10 de mayo de 2020

El paraíso está en el municipio de Zamora

Creo que fue en febrero cuando hicimos una ruta por la zona de Los Infiernos que nos encantó a todos. Hoy, segundo Domingo en el que se podía salir tras el confinamiento, había que hacer una ruta por el municipio de Zamora y esto limita mucho en todas las direcciones menos en una, el oeste, que es por donde el territorio se alarga hasta la zona conocida como Los Infiernos.


Si aquel día nos encantó la zona, lo de hoy no tiene palabras. Es imposible estar más bonito. Creo que se juntó todo, la luz de la mañana, el punto álgido de la primavera, el verdor de todo debido a todas las lluvias caídas durante el mes de abril y lo que llevamos de mayo... Y todo antes de sobrepasar el km 10 de la carretera de Almaraz, donde termina el municipio de la capital.

La ruta que había planificado hacer hoy tenía 40 km, así que había que madrugar si a las 10,00 h había que estar en casa. A las 7,45 estaba ya en la calle iniciándola. Seguí el carril bici que va bordeando el Duero para tomar después dirección Valorio, entrando en el bosque e iniciando poco después la subida que lleva a una explanada que hay junto a la N-122, la que siempre nos quita el frío. Desde allí nuestro bosque, con las primeras luces del día, que se colaban entre algunos nubarrones, lucía bonito. 


Continúe por el camino que surge junto a la carretera y que se va separando de esta y rodé por él hasta pasar por un puente que libra un ramal de la autovía Ruta de la Plata. Tras cruzarlo continúe recto por la "sábana" que, como su nombre indica, es una zona de ondulaciones en las que conviene coger carrerilla en cada una de las bajadas para no sufrir después en cada una de las subidas. Para evitar invadir el municipio de La Hiniesta me desvié antes de que terminara esta pista y me desvié a la izquierda para terminar saliendo un camino al que me uní rodando hacia la derecha.

Enseguida llegué a la bajada a Palomares, donde me sorprendió ver que toda la jara que bordea el ancho camino estaba en plena floración.


Tras realizar el descenso tomé el camino que surge a la izquierda y que va bordeando todo este paraje. Se trata de un ascenso prolongada y suave que transcurre rodeado de monte bajo, encinas y pinos, y que, pese a la cuesta siempre es agradable de rodar y más si uno va mirando hacia los lados.



Llega un momento en el que este camino termina al unirse a otro. Al llegar a ese punto giré a la izquierda para iniciar enseguida un descenso, también con buenas vistas frontales y laterales.



No mucho después llegaba a la carretera, la N-122, que simplemente tuve que cruzar y continuar recto en la misma dirección por un camino algo más estrecho que el que traía pero también de muy buen firme. A lo lejos ya se empezaba a vislumbrar las suaves y onduladas lomas de la zona a la que me dirigía. No mucho después giré a la izquierda y pocos metros más adelante me encontré a una bajada tan inclinada y tan profunda que según te ibas acercando a ella la perspectiva no te dejaba ver su final. Una vez que lo ves casi dan ganas de parar y bajarse de la bici porque es tremendamente empinada y le sigue una cuesta de similares características, en definitiva, una "v" en toda regla.

Lo fácil sería dejarse caer pero es tanta la velocidad que se podría coger que hay que echar mano del freno, sobre todo cuando no se conoce el terreno, si es canto rodado con poco o nulo agarre, si hay roderas, baches... Así que pequé de precavido y fue tocando freno. Y uno va tan concentrado en la bajada que no se piensa en la subida y esta me sorprendió como a un auténtico novato. No toqué el cambio durante la bajada para poner piñones grandes y, cuando quise reaccionar, la cuesta arriba me había dejado casi clavado en el sitio y con imposibilidad de mover los pedales porque tenía un piñón pequeño y no había quien pudiera hacerlo girar. Así que, pie a tierra... 

