20 de febrero de 2022

Entre el río Salado y el Valderaduey

El río Salado es un afluente del Valderaduey. Nace en San Esteban del Molar y desemboca cerca de Molacillos. Hoy fuimos en su busca, lo encontramos en Arquillinos y descendimos junto a él hasta casi su encuentro con el Valderaduey. Desde allí acompañamos a este hasta Zamora. Durante todo este periplo, nos sumergimos en la Tierra de Campos en estado puro.


De nuevo nos levantamos un Domingo con temperatura bajo cero. Si bien es verdad que en esta ocasión solo eran -2 y con la garantía que da tener sol, así que no nos asustamos en absoluto. Otra vez un número bajo de bíkers se presentó a la cita, cinco. Convalecencia, prueba deportiva, razones laborales, compromiso con amigos o pereza, fueron las causas que impidieron que el resto acudiera a la cita.

Sin demoras, a las 9.30 en punto estábamos ya haciendo girar el eje pedalier. Hicimos un recorrido urbano para terminar en el barrio La Villarina. Nos adentramos en él y lo abandonamos enseguida, tomando un camino ancho con ligera ascensión.


Esta no tardó en tornarse en descenso para enseguida tener que emprender otra subida más larga. Al final de esta giramos levemente a la izquierda para iniciar una bajada que nos puso en Valcabado.

Cruzamos transversalmente este pueblo así que enseguida lo dejamos atrás. Nos dirigimos hacia la autovía. Al llegar a esta tuvimos que pasar bajo ella y realizar varios giros para conseguir dejarla atrás. Finalmente comenzamos a rodar por un camino recto desde el que ya divisamos Cubillos.


Enseguida llegamos a esta localidad, hicimos un recorrido por algunas de sus calles y comenzamos a dejarla atrás por otro buen camino. No tardamos en girar a la derecha y enfrentarnos a pequeñas subidas que nos iban llevando de otero a otero. Una de estas nos sacó a la carretera que va a Moreruela, la pisamos escasos veinte metros, lo justo para pasar bajo un pequeño puente y tomar un camino a nuestra izquierda que nos dio la bienvenida con una buena subida.


Siguiendo ese camino unos cinco kilómetros, prácticamente en línea recta, llegaríamos a Moreruela de los Infanzones, pero antes había que hacerlos. No tardamos mucho en el recorrido porque, si bien nos íbamos enfrentando a pequeñas subidas y bajadas, unas compensaban a las otras y los kilómetros iban consumiéndose.


Mirando hacia cualquier lado lo que encontrábamos eran campos con los cereales ya asomando buscando la calidez del sol, tierras en barbecho esperando tener mejor suerte en otro año y otras ya aradas y pendientes de recibir semillas a las que dar vida y alimentar.


Llegamos a las primeras edificaciones de Moreruela un poco disgregados porque cada uno había ido el último tramo a su ritmo, pero allí mismo nos agrupamos de nuevo y continuamos.


Pasamos junto a la fuente que hay en la placita que forma la bifurcación de dos calles. Podrá gustar más o menos, pero lo que no cabe duda es que detrás hay alguien que se ha tomado su trabajo muy en serio. No puede estar más blanca, la parte con agua está primorosamente pintada de azul y no le falta el césped artificial y las flores, también artificiales, que contrastan con el inmaculado blanco. Y a mayores cuatro focos la iluminan cuando decae la luz natural.


Dejamos atrás Moreruela iniciando una subida, después hicimos una especie de cuatro invertido y terminamos en una recta larga, larguísima.


En una pequeña loma el horizonte cortaba esa gran recta, pero una vez superado ese alto lo que encontramos fue su continuación, pero ahora parecía que no tenía fin, una recta al infinito.


Fin tenía, pero cinco kilómetros después. Y entre medias Tierra de Campos en estado puro. 

Como a mitad de esa recta vimos la silueta de otro pueblo a nuestra derecha. Imaginamos que sería Cerecinos del Carrizal pero no estábamos seguros. Más tarde comprobaríamos que sí lo era.


En el tramo restante continuamos rodando rápido, lo que hizo que el grupo se estirara, pero siempre pendientes de que nadie se quede demasiado atrás. Las leyes nos escritas del grupo no lo permiten.


Finalmente encontramos algo que se interpuso entre el camino y el horizonte, fue la silueta de nuestro destino (intermedio), Arquillinos.


Llegamos a las proximidades del pueblo y, antes de entrar en él, tuvimos que girar a la derecha e iniciar un descenso. Ya casi terminando este encontramos dos muestras en muy buen estado de palomares típicos de la zona. Seguimos avanzando hasta llegar a un pequeño puente que atravesamos.


