12 de noviembre de 2023

Embarrándonos hasta San Pedro de la Nave

El viento iba a soplar de oeste, así que nuestra ruta debía ir en esa dirección y así sufrir en el camino de ida, cuando se está más fuerte, y volver empujados por él. Pero eso era lo que indicaban las previsiones el viernes, cuando preparamos la ruta. Esta mañana había rolado algo y venía del suroeste, mala suerte, pero con lo que no contábamos era con el barro, y lo había en abundancia...


Después de una semana de tiempo muy inestable y mucho viento, agradecimos salir a la calle y encontrarnos con un día más o menos soleado y con viento, sí, pero menos que otros días. Al llegar al Bar CD había otro bíker y pronto llegaron tres más. Como no había que esperar por más, después de los saludos nos subimos en las bicis y comenzamos a rodar. 

Teníamos que dirigirnos a Valorio y llegamos hasta allí bordeando el río, tomando después la carretera de Alcañices y cruzando por el área de autocaravanas. Nos adentramos en el bosque por el paseo principal que, vestido totalmente de otoño, estaba que daba gusto verlo.


Después iniciamos el ascenso para coger el Camino del Monte, esa subida que siempre nos pilla en frío y nos parece como si estuviéramos ascendiendo el Tourmalet. Y, aunque da la impresión de que la cuesta termina en el Alto de San Isidro, realmente se sigue ascendiendo bastante más, en concreto son más de dos kilómetros de subida. 

Ya en esos primeros kilómetros nos dimos cuenta de que nos íbamos a embarrar. Había llovido de noche, debió ser una cantidad importante, y el barro estaba "muy fresco", "chocolate líquido" en muchas zonas.

Poco después a nuestra izquierda dejamos Guimaré que, con esa luz, el cielo azul y los álamos con sus hojas de colores otoñales, daba gusto verlo. 


Pero eso estaba a nuestra izquierda y nosotros debíamos seguir recto nada menos que casi cuatro kilómetros. En ellos, una zona de "sábanas", subimos y bajamos varias veces recorriendo esos pliegues propios de las telas. Eso sí, de vez en cuando mirábamos a los lados y era un espectáculo ver cómo estaba el campo, con los cereales ya tiñendo el ocre de la tierra de un incipiente verde.


Antes de terminar la larga recta debíamos girar a la izquierda pero nos dimos cuenta de que podíamos encontrar más barro aún y continuamos un poco más sin cambiar de dirección.


Finalmente, descendimos una cuesta y al llegar a la parte baja giramos a la izquierda, llegando enseguida al cruce de donde parte la bajada a Palomares.

El viento seguía molestando pero no como esperábamos, lo llevábamos frontal o frontolateral pero no se notaba mucho, salvo en los oídos, donde tuvimos que aguantar un continuo y molesto zumbido.


Al llegar a la vaguada continuamos sin cambiar de dirección. Pasamos junto a las Casas de Palomares justo después de comenzar una larga subida, en total casi cuatro kilómetros, eso sí, la mayoría de ellos muy llevaderos, pese al ascenso. 

Lo que si percibíamos como un freno era el barro existente que, parece que no, pero va frenando la rodadura porque el neumático tiende a agarrarse.


En los últimos metros de la subida, a nuestra derecha pudimos contemplar una estampa casi más propia de la primavera que del otoño, pero lo cierto es que el campo está precioso, y ahí está la muestra.


Terminó la subida al llegar a un cruce de caminos. Allí unos de los bíkers se despidió de nosotros y se dio la vuelta porque tenía que estar en Zamora a las 11.30 h. Nosotros nos desviamos a nuestra izquierda para, poco después girar a la derecha y así enfilar otra recta larga que nos llevó, bajando, hasta la localidad de Valdeperdices.


Pasamos de soslayo por esta pueblo porque solo rozamos un lateral del mismo. Lo suficiente para encarar una subida muy empinada entre varias naves ganaderas. Tras terminar las construcciones continuamos ascendiendo, poco después el suelo dejó de estar inclinado y llegamos a la carretera que une la N-122 y El Campillo.

Rodamos por ella unos trescientos metros y, enseguida, giramos a la izquierda para continuar por un excelente camino de concentración.


Después de otro giro la pista por la que rodábamos comenzó a discurrir en paralelo a la carretera. También en esta zona se iban sucediendo los sube y bajas, así que las piernas seguían castigándose. Menos mal que mirando a nuestra izquierda encontrábamos buenos paisajes que hacían más llevadero el cansancio.


Y poco más adelante nos encontramos, también mirando hacia ese lado, una bonita vista presidida por una cola del Embalse de Ricobayo.


Poco después entrábamos en la localidad de El Campillo, famosa, sobre todo, porque fue adonde se trasladó piedra a piedra la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave (siglo VII), para que no quedara bajo el Embalse de Ricobayo, una vez que esté comenzó a embalsar agua.

Entramos en la localidad descendiendo pero, una vez que llegamos a la carretera, tocó subir hasta llegar a las afueras, donde se encuentra este famoso monumento.


La iglesia de San Pedro de la Nave es una de las joyas visigóticas ibéricas (posiblemente la más importante de todas, por su buena conservación arquitectónica y escultórica). Hay que agradecer al historiador y arqueólogo Manuel Gómez Moreno que hoy podamos admirarla, porque de no haberla descubierto él en 1906 y haber sido declarada poco después, gracias a sus estudios, Monumento Nacional, es posible que hoy estuviera bajo las aguas del Embalse. Si se salvó fue fundamentalmente por el celo y prestigio de Manuel Gómez Moreno.

