4 de noviembre de 2022

Recorriendo la Serra da Freita

Aunque la excusa de nuestro viaje a Arouca, distrito de Aveiro (Portugal), era recorrer (caminando) las Pasarelas del Paiva y cruzar el Puente 516 Arouca (uno de los puentes colgantes peatonales más largos del mundo), no podíamos perder la oportunidad de recorrer la Serra da Freita, esa que da abrigo a la villa de Arouca y que ha resultado ser todo un descubrimiento. 

En el planning de nuestra estancia en Arouca la ruta en bici iba a ser el lunes, día 31 de octubre, pero la previsión era malísima e iba a llover toda la mañana, así que la pospusimos para el día siguiente, que se preveía que iba a hacer sol. Y así fue, el 1 de noviembre amaneció con algunas nubes y sol. Eso sí a las 8.00 de la mañana, cuando partimos, la temperatura era fresquita, nueve grados.

De los cuatro que íbamos a realizar la ruta, uno se nos cayó de la lista por problemas estomacales, así que, finalmente, solo fuimos tres los que la hicimos. Salimos de la casa donde nos alojábamos en Burgo, un barrio de Arouca. Enseguida cogimos un carril bici (ecovía en portugués) trazado en torno a una ribera. El comienzo no podía ser más bonito, desde luego.

El recorrido por ese fue corto porque terminamos accediendo a una carretera local. Continuamos por esta unos cuatro kilómetros en un ascenso continuo que nos llevó a atravesar dos pequeñas poblaciones, si bien íbamos encontrando casas ininterrumpidamente. Realmente todo nos recordaba a Galicia, la diseminación de las viviendas, los eucaliptos que lo han invadido todo, el verde... Incluso los hórreos, si bien los propios de esta zona son más estrechos que los gallegos.


Una vez que dejamos el asfalto nos sorprendió que, a pesar de todo lo que había llovido en los días anteriores, no encontramos barro como tal. Todo estaba húmedo, por supuesto, pero se podía ciclar muy bien. 

Sin apenas treguas continuamos ascendiendo. Este hecho no nos sorprendió porque sabíamos que teníamos que subir unos mil metros en poco más de 20 km, ya que los últimos iban a ser todo descenso. Atravesamos zonas más despejadas, con hierba y algún otro árbol a un lado u otro del camino, pero también nos adentramos en zonas boscosas. En estos primeros kilómetros fundamentalmente repletas de los eucaliptos, especie que también aquí ha sustituido, por obra y gracia de la mano del hombre, a las especies autóctonas.



A pesar de la gran sequía que ha asolado a media Europa desde la primavera, nosotros íbamos encontrando rastros de agua por todas partes. Y que gusto nos daba verla correr, desbocada por improvisados regatos, o encauzada en pequeños ríos, como el que encontramos bajo un puente que tuvimos que atravesar poco después del kiómetro 5.


Algo más adelante nuestro track nos indicó que había que desviarse a la izquierda. Lo hicimos y nos topamos con una rampa con bastante inclinación que estaba presidida por profundas roderas y mal firme, pero pudimos con ella. En esta zona aún había algunos eucaliptos pero también pinos y monte bajo.


Tanto subir tenía que tener algún premio y encontramos este mirando al valle por un hueco que había entre la vegetación. Allí sorprendimos a varias nubes que aún no habían escapado del sol. 


Poco después encontramos una gran losa de pizarra en la que se indicaba Serra da Freita. No sabemos si como información o para señalar que era ahí donde realmente comenzaba. 


Poquito a poco nosotros seguíamos a lo nuestro, pedaleando y ascendiendo. Uno de los bíkers nos iba informando de los metros que nos íbamos engullendo y gustaba, a pesar del esfuerzo, ver como iban disminuyendo.


No mucho después empezaron a aflorar en el camino rocas que hacían imposible la ciclabilidad. No nos quedó otra que tirar de las bicis. De vez en cuando surgían unos metros que nos permitían volver a pedalear, pero enseguida aparecían más rocas y no quedaba otra que volver a echar el pie a tierra.

Para compensar hay que reconocer que había zonas en las que el suelo estaba bonito, con un buen abanico de ocres representado por las hojas secas. Además, estas contrastaban con el verdín que cubría parte de las piedras.


No sabríamos calcular qué distancia cubrimos con la bici de la mano, pero probablemente como un kilómetro entre unos tramos y otros. 


Cuando la vegetación lo permitía podíamos contemplar el valle, ya disipadas la mayoría de las nubes y, de algún modo la vista compensaba el esfuerzo.


Finalmente llegamos a la parte más alta de la montaña en la que nos encontrábamos y, por fin, pudimos volver a ciclar. Enseguida un gran charco nos recordó que en los días anteriores había llovido mucho.


El camino nos llevó hasta una carretera. Después del mal rato recién pasado agradecimos enormemente podar rodar deprisa, sin esfuerzo y con buen firme.


Y, para que la experiencia fuera más gozosa, de vez en cuando adornaban los laterales del asfalto con imágenes como esta:


Como un kilómetro más adelante giramos a la izquierda y, casi a la puerta de un cámping, iniciamos un pequeño recorrido por un camino muy bonito que nos llevó hasta la localidad de Mizarela.


