22 de noviembre de 2020

Recorriendo el páramo

Por fin, después de varios Domingos con viento, barro y lluvia, o amenaza de ella; hemos podido disfrutar de una mañana soleada, si bien fresquita en las primeras horas, pero estupenda para rodar en bici. Hicimos una cantidad alta de kilómetros, pero el terreno no tenía dureza, así que todos los factores se unieron para lograr pasar unas horas muy agradables en buena compañía.

El frío se dejó notar nada más salir de casa. Era la primera mañana de este otoño en la que nos aproximábamos a los cero grados, en concreto los termómetros marcaban 2º. Pero eso no impidió que estuviéramos a la hora prevista casi todos los habituales. No demoramos la salida, enseguida nos pusimos a pedalear, atravesando parte de la ciudad y saliendo de ella por el barrio de La Villarina. Un buen camino con un suave ascenso continuo nos llevó hasta cerca de Valcabado. 

El sol ayudaba, y mucho, a que esos pocos grados matutinos parecieran más, pero las manos, pese a los guantes, sí daban muestras de la temperatura real. 

En las proximidades de Valcabado giramos a la derecha para cambiar de dirección e ir dirigiéndonos hacia un paso elevado sobre la autovía. Poco después de atravesar este terminamos saliendo a la carretera local que une Monfarracinos y Cubillos. Nos incorporamos a ella y rodamos en dirección a esta última localidad. Cuando llegamos a ella pasamos por debajo de la abandonada vía y giramos a la derecha, callejeamos por el pueblo y terminamos saliendo de este por un camino que nos pareció inédito para nosotros. 


De vez en cuando surgía alguna subidita que ayudaba a combatir los últimos resquicios del frescor de la mañana.


Rodamos a buen ritmo a lo largo de una larga recta de unos cuatro kilómetros. A ambos lados del camino grandes superficies recién sembradas de cereal o en barbecho. Las primeras estrenando verdor después de tantos meses del color propio de los secanos. Daba gusto verlas.



En las proximidades de Moreruela de los Infanzones, cambiamos ligeramente de dirección, pero enseguida enfilamos otra larguísima y llana recta. Como la orografía acompañaba y se podía hablar sin perder el resuello, en esos kilómetros nos dio tiempo a charlar los unos con los otros para ponernos al día de las novedades familiares o laborales, a contar algún chascarrillo o reírnos de la ocurrencia de alguno. Incluso hubo tiempo de hacer "autorretratos".


Y así, sin casi darnos cuenta empezamos a ver desde varios kilómetros la figura de un silo. Poco después empezamos a adivinar en el horizonte las siluetas de algunas edificaciones y de la torre de un campanario. No tardamos mucho en llegar a las primeras viviendas de Piedrahíta de Castro.


Como casi siempre que atravesamos una localidad, recorrimos algunas de sus calles y pasamos junto a la iglesia, por si merece la pena. Dejamos atrás las últimas casas tomando la carretera de Pajares pasando por una paso elevado que deja bajo su estructura la antigua línea férrea "Ruta de la Plata". Viendo su estado de abandono de nuevo surgió nuestra reivindicación: aprovechar esta infraestructura para realizar una Vía Verde, como se ha hecho en un buen número de provincias y comunidades autónomas para reactivar zonas deprimidas aprovechando vías férreas en desuso.



Enseguida abandonamos el asfalto para volver a la tierra y comenzar a rodar por otra enorme recta de unos cuatro kilómetros que, además, no podía ser más llana.



Tras la inmensa llanura, y ya con Cerecinos de Carrizal a la vista, giramos a la izquierda noventa grados para continuar por un camino de buen firme también, pero con perfil de sábana, es decir varias ondulaciones consecutivas. 


Finalmente llegamos a una carretera local que une Aspariegos con Piedrahíta y empezamos a rodar con ella hacia Cerecinos. 


Ya en el pueblo, como siempre, hicimos un pequeño tour por algunas de sus calles y nos dirigimos a la iglesia, que no merece parada como monumento, pero sí para hacer un pequeño descanso. Después de unos diez minutos volvimos a subirnos a las bicis, seguimos recorriendo el pueblo y salimos de él enseguida.


Después de unos dos kilómetros hicimos un giro hacia la izquierda y de nuevo nos situamos en una enorme recta, pero adornada de algunos pliegues que lograron estirar el grupo.


Desde las partes más altas merecía la pena mirar a uno y otro lado para contemplar el manto verde que ocupaba prácticamente todo el horizonte.



La recta terminó saliendo a un camino al que nos unimos girando a la derecha. Este lo hemos recorrido muchas veces porque sube desde Benegiles hasta un teso y recorre este hacia el término de Torres de Carrizal. 


Al llegar a una confluencia de varios caminos escogimos el de nuestra derecha que es un descenso bastante pronunciado que termina en un pequeño puente que atraviesa el río Valderaduey, en las inmediaciones de Torres del Carrizal.


Salimos de este pueblo por la carretera que va hacia la de Villalpando. Rodamos por ella como un kilómetro, tras el cual giramos a la derecha para enfrentarnos a, cómo no, otra larga recta con un ascenso continuo, que apenas bajó el alto ritmo que traíamos desde Cerecinos. Después de la recta volvimos a la izquierda para seguir por un camino que nos llevó, pasando de nuevo cerca de Cubillos, hasta Monfarracinos.


Atravesamos esta localidad de lado a lado y cruzamos la carretera de Villalpando siguiendo por un camino sin cambiar la dirección que traíamos. Poco después hicimos un giro de noventa grados y seguimos rodando hacia Zamora, pasando primero por debajo de la autovía y después atravesando el barrio de Las Llamas. 

Llegamos a buena hora a la capital, una hora ideal para sentarse en cualquier sitio a tomar una cañita y comentar los pormenores de la ruta o planes para alguna futura, pero hoy tampoco pudo ser. La seguimos apuntando en el "debe" del año 2020.

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