La iglesia se trasladó a El Campillo porque los habitantes de San Pedro de la Nave fueron trasladados a esa localidad, por lo que el obispo decidió que ése fuera el lugar de su nueva instalación.

Nosotros también agradecemos a este historiador su esfuerzo y gracias a él, al llegar junto a la iglesia pudimos admirarla una vez más. Apoyamos nuestras bicis en uno de sus muros para hacer una breve parada y comer algo.


Unos minutos después volvimos a sentarnos sobre nuestros sillines y emprendimos la vuelta. Dejamos la iglesia atrás saliendo hacia la izquierda, si bien enseguida giramos de nuevo, esta vez a la derecha, y poco después de nuevo hacia el mismo lado. De este modo comenzamos a rodar en paralelo a la calle del templo, lo que nos permitió tener una buena perspectiva de él y del pueblo .


El camino nos llevó hasta la carretera, en una zona anterior al pueblo, pero no llegamos a pisarla porque giramos a la izquierda y comenzamos un descenso. Como era de esperar, a ese le sucedió un ascenso.


Hubo otros dos sube y bajas antes de avistar Almendra. Nada más verla comenzamos a descender hacia esta localidad. Al llegar la cruzamos de lado a lado, sorprendiéndonos (como siempre nos pasa) su tamaño (mayor de lo que pensábamos).


Tras Almendra nos encontramos con otro par de subidas y bajadas y, finalmente, comenzamos un descenso que nos permitió divisar de nuevo el embalse.


Y no solo lo divisamos, sino que tuvimos que cruzarlo por uno de esos raquíticos (pero con cierto encanto) puentes con los que Saltos del Duero, la empresa que se encargó de la construcción de este embalse, "premió" a las localidades por quitarles sus zonas más fértiles.


A estas alturas seguíamos sin notar en exceso el viento. En algunos momentos percibíamos que nos ayudaba algo, pero no era demasiado significativo. Donde sí lo notábamos era en los oídos (ausencia del zumbido) y en la temperatura de nuestro cuerpo, ya que, al no tener el viento de frente, íbamos sudando.

Al salir del puente hubo que ascender hacia Palacios del Pan, Desde la subida, al volver la vista atrás, pudimos contemplar una bonita panorámica del puente recién cruzado y de la zona.


Al terminar la cuesta giramos a la derecha, pasamos junto a algunas construcciones de esa localidad y comenzamos a descender hacia la cola del embalse que separa este pueblo de Andavías. Poco después de empezar la bajada nos encontramos con el camino arado y sembrado. Pasamos por encima sin ningún duelo, como un modo de reivindicar la servidumbre de paso arrebatada, atravesamos al cauce aún sin agua de esa cola y continuamos por un camino que nos llevó, primero en paralelo a Andavías, y después terminó alejándonos de esta localidad por una pronunciada y larga subida.


El hecho de ser tan larga y nuestro esfuerzo, por supuesto, despertó el interés de los vecinos de las aisladas viviendas que íbamos encontrando a nuestro paso. En una de ellas sorprendimos a uno de sus habitantes admirando nuestro buen hacer :)


Debería haber una larga bajada después de ese ascenso, pero no, la que hay es corta, y se suceden otro par de subidas más, eso sí, mucho más cortas. Junto a ellas pudimos contemplar alguna que otra encina presidiendo las tierras recién aradas.


Descendimos por el llamado Camino de los Caños. Al terminar las edificaciones que hay junto a él giramos a la izquierda para encarar la última subida. Una vez finalizada, tras llanear brevemente, aprovechamos las rentas acumuladas bajando hacia La Hiniesta a lo largo de un kilómetro. Al terminar esta cuesta giramos a la izquierda, pasamos por dos pequeños túneles y entramos en la localidad. 

Cruzamos el pueblo por la carretera y al llegar a la parte baja giramos a la izquierda para seguir por el camino habitual que conduce a Zamora. Tras dejarlo atrás pudimos ver una estupenda vista, presidida por la bonita iglesia.


Siguiendo ese camino hacia Zamora llegamos a la carretera que va hacia la capital, rodamos unos metros por ella y enseguida giramos a la derecha para ir hacia Valorio. Poco después pasamos junto al Campo de Golf, que cada día se parece más a uno de verdad. 


Siguiendo por esa antigua carretera llegamos al carril bici de Valorio que, en sus primeros metros, estaba bien bonito.


Continuamos por él hasta la entrada de Zamora y, mientras llegábamos y no, íbamos planificando dónde lavar las bicis y, si hubiera sido posible, nosotros también.

Pero como lo primero es lo primero, antes de lavarlas paramos en Obispo Nieto a hidratarnos y, poco después sí, continuamos hacia la gasolinera de la calle Villalpando, donde pudimos dejar nuestras bicis casi impolutas. 

Desde allí huelga decir el recorrido que hicimos hasta llegar al punto de partida, convertido ahora en el de llegada. 

Una vez deseada la "buena semana" unos a otros, cada uno marchamos hacia nuestras casas pensando cómo entrar sin llenarlo todo de barro...


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