13 de febrero de 2022

De la Tierra del Vino a Sayago

Normalmente, cuando hacemos una ruta nos solemos mover por la misma comarca. En esta ocasión hemos recorrido una parte de la Tierra del Vino y desde ella hemos ido a su vecina Sayago. Y de regalo hemos tenido un acompañante no invitado, el viento, que transformó un recorrido que, a priori, era cómodo, en uno de cierta dureza.

Después de muchos domingos despertándonos con sol y cielo raso, hoy algunas nubes se extendían por el cielo y, gracias a ellas, la temperatura era positiva. No llegaba a 5º, pero eso ya es mucho comparado con la temperatura a la que iniciábamos la ruta en las salidas anteriores. 

Alguna lesión, alguna enfermedad, obligaciones electorales, laborales o de ocio, hicieron que solo fuéramos cuatro los que iniciamos la ruta. Partimos del lugar de costumbre y a la hora que suele ser habitual, las 9.30 h. Nos dirigimos al Puente de Hierro, lo atravesamos, callejeamos por Pinilla, cruzamos de Cabañales a San Frontis por el camino del Pastelero y terminamos cogiendo el GR-14.

El tener unos grados sobre cero permitió que, a esas alturas, los dedos de nuestras manos los sintiéramos como nuestros y no helados o medio acorchados. Además, el sol quiso abrirse paso entre las nubes y se asomaba tímidamente para acompañarnos, y se agradecía, vaya que se agradecía...

Cruzamos la carretera que une la de El Perdigón con el Polígono Los Llanos y poco después sufrimos el mal estado del GR-14 en ese tramo. 


Al llegar al Brocal de las Promesas continuamos por el GR-14, así que giramos a la izquierda. En el siguiente cruce abandonamos la Senda del Duero volviendo hacia la izquierda, como si fuéramos hacia Entrala, pero no llegamos hasta este pueblo, sino que algo antes hicimos algunos cambios de dirección para rodearlo por un lateral.

Terminamos saliendo a la carretera de Peñausende, por la que rodamos unas decenas de metros. Enseguida la abandonamos para continuar por un camino que, en un par de kilómetros, nos llevaría hasta las cercanías de El Perdigón.

Pasamos también por un lateral de esta localidad. Antes de terminar de sobrepasarla giramos a la derecha para tomar un camino ligeramente ascendente.

En ese cambio de dirección fue cuando realmente nos percatamos de que venía con nosotros el viento, y no para ayudarnos precisamente. En ese tramo nos daba de frente y, entre él y la ascensión, costaba mantener cierta velocidad. Alguno encontró una rueda generosa a la que aferrarse y viendo lo bien que se iba detrás, hizo lo posible por no separarse.

Una vez culminada la subida comenzó un descenso que se veía terminar con San Marcial en el horizonte. Bajando había que dar pedales para mantener los 20km/h, así que hasta descender nos iba desgastando.

Antes de llegar a San Marcial cambiamos de dirección, girando noventa grados hacia la izquierda para proseguir por un camino paralelo a la Vía de la Plata. Como dos kilómetros más adelante hubo un nuevo giro, en este caso a la derecha, para continuar por un camino poco transitado y nuevo para nosotros.

Dicho camino, con algún cambio de dirección más, terminó por llevarnos hasta la ya nombrada Vía de la Plata.


De nuevo el viento se enfrentaba a nosotros y nos costó realizar más de lo debido el tramo de unos dos kilómetros que recorrimos antes de llegar a Villanueva de Campeán. Unos cientos de metros antes un miliario nos indicaba que, efectivamente, nos encontrábamos en la vía que unió Mérida y Astorga en tiempos de Roma.

Recorrimos algunas de las calles del pueblo, pasamos junto a la iglesia y a la casa rural La Posada Real del Buen Camino, donde bromeamos sobre la posibilidad de poder cargar nuestras bicis, ya que poseen un cargador Tesla y otro para otros vehículos eléctricos, una excelente iniciativa. Finalmente abandonamos la localidad tomando una anchísima pista descendente.

Enseguida percibimos que nos encontrábamos en el centro neurálgico de la Denominación de Origen Tierra del Vino, porque a pesar de estar recorriendo la comarca del mismo nombre, era el primer sitio donde encontrábamos viñas. Y encontramos muchas, más jóvenes y más viejas, sobre el suelo o sobre espalderas, ya podadas o a punto de serlo.


La pista ancha dio paso a un camino más estrecho que terminó por llevarnos hasta una cancela de una dehesa. No fue una sorpresa. Según el mapa habría sido la mejor opción para ir hacia Sayago, pero ya cuando preparamos la ruta vimos que esa cancela existía, así que desde allí tuvimos que trazar sobre el mapa bastantes vericuetos para lograr pasar hacia la otra comarca.

Al llegar a dicha cancela comenzamos a bordear las vallas de la dehesa. En los primeros metros campo a través, después pasando sobre una tierra en barbecho, para terminar por una sembrada.

En total sería como un kilómetro. Continuamos haciendo un giro a la izquierda y enseguida otro a la derecha por una zona también sin camino, pero sin ninguna labor, por la que se rodaba bien, de nuevo entre vides.

Finalmente terminamos en un camino de mayor importancia y con buenas vista que, al tener cierta pendiente y tener el viento detrás, nos hizo volar. Íbamos de maravilla por ese tramo.

Todos estos caminos eran inéditos para nosotros y la incertidumbre de no saber lo que va a venir nos hace disfrutar más. Continuamos unos kilómetros, en concreto hasta San Marcial, protagonizados por sucesivos cambios de camino y de dirección, así que, tan pronto nos daba el viento de costado, como nos daba de frente, o nos ayudaba por la espalda (las menos). 

