23 de noviembre de 2019

Pisando nieve en el Hayedo de Ciñera

El año pasado una avanzadilla compuesta por dos galanas y tres bíkers fueron a este hayedo y les gustó tanto que convencieron al resto para volver este año.

Y así fue como dieciséis personas nos desplazamos hasta Ciñera (León) para volver a pasear entre las hayas o para hacerlo por primera vez. Sabíamos que deberíamos haberlo hecho antes para ver en las hayas el otoño en pleno esplendor, pero por circunstancias no pudo ser.

El día tampoco nos acompañó, la luz del sol es necesaria para que un hayedo luzca al máximo y ayer parecía que íbamos a tener suerte porque salimos de Zamora con el cielo azul, pero antes de llegar apareció un frente cubriéndolo todo y cuando llegamos a Ciñera tuvimos que ponernos capuchas, gorros o abrir paraguas, porque estaba lloviendo.



Iniciamos el paseo hasta el hayedo atravesando la plaza del pueblo y abandonando esta por una calle que sale a la izquierda. Enseguida pasamos junto a las últimas casas de la localidad y poco después por el cementerio.

Continuamos por el mismo camino, que va ascendiendo muy suavemente flanqueado por huertas a la derecha y la ladera de la montaña a la izquierda. Como seguía lloviendo y la nieve se estaba deshelando, había que mirar dónde se ponían los pies porque prácticamente todo el suelo era un gran charco.



Tras casi dos kilómetros de caminata muy cómoda se llega a lo que fue la boca de una mina de carbón. Allí los mineros han hecho su particular homenaje a esa dura labor y a quienes la ejercen, adornando esa bocamina con algunos útiles propios de esa actividad. También encontramos varios vagonetas en el exterior.

Continuamos nuestro camino y al llegar a la ladera de una montaña giramos a la izquierda para descender unos metros hacia un puente que permite cruzar el arroyo Ciñera.


Poco después de cruzar el puente nos encontramos con la primera pasarela de madera. Tras ella seguimos por una senda trazada sobre la falda de una montaña. En esta zona la nieve pisada y la desecha formaba un conglomerado de agua y nieve medio licuada que hizo poner a prueba el Goretex de nuestro calzado.

Poco después volvimos a cruzar el arroyo. Un haya aún con hojas nos anunciaba que el resto se encontraba ya cerca. 


Entramos en el hayedo y, efectivamente, no tenía el esplendor y la magia con la que lucía el año pasado en los primeros días de noviembre y con la luz del sol realzándolo; pero tenía otra magia distinta al estar prácticamente todo cubierto de nieve. Una visión diferente, pero también muy bonita.




El paseo sobre las pasarelas que recorren el hayedo se vio salpicado de unos cuantos resbalones e incluso alguna caída sin incidentes. Tras las últimas hayas nos encontramos con un estrecho paso abierto por el arroyo Ciñera entre dos montañas.

Algunos ascendimos por la ladera, atravesamos una pasarela y nos dimos de frente con el embravecido arroyo que bajaba con enorme fuerza montaña abajo, empujado por la pendiente y crecido por las aguas procedentes del deshielo.


En este punto pusimos fin al trayecto de ida de nuestra caminata porque tratar de caminar sobre las rocas mojadas era una temeridad. Dimos la vuelta, nos reencontramos con el resto del grupo e iniciamos el regreso.


El camino de vuelta también se vio aderezado con algunos resbalones, pero en esta ocasión sin consecuencias. Además nos gustó aún más que a la ida porque paró de llover, se incrementó la luz y todo lucía más.

Hacia la mitad del hayedo encontramos a una persona ajena al grupo dispuesta a apretar el obturador para así poder guardar un bonito recuerdo de ese día.


Tras la foto continuamos caminando, salimos del hayedo y, no sabemos si para celebrarlo, empezaron a llover bolas de nieve, lo que generó una pequeña batalla, que podríamos considerar civil, ya que era entre nosotros. Una mujer ajena al grupo fue golpeada accidentalmente y decidió tomar partido y unirse a la lucha.


Tras un armisticio continuamos el regreso recorriendo los mismos pasos que a la ida, en otras palabras, "pisando el track", que decimos nosotros. La única novedad fue que, al cesar de llover, y querer el sol asomarse ligeramente, la luz era muy diferente a la de una hora antes y pudimos disfrutar más del paisaje.


Desandar los escasos tres kilómetros de la vuelta nos llevó poco tiempo porque son de suave descenso y porque estaba en juego poder tomarse el vermú. 



Como lo hicimos rápido pudimos tomar ese vermú. Además. como a nosotros nos gusta, en el bar del pueblo, para dejar unas perras allí.

Tras el agradable aperitivo, cogimos nuestros coches y nos desplazamos a Geras de Gordón, donde comimos bien pero más de lo debido, como suele ocurrir en estos casos. Tras la comida la falta de luz no nos permitió realizar otra actividad, así que decidimos regresar a casa.

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