Cuando el tiempo está desapacible, hace viento, amenaza lluvia, está fresco... y, además, hay barro por todas partes, hay que reconocer que da cierta pereza madrugar, ponerse la "ropa de faena" y salir con la bici. Pero casi siempre sucede lo mismo, al terminar uno se dice a sí mismo: ha merecido la pena, menos mal que venciste la pereza. Hoy todos nos lo hemos dicho.
La convocatoria para hoy a las 9.30 tuvo poco éxito. Esa pereza de la que hablábamos sedujo a algunos y permitieron que les envolviera con sus argumentos. Otros estaban excusados por motivos de viaje. Total, que solo tres bíkers acudimos a la cita.
Se esperaban vientos de cerca de 40 km/h y rachas de casi 60 km/h, así que planificamos una ruta para ir contra el viento y venir con él empujándonos. El destino: Almaraz de Duero.
Partimos de la Ciudad Deportiva y fuimos bordeando el río, pero al llegar a la Cuesta de Pizarro ascendimos por ella para que el cuerpo entrara en calor, rodamos por el casco antiguo, bajamos por San Martín y enfilamos hacia Valorio por Doctor Fleming. Al llegar a la entrada del bosque vimos que estaba precintada a causa del viento así que continuamos. En la siguiente entrada la cinta estaba en el suelo, pasamos y enseguida dejamos atrás las arboledas porque ascendimos hasta el Alto de San Isidro, desde donde continuamos por el llamado Camino del Monte.
Por él continuamos hasta llegar a la altura de Guimaré, momento en el que giramos a la izquierda para ir hasta la carretera (N-122). Al llegar a ella pisamos unos metros el asfalto y enseguida nos pusimos en paralelo a ella, rodando por un camino con ligero ascenso que nos llevó hasta la gasolinera.
Al llegar a esta cruzamos la N-122 para seguir por una vía de servicio y un camino que surgen a la izquierda. El camino nos llevó hasta donde comienza una especie de urbanización. Justo allí nos desviamos a la derecha para empezar a ciclar por el Cordel Sanabria Zamora, una vía pecuaria que pastores y ovejas trashumantes recorrían para pasar los meses secos en esa comarca.
Hasta ese momento, a pesar de todo lo que ha llovido en las últimas semanas, no habíamos visto barro, pero en este camino enseguida nos encontramos con él. En realidad fue una falsa alarma porque algunos charcos vimos pero, en general, la tierra había drenado bien.
El viento molestaba pero era llevadero. Fuimos avanzando y el camino se fue estrechando y transformando convirtiéndose en un bonito sendero bordeado de encinas y matorrales.
Pronto nos encontramos con una "V" enorme, con una bajada muy inclinada y la posterior subida similar. Descendimos con cuidado porque el terreno estaba resbaladizo y muy roto por las zanjillas abiertas por el agua de las lluvias.
A pesar del cuidado, el que iba el primero se fue al suelo. Fue un acto organizado y perpetrado por su bici, que se empeñó en mantener la rueda trasera por la parte baja del camino mientras que él trataba de llevar ambas ruedas por la parte alta. El resultado fue que lo tiró, pero sin consecuencias, salvo que se le partió el cordón del cierre Boa de su zapatilla (si donde estén los cordones de toda la vida...).
Mientras se apretaba la zapatilla pudimos admirar el terreno que teníamos alrededor y no parecía en absoluto que estuviéramos a escasos 10 km de Zamora.
Al llegar a la vaguada nos encontramos que el camino seguía por una zona casi cerrada por las zarzas y era atravesado por el Arroyo de la Fresneda. Estudiamos el terreno y vimos que la corriente de agua era poca profunda, así que continuamos adelante.
Pero duramos poco sobre la bici porque enseguida nos enfrentamos a una subida imposible, por su inclinación y por el terreno suelto. Hubo que tirar de la bici unos cien metros pero con tanto ascenso se nos puso el corazón en la boca. Nos cansó más esa subida que cualquiera de las que tuvimos que ascender después montados sobre la bici.
En cuanto pudimos subimos de nuevo en nuestras bicis y, aunque la subida continuaba, ya era accesible.
Seguimos encontrando charcos pero siempre había un paso para poderlos esquivar y donde nos los había tampoco había barro.
La subida terminó como dos kilómetros después del arroyo, justo frente al cruce que va a El Campillo. Allí abandonamos el Cordel y nos unimos a otro camino más importante que surgía a nuestra izquierda.
Al ser una zona más alta y despejada empezamos, en mayor medida, a sufrir el viento en nuestras carnes. No sabríamos decir qué resultaba más molesto, si el freno continuo que supone o el zumbido constante en los oídos, que impide incluso escuchar a quien llevas al lado.