Justo antes de entrar en este pueblo cruzamos la carretera de Peñausende y nos sumergimos en sus calles.

Después de recorrer unas cuentas terminamos en el camino que va hacia el Puente del Andaluz. De nuevo tocaba sufrir porque el viento nos daba frontolateralmente. Aún así íbamos manteniendo medias bastante dignas.

Sobrepasamos el camino que se dirige a dicho puente y continuamos de frente. Nos dirigíamos a Las Enillas y teníamos por delante aún unos cuatro kilómetros con un único cambio de dirección, una especie de cuatro invertido que debíamos hacer poco después de sobrepasar la mitad de este recorrido.

El último tramo fue una ascensión que, con el omnipresente viento, ganó en dureza. Terminó esta al llegar al Marquesado del Churrero (qué gracia nos hace el lugar...), desde donde iniciamos un descenso que nos permitió contemplar la curiosa formación rocosa que hay junto a Las Enillas, llamada popularmente "El Salto de la Vieja". Se trata de un peñón que está partido en dos mitades por un arroyo que corre encajado en un profundo cañón.

Pasamos cerca de esta formación y del pueblo, pero nosotros continuamos adelante. Antes de llegar a la carretera giramos a la izquierda, continuamos en paralelo a esa y terminamos cruzándola para seguir de frente por un camino ascendente. No tardamos mucho en volver noventa grados a la izquierda para seguir ascendiendo pero con el viento luchando contra nuestro esfuerzo. Los dos tramos siguientes fueron similares, recorrido, giro en ángulo recto, recorrido... Y todos con ascenso incluido.

Después de una larga cuesta volvimos a la derecha y nos encontramos con una larguísima recta tras la que ya se divisaba Pereruela de Sayago.

Al ser una parte cuesta abajo y como el viento soplaba lateralmente nos acercamos a esa localidad en muy poco tiempo. Terminamos llegando a la carretera, la cruzamos y buscamos un lugar a la brigada para tomar algo.


Una preciosa casa abandonada fue nuestro refugio. Nos sentamos en los "poyos" que tenía en el portalón y allí comimos nuestro almuerzo. ¡Cómo se estaba allí de bien!

No estuvimos parados ni diez minutos, así que enseguida volvimos a subirnos a las bicis y a continuar. Prácticamente a las mismas puertas del pueblo ya pudimos comprobar que, efectivamente, nos encontrábamos en Sayago. Sólo había que mirar al suelo.

Abandonamos la localidad, tras sobrepasar ese tortuoso tramo, por una autopista-camino: liso, con el firme típico sayagués, y con ligera tendencia descendente. Encima el viento ayudaba, así que no bajábamos de 35 km/h. A las 12 h. habíamos salido de Pereruela y, a falta de 20 km a Zamora, nos propusimos hacerlos en una hora.

El camino bueno dio paso a otro de peor firme y, finalmente, terminamos entrando en otro que surgió a nuestra derecha, flanqueado por lajas de granito hincadas, de las que tanto nos gustan.

En poco espacio este camino comenzó a descender más pronunciadamente y a serpentear para llevarnos a la bonita localidad de San Román de los Infantes. 


Enseguida estábamos rodando por su calle principal. Hicimos una parada para enseñar a uno de los bíkers el cactus gigante que hay junto a una vivienda abandonada. Desde allí vimos un camino tortuoso que conducía a la iglesia. Dos decidimos probar fortuna para ahorrarnos el rodeo y logramos llegar al templo. No es ningún mérito, con nuestras bicis es solo cuestión de un poco de habilidad.


San Román está en un agujero y si llegar a él es muy bonito porque se hace bajando, abandonarlo no lo es tanto porque hay que subir de lo lindo. Ascendimos por la carretera hasta el cementerio y poco después nos desviamos a la izquierda para continuar, ya por camino, hacia la dehesa de Congosta. Para llegar a esta hay que abandonar este camino más adelante, desviándose a la derecha y pasando bajo un arco de entrada. Allí mismo se inicia un pronunciado descenso, La Carva, que lleva hasta el río Duero.

La bajada tiene tramos mucha inclinación pero lo que la hace peligrosa es el firme, así que lo más prudente es bajar frenando e ir disfrutando de las vistas del Duero.

Al llegar abajo el camino está trazado junto al cauce del río así que fuimos paralelos a él durante algo más de un kilómetro. Lo abandonamos haciendo una curva a la derecha e iniciando una subida. Después de esta hay un descenso y más adelante de nuevo otro ascenso, que nos costó más de lo habitual por el cansancio acumulado.

Pasamos junto a Carrascal, lo dejamos a nuestra izquierda, y continuamos por el mismo camino que traíamos. De nuevo otro descenso ayudó a nuestras piernas, seguimos recto abandonando así esa buena pista, para continuar por un tramo con dos roderas marcadas y muchos baches. Poco después salimos de nuevo a la pista, que ya no abandonaríamos hasta cerca de Zamora.

Ya en las proximidades de la capital, en una curva tomamos un desvío a la izquierda, una cuesta de cemento que, tras un tramo plano, lleva a un descenso que finaliza en la carretera de Carrascal. En ese recorrido ya pudimos contemplar algunos almendros que empezaban a tener flores.


Ya en la carretera de Carrascal rodamos deprisa y enseguida llegamos a la zona de Los Pelambres. Desde ahí al Puente de Piedra y desde este, por los Barrios Bajos, hasta nuestro lugar de salida no tardamos nada porque había prisa por llegar y tomar una cerveza, hoy muy necesaria. Finalmente cumplimos el pronóstico porque eran las 13,00 h.


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