Hoy fuimos todos muy puntuales y a las 9.31 estábamos ya empezando a pedalear. Sólo cinco porque, como siempre, circunstancias de todo tipo condicionan a unos y a otros. Eso sí, hubo una ausencia que nos resultó penosa por no ser por propia voluntad, la de un bíker que de forma fortuita se partió una costilla hace una semana por una caída tonta en casa (sin bici, claro).
Nos sorprendió la mañana con nubes altas que impedían que saliera el sol y que provocaban que hubiera una temperatura más bien fría. La primera sensación que todos tuvimos al empezar a movernos sobre la bici fue que nos habíamos equivocado al escoger ropa de entretiempo. Como ya no tenía remedio lo mejor que se nos ocurrió fue seguir pedaleando y, tras ir junto al río y entrar en Valorio, ese frío se nos quitó al subir la cuesta que une la Fuente de los Leones con la carretera de Alcañices.
Ya arriba continuamos por el llamado Camino del Monte, que al principio va junto a dicha carretera pero a medida que avanza va escorándose a la derecha. Después de pasar sobre la autovía nos metimos de lleno en una sábana (camino con muchas ondulaciones) muy conocida por todos y que nos llevó hasta la bajada a la Dehesa de Palomares.
Después de la bajada comenzamos a ascender cruzando dicha dehesa. Un ascenso suave que se prolonga durante unos 4 km. La verdad es que se hacen bien a lo que ayuda el entorno, que es muy agradable, y el terreno.
Una vez concluido el ascenso, continuamos llaneando por un camino con las mismas características que todos los de la zona, ancho y de buen firme. El sol quería empezar a asomarse, y en cuanto lo hacía lo agradecíamos porque íbamos contra el viento, que era frío, pero enseguida volvía a encontrar cobijo entre las nubes.
Tras pequeños cambios de dirección comenzamos a descender hacia la localidad de Valdeperdices, si bien apenas la rozamos, porque después de pasar entre las primeras casas de la localidad
giramos a la izquierda para ascender hacia un camino que nos alejaba del pueblo.
Continuamos por él y tras hacer un zig zag salimos a una carretera que muere en Almendra. Tan solo rodamos por ella unos doscientos metros y, mucho antes de entrar en el pueblo, giramos a la izquierda y enfilamos una larga recta en la que empezamos a notar el viento más de lo deseado. No sabemos si fue porque estábamos en una zona alta o porque empezó a soplar con más fuerza, pero el caso es que nos restaba velocidad, nos molestaba y nos enfriaba. Tratamos de plantarle cara haciendo abánico, pero este grupo es muy indisciplinado para estos menesteres, y no hay abanico que nos dure más de 200 metros con todas las unidades.
Tras esa lucha contra Eolo llegamos a una zona alta desde donde se apreciaba una bonita vista y donde cambiaba totalmente la fisonomía del paisaje.
Nos sorpendió ver que la ruta por la que estábamos yendo estaba marcada por señalización IMBA, y era la correspondiente al Camino de Santiago Portugués.
Después de disfrutar de esas bonitas vistas iniciamos un descenso. En la zona más baja había unas huertas que daba gusto verlas, parecían de cuento.
Y después de la bajada, una subida, claro, pero suave y llevadera. El camino estaba marcando un arco pero de ancho radio. Al terminar este continuamos por una recta que nos llevó hasta la entrada de El Campillo. Al llegar a la carretera, en vez de tomarla, giramos a la derecha para seguir por un camino que bordea el pueblo pero que nos llevó directamente a nuestro destino, la iglesia de San Pedro de la Nave.
Hicimos una parada junto a sus sillares, nos hicimos unas fotos y comimos algo. Pero no estuvimos más de 10 minutos allí porque el viento nos empezaba a provocar sensación de frío. Si no hubiéramos estado nunca en su interior, no habría perdón por no entrar a su interior para contemplar la humildad de sus muros, la simpleza de sus líneas y la vistosidad de sus capiteles. Minimalismo en estado puro, pero del siglo VII.