Este pueblecito es famoso por una cascada que alberga junto a él, es la llamada Frecha da Mizarela. Para verla, al llegar a la carretera nos dirigimos hacia el lado opuesto al pueblo unos cientos de metros. Enseguida vimos el mirador desde el que se la ve en todo su esplendor.


No nos demoramos mucho allí, así que en pocos minutos estábamos dirigiéndonos hacia el pueblo. Poco después de terminarse este, cruzamos un puente bajo el que circulaba con mucha furia el río Caima.


Y unos metros más adelante giramos noventa grados a la derecha para continuar por un camino, ascendente en los primeros metros, y descendente poco después. 


En un momento dado la bajada se hizo más pronunciada y más rocosa. De nuevo echamos el pie a tierra. Pocos metros más adelante nos encontramos con una panorámica espectacular, pero también con la  ausencia de camino. Simplemente había un sendero para caminantes trazado por la ladera y con pocas posibilidades de rodar sobre él.


Consultamos el GPS y vimos que podíamos suprimir un tramo de la ruta prevista para evitar ese sendero, así que volvimos de nuevo hacia la carretera que nos había sacado de Mizarela. 

Ya en ella pronto nos encontramos con algunos ejemplares de vaca de la raza autóctona arouquesa. Un animal muy versátil ya que sirve para producir lecha, excelente carne y para trabajar. Tiene corpulencia media, pelaje castaño, temperamento dócil y cuernos dirigidos hacia el frente, primero hacia abajo y después hacia arriba.
 

Abandonamos el asfalto pronto para desviarnos a la izquierda y continuar por un camino que nos llevaría a encontrarnos enseguida con el track que habíamos abandonado unos minutos antes.


Ese encuentro se produjo en una zona adoquinada por la que continuamos, haciendo una parada, eso sí, para contemplar la transparencia del agua que encontramos pasando bajo un pequeño puente que cruzamos. Como nos gustaron nuestras propias sombras, las fotografiamos.


Dejamos el adoquín para dirigirnos, a nuestra derecha, hacia las Pedras Boroas. Al llegar a su altura abandonamos el camino para continuar por una pasarela de madera hasta las mismas. Estas son varios bloques de granito caracterizados por un agrietamiento en su superficie vertical.


Como cinco minutos después de nuestra llegada abandonamos el lugar para continuar por el camino que traíamos. Se trataba de recorrer tres kilómetros, los que nos quedaban hasta nuestra siguiente etapa.


El camino "picaba" hacia arriba y tenía mucha piedra, así que no se rodaba bien por él. Eso sí, compensaba el cansancio todo lo que íbamos viendo a nuestro alrededor.


Llegamos al desvío que indicaba Panoramica do Detrelo da Malhada. Avanzamos unos cien o doscientos metros y llegamos a un mirador. Al ver la vista todos lanzamos un grito de admiración, y no era para menos. Disfrutamos de ella y nos hicimos unas fotos, pero no paramos mucho más porque la temperatura allí era fresquita.


Al abandonar el mirador nos planteamos por donde seguir la ruta, si por el track o por la carretera. Viendo la hora y teniendo presenta la incertidumbre de si iba a ser ciclable o no, decidimos descender hacia Arouca por carretera. Además, no nos importaba porque lo que habíamos hecho hasta ese momento había superado en mucho nuestras expectativas.


Si la ruta había sido hasta ese momento prácticamente una subida continua, llegaba el momento de "dejarse llevar", así que comenzamos el descenso de los 14 km que nos separaban de Arouca. Aunque no bajamos a lo loco, la inercia nos empujaba y tuvimos que abusar de frenos. De vez en cuando convenía mirar hacia los lados y disfrutar del paisaje.


El descenso continuó y continuó, si bien pudimos contemplar aún escenas muy bonitas antes de llegar a los bosques de eucaliptos de la zona más próxima a Arouca.


Unos kilómetros antes de llegar a la villa atravesamos pequeñas aldeas y comenzamos a encontrarnos con viviendas dispersas.


Finalmente, entramos en el casco urbano volviendo a tomar otro tramo del carril bici, que nos volvió a mostrar interesantes vistas. Especialmente llamó nuestra atención un jardín que no podía estar más verde.


Abandonamos el carril bici y terminamos en la Rua 25 de abril, la calle más importante de esta localidad. Enseguida vimos el rótulo con su nombre preparado para los photocall y decidimos hacer una parada para hacernos una foto.


Unos metros más adelante pasamos junto al famoso Mosteiro de Arouca.


Y siguiendo con este tour turístico también pasamos junto al Ayuntamiento. Ya cerca de él giramos para ir hacia el fin de la ruta.


Los dos kilómetros y medio que nos faltaban los hicimos por la parte nueva de Arouca y, además, muy rápidos. 

Nada más llegar aprovechamos una manguera de la casa para dar un lavado rápido a las bicis. Seguidamente nos duchamos y en cuanto pudimos salimos en coche hacia la zona donde habíamos estado porque nos esperaban para comer en un restaurante las Galanas y el Bíker que había tenido problemas estomacales y, seguidamente, visitar otro atractivo de la zona: As pedras parideiras.



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