11 de diciembre de 2021

Península del Casal y Mirador de Castil de la Cabra, a pie

De un día para otro planeamos hacer dos rutas de senderismo en este sábado de diciembre. Tres horas y tres kilómetros separaron la una de la otra pero han sido absolutamente distintas, como si hubieran sido realizadas en días diferentes y lugares alejados. Tan solo había un nexo en común, el río Esla.



Como la distancia a recorrer no era mucho decidimos no madrugar, así que quedamos para salir de Zamora a las 11. Eso sí, algunos decidieron verse un rato antes en una chocolatería para tomar fuerzas antes de salir. 

Unos minutos antes de partir perdimos a una de las caminantas por motivos de una urgencia en el trabajo. El resto partimos hacia Muelas del Pan. Abandonamos la N-122 en la salida que indica Muelas del Pan/Presa de Ricobayo. Nada más abandonar esa carretera, nos desviamos a la derecha, antes de hacer el Stop, para tomar la ZA-L-2429, que va hacia Almendra y Valdeperdices. Como 1,7 km después, en un camino que parte a la izquierda, aparcamos los coches y comenzamos a caminar hacia la Península del Casal.

Habíamos salido de Zamora con niebla alta, pero antes de llegar a nuestro destino había ido bajándose algo más. En los primeros metros todos nos abrigamos. Esas nubes bajas no habían permitido subir las temperaturas y el poco viento existente nos daba de frente, así que la sensación era fría. 

Los primeros quinientos o seiscientos metros los hicimos por el camino que partía donde aparcamos los coches. Salimos a otro camino en el que giramos a la izquierda para, enseguida, volver a la derecha y tomar el camino que ya no abandonaríamos hasta llegar a la punta de la península a la que nos dirigíamos. 

En alguna zona encontramos más barro del esperado, pero fueron dos o tres pequeños tramos, el resto del camino estaba bien, un buen firme para caminar o rodar con bicicleta.


Aproximadamente después del primer kilómetro y medio comienza un descenso continuado de casi un kilómetro de duración con unas vistas espectaculares: al frente el embalse, a la izquierda el puente de la N-122 para salvar dicho embalse y a ambos lados monte bajo, principalmente jara. 


Al terminar este descenso se comienza a recorrer la península propiamente dicha. Hay una pequeña vaguada y después una ligera subida que lleva al punto más alto de la misma y desde donde hay una bonita panorámica de toda la zona. Con el embalse con más agua seguro que luce más, pero aún así merece la pena.


Allí mismo, en la punta de la Península del Casal, descansamos unos minutos, hicimos fotos y también nos hicimos una de grupo, para dejar constancia de que estuvimos allí.


Durante el transcurso de la caminata la niebla fue ascendiendo cada vez más y ya logramos ver el sol tras algunas nubes, pero no terminaba de acabar de lucir. Aún así, la luz ya iba cambiando y percibíamos que era cuestión de poco tiempo que terminara por salir para llenarlo todo de color. 


Comenzamos a ascender por el mismo camino por el que bajamos y la pendiente, de media de un 10%, empezó a dejarse notar en nuestros cuerpos en forma de calor. Todo el mundo comenzó a desprenderse de ropa al tiempo que empezaba a sudar. 


Mirando hacia nuestra derecha nos llamó la atención la densa vegetación que había en la zona, como ya dijimos, jara fundamentalmente, pero también alguna que otra encina.


El sol iba arrastrando lejos a las nubes, comenzaba a asomarse ya sin timidez y hacía que el paisaje que estábamos viendo en la subida no se pareciera en nada al de la bajada de unos minutos antes.



Como la ascenso había hecho una selección natural, y cada cual había subido a su ritmo en pequeños grupos, una vez en el llano se mantuvieron las distancias que separaban a unos de otros y fuimos llegando escalonadamente al punto desde donde habíamos partido, y que era también el final. 

Allí mismo un bíker y una galana sacaron un chorizo que traían ya cortadito en rodajas, cortaron unos trozos de pan, y picamos todos. Ni que decir tiene que nos supo a gloria. Cuando terminamos nos montamos en los coches y nos dirigimos a Ricobayo, donde teníamos concertada la comida, concretamente en el Restaurante Casa Atila. 

Llegamos en poco más de 5 minutos y en Ricobayo ya campaba el sol a sus anchas, así que pedimos el vermut o la cerveza y nos sentamos a disfrutarlo en unas mesas a la puerta del restaurante. Se estaba de maravilla.