Abandonamos el recinto de la iglesia y nos adentramos en el pueblo, si bien pronto giramos a la izquierda para empezar un descenso que nos condujo a una zona muy bonita. En los primeros metros el camino era ancho, pero un espino al que no le cabían más flores marcaba el comienzo de una senda, también descendente.
Después de recorrer este bonito tramo, el camino volvía a ensancharse, y cambiaba la vegetación, pasando de la frondosidad anterior al monte bajo a ambos lados del trazado.
Poco después nos encontramos con el Embalse del Esla, haciéndose sitio entre las laderas por entre las que fluyó durante siglos el río Esla.
El camino era perfecto, un firme que no podía ser mejor, el viento empujando de popa, y a nuestra derecha una bonita estampa presidida por las aguas embalsadas.
Este trayecto duró poco más de un kilómetro y medio, tras el cual comenzó un ascenso durillo de alrededor de un kilómetro, que desembocó en otro camino. Al llegar a este giramos a la derecha para seguir por una larga recta, cruzamos la carretera que une Muelas del Pan y Almendra. Poco después transitamos unos metros por la que va a El Campillo, pero la abandonamos enseguida para cambiar el sentido a la izquierda y seguir rodando hacia Valdeperdices de nuevo.
En ese tramo se nos presentó la lluvia, que nos sorprendió por inesperada al no estar prevista. No fue mucha, pero cuando nos daba de frente molestaba. Menos mal que, salvo pequeños cambios de dirección, íbamos con el viento de espaldas y se percibía menos.
Descendimos hacia Valdeperdices, transitamos por algunas de sus calles, pero no nos sumergimos en el cogollo del pueblo, porque no tardamos mucho en desviarnos a la derecha para enlazar con la carretera local que une esta localidad con Palacios y Andavías.
Los primeros metros son subiendo, después baja, después sube, más tarde vuelve a descender para seguir ascendiendo más tarde... En fin, eso mismo fue definido al comienzo de esta crónica y tenía el nombre de sábana. Pues bien, esta debe de ser de matrimonio y holgada...
Cierto es que al ser asfalto y no tener tráfico se rueda muy bien por ella, y si el viento acompaña empujando un poquito, aún se anda mejor, como fue el caso. Antes de llegar a Andavías la abandonamos girando a la derecha e iniciando una subida prolongada, pero ya por camino.
Este camino nos llevó de nuevo hacia la zona de Palomares, si bien ahora por el lado opuesto al de unas horas antes. La mayoría del recorrido por este espacio fue descendente, así que íbamos a muy buen ritmo.
Si hubiésemos seguido sin girar habríamos llegado a pasar por la zona donde se encuentran lo que un día fueron viviendas de la dehesa, pero antes viramos a la izquierda para atravesar una bonita zona de pinares y robles al principio, y sólo pinos después.
Tras girar a la derecha y ascender la penúltima cuesta del día, continuamos pedaleando a muy buen paso. Tomamos después la bifurcación de la izquierda que lleva, tras un descenso, a la zona de los puentes del AVE, del tren y de la carretera, tras los cuales entramos en La Hiniesta.
Atravesamos la localidad y buscamos el camino que habitualmente seguimos para ir de ella a Zamora. Una vez en él continuamos rodando fuerte. Al llegar al cruce que va hacia Valorio decidimos continuar recto, por la carretera, porque nos convenía más de cara a ir hacia un lavadero de la capital. Eso sí, hubo que subir la última cuesta. Tras ella, y en cuanto pudimos, abandonamos el asfalto, continuamos por un camino en paralelo a este, y terminamos por cruzar por el Polígono Industrial para llegar finalmente a la rotonda de entrada en Zamora. Descendimos hacia el Centro Comercial Valderaduey, donde lavamos tres de las cinco bicis que acumulaban barro de las dos salidas anteriores. El resto nos esperó en el bar Tramontana, al que acudimos tan pronto como pudimos, y allí tratamos de recuperar parte de los líquidos y calorías desgastadas, dando así por concluida la ruta de hoy.
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Relive 'Zamora-San Pedro de la Nave-Zamora'
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