Sayago es una de nuestras comarcas favoritas y llevábamos algunas semanas intentando hacer un recorrido por ella pero lo habíamos ido aplazando. Hoy pudimos llevarlo a cabo y, aunque lo presentíamos, hemos venido algo decepcionados porque la sequía ha agostado muchas praderas y ha secado muchas riveras. Aún así, Sayago nos sigue encantando.
De nuevo, "por pitos o por flautas" volvimos a ser un equipo exiguo, tan solo cuatro pudimos acudir a esta cita. Madrugamos para no estar agobiados después y poquito más tarde de las 8.30 h estábamos saliendo en dos coches hacia Fadón. A las 9.10 h iniciamos la marcha junto a la iglesia de esa localidad.
Salimos del pueblo por el llamado Camino de Fadón, que nos llevó hasta la carretera de Fermoselle. La cruzamos y continuamos de frente por una de esas pistas sayaguesas por la que se rueda de maravilla. Empezamos a disfrutar porque la mañana estaba preciosa, el cielo despejado y unos 10º de temperatura, con prendas de ligero abrigo era suficiente para ir a gusto.
A nuestro paso fuimos encontrando lo que sería la tónica de toda la mañana, zonas más verdes (en las pequeñas vaguadas o en las cercanías de las riveras) y zonas en las que todo empezaba a estar agostado por la sequía y el calor que ha habido a destiempo.
Los seis kilómetros que separan Fadón de Piñuel los recorrimos enseguida ya que la única dificultad, por llamarla de algún modo, era que el perfil de este tramo era ligeramente ascendente. Justamente antes de entrar al pueblo nos unimos a la carretera que lo cruza.
Hicimos un pequeño recorrido por sus calles para, como suele ser habitual, pasar por la iglesia, que suele coincidir, además, con la parte central de cualquier localidad. El templo posee una especie de galería de ventanas con tejadillo que ya hemos visto en otras iglesias de Sayago.
Dejamos atrás esta localidad para ir hacia Torrefrades. Nos separaban unos cinco kilómetros, que por carretera habrían sido poco más de tres, pero siempre que es posible nos gusta ir por caminos y, en este caso tuvimos que rodear bastante para lograrlo.
El camino, en un principio, no era una pista pero se rodaba bien por él. Tuvimos que realizar varios cambios de dirección y frente a nosotros, prácticamente en todo momento, tuvimos tierras sin cultivar, escasos árboles y las típicas paredes sayaguesas cercando las propiedades.
El camino fue ganando presencia a medida que nos acercábamos a la siguiente localidad e íbamos rodando perfectamente.
Una cruz junto al camino nos informó de que el pueblo se encontraba cerca, ya que estas suelen formar parte de los viacrucis que parten de las iglesias de cada pueblo y terminan junto a la última cruz, que nunca está muy alejada de la localidad.
Y, efectivamente, enseguida nos encontramos con las primeras casas. Recorrimos el pueblo de lado a lado, pasando por la llamada Casa de Viriato. No hay nada que pruebe que el famoso pastor que se enfrentó a los romanos naciera allí, pero esta localidad es considerada por los sayagueses como su cuna. En el dintel de esa casa figura la inscripción "Casa de los Bioriatos"
. Actualmente está restaurada y se usa como Casa de Cultura. También pasamos junto a la iglesia, que no está muy lejos de la Casa de Viriato.
Los siguientes kilómetros, unos once hasta la siguiente localidad, fueron bastante variados. En ellos pudimos rodar por una buena pista que, en algunos tramos, estaba escoltada por árboles y bastante vegetación.
Más adelante el camino se fue diluyendo y terminamos rodando por una pradera en la que apenas había marcadas dos roderas y que discurría entre paredes sayaguesas.
Y, finalmente, ya cerca de nuestro siguiente destino, Pasariegos, volvimos a rodar por una estupenda pista que, al tener un ligero descenso, permitía avanzar a una buena velocidad.
Y, finalmente llegamos a Pasariegos. No habíamos tomado la precaución de apuntar los nombres de las localidades por las que íbamos a pasar, así que al llegar a este no sabíamos su nombre. Pasamos junto a la iglesia, que posee una bonita espadaña, ancha, austera, de piedra sayaguesa.
