23 de octubre de 2023

De recta en recta

Hay salidas en bici preciosas y otras que podríamos calificar como de trámite porque las circunstancias casí, casí, que obligaban a que fuera así. Había llovido mucho durante la semana y había que rodar por zonas donde no hubiera barro. Se nos ocurrió que yendo a Piedrahíta de Castro podríamos librarnos de él y casi, casi, lo conseguimos. Por lo demás, lo dicho, de trámite.

Tras la convocatoria "oficial" realizada el sábado por la tarde/noche, confirmaron su asistencia a la ruta de hoy cinco bíkers, pero esta mañana a las 9.30 h apareció uno más. Y minutos después         comenzábamos a rodar. Teníamos dos rutas cargadas en los GPS y nos decantamos por la de Piedrahíta porque nos parecía menos amenazante de cara al barro.

Salimos de la Ciudad Deportiva como reyes porque todo el tráfico estaba cortado ya que estaba a punto de comenzar la Marcha contra el cáncer. Daba gusto ver calles como Arapiles sin tráfico y sin un solo vehículo aparcado.


Continuamos después por Cardenal Cisneros hasta la rotonda de Carrefour, donde nos desviamos hacia La Alberca. Ascendimos a la parte alta del barrio y nos alejamos de él por un camino ligeramente ascendente en parte de su trazado y que nos llevó hasta Valcabado. Esos primeros minutos sirvieron para ir charlando unos con otros, poniéndonos al día de lo sucedido durante la semana. 

También sirvieron para agradecer que las previsiones meteorológicas fallaran porque se esperaba una mañana totalmente nublada y estábamos disfrutando del sol. 


Poco después de pasar Valcabado fuimos hacia la autovía y al llegar a esta rodamos en paralelo a ella para poco después girar a la izquierda para cruzarla por debajo. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que el paso era una auténtica piscina. Cruzó uno con cuidado y el resto, al ver que cubría unos 25 cm, también se atrevió.


Una vez lavadas las ruedas  continuamos adelante, y pronto hubo que cruzar de nuevo por otro paso, este sin agua. Desde allí enfilamos hacia Cubillos, cuya torre de la iglesia, iluminada por el sol, destacaba en el horizonte.


Muy poco antes de llegar al pueblo giramos a la izquierda y enseguida nos encontramos con un ascenso. A mitad del mismo un bíker dio la voz de alarma porque estaba pinchado. Como su rueda está tubelizada hinchamos, siguió rodando y, aunque inmediatamente después, le perdió algo de aire ya no hizo falta parar más.


Seguidamente comenzamos a rodar por la primera de las grandes rectas del día, dividida en dos por una carreterita local que une Torres del Carrizal con la N631. En total son prácticamente cinco kilómetros de recta. En esa distancia da tiempo a todo, incluso a autofotografiarse.
 

Rodando por ella llegamos a las proximidades de Moreruela de los Infanzones, pero lo dejamos a nuestra derecha.


Llegamos al final y hubo que girar a la izquierda, poco después a la derecha, y nos adentramos en una nueva recta de, prácticamente, la misma distancia que la anterior.

En los kilómetros que llevábamos recorridos no dejábamos de sorprendernos del buen estado de todos los caminos, pese a las lluvias caídas. Tan solo había que esquivar algún charco aislado de vez en cuando.


Ya desde esta recta comenzamos a vislumbrar Piedrahíta. Cuando estábamos cerca giramos a la derecha y nos dirigimos hacia el pueblo. En esta ocasión no nos dimos cuenta de pasar junto a la iglesia, como es nuestra costumbre. En nuestra defensa podemos decir que el camino nos llevó por un lateral del pueblo, después hicimos un giro a la derecha y, cuando nos quisimos dar cuenta, ya lo estábamos abandonado.
 

