.


La subida había desembocada en un camino que iba hacia nuestra izquierda, así que por él continuamos. Enseguida nos encontramos con la primera "V". Esta para no asustar es bastante moderada, se sube y se baja bien.

Pero al culminar la primera aparece otra mucho más pronunciada y que, vista desde arriba, impresiona enfrentarse a ella para bajarla. Además, hacia su mitad, da la impresión de que se engulle a los que van bajando por ella, un efecto óptico debido a una inclinación aún mayor de ese tramo. Eso sí, enseguida aparecen de nuevo, pero ya iniciando la subida.


La segunda prácticamente empalma con una tercera y la tercera con una cuarta. Como ya las habíamos disfrutado y sufrido alguna vez ya íbamos preparados y, al bajar, íbamos cambiando a piñones grandes porque si no la subida te clava.


Hubo una quinta y una sexta, esta última algo más suave. Aún así todas cuestan esfuerzo subirlas porque aunque la inercia que se coge en la bajada es grande, esta dura apenas unos metros de subida.


Terminadas las seis uves el camino nos condujo hasta otro por el que proseguimos a nuestra derecha. Este nos llevó hasta encontrarnos con la N-122, que atravesamos, pero continuamos siguiendo la misma dirección que traíamos.


Poco después tocó subir de nuevo una cuesta y, al culminar esta, volvimos hacia nuestra derecha, entrando así en el camino que atraviesa la Dehesa de Palomares. Allí empezamos a encontrarnos pinos, en algunas ocasiones rodeados de cereal ya nacido y de un verde, casi, casi, primaveral.


Atravesamos la dehesa, descendimos hasta donde hay algunas viviendas abandonadas y, justo después, comenzamos a ascender la llamada cuesta de Palomares. Enseguida nos desviamos a la izquierda para realizar el ascenso por un ramal, menos inclinado y más bonito, ya que termina siendo un caminito salpicado de encinas y jaras. 


Cuando terminamos la cuesta continuamos por la izquierda para ir derechos a La Hiniesta. Tras descender y atravesar los viaductos de las distintas vías entramos en esta localidad. Pero la disfrutamos poco porque, nada más empezar a rodar por la carretera principal, nos desviamos a la izquierda yendo a dar a una pista a la que nos unimos girando a la izquierda. 

No mucho más adelante cambiamos de dirección, ahora hacia la derecha, entrando en un camino... Aquí interrumpimos el relato porque también interrumpimos la ruta para comer algo, justo frente a una bonita charca, totalmente helada pese a lo avanzado de la mañana.


En pocos minutos volvimos a las bicis, iniciando una subida más, tendida eso sí. Más adelante se transformó en un llano por el que rodamos muy rápido. 
 

Hicimos un giro a la izquierda y poco más adelante a la derecha y llegamos a la N-630, que cruzamos. Continuamos recto hasta que nos topamos con la Autovía de la Plata. Comenzamos a rodar junto a ella dirección Zamora, hasta que llegamos a un viaducto que pasa por encima. Lo atravesamos y continuamos en la misma dirección por un camino con poco uso y casi invadido por la hierba.


Más adelante el camino volvía a ser pista. Cambiamos en dos ocasiones de dirección y llegamos a una recta. Al fondo de esta ya divisamos Cubillos y la torre de su iglesia.


Nada más entrar perdimos una unidad porque tenía prisa por llegar a Zamora. El resto, aprovechando que pasábamos por esta localidad, nos dirigimos a casa de una amiga que vive allí y que se encuentra confinada por estar convaleciente de COVID. Tras saludarla y desearle una pronta recuperación nos sumergimos en las calles del pueblo hasta cruzar bajo un pequeño túnel sobre el que estaba trazada la vía. 

Salimos del pueblo por una recta. Al final de la misma giramos a la derecha y enseguida a la izquierda, para iniciar así la última de las subidas del día. Ya arriba la vista que se puede contemplar llama la atención, sobre todo ahora, que el color de los distintos colores de los cultivos produce un ajedrezado precioso.


Ya en lo alto del teso, nos desviamos a la izquierda para entrar en otro teso, el llamado Valmoro. El camino de la izquierda va bordeando un flanco del mismo y este fue el que seguimos. Cuando los matorrales nos dejaban ver la panorámica merecía la pena disfrutar de ella. 


Finalmente terminamos en una zona que parece una antigua cantera. Está llena de pequeños toboganes, así que nos dimos libertad total para que cada uno subiera y bajara por donde quisiera. 


Una vez terminado el "recreo", se llamó a todos a filas, salimos al camino trazado para comunicar los aerogeneradores que hay en todo este alto y nos dirigimos al camino que habíamos traído antes del desvío a este teso.

Ya en este, enseguida giramos a la derecha y poco después nos encontramos con una gran bajada totalmente recta y unas vistas de toda la zona espectaculares.


Descendimos muy rápidos y, en la bifurcación que había abajo del todo, continuamos por la izquierda, si bien no mucho después tocó cambiar de dirección hacia el lado opuesto y así entrar en una recta que nos llevaría hasta Monfarracinos. 

Rodamos por algunas de sus calles y salimos de esta localidad por una recta que nos llevó hasta un puente bajo el que corre el Valderaduey. Continuamos en la misma dirección y, más adelante, volvimos hacia la derecha para coger el camino que habitualmente cogemos para ir de Molacillos a Zamora. Continuamos por él sin ninguna novedad, pasamos los dos viaductos, unos sobre la autovía y otro sobra las vías del AVE y llegamos a la N-122. La cruzamos, nos introdujimos en el carril bici y continuamos por él hasta Los Tres Árboles. Al llegar a la ermita de la Peña Francia consultamos el reloj y comprobamos que no había tiempo para compartir una caña. Así que allí mismo nos fuimos despidiendo unos y otros, poniendo así fin a una ruta muy, muy, variada y que gustó a todos.

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