Dejamos atrás las últimas viviendas del pueblo yendo hacia la derecha, donde nos encontramos a dos espectadores de excepción. Salimos de la localidad por carretera y eso nos permitió ver el cartel que anunciaba su nombre. Estábamos dejando atrás Pasariegos.
Después de recorrer por esta carretera local poco más de un kilómetro llegamos al cruce de esta con la de Fermoselle, pasamos al otro lado y continuamos por un camino ligeramente ascendente. A ambos lados del mismo había grandes rocas, algunas con caprichosas formas.
Pasamos un paso canadiense y, tras él, a ambos lados del camino había cientos de vacas en un cercado paciendo a sus anchas.
Los kilómetros avanzaban a buen ritmo, ayudados por las bondades del camino, y en poco tiempo empezamos a ver bastantes edificios. En un primer momento creímos que era Bermillo, pero enseguida nos dimos cuenta de que era Muga de Sayago.
Recorrimos algunas calles y en una, frente al colegio, vimos estas sillas tan coloridas cumpliendo la misión de sustentar otras tantas macetas.
Pasamos también junto al elegante Ayuntamiento, que se encuentra en la plaza, donde nos pareció ver que estaban montando tres terrazas. Si cada una se corresponde a un bar, al menos podemos decir que en este pueblo hay algo de vida...
También pasamos junto a la iglesia, de un tamaño mucho mayor que las que habíamos visto en las otras localidades por las que habíamos pasado.
Así mismo rodamos por la calle donde se encuentra el IES José Luis Gutiérrez y el Parador (o Paraje) de Sayago, lamentablemente cerrado desde la pandemia.
Salimos del pueblo cruzando la carretera y yendo hacia el cementerio, más adelante cambiamos de dirección y comenzamos a rodar por un camino con tan solo dos roderas.
A medida que avanzábmos había más vegetación y el camino se iba perdiendo, terminando comido por esta.
Nos costó rodar en esa zona, pero a medida que nos íbamos alejando de lo que había sido un humedal, la vegetación era más baja y, poco a poco, el camino volvió a aparecer.
A medida que continuamos avanzando el verde fue dejando paso al amarillento, más propio de junio que de comienzos de mayo.
La distancia entre Muga y el siguiente pueblo era de unos cinco kilómetros, en los que invertimos algo más de tiempo del previsto porque ese tramo que nos ofreció algunas dificultades. Al llegar, de nuevo nos ocurrió como en Pasariegos, que no sabíamos el nombre. Por suerte encontramos a una mujer paseando y le preguntamos. Nos dijo que era Villamor de la Ladre.
Por el mero hecho de vernos le dimos una gran alegría según nos confesó. También nos dijo que hacía ese paseo a diario y nunca se encontraba con nadie, así que vernos le había encantado. Y nosotros felices también de haber contribuido a regalarle un buen momento.
Pasamos, cómo no, junto a la iglesia e hicimos un buen recorrido por la localidad. Una mujer salió a su puerta a dejar algo y nos comentó también: ¡Qué gusto ver tanta gente en el pueblo! Qué necesitados están nuestros pueblos de vida si consideran "tanta gente" a cuatro ciclistas...
Abandonamos este pueblo girando hacia la derecha para tomar, de nuevo, un buen camino. Recorrimos unos dos kilómetros, hasta llegar al paraje llamado, curiosamente, Los cinco mandamientos.
Nos encontramos con una cancela. La abrimos, pasamos, la cerramos y comenzamos a rodar por una pradera. Un paraje idílico, incluso con dos caballos blancos, que parecían puestos de atrezzo para que fuera más bonito aún.
Poco después comenzamos a oír ladrar a un mastín. Miramos para atrás y vimos que corría hacia nosotros. Una pena no haber cronometrado lo que tardamos en recorrer los siguientes quinientos metros porque habríamos marcado un récord. Finalmente se cansó al comprobar que estábamos tremendamente fuertes. Pero eso sí, con las prisas nos habíamos salido de nuestro track, así que tocó buscar una alternativa que no tardó en aparecer.
Enseguida volvimos al camino que debíamos llevar . Poco después, algo antes de llegar a la siguiente localidad, un rebaño nos tapó el paso. A la cabeza iban una veintena de corderos que, en cuanto nos vieron cerca se alborotaron logrando que todo el rebaño se diera la vuelta. Nos echamos a un lado para que se calmaran y poco a poco se fueron confiando y pudimos pasar sin "liarla".