Pisamos unas decenas de metros la carretera pero enseguida giramos a la izquierda. Nada más cambiar de dirección nos dimos cuenta de que íbamos a ir en contra del aire. No era fuerte, pero molestaba, como siempre.

Tras unos cientos de metros de ligero ascenso llegamos a una bifurcación donde tomamos el camino de la izquierda.


Nos sumergimos así en la siguiente recta, también de casi cinco kilómetros, la mayoría de ellos descendentes, si bien el viento no nos permitía ir a la velocidad a la que la inercia y el pedaleo debería empujarnos.


En ese tramo, en un momento dado, había un charco que cruzaba de lado a lado y que no tenía escapatoria posible, había que atravesarlo, no quedaba otra. Unos lo hicieron por un flanco y otros por otro. Estos últimos se equivocaron y en un instante pusieron sus bicis de barro como si hubieran estado toda la ruta pisándolo. Era increíble que, por pisar como tres metros de charco, pudieran ponerse las bicis así. Dos de ellas tuvieron que parar a quitar masas arcillosas de la transmisión, de las ruedas, y de donde pudieron.


El largo tramo rectilíneo terminó en una bajada más pronunciada que desembocó en una carretera, la que va hacia Villarrín de Campos. Rodamos por ella unos quinientos metros tras los que giramos a la izquierda para seguir por otro camino otros tantos metros. En este pequeño tramo había vegetación propia de los humedales y es que justo en esa zona nace el arroyo Salado, un afluente del Valderaduey.


Cambiamos de dirección y, de nuevo, como no podía ser de otro modo, nos adentramos en una recta, en esta ocasión de cuatro kilómetros y con varios altibajos.


El tramo recto terminó con un par de giros que nos llevaron a una bajada pronunciada que nos llevó hasta Benegiles. 


Poco después de pasar por las primeras viviendas cruzamos la carretera de Villalpando y continuamos por una de las calles principales de la localidad.


En ella encontramos, como en tantos otros pueblos de la provincia, un cartel con el nombre del pueblo.


Dejamos atrás esta localidad y enseguida tuvimos que cruzar un puente sobre el río Valderaduey, que bajaba con cierto caudal.


Después de atravesar dicho puente giramos a la derecha para ir hacia Molacillos. Para llegar hubo que realizar una especie de "4", una recta, cambio de dirección a la izquierda, enseguida a la derecha, y otra recta. En total unos seis kilómetros en los que, si estuviéramos hablando en términos de crónica ciclista periodística, podríamos decir que se desataron las hostilidades en el pelotón. Y es que los que iban en cabeza comenzaron a rodar entre 23 y 25 km/h, y el resto trataba de seguirlos.

De ese modo llegamos a Molacillos en muy poco tiempo. Cruzamos el pueblo, pasando, cómo no, junto a su espectacular iglesia impropia de esta zona, ya que es de estilo "Barroco levantino", pero tiene una explicación: en el siglo XVIII la antigua iglesia estaba en ruinas, así que los vecinos del pueblo pidieron a su paisano, Arzobispo de Valencia, D. Andrés Mayoral, la construcción de una nueva. Este accedió y la costeó, encargando a un arquitecto valenciano los planos, de ahí que pertenezca a ese estilo.


Eran las 12,00 h cuando salimos del pueblo. Alguien dijo: a las 12:30 en Zamora. Pensamos que estaba bien calculado porque nos separaban del final de ruta unos 13 km. Pero no, porque de nuevo se desataron las hostilidades en el pelotón y rodamos veloces. 


Tan veloces que faltando diez minutos para las 12.30 h estábamos ya en la gasolinera Vistalegre. Hicimos una parada allí porque la mayoría de las bicis necesitaban un lavado. Tras quitarle el barro fuimos en busca de un bar que saciara nuestra sed. Nos costó porque hicimos varios intentos y nos dieron con la puerta en la nariz. Finalmente, encontramos uno abierto donde pudimos tomar una caña y disfrutar de un ratito de charla.

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