Aunque la excusa de nuestro viaje a Arouca, distrito de Aveiro (Portugal), era recorrer (caminando) las Pasarelas del Paiva y cruzar el Puente 516 Arouca (uno de los puentes colgantes peatonales más largos del mundo), no podíamos perder la oportunidad de recorrer la Serra da Freita, esa que da abrigo a la villa de Arouca y que ha resultado ser todo un descubrimiento.
En el planning de nuestra estancia en Arouca la ruta en bici iba a ser el lunes, día 31 de octubre, pero la previsión era malísima e iba a llover toda la mañana, así que la pospusimos para el día siguiente, que se preveía que iba a hacer sol. Y así fue, el 1 de noviembre amaneció con algunas nubes y sol. Eso sí a las 8.00 de la mañana, cuando partimos, la temperatura era fresquita, nueve grados.
De los cuatro que íbamos a realizar la ruta, uno se nos cayó de la lista por problemas estomacales, así que, finalmente, solo fuimos tres los que la hicimos. Salimos de la casa donde nos alojábamos en Burgo, un barrio de Arouca. Enseguida cogimos un carril bici (ecovía en portugués) trazado en torno a una ribera. El comienzo no podía ser más bonito, desde luego.
El recorrido por ese fue corto porque terminamos accediendo a una carretera local. Continuamos por esta unos cuatro kilómetros en un ascenso continuo que nos llevó a atravesar dos pequeñas poblaciones, si bien íbamos encontrando casas ininterrumpidamente. Realmente todo nos recordaba a Galicia, la diseminación de las viviendas, los eucaliptos que lo han invadido todo, el verde... Incluso los hórreos, si bien los propios de esta zona son más estrechos que los gallegos.
Sin apenas treguas continuamos ascendiendo. Este hecho no nos sorprendió porque sabíamos que teníamos que subir unos mil metros en poco más de 20 km, ya que los últimos iban a ser todo descenso. Atravesamos zonas más despejadas, con hierba y algún otro árbol a un lado u otro del camino, pero también nos adentramos en zonas boscosas. En estos primeros kilómetros fundamentalmente repletas de los eucaliptos, especie que también aquí ha sustituido, por obra y gracia de la mano del hombre, a las especies autóctonas.
A pesar de la gran sequía que ha asolado a media Europa desde la primavera, nosotros íbamos encontrando rastros de agua por todas partes. Y que gusto nos daba verla correr, desbocada por improvisados regatos, o encauzada en pequeños ríos, como el que encontramos bajo un puente que tuvimos que atravesar poco después del kiómetro 5.
Algo más adelante nuestro track nos indicó que había que desviarse a la izquierda. Lo hicimos y nos topamos con una rampa con bastante inclinación que estaba presidida por profundas roderas y mal firme, pero pudimos con ella. En esta zona aún había algunos eucaliptos pero también pinos y monte bajo.
Tanto subir tenía que tener algún premio y encontramos este mirando al valle por un hueco que había entre la vegetación. Allí sorprendimos a varias nubes que aún no habían escapado del sol.
Poco después encontramos una gran losa de pizarra en la que se indicaba Serra da Freita. No sabemos si como información o para señalar que era ahí donde realmente comenzaba.
Poquito a poco nosotros seguíamos a lo nuestro, pedaleando y ascendiendo. Uno de los bíkers nos iba informando de los metros que nos íbamos engullendo y gustaba, a pesar del esfuerzo, ver como iban disminuyendo.
Cuando la vegetación lo permitía podíamos contemplar el valle, ya disipadas la mayoría de las nubes y, de algún modo la vista compensaba el esfuerzo.
Finalmente llegamos a la parte más alta de la montaña en la que nos encontrábamos y, por fin, pudimos volver a ciclar. Enseguida un gran charco nos recordó que en los días anteriores había llovido mucho.
Y, para que la experiencia fuera más gozosa, de vez en cuando adornaban los laterales del asfalto con imágenes como esta:
No mucho después empezaron a aflorar en el camino rocas que hacían imposible la ciclabilidad. No nos quedó otra que tirar de las bicis. De vez en cuando surgían unos metros que nos permitían volver a pedalear, pero enseguida aparecían más rocas y no quedaba otra que volver a echar el pie a tierra.
Para compensar hay que reconocer que había zonas en las que el suelo estaba bonito, con un buen abanico de ocres representado por las hojas secas. Además, estas contrastaban con el verdín que cubría parte de las piedras.
No sabríamos calcular qué distancia cubrimos con la bici de la mano, pero probablemente como un kilómetro entre unos tramos y otros.
El camino nos llevó hasta una carretera. Después del mal rato recién pasado agradecimos enormemente podar rodar deprisa, sin esfuerzo y con buen firme.
Y unos metros más adelante giramos noventa grados a la derecha para continuar por un camino, ascendente en los primeros metros, y descendente poco después.
Ya en ella pronto nos encontramos con algunos ejemplares de vaca de la raza autóctona arouquesa. Un animal muy versátil ya que sirve para producir lecha, excelente carne y para trabajar. Tiene corpulencia media, pelaje castaño, temperamento dócil y cuernos dirigidos hacia el frente, primero hacia abajo y después hacia arriba.
Abandonamos el carril bici y terminamos en la Rua 25 de abril, la calle más importante de esta localidad. Enseguida vimos el rótulo con su nombre preparado para los photocall y decidimos hacer una parada para hacernos una foto.
Los dos kilómetros y medio que nos faltaban los hicimos por la parte nueva de Arouca y, además, muy rápidos.
Nada más llegar aprovechamos una manguera de la casa para dar un lavado rápido a las bicis. Seguidamente nos duchamos y en cuanto pudimos salimos en coche hacia la zona donde habíamos estado porque nos esperaban para comer en un restaurante las Galanas y el Bíker que había tenido problemas estomacales y, seguidamente, visitar otro atractivo de la zona: As pedras parideiras.
Para descargar la ruta haz clic en el logo de Wikiloc.
Powered by Wikiloc
No hay comentarios:
Publicar un comentario