12 de septiembre de 2022

De Sancti Petri a Vejer de la Frontera, sin vistas

La niebla, tan común en nuestra tierra a partir de noviembre, quiso sorprendernos a comienzos de septiembre por la costa de Cádiz. Las mejores vistas que íbamos a contemplar desde nuestras bicis se quedaron en proyecto porque no pudimos disfrutarlas. Aún así resultó ser una bonita ruta.

Tres bíkers llevaban ya unos días de relax por la zona y el fin de semana se les unió uno más. Los cuatro protagonizamos esta ruta que partió de Sancti Petri, en el municipio de Chiclana de la Frontera. 

Cuando nos levantamos nos encontramos con un día despejado. Mientras desayunábamos en la terraza del hotel, pocos minutos después, contemplamos cómo la niebla lo invadió todo en un brevísimo espacio de tiempo. Pensamos que se pasaría pronto porque el sol se dejaba entrever tras las nubes.

Poco después de las 9 de la mañana estábamos ya subidos en nuestras bicis. Nos aprovechamos de la gran cantidad de carriles bicis que hay por la zona para rodar sin peligro hasta la zona de la Torre del Puerco.


Allí se terminó el carril bici y continuamos por una carreterita estrecha que va a Roche, si bien entre medias hubo un tramo que lo hicimos por un camino paralelo a la vía asfaltada. 


Atravesamos Roche de lado a lado boquiabiertos viendo las grandes casas que pueblan la urbanización y, poco después de terminar la zona donde están la mayoría de las viviendas, giramos a la izquierda, abandonamos la urbanización, y tomamos algo más adelante una bifurcación, a la derecha, en concreto, que entre pinares nos llevó hasta otra carretera de mayor importancia, la CA-3208.


El tiempo y los kilómetros seguían corriendo pero la niebla no terminaba de desaparecer, así que con ella llegamos a la zona donde estaba instalada la Feria de Conil, a la entrada de esta localidad.


En Conil hicimos recorrimos varias callejuelas hasta llegar al otro lado del pueblo, en concreto a la salida hacia El Palmar. 


Allí nos encontramos con un carril bici estupendo, recién hecho, de un firme ideal para rodar y con protecciones de hormigón para separarlo de la transitada carretera que va en paralelo (la A-2233). El primer tramo es un descenso hacia el río Salado y una zona enmarismada. El sol, por fin, quería ya romper el hechizo de la niebla y, lentamente, le iba ganando terreno, propiciando que los colores volvieran a ser protagonistas.



Recorrimos por el carril bici algo más de cuatro kilómetros. Volviendo la vista hacia Conil pudimos contemplar cómo intentaba escapar de ese mar de nubes que quería robarle protagonismo.


Tras esos poco más de cuatro kilómetros nos desviamos a la izquierda para continuar por un camino, que al fin y al cabo es lo nuestro. Era ancho, de buen firme y con suaves repechos. En ese momento ya pudimos decir adiós a la niebla y disfrutar del precioso día.


Quien piense que las vacas solo están en el norte se equivocan porque en ese tramo nos encontramos dos nutridos grupos de ellas pastando, eso sí, no el verde...


Después de otros cuatro kilómetros ascendimos por un paso elevado y terminamos saliendo a la N-340, una carretera importante pero con escasísimo tráfico porque hay una autovía paralela. Hicimos por ella algo más de tres kilómetros, algunos de ellos de suave descenso, por lo que tardamos muy poco en recorrerlos.


Terminamos llegando a una gran rotonda en la que tomamos dirección Vejer de la Frontera. Enseguida llegamos a una segunda en la que unas gran rótulo nos dio la bienvenida y también nos dio el pistoletazo de salida hacia su casco urbano porque allí mismo se iniciaba la cuesta que nos llevaría hasta él.


La subida la hicimos cada uno a nuestro ritmo, mejor dicho, al ritmo que marcaban nuestras piernas. Es larga, pero con la inclinación justa para no sufrir en exceso. 


A los dos kilómetros aproximadamente nos encontramos con el monolito que nos daba la bienvenida, pero que nadie se engañe, que aún resta por subir más si se quiere llegar a la Plaza Mayor, como era nuestro caso.


Finalmente, tras dos kilómetros y medio subiendo, encontramos alguna calle llana donde retomar el aliento. Y poco después nos dimos de bruces con la coqueta plaza.