Después de unos tres kilómetros rodando por ese estupendo camino, nos desviamos a la izquierda para seguir por otro similar que pasa junto a las llamadas Casas Nuevas de Monte Concejo, pero que hoy son solo ruinas.
Poco después nos desviamos de nuevo, en esta ocasión hacia la derecha, para seguir por otro camino en el que nuestras ruedas empezaron a acumular una ligera capa de barro. Menos mal que todo se quedó en el susto. El camino terminó al empalmar con la carretera que une la N-122 con Almaraz.
Nos incorporamos a ella justo donde empieza la enorme "V" que atesora. Y bajar, bajamos divinamente, con la inercia iniciamos la subida, pero cuando esta se terminó aún quedaba mucha subida por delante.
Un poco antes de "coronar" nos desviamos a la izquierda, volviendo a un buen camino por el que rodamos poco, porque unos cientos de metros después realizamos otro giro, a la derecha esta vez. El nuevo nos recibió con una sugerente y larga cuesta abajo, pero traía "premio", le seguía una cuesta arriba también muy larga, que nos gustó menos. A esa primera "uve" le siguieron otras dos más, y a todo esto el viento queriendo ser mayor protagonista que las subidas...
Ese tramo, sin duda, fue el más duro de todo el recorrido, pero no podía ser eterno, así que después de la última subida vimos que la bajada desembocaba de nuevo en la carretera que va a Almaraz.
Nada más incorporarnos al asfalto nos dimos cuenta de que uno de los bíkers llevaba la rueda trasera casi en el suelo. Como ya divisábamos Almaraz fuimos hasta la entrada y allí, resguardados del viento por el frontón, la hinchamos.
Nos demoramos poco y en cuanto solventamos el problema volvimos a las bicis. Entramos de lleno en el pueblo y lo cruzamos.
Al llegar junto a la iglesia giramos a la izquierda y continuamos de frente. Tuvimos que cruzar el regato canalizado que va de un lado a otro de la localidad. Aprovechamos para recorrerlo de arriba a bajo y de bajo a arriba para lavar las ruedas.
Con las ruedas inmaculadas iniciamos una subida que hace una ele y que nos sacó del pueblo. El ascenso terminó al llegar a una encrucijada de caminos. Continuamos por el de frente e iniciamos una bajada, mejor dicho, una super bajada porque a la inercia propia del descenso se unía el empujón del viento.
Tras algo más de un kilómetro bajando y gozando (muchas veces son sinónimos), el camino hace una curva a la derecha que nos sumergió en una zona mucho más frondosa, con chopos, otro arbolado y matorrales. El camino estaba muy otoñal, sembrado de hojas.
Al llegar al kilómetro dos de descenso realizamos un giro a la izquierda y continuamos por una zona más llana, la vega del río, en la que hay cultivos, almendros, y arbolado propio de riberas escoltando al Duero.
Casi cuatro kilómetros después de dejar atrás Almaraz el camino nos llevó a la carretera, la llamada de "Los Infiernos". Nada más incorporarnos a ella tuvimos que ascender, realizamos la consiguiente bajada y nos enfrentamos a una subida más larga que termina en un par de curvas desde donde hay unas estupendas vistas del Duero, en estos días un poco empachado de tantas lluvias recibidas.
En esta zona daba igual que subiéramos, bajáramos o llaneáramos, lo hacíamos todo deprisa porque el viento nos regalaba no menos de 5 o 6 km/h.
Dejamos a nuestra derecha el río y, tras un tramo llano, junto a las llamadas Casas de Valverde, comenzamos una larga subida.
Nos esperaban tres kilómetros con ascensos de entre el 4 y el 8%. Son asumibles, y más por asfalto, así que poco a poco fuimos ganándole terreno y en poco tiempo coronamos. Como casi todas las subidas, había premio al terminarla, un descenso. Pero no duró mucho, porque enseguida nos tocó esforzarnos un poco más y ascender la cuesta de Valdelaloba. Eso sí, fue el último, porque le siguió la larga y empinada bajada que nos llevó, ayudados por la inercia y el viento, casi hasta la misma puerta de la antigua cárcel.
Desde allí continuamos pero más adelante nos desviamos para ir hacia las Aceñas de Gijón, si bien antes de llegar a ellas giramos a la izquierda para seguir en paralelo al río por el bonito camino que va hasta Olivares.
Desde allí seguimos en torno al río hasta la altura del Puente de Piedra, donde nos sumergimos por los Barrios Bajos y continuamos hasta el punto de inicio, que a estas alturas se convirtió en el de llegada. Allí mismo recuperamos hidratos y nos alegramos de haber vencido la pereza y de haber salido, porque, a pesar de todo, habíamos disfrutado.
Para descargar la ruta haz clic en el logo de Wikiloc.
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