Hace quince días, cuando los infectados en toda España no llegaban aún al millar, hicimos una bonita ruta para visitar, una vez más, esa joya visigoda que tenemos en nuestra provincia, San Pedro de la Nave, y ni se nos pasaba por la imaginación que en nuestro país fuera necesario tomar las mismas medidas que se habían tomado en China, y que algo tan simple como andar en bicicleta cuando, y por donde uno quiera, iba a ser imposible siete días después.
Hoy, tras siete días de confinamiento, esta era la ruta que teníamos previsto hacer:
Como nada es imposible, hoy vamos a hacer la ruta que no hemos podido hacer. No podemos permitirnos el lujo de dejar pasar un Domingo de marzo sin salir a ver la huella que la primavera está dejando en los campos que vamos contemplando al pedalear, ni de dejar visitar esos lugares que íbamos a encontrar a nuestro paso, ni de comentar los avatares de la semana con los que llevas al lado, ni de compartir una caña juntos, Bíkers y Galanas, a nuestra llegada a Calatañazor (Soria), donde habría terminado hoy nuestra ruta.
Para llegar al final hay que salir primero, y nosotros lo habríamos hecho desde San Leonardo de Yagüe, localidad muy próxima al Parque Natural del Cañón del Río Lobos. Una villa serrana, porque está situada al sur de las sierras de Urbión y de la Demanda, y pinariega, porque los pinares la rodean y es el pino la base de su economía.
Al dejar atrás las últimas casas de San Leonardo, atravesaríamos el polígono industrial y tomaríamos la carretera SO-934, por la que rodaríamos a lo largo de 5 km de suave descenso siguiendo en paralelo el discurrir del río Arganza.
Pasados esos primeros kilómetros abandonaríamos la carretera para entrar en el Cañón del Río Lobos, donde nos encontraríamos con una imagen como esta:
Seguiríamos el cauce del río Lobos, serpenteando entre las enormes paredes de roca que durante miles y miles de años ha ido horadando con su lento paso. Tendríamos que vadearlo en varias ocasiones y disfrutaríamos enormemente de ese paisaje espectacular.
Tras pasar junto a las primeras viviendas de la localidad tendríamos que girar a la izquierda y prepararnos para ascender hacia el castillo. Pero la subida no termina al llegar a este, sino que continúa tras él algo más. Llegaríamos a otro camino que comenzaría a descender para salir a otro que nos llevaría a una carretera local. Carretera por la que llegaríamos enseguida a Aylagas, uno de esos pequeños pueblos de la España Vaciada.
Siguiendo por la misma carretera que nos llevó hasta Aylagas, en poco más de 2 km, llegaríamos a Fuentecantales, más pequeño que Aylagas y con menos habitantes, tan solo 7 censados.
Continuaríamos por la misma carretera unos cinco kilómetros más, con perfil ascendente, y llegaríamos a Cubillos, un "despoblado", es decir un pueblo fantasma, deshabitado, uno de tantos de la provincia de Soria.
Poco antes de esta pueblo está el punto más alto de la ruta, y desde allí se comienza a descender, de hecho, los últimos cientos de metros antes de llegar a Cubillos los habríamos hecho sin apenas pedalear.
Al salir de él, abandonaríamos la carretera y volveríamos a lo nuestro, a los caminos. Seguiríamos el Barranco del Sotillo y atravesaríamos sabinares de la Tierra de Cabrejas hasta llegar a Muriel de la Fuente, un bonito pueblo que cruzaríamos para desviarnos hacia La Fuentona.
Tomaríamos un camino rodeado de mucha frondosidad que va bordeando al río Abión y llegaríamos al Manantial de la Fuentona, una limpísima laguna nacimiento, o nacedero, del Abión.
Tendríamos ahora que volver unos metros atrás sobre nuestras roderas y regresar al camino principal para seguir por él poco más de un kilómetro para llegar a la Cascada de la Fuentona, un salto de agua en un rinconcito con mucho encanto, que deja caer una generosa cantidad de agua.
Tras relajarnos con el sonido de la caída de agua no nos quedaría otra que subirnos de nuevo a nuestras bicis y volver a rodar por donde lo habíamos hecho unos minutos antes, hasta regresar de nuevo casi hasta Muriel de la Fuente. Allí continuaríamos ya hacia el último tramo de nuestra ruta, Calatañazor.