A poco más de las 2 entramos a comer y lo hicimos bien, muy bien. Para prepararnos para la ruta de la tarde, pero eso es ya otra historia...

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Eran algo más de las 15.30 cuando terminamos de comer. En cuanto se vaciaron las tazas de los cafés que algunos tomamos, pagamos, cogimos los coches y nos dirigimos a la iglesia de Muelas del Pan. Los poco más de 2,5 km que nos separaban de ella los recorrimos enseguida. En pocos minutos estábamos ya todos dispuestos a comenzar, y así lo hicimos. 

Allí mismo vimos un cartel indicativo de una ruta circular que se puede hacer, coincidiendo el primer tramo con el recorrido que íbamos a hacer nosotros, desplazarnos hasta el Mirador de Castil de la Cabra.


El recorrido parte de en frente de la iglesia. Hay un pequeño cartel de madera que indica "Arribanzos del Esla". El camino que se coge no puede ser más bonito, estrecho, entre paredes de piedra y alfombrado de verde.


Este camino termina en una pista a la que nos unimos girando hacia la izquierda. Continuamos por esta unos doscientos metros y de nuevo giramos, pero esta vez a la derecha. 


Poco después llegamos a una zona algo más alta desde donde pudimos contemplar una buena panorámica de la zona a la que nos dirigíamos. Parecía mentira que estuviéramos separados del paraje donde habíamos estado por la mañana unos tres kilómetros, porque nada tenía que ver lo uno con lo otro. 

Tocó hacer de nuevo un giro a la derecha y comenzamos a descender por una senda de excelente firme. En la bajada fuimos encontrando, sobre todo a nuestra derecha, grandes masas de rocas y alguna que otra piedra caballera.


Vistas en las fotos, sin un objeto cotidiano con el que comparar, no representan ni mucho menos, su tamaño real.


El camino se fue estrechando y llegamos a una vaguada. Allí nos dirigimos a la izquierda y, tras una suave y corta subida, comenzamos un descenso más empinado que terminaba en una zona en la que costaba ver el camino. Finalmente terminamos cruzando el cauce seco de un riachuelo. Continuamos en paralelo a este lecho y, cuando él inicia un giro a la derecha, nosotros nos dirigimos justo al lado opuesto, encontrándonos enseguida con un rudimentario y precioso puente que tuvimos que cruzar.


Al echar la vista atrás vimos en toda su grandeza la masa de rocas más grande de la zona, guardando todas ellas un difícil equilibrio, el mismo en el que, probablemente, lleven asentadas siglos.


Al otro lado del puente nos esperaba un estrecho sendero, apenas visible porque la hierba tiende a cubrirlo, y también el sol, que nos daba justo en los ojos y apenas nos dejaba ver.


Fuimos ascendiendo poquito a poco una ladera y al llegar a la parte más alta comenzamos a descender ligeramente. Donde no veíamos el camino nos guiábamos por las piedras apiladas que indican al caminante por donde seguir. De este modo llegamos enseguida al mirador. 

La vista desde allí de los Arribanzos del Esla es magnífica. Además, con la luz del momento parecía talmente un río de plata. 


Unos minutos después logramos colocarnos para hacernos una foto de grupo, pero no nos demoramos más porque en este tiempo las tardes son muy cortas y el sol se va enseguida, así que, tras la foto comenzamos el regreso.


Eso sí, antes subimos a una pequeña elevación que hay junto al mirador para contemplar las vistas desde allí. Espectaculares también, y con la particularidad que desde ese punto, y mirando hacia la derecha, también se ve el otro tramo del río, el comprendido entre el mirador y la presa de Ricobayo.


Descendimos de la montañita y desandamos el camino que habíamos hecho a la ida. En el cómputo final ahora tocaba subir algo más, pero se hace sin ninguna dificultad. 


Al llegar a uno de las intersecciones por las que habíamos pasado en el camino de ida, tomamos la opción diferente a la que habíamos traído. La diferencia era que en vez de subir hacia Muelas por la derecha, lo hicim,os por la izquierda.


La luz se iba yendo poco a poco pero logramos llegar a la iglesia justamente para disfrutar de sus últimos estertores. Y está claro que quiso despedirse como lo merecía el día que habíamos pasado, a lo grande...


Aprovechando que el templo estaba abierto, los más curiosos se acercaron a ver su interior. Al salir nos despedimos y los bicicleteros quedamos para la consabida cita dominical. 


Desde allí mismo, la explanada de la iglesia, fuimos partiendo para nuestras casas, poniendo así fin a un bonito día de disfrute del paisaje, de la naturaleza y de la compañía.


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