14 de abril de 2024

GR-14, chiviteros, riveras, molinos, Arribes, praderas, cortinas...: Sayago

La primavera lo invade todo, y cuando llega a Sayago luce espléndida. De nuevo hemos vuelto a esta comarca y hemos disfrutado de senderos, riveras, molinos, chiviteros, Arribes, cortinas... y también mucha agua anegando las praderas, pero ha merecido la pena embarrarse porque el recorrido ha sido precioso.

Si hay que desplazarse en coche para hacer una ruta fuera del alfoz de Zamora hay que madrugar, y eso tuvimos que hacer hoy, porque a las 8.15 h quedamos en la iglesia de San Frontis para partir hacia Moral de Sayago. La ruta prevista era una espinita que teníamos clavada desde 2019, y es que haciendo esta misma a uno de los bikers se le rompió el motor de su bici eléctrica y hubo que darse la vuelta desde una zona entre Villadepera y Villardiegua.

Realizamos el viaje hasta Moral y, al llegar, los cinco bikers nos preparamos y a las 9.00 comenzamos a rodar. A lo largo de todo el recorrido ciclamos por lugares espectaculares y el primero fue desde que dejamos atrás las últimas casas de ese pueblo. Descendimos entre cortinas con paredes hechas magistralmente y llenas de verde en su interior.


Enseguida giramos a la izquierda para tomar, la primera de tantas veces a lo largo de la mañana, el GR-14 (la Senda del Duero). El nuevo camino, con algún tramo técnico, va en paralelo al arroyo de la Calabaza. Enseguida vimos un molino a nuestra derecha pero no nos llegamos a parar porque ya lo conocíamos.


El sendero recorre un paraje repleto de encinas, rocas y vegetación y, aunque la mayor parte es descendente hay pequeños sube y bajas. Si los doce o trece grados de temperatura que había al salir a alguno le habían dado sensación de fresco, aquí le desapareció.


El GR-14 obliga a pasar por encima de una pequeña presa para cruzar al otro lado del arroyo, pero nuestro track indicaba seguir adelante y ascender para salir a la carretera que une Muelas con Miranda do Douro.


La carretera posee un puente que cruza dicho arroyo y nada más cruzarlo tratamos de volver al GR-14, pero una alambrada nos lo impidió, así que continuamos por carretera porque vimos que más adelante el camino cruzaba la misma. El tramo por asfalto no llegó ni a un kilómetro, eso sí, todo de subida.


En este recorrido nos esperaba un regalito, y es que desde la carretera se nos brindaba una vista bien bonita del río Duero, dejando atrás la presa de Villalcampo.


Abandonamos la carretera y volvimos a nuestro track realizando un giro a la derecha. Tocó descender algo, pero de una forma un poco engañosa porque cada ciertos metros había pequeñas subidas. 


Sin dejar el GR-14, en un momento dado, este se convertía en un senderito que recorría un tupido bosque de encinas, escobas, lavandas...


Terminado ese tramo llegamos a una buena pista sayaguesa, de esas por las que se rueda de maravilla, si bien esta estaba "adornada" con un ascenso continuado de entre el cuatro y el siete por ciento durante un kilómetro y medio, aproximadamente.


Poco después obtuvimos los réditos de la subida y descendimos durante casi dos kilómetros, que nos sirvieron para descansar algo nuestras piernas. El último tramo, más inclinado que el resto de la bajada, y más técnico, nos llevó hasta el llamado puente de Zamora (así se llama), uno de los muchos que hay de esta tipología en la comarca.


Como hoy daba la impresión de que no existían las llanuras, nada más cruzar el puente comenzamos otro ascenso, pero este más largo, de unos tres kilómetros, eso sí, adornados con vegetación abundante, verdor por doquier, praderas y encinas, para que la subida sea más entretenida.


El sendero salió a un camino algo más importante y este a otro mejor aún, pero seguíamos ascendiendo, eso sí. Este último era una auténtica pista y nos llevó hasta una carretera, unos cientos de metros antes de entrar en Villadepera.


Ya sobre el asfalto descendimos con mucho gusto hacia las primeras viviendas de la localidad. Poco después nos desviamos a la derecha para realizar el consabido tour, como hacemos en cada pueblo.