Para llegar a este precioso pueblo tendríamos que, justo antes de llegar por segunda vez a Muriel de la Fuente, seguir por una carretera local que encontraríamos a nuestra izquierda a lo largo de algo más de cinco kilómetros. En ese trayecto habría una parada más obligatoria, en esta ocasión para ver con detalle el Sabinar de Calatañazor. Precioso lugar también, con sus 22 hectáreas de bosque de sabina albar, también conocida en esta zona como enebro. Este árbol, que suele tener poca envergadura y puede alcanzar los 14 m de altura y 4 m de diámetro en el tronco y que se le considera una reliquia del Terciario, tiene de especial en este sabinar en concreto que sus sabinas destacan por su tamaño, llegando hasta los 20 m de altura y 8 m de diámetro.
Para llegar a este precioso pueblo tendríamos que, justo antes de llegar por segunda vez a Muriel de la Fuente, seguir por una carretera local que encontraríamos a nuestra izquierda a lo largo de algo más de cinco kilómetros. En ese trayecto habría una parada más obligatoria, en esta ocasión para ver con detalle el Sabinar de Calatañazor. Precioso lugar también, con sus 22 hectáreas de bosque de sabina albar, también conocida en esta zona como enebro. Este árbol, que suele tener poca envergadura y puede alcanzar los 14 m de altura y 4 m de diámetro en el tronco y que se le considera una reliquia del Terciario, tiene de especial en este sabinar en concreto que sus sabinas destacan por su tamaño, llegando hasta los 20 m de altura y 8 m de diámetro.
Tras disfrutar enormemente de este paisaje seguiríamos nuestro camino, que ya sería corto, muy corto, para llegar a la villa medieval de Calatañazor.
A la entrada del pueblo nos esperarían, como siempre, con gritos de ánimo las Galanas y los que no hicieron el recorrido en bici.
Tras una pequeña parada para los saludos seguiríamos por la empinada calle principal de esta localidad que parece anclada en el tiempo. Localidad de la que se tiene constancia ya en tiempos de los visigodos y protagonista del famoso dicho: "En Calatañazor perdió Almanzor el tambor". Este hace alusión a un hecho histórico adornado de leyenda. En el verano de 1002 Almanzor había batallado, como todos los veranos, en las comarcas cristianas y regresaba victorioso, como siempre, a sus cuarteles de invierno en Al Andalus. La diferencia era que, en esta ocasión, regresaba enfermo. Sancho García, Conde de Castilla, derrotado por Almanzor en otras ocasiones, pudo calcular que había llegado el momento de rendir en combate a Almanzor, envejecido, enfermo y en retirada; y fue Calatañazor el lugar elegido para la batalla. La tradición sostiene el dicho que hemos nombrado antes porque aquí perdió su talismán de imbatible y resultó derrotado. De hecho se cree que las tropas vencidas huyeron hacia Medinaceli, donde sí parece seguro que Almanzor murió la noche del 10 al 11 de agosto de 1002.
Tras llegar a la plaza y contemplar los restos del castillo, daríamos por concluida esta preciosa ruta.
Ruta que nunca hicimos porque nos han confinado en nuestras casas. Es lo que toca en este momento aunque nos duela muchísimo pensar en lo que pudimos hacer y no hemos hecho. Sabemos que es un tiempo en el que no queda otra que guardarse las ganas de pedalear y de disfrutar de la naturaleza y esperar, esperar a que venzamos a ese estúpido virus que ha sido capaz de pararnos a nosotros, de parar al mundo.
Esta es la crónica de la ruta que nunca hicimos, pero si de algo estamos seguros es de que la haremos, esta y todas las que estamos dejando en espera... Y si su lectura ha servido para evadirnos durante un espacio de tiempo, de ese del que nos sobra ahora, y para valorar aún más nuestros recorridos en bici, habrá cumplido su misión.
¡Cada día que pasa es un día menos que falta para volver a vernos sobre nuestras bicis!
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Nota: las fotos, salvo las cinco primeras, han sido tomadas de varias páginas web.
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