A esa subida y bajada la siguen otras cuatro más, eso sí, no tan "heavies" como la primera. Las llaman las tres Marías, pero deberían ser las tres Marías, San José y el niño por aquello de ser cinco. El caso es que son impresionantes, que se pueden llegar a ver porcentajes de subida y/o bajada de hasta el 37%. En la segunda de las subidas fotografié a un grupo de ciclistas que iba por delante, para que se vea más gráficamente cómo son de inclinadas.


Pero hoy, toda la zona estaba tan espléndida que apenas se podía prestar atención a las propias cuestas porque toda se desviaba hacia los lados. Verdor por todos lados, jara en flor salpicando la hierba de manchas blancas, y corros de lavanda...



Tras culminar los cuatro sube y bajas no queda otra que girar 90º a la izquierda porque el camino se termina. Una vez hecho el giro me encontré con esta vista. El Duero protagonizando su huida hacia Portugal y abriéndose paso entre esas suaves ondulaciones repletas de verde primavera.


Y mirando hacia la izquierda me encontré esta otra que tampoco estaba nada mal...


Y como el tiempo apremiaba no hubo tiempo para más contemplaciones, había que bajar hacia el Duero, en concreto hacia la carretera que discurre a su lado, y entre medias tenía por delante una divertida e inclinada bajada por un apenas marcado sendero. Una descenso de esos que gustan y que hacen que la adrenalina aumente sus niveles. Una gozada, vamos.

Una vez pisando la carretera de Almaraz tomé dirección Zamora, los primeros cientos de metros ascendiendo, si bien después comencé un suave descenso que también estuvo adornado de bonitas vistas.




Después de aprovecharme todo lo que puede de la inercia y del pedaleo comencé el ascenso de la cuesta de La Barrosa, que tiene 3 km en el que tan sólo hay un pequeño descanso de apenas unos cientos de metros, que no es que sea un llano, sino que está menos inclinado. Aún así se hace bien.

Una vez terminada la cuesta, justo al llegar arriba, giré a la izquierda para dirigirme hacia la bajada que lleva al camino de Los Pisones, cerca de la playa de Los Yeyés; pero antes hay que dar un pequeño rodeo bordeando una dehesa para después girar casi 180º y tras algún cambio de dirección más llegar al inicio de esa bajada. También estos caminos estaban rebosantes de vida y color, pero justo donde comenzaba ese descenso era espectacular.


De nuevo tocaba disfrutar bajando porque ese descenso es para divertirse. La pena es que, como casi todo lo bueno, dura poco. Casi ya abajo del todo el camino estaba invadido de vida. Sin duda producto de que durante dos meses no había pasado por allí ciclista alguno, que son los que más lo transitamos. Y ese camino, un camino que nunca llama la atención, que es uno cualquiera, lucía así de engalanado, parecía como si se hubiera vestido de fieta para la ocasión. Casi daba pena pasar por él por miedo a estropearlo.


El sendero desemboca en el camino de Los Pisones y por él rodé dirección Zamora a buen ritmo porque ya sólo quedaban veinte minutos para llegar a casa sin infringir las normas de la Fase 0. Salí a la carretera de Almaraz y continúe pedaleando alegre hasta poco antes de llegar al Corazón de María, donde giré a la derecha para seguir por el camino de las Aceñas de Gijón. Nada más entrar en él, a la derecha, había una extensión enorme roja. Las amapolas se habían adueñado de una tierra sin cultivar y no cabían más. Impresionante.


El camino me llevó pegado al río hasta el puente de los Poetas, pasé por debajo de él y seguí hasta llegar al carril bici que recorre Olivares, continuando por él hasta la iglesia de San Claudio de Olivares, momento en el que ascendí hacia la carretera de Trascastillo para evitar encontrarme con las decenas de personas que agotando los últimos minutos de libertad de paseo disfrutaban de la agradable mañana. Al llegar al Puente de Piedra seguí por los Barrios Bajos hasta el punto de salida. Y de allí para casa, donde llegué a las 10 en punto y con las pilas cargadas para unos días.



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