De nuevo en la carretera que lo cruza continuamos por el asfalto y antes de abandonar Villadepera giramos a la izquierda para continuar por el GR-14. Poco después volvimos a tomar el camino de la derecha y descendimos hacia una vaguada. Abajo del todo el arroyo del Cubo tenía casi dos cuartas de agua. Uno de los bikers lo cruzó pero el resto lo atravesamos con las bicis en la mano pisando sobre unas piedras.

Como suele pasar en todas vaguadas, tras ellas comienza una subida, y esta no iba a ser menos, así que metimos hierros y para arriba. Eso sí, como las subidas, si están adornadas, cansan menos, nosotros apenas nos cansábamos.


Recorrido casi un kilómetro de ascenso, hicimos lo opuesto, y bajamos a otra vaguada. En esta nos esperaba otro arroyuelo.


Eso sí, pasarlo era opcional porque había alternativa, que daba un pequeño rodeo, pero lo cruzaba por un puente. Cuatro hicimos esto y uno cruzó el arroyo con su bici. De nuevo tras la vaguada se inició otra cuesta, esta de más de un kilómetro. Tras ella la consiguiente bajada, de más o menos la misma distancia.

Como ya decíamos, no había un tramo llano, por lo que después de bajar comenzamos a ascender por un sendero, que casi no se percibía, trazado entre escobas. 


Llegó un momento en el que, o nos despistamos, o ya ni se veía, el caso es que había más escobas y en algún momento nos bajamos unos metros de las bicis para pasar entre ellas. 


Finalmente volvimos a encontrar la senda y esta nos llevó hasta una valla de postes y alambre. Justo en esa zona fue donde en 2019 al biker se le rompió el motor, así que desde ahí hacia adelante el recorrido era inédito para nosotros.

La valla tenía unos alambres que permitían abrirla, así que la manipulamos y pasamos al otro lado, donde nos esperaba un camino. Lo tomamos hacia la derecha con el ánimo de ver, si era posible, el salto de Castro, pero aún descendiendo bastante, la vegetación no nos dejaba verlo, así que dimos la vuelta, volvimos hasta la zona donde habíamos abierto la valla y continuamos adelante por ese mismo camino. Poco después nos topamos con una vacada. Algunas de las vacas se quedaron en el camino desafiantes y no se movían a pesar de habernos ido acercando. Finalmente se fueron apartando y pudimos pasar junto a ellas.


Tras las vacas el camino seguía subiendo y así continuó a lo largo de más de un kilómetro, pero eso sí, como también estaba muy adornado por los lados, nos costaba mucho menos :)



Terminada la subida se inició un pequeño descenso, hubo otra pequeña subida y ya, por fin, comenzamos a bajar hacia Villardiegua de la Rivera. En el trayecto nos íbamos deleitando con bonitas praderas salpicadas de amarillo.


La bajada hacia esa localidad permitía coger velocidad porque discurría por un camino ancho y de buen firme, así que recorrimos su kilómetro y medio en poco tiempo.


Desde el camino, ya cerca del pueblo, nos llamó la atención un palomar, muy bien conservado, por cierto, ya que no son muy propios de la zona.


Antes de entrar en esta localidad giramos a la izquierda, continuamos por un camino de cemento que nos llevó hasta la iglesia.


A la vuelta se encuentra la "mula", que ya habíamos visitado hace unos días. Allí mismo paramos unos minutos y, sin bajarnos de las bicis, comimos algo para seguir adelante.


La parada fue corta y enseguida continuamos. Recorrimos varias calles del pueblo y salimos de él por uno de esos caminos que da gusto rodar, ligeramente inclinado hacia abajo y de bue firme.


Después de unos dos kilómetros por esa pista tuvimos que dejarla para seguir por una pradera en la que, ni siquiera, se veía un sendero.



Íbamos en paralelo al arroyo del Pontón. Al llegar a un molino no había puente pero teníamos que cruzar al otro lado de la corriente de agua. Unos lo hicieron con la bici y pisando sobre unas piedras y otros por el propio arroyo, sin duelo.



Seguimos bordeando el arroyo y la verdad es que zona no podía ser más bonita, eso sí, de vez en cuando había zonas de pradera que estaban anegadas por toda la lluvia caída en los últimos meses.


El recorrido por la ribera del arroyo se prolongó a lo largo de unos dos kilómetros. En algún punto tuvimos que bajarnos de la bici para saltar algún paso entre piedras, pero fueron un par de veces y solo unos metros, como ocurrió junto a este puente.


Un poco más adelante pudimos contemplar otro puente. Ni el anterior ni este teníamos que cruzarlo, así que continuamos adelante.