La parada fue muy rápida, solo para hacernos unas fotos y echar un trago de agua. Decidimos que en vez de tomar algo allí lo podíamos hacer en Conil, ya más cerca de la llegada, y junto al mar; así que nos subimos a las bicis y empezó la fiesta de la bajada. 


Y es que enseguida comenzamos a descender todo lo subido pero con mayor inclinación porque el descenso lo hicimos por la otra carretera de acceso al pueblo, más estrecha, más corta y más inclinada. Los 2,5 km de subida aquí se convirtieron en poco más de 1,5 km, por lo que el desnivel es mucho mayor. Tanto frenamos que en los últimos metros olía a Ferodo y los frenos apenas frenaban del sobrecalentamiento de discos y pastillas.

La bajada nos llevó de nuevo hasta las N-340. Por ella rodamos unos siete kilómetros, salpicados en gran parte de ligeros ascensos, aunque rodamos a buen ritmo.


La abandonamos para tomar un camino que partía a nuestra izquierda. A ambos lados nos encontramos campos recién cosechados, de girasol parecían algunos, de cereales, y otros yelmos.


La segunda mitad de este tramo estuvo caracterizada por el mal firme del camino que provocaba que se rodara bastante mal por él. 


Después de ascender una loma comenzamos a descender hacia el encuentro con la carretera que une Conil y El Palmar y por la que ya habíamos rodado en sentido contrario esa misma mañana. Al llegar a ella nos incorporamos al carril bici y en pocos minutos llegamos a Conil. 

Tras atravesar gran parte de esta localidad por la zona más próxima a la playa, continuamos junto al mar para dirigirnos a la Playa de la Fontanilla. 


Al salir e esta nos esperaba un repechón, pero lo tomamos con calma. En esos momentos nos dimos cuenta de que la niebla volvía a atacar, justo cuando iba a empezar la parte más bonita de la ruta.


Tras llegar al alto, al echar la vista atrás, nos encontramos con una bonita panorámica de esa playa y, al fondo, la niebla viniendo hacia nosotros.


Tal y como nos habíamos prometido a nosotros mismos (hay que ser serio con las promesas), tomamos una cerveza allí, en la terraza de un restaurante. Nos supo a gloria. 

En diez minutos retomamos. Recorrimos varias calles de urbanizaciones de Conil para terminar accediendo a un camino que nos fue llevando por encima de varias calas. Desde allí debería haberse visto la inmensidad del mar, pero realmente no se veía nada de nada. 


Y si nos asomábamos al borde de alguna de las calas conseguíamos ver el mar, pero solo la zona más próxima.


El camino nos llevó hasta una carretera, descendimos por ella unos pocos metros y llegamos al Puerto de Conil. Allí, junto a su entrada, nos encontramos con cientos de anclas cuidadosamente alineadas. Son las anclas que cada año, allá por el mes de mayo, se emplean para colocar las "almadrabas", un laberinto de redes para capturar el atún rojo en su tránsito del Atlántico hacia el Mediterráneo en busca de aguas mas cálidas para el desove. Cuando finaliza esta época de tránsito, las anclas son depositadas junto al puerto hasta la siguiente temporada.


Desde allí ascendimos por una carretera unos cientos de metros y llegamos al faro de Conil. Desde allí las vistas son excelentes, pero no en esta ocasión.


Desde el faro continuamos por el camino que discurre sobre las calas de Roche, pero con el mismo resultado, sin poder disfrutar de las vistas. Salimos a la carretera, poco después cruzamos de nuevo la urbanización Roche, volvimos a tomar el camino que discurría en paralelo a la carretera y, al llegar a la Torre del Porco nos acercamos hasta ella.

Allí mismo iniciamos el último tramo de la ruta, que prácticamente fue un calco del realizado unas horas antes en sentido contrario. Y así, rodando por el carril bici llegamos a nuestro alojamiento.


Aunque la niebla se había hecho fuerte y allí seguía, la temperatura era buena, así que una vez aparcadas las bicis, nos cambiamos y nos bajamos a la piscina a darnos un bañito. Nos supo a gloria, la verdad. Eso sí, nos quedó el regusto amargo de no haber podido disfrutar como nos hubiera gustado de la zona, y todo por la niebla, porque todo lo demás estuvo genial.

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