Y muy poco después estábamos ya a los pies de Bermillo de Sayago. Allí encontramos una de las pocas charcas que hemos logrado ver hoy.
Realizamos un extenso recorrido por "la capital" de Sayago y, como no podía ser de otro modo, pasamos junto a la iglesia y la coqueta plaza donde se encuentra el Ayuntamiento.
Abandonamos Bermillo por un camino junto al que descansaba un bonito burro que, al sentirnos, interrumpió su siesta y se levantó para vernos pasar.
El camino pronto nos sacó a una carreterita local, la que une Bermillo con Fresnadillo. Nos incorporamos a ella y no la dejamos hasta llegar a esa localidad ya que, al trazar la ruta, no encontramos alternativas por camino.
El viento, sin ser demasiado fuerte, llevaba ya tiempo molestándonos, pero lo notamos mucho más al rodar más rápido y porque lo llevábamos casi, casi, en contra.
Los siete kilómetros que recorrimos por el asfalto los hicimos rápidos, a pesar del molesto viento. El perfil era ligeramente ascendente hasta la mitad del recorrido y después lo contrario. Tres de nosotros fuimos haciendo relevos y conseguimos velocidades altas.
Por ello llegamos a Fresnadillo en poco tiempo. Pasamos cerca de la iglesia, en cuya plaza hay un gran morera ("La moral" la llaman), viejísima a tenor de su tamaño, cuyas enormes ramas están sustentadas por recios puntales de granito sayagués.
Dejamos atrás el pueblo por un camino, si bien, el recorrido elegido cambiaba varias veces de dirección. Más adelante el camino se fue cerrando por la vegetación existente.
De nuevo se intuía la presencia de agua por la zona. Igual que en anteriores ocasiones, poco a poco fue disminuyendo la vegetación y el camino volvió a su ser.
También volvimos a encontrar alguna cancela más pero, como todas las demás, se podía abrir y cerrar perfectamente.
Cruzamos una carreterita y continuamos. De nuevo una estupenda pista nos esperaba para rodar a gusto, y vaya si lo hicimos...
Más adelante nos desviamos hacia un camino de menor importancia que nos llevó a cruzar por un puentecillo sobre la rivera de la Mora, la única que encontramos con un poquito de agua.
Como cien metros a su derecha había otro pequeño puente, nos acercamos hasta él, pero bajo sus losas no corría el agua. Recordábamos una vez que también habíamos pasado junto a él y a sus pies había un auténtico manto de florecillas blancas sobre el agua que discurría bajo sus piedras.
Volvimos de nuevo al camino y no tardamos en llegar a otro pueblo. Creíamos que se trataba ya de Fadón, así que nos olvidamos del track y fuimos hacia la torre de la iglesia. Al llegar a esta vimos que nos habíamos confundido porque allí no estaba el coche que habíamos dejado junto a ella, ni era el mismo lugar. Al mirar a nuestra espalda reconocimos la galería de una casa y supimos que estábamos en Gáname.
Dimos media vuelta y nos dirigimos a retomar el track donde nos habíamos separado de él, a la entrada del pueblo.
Salimos de Gáname por un camino en el que, poco después, encontramos una fuente "romana" y, tras ella, una pequeña charca cubierta de las características flores.
Tras hacer unas fotos continuamos adelante. El camino iba entre paredes y estaba poco marcado, pero no tardamos en salir a otro de más importancia, el llamado Camino de Fadón.
Siguiendo este, en poco tiempo vimos ya las primeras viviendas de, ahora sí, Fadón, y es que tan solo unos tres kilómetros separan ambas localidades.
Siguiendo el track llegamos a la iglesia. Enseguida nos desprendimos de todos nuestros "atripechos", cargamos las bicis y, al terminar, siguiendo nuestra costumbre, nos dirigimos a un bar para tratar de dejar "algo" en el pueblo que nos ha acogido para la ruta.
Paramos en uno que hay junto a la carretera de Fermoselle, en cuya terraza se estaba de maravilla, y allí nos tomamos una cervecita que nos supo a gloria. Terminada esta regresamos a los coches y caminito a Zamora.
Para descargar la ruta haz clic en el logo de Wikiloc.
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