Poco después llegamos a un camino ancho por el que continuamos hacia la derecha. Nos pareció una autopista.


El camino nos llevó, tras un kilómetro, hasta donde comienza la subida al Castro de San Mamede y a Peña Redonda. Como ya hemos estado más veces optamos por ascender por un sendero que partía hacia la derecha y llegamos a un mirador de los Arribes del Duero.


No nos demoramos mucho porque, pese al madrugón, no íbamos bien de tiempo. Así que tras las fotos volvimos a las bicis, descendimos por el sendero y retomamos, una vez más, el GR-14, que partía a la derecha. 

Descendimos algo, nos enfrentamos de nuevo a una pradera anegada, cruzamos un precioso puente y, poco después, tocó ascender por una loma escarpada. 


Nos rompió la cuesta una cancela que había que abrir. Hubo que parar y después la inclinación no nos permitió subir a la bici, hubo que arrastrarla hasta que la pendiente se suavizó.


Pero la pendiente hacia arriba continuó a lo largo de un kilómetro más. El firme, además, ayudaba poco, porque el camino estaba muy roto por las canaletas que va haciendo el agua.


Ya eran las 12.00 h. y el calor se iba notando. Terminó la subida y nos desviamos unos metros a la izquierda para visitar los llamados chiviteros, adonde llegamos cansados y sudando. Estos chiviteros son construcciones típicas de esta zona que se utilizaban para proteger al ganado de posibles ataques de otros animales. Los pastores metían en ellos a los cabritos para preservarlos y los sacaban solo dos veces al día para que mamaran.




Después de un pequeño descanso y de observar estas construcciones subimos de nuevo a nuestros sillines y volvimos al camino.


Por delante teníamos seis kilómetros hasta llegar a Torregamones. Ya los hemos recorrido alguna vez en uno y en otro sentido así que sabíamos que era un buen camino pero eso sí, hasta casi llegar al pueblo, de ascenso ligero pero constante. Aún así rodamos rápido porque aquello nos parecía jauja después de todos el recorrido que llevábamos sobre nuestras espaldas.



En poco tiempo llegamos a Torregamones. Recorrimos una larga calle que nos llevó hasta la iglesia y, allí mismo, giramos a la derecha para salir del pueblo por la carretera. Poco más de cien metros después nos desviamos a la izquierda para seguir por un camino.

Un camino o un barrizal, porque enseguida la tierra se convirtió en pradera embarrada o en charco. El que más y el que menos terminó por meter el pie en el lodazal.


Poco después cruzamos la carretera de Miranda y pensamos que todo mejoraría en el camino del otro lado, pero no, nos enfrentamos a tres kilómetros en los que, salvo un pequeño tramo, hubo que cruzar una inmensa pradera en la que cada poco nos encontrábamos con tramos anegados de agua en los que costaba mucho hacer rodar las ruedas y, además, nos estábamos poniendo como cirineos.



Llegamos a otra carretera que había que cruzar, la que va a Luelmo de Sayago, y alguien dijo que por qué no terminar la ruta por asfalto, pero nos quedaba tan poco, unos tres kilómetros, que decidimos continuar por el camino que había al otro lado.

Los tres kilómetros fueron una auténtica trampa porque no menos de la mitad fueron por pradera llena de agua. Pero lo peor es que había muchas zonas en las que el agua cubría no menos de 20 centímetros.


Lógicamente a esas alturas todos llevábamos los pies empapados, el calzado y calcetines llenos de barro, al igual que las piernas. Pero teníamos una gran motivación y era que estábamos terminando. 


Como un kilómetro antes del pueblo, por fin se terminó el agua, encontramos algo de barro, pero esquivable, y comenzamos a rodar por un camino que, enseguida, nos llevó hasta la carretera. Esta nos llevó hasta la entrada del pueblo. A un lado divisamos una fuente y allí nos fuimos de cabeza a lavar nuestro calzado, nuestras enmarronadas piernas, alguno los pies y los calcetines y otro hasta la bici.


Terminada la fase de lavado fuimos hacia los coches pero, milagrosamente, se cruzó un bar en nuestro camino. Nos tomamos una caña o un Aquarius, según gustos, que nos supo a gloria y enseguida nos dispusimos a cargar los coches porque ya eran las 13.30 y había que regresar a Zamora. Así pusimos fin a este preciosa ruta que, de no haber sido por esas praderas anegadas, habría sido perfecta.



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