Nada más cruzar este nos dirigimos hacia la iglesia. En el frontón-cancha de tenis que se encuentra bajo ella paramos para beber un trago de agua con tranquilidad y comer algo. En aquella brigada se estaba de maravilla.



Nos apeamos de las bicis, las dejamos castigadas contra la pared y mientras comentamos que ninguno de nosotros había estado nunca antes en la localidad.


Más o menos diez minutos después retiramos el castigo a las bicis y nos subimos a ellas, descendimos de nuevo hacia el puente que habíamos cruzado antes, salimos a la carretera, la cruzamos y cogimos otra, perpendicular a la anterior, en la que había un puente sobre el río Salado. Su cauce pasa junto a esta localidad y está repleto de carrizos. Dadas las casi nulas precipitaciones de este invierno, el agua que albergaba era escasa.


Continuamos por la carretera como doscientos metros y la abandonamos girando a la derecha, para continuar por un camino que se inició con una subida.


Una vez superada esta había una bajada para compensar. Tras ella, y después de recorrer unos dos kilómetros, hicimos un giro a la derecha para dirigirnos a Cerecinos del Carrizal, que ya vimos "a tiro de piedra". En ese momento fue cuando nos dimos cuenta de que la silueta que habíamos divisado antes de llegar a Arquillinos correspondía a este pueblo.


Atravesamos de lado a lado esta localidad y al salir de ella nos topamos con este bonito paredón de adobes que, probablemente, fueran restos de un gran palomar.


Habíamos ido en paralelo al río Salado y, aunque nos abrimos un poco hacia la izquierda, seguíamos en paralelo a él, ahora con dirección a Benegiles. 

Nos separaban unos siete kilómetros, la mayoría de ellos con una suave pero continua subida, eso sí, por estupendas pistas por las que se rodaba de maravilla.


El tramo no era recto pero casi. Solo tuvimos que realizar dos ligeros cambios de dirección antes de llegar a una gran bajada.


Este descenso, que no pudimos hacer muy rápido porque tenía muchos tramos con roderas muy marcadas y profundas, nos dejó a las puertas de Benegiles. Nos dejamos caer un poquito más y llegamos a la carretera de Villalpando, que corta al pueblo en dos. Nos agrupamos y continuamos adelante hasta llegar a un lateral del pueblo donde han hecho un paseo en torno al río.

Terminado el paseo giramos a la izquierda y cruzamos un puente sobre el río Valderaduey, nuestro otro compañero de viaje en la ruta de hoy. En su cauce había también multitud de carrizos. Ahora entendemos mejor por qué algunos de estos pueblos llevan el "apellido" del Carrizal.


Nada más salir del puente volvimos noventa grados a la derecha y entramos en un camino que, tras tres cambios de dirección, uno a la derecha a mitad del tramo y enseguida otros dos, izquierda-derecha, nos llevó en paralelo al río Valderaduey hasta la localidad de Molacillos. Eso sí, entre medias hubo seis kilómetros que hicimos rápido.  

Prácticamente desde la salida de Benegiles ya divisamos la inconfundible iglesia de Molacillos, que parece haber sido extrapolada desde Levante a aquí. Realmente ese parecido con las valencianas tiene su fundamento, no es casualidad. 


Y es que esta iglesia barroca (1748), fue mandada construir por D. Andrés Mayoral, arzobispo de Valencia, y natural de Molacillos, encargando el proyecto al arquitecto valenciano Cristóbal de Herrera. Esto lo explica todo...

Cuando entramos en la localidad pasamos junto al Ayuntamiento y también junto a este monumento. 


Lo dejamos atrás siguiendo una de las calles principales y salimos de Molacillos por el camino que habitualmente utilizamos para ir desde allí a Zamora. Aunque no lo vimos, poco después del pueblo el río Salado desemboca en el Valderaduey.

Es un tramo casi recto, con dos pequeñas subidas, tramos con mucha piedra (restos de la base, realizada por picapedreros, de una antigua carretera), tramos con muchos baches y ligeramente descendente. Como había prisa por llegar (pero que nadie piense que era por tomar la caña...) íbamos deprisa y tardamos muy poco en realizar este recorrido. Así que no tardamos en pasar sobre el paso elevado sobre la autovía y sobre el que lo hace sobre las vías del AVE. Al llegar a la N-122 hicimos un agrupamiento, cruzamos la carretera y nos incorporamos al carril bici en cuanto pasamos sobre el puente del Valderaduey, al que ya abandonamos definitivamente.

Seguimos el carril bici y nos salimos de él ya prácticamente a la entrada de Zamora. Continuamos por Los Tres Árboles unos cientos de metros, pasamos junto a la ermita de la Peña de Francia y poco después paramos a repostar, a recobrar fuerzas, a hidratarnos... A tomar una caña, vamos. ¡Y cómo se estaba al sol...!


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