4 de diciembre de 2022

Matando el frío hasta Villalube

Por fin el frío llegó a Zamora. No es que nos alegremos de pedalear con temperaturas bajo cero, pero nos gusta que en cada momento del año haga lo que tiene que hacer, y a primeros de diciembre por aquí siempre ha habido las nieblas de la Purísima. Quien inventó aquello de "las bicis son para el verano" era uno al que no le gustaban lo suficiente. A nosotros nos gustan para el verano y para el invierno y hoy tocó una ruta propia de esta estación.

A pesar de lo dicho en la introducción, también tenemos que confesar que no somos masoquistas, por eso hoy, en lugar de quedar a las 9.00 o 9.30 como otros domingos, quedamos a las 10.00 h. También es cierto que, tanto a las 9.00 como a las 10.00, la temperatura era la misma: -3º.

Por distintas cuestiones hoy solo acudimos tres a la cita y como no hubo que esperar por nadie iniciamos nuestro pedaleo a la hora prevista. Algunos claros en el cielo, y el sol queriéndose asomar por ellos, nos hicieron albergar esperanzas de que este no tardaría en vencer a la neblina que había y calentarnos, pero nos equivocamos.

Nos alejamos de Zamora siguiendo el carril bici de de Los Tres Árboles. No llevábamos ni un kilómetro y ya nos dimos cuenta de que el sol nos iba a ayudar poco...


En ese tramo la helada, la bruma y el río nos ofrecieron imágenes bien bonitas.



Al llegar al puente sobre el Valderaduey, cruzamos la N-122 y continuamos dirección Molacillos. En los primeros kilómetros de estos días tan fríos es cuando nos decimos a nosotros mismos, aunque no lo expresamos en alto, si estaremos tontos de salir con ese frío o que si nos mandaran no lo haríamos, y es que en esos compases iniciales es cuando de verdad se nota frío y cuando las manos, heladas aunque se usen los mejores guantes, duelen y no terminan de entrar en calor.

Pero también es cierto que esas malos pensamientos y esas sensaciones solo duran unos minutos. Poco a poco el cuerpo entra en calor y, como es muy listo, comienza a enviar más riego a las manos para que recuperen temperatura, así que poco después ya estamos en disposición de disfrutar de la bici, de la ruta y de los amigos. 

A todo esto, nuestro recorrido transcurría con total normalidad. Llegamos a Molacillos, cruzamos hacia el otro lado del pueblo y a la altura de sus últimas casas tomamos un camino que partía a nuestra derecha. 

Desde esta localidad comenzamos una ligera subida, muy sutil pero continua, que duraría unos diez kilómetros. Apenas uno se da cuenta del ascenso pero sí que se nota que la velocidad a la que se rueda no es la que correspondería a una zona llana.

A pesar de no haber llovido apenas durante la semana encontramos varias zonas donde se habían acumulado barro y charcos. Pero nada comparado con la que, casi podríamos denominar laguna, que tuvimos que cruzar entre Molacillos y Villalube. Eso sí, lo hicimos con la satisfacción que produce, al que iba primero en este caso, romper el hielo con la rueda delantera.


Salvando esas zonas, íbamos rodando a gusto, ya sin frío, y disfrutando de buenos caminos. A ambos lados seguíamos encontrando todo con una buena capa de escarcha. A esas alturas el sol, lejos de abrir claros y colarse entre ellos, se había recluido bajo las nubes y estas no se habían disipado como esperábamos, sino que se empeñaban en mantenerse cerca del suelo.


Pero incluso así con esas circunstancias podíamos contemplar panorámicas con cierto encanto.


Faltando unos seis kilómetros para llegar a Villalube la subida se endureció algo a lo largo de 4 km, pero nada que no permitiera rodar a buen ritmo. Culminado ese tramo realizamos una bajada desde la que, entre la neblina, ya pudimos contemplar la localidad a la que nos dirigíamos.


Después de la bajada hubo otra subida, en este caso de unos tres kilómetros, que culminó en el propio pueblo. Como siempre hacemos, nos dirigimos hacia su plaza y su iglesia, que suelen coincidir en el espacio. No tuvimos necesidad de hacer una parada para comer algo, así que dimos la vuelta a la fuente que ocupa el centro de la plaza y comenzamos el camino de vuelta.


Dejamos atrás Villalube por un camino prácticamente perpendicular al que nos había llevado hasta allí, si bien es verdad que no tardamos mucho en girar noventa grados a la derecha primero y de nuevo otros noventa poco después, esta vez a la izquierda, para enfilar hacia Gallegos del Pan. 

Los cuatro kilómetros que separan ambas localidades los hicimos rápidos ayudados, sin duda, por la orografía, ya que eran ligeramente cuesta abajo.

Aunque hemos citado el nombre del pueblo, mentiríamos si no dijéramos que al llegar a él, incluso al recorrerlo, no sabíamos realmente dónde estábamos. Nos sonaba, pero su nombre no venía a nuestros labios. Somos un desastre porque hemos pasado por él unas cuantas veces. En nuestra defensa diremos que nunca habíamos llegado a él por ese camino.


No mucho después de salir de Gallegos nos enfrentamos a una subidita. Al culminarla nos encontramos con buenas vistas y una cuesta abajo que nos permitió coger buena velocidad, aunque los días de frío no es lo más recomendable. 


Después de esa bajada pronunciada el perfil descendente se suavizó, si bien no dejamos de bajar, muy ligeramente, hasta Zamora, lo que permitió que rodáramos por encima de 25 a lo largo de muchos kilómetros. 

Hoy los tres bíkers llevábamos bicis con ayuda eléctrica. Durante la vuelta nos preguntamos que para qué las queríamos si no bajábamos de 25 km/h (estas bicicletas cortan la ayuda, por ley, a esa velocidad, por lo tanto estábamos rodando en bicis eléctricas pero como si fueran musculares, solo que mucho más pesadas que estas).

A todo esto el sol seguía sin aparecer y, definitivamente, la bruma o neblina se había hecho la dueña y señora del territorio.


Enseguida llegamos a Algodre, terminamos en la carretera que cruza esta localidad, y pasamos junto a la coqueta plaza siempre bien cuidada.


Continuamos unos cientos de metros más por el asfalto, pero enseguida nos desviamos a la izquierda para tomar el camino que conduce a Coreses. En ese momento miramos la hora y nos propusimos llegar a Zamora en treinta minutos. 

Como tan solo son dos kilómetros los que separan un pueblo del otro, llegamos enseguida a ese.

Tras rodar por algunas de sus calles fuimos hacia una de las principales desde donde nos dirigimos a tomar el camino habitual que seguimos para ir a Zamora. 

Continuamos rodando a buen ritmo y, a pesar de que la larga recta que hay que recorrer (unos 8 km) se nos hace larga, en esta ocasión no le dimos esa opción. Cuando cruzamos la N-122 y nos dirigimos a la gasolinera Vista Alegre comprobamos que justamente habíamos logrado llegar a Zamora en el tiempo que nos habíamos propuesto al dejar atrás Algodre.

Lavamos una de las bicis, que aún tenía el barro alistano de Ufones, ya petrificado después de una semana, si bien al final con el agua sobrante aprovechamos para quitar lo poco que habíamos manchado las otras dos.

Tras el lavado tomamos el carril bici, en esta ocasión el que va junto a la carretera de la Aldehuela, y no lo abandonamos hasta el aparcamiento.


Continuamos los últimos metros junto al río y terminamos en el bar Cambalache, donde nos atrincheramos unos minutos para disfrutar del calorcito, bueno, y de una cerveza, que todo hay que decirlo :)


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