9 de abril de 2023

De Lugueros a Puebla de Lillo y vuelta por Villaverde de la Cuerna

La primera ruta que hicimos por la Montaña Central de León fue una gran sorpresa para todos nosotros. Esperábamos una zona bonita, pero no tanto. Nos encantó, así que afrontamos nuestro segundo recorrido en bici por la zona con ilusión.

Habíamos previsto salir de nuestro hotel a las nueve de la mañana, pero no contábamos con que el desayuno se servía a partir de esa hora, así que retrasamos la salida casi casi una hora. No pudimos salir los cuatro bíkers que estábamos en la zona porque uno había agotado sus pastillas en la ruta del primer día por lo que acompañó a las Galanas realizando otras actividades alternativas.

El track a realizar, descargado de Wikiloc, nos iba a llevar a Puebla de Lillo y nos traería de nuevo hasta Lugueros. Los primeros kilómetros los hicimos por asfalto porque rodamos hasta el cercano pueblo de Tolibia de Abajo, del que nos separaba menos de un kilómetro. Desde este fuimos al otro Tolibia, al de Arriba, recorriendo los dos kilómetros que hay de uno a otro. En este tramo empezamos a ascender suavemente y a disfrutar de las vistas.


Resultó curioso que, poco antes de llegar a esa localidad, a pesar de ser "de Arriba", descendimos, también suavemente, a lo largo de unos cientos de metros.

Cruzamos una parte del pueblo y pasamos junto al Tele Club (el bar) donde habíamos comido nuestro bocadillo el primer día. Nos sorprendió ver que el track también nos llevaba a seguir por el mismo camino por el que habíamos salido de Tolibia de Arriba la ruta anterior. Así que repetimos los mismos pasos, primero abrir y cerrar una cancela y después comenzar a ascender. Poco después miramos a nuestra izquierda para contemplar el pueblo y nos dimos cuenta de que habíamos ascendido bastante en poca distancia.


Cuando llegamos a la parte más alta volvimos a ver el valle que tanto nos gustó en la otra ruta, descendimos hacia él pero enseguida nos desviamos hacia la izquierda para continuar por un camino algo más estrecho, ascendente y en el que,cada algunos cientos de metros, había una franja de barro cruzándolo de lado a lado en el que se sumergían las ruedas casi una cuarta. 


Esta subida, de unos dos kilómetros, culminó en el Collado de Valdemaría. En la parte más alta el camino casi se perdía entre la hierba. Allí hicimos una parada y no pudimos por menos que abrir la boca de admiración al ver todas las cadenas montañosas que veíamos ante nosotros, veladas con un filtro azulado, la neblina existente, que las envolvía por completo.


Instantes después iniciamos la bajada, las vistas seguían siendo increíbles, pero enseguida nos dimos cuenta de que el camino no era ciclable, salvo que quisiéramos arriesgar mucho, y no era ni el momento ni el lugar adecuado.



No quedó otra que bajar con la bici en la mano unos doscientos metros, en los que la inclinación era superior al 27% y el terreno suelto. Con esas condiciones sería imposible parar la bici si nos hubiéramos subido en ella.


A este tramo le sucedió otro en el que ya nos pudimos subir a pedalear, con precaución porque había que ir esquivando piedras, pero cada vez había más piedras, así que nos tuvimos que emplear a fondo concentrándonos mucho en dónde hacer pisar la rueda delantera y manteniendo cierta velocidad para que la amortiguación fuera absorbiendo tantas irregularidades.
 

Después de casi dos kilómetros zizagueando y pisando piedras llegamos a un camino que seguimos hacia la derecha. Aunque tenía bastante barro fue una maravilla poder rodar sin el traqueteo producido por las piedras, además, como descendía suavemente era una gozada. 


Como un kilómetro después el camino nos llevó a la entrada de Rucayo, que nos dio la bienvenida con una casita en ruinas.
 

Cruzamos esta localidad por varias de sus calles y salimos de ella tomando un camino que salía a nuestra derecha. Estaba flanqueado por árboles, algunas praderas y se rodaba muy bien por él. Enseguida llegamos a un entrante del Embalse de Porma. Nos acercamos a su orilla y disfrutamos unos instantes del paisaje.


Nos incorporamos al camino, una buena pista ancha, y enseguida comenzó a ascender. Poco después, junto a nosotros encontramos una silueta de mujer realizada chapa. 


A sus pies había una placa con un texto grabado en ella y un código QR. El texto decía así:

Me gustaría identificarme con este sitio, pues tengo sangre de estas montañas. Sangre de nieve y de bosques viejos, que es la que corre por las venas de mi madre y la que corría por las de mis abuelos.

¿Cómo habría sido mi vida de no haberse cruzado en la trayectoria de mi familia la orden de un ingeniero que decidió detener el río como el que decide detener el tiempo?


Distintas formas de mirar el agua, Julio Llamazares.

Más adelante encontramos otras dos siluetas, si bien no estaban tan próximas al camino. Todo esto despertó nuestro interés y descubrimos que se trataba de un proyecto realizado por alumnado del IES Pablo Díez, de Boñar, durante el curso 2020/21, enmarcado dentro de un Proyecto Erasmus Plus en el que alumnado y profesorado de este centro, con la colaboración de alumnado de otros centros europeos, y mediante la metodología de Trabajo por Proyectos, pusieron en marcha la Ruta literaria "El eco de la montaña". La literatura y el paisaje cobraron protagonismo con dos obras del escritor leonés, nacido en Vegamián, Julio Llamazares: Distintas formas de mirar el agua y El río del olvido.

Toda la información está en la web a la que conducía el código QR: ver web.

Después de dejar atrás a Raquel iniciamos un tramo de unos cinco kilómetros en los que encontramos zonas llanas salpicadas de pequeñas subidas y bajadas. A nuestra derecha siempre el Embalse de Porma, y a ambos lados del camino vegetación baja en un principio y robles más adelante. Nos resultó muy agradable rodar por algo que se asemejaba mucho al perfil al que estamos habituados.


Mucha de esa vegetación baja que nombrábamos estaba constituida por espinos que, repletos de florecillas blancas, contrastaban con el verde predominante.
 

Como decíamos anteriormente, encontramos dos siluetas más del Proyecto Ecos de la Montaña. En la imagen podemos ver una de ellas.


El camino iba bordeando el embalse y eso nos permitía ir disfrutando de preciosas vistas constituidas por los prados verdes, el agua azulada y, de fondo, montañas y más montañas.


Recorridos los 5 km que nos separaban de la figura de Raquel descendimos hacia el embalse porque teníamos que bordear este por su orilla izquierda. Al llegar a pie de agua comprobamos que el track iba por una zona que, ahora, estaba cubierta de agua. Tampoco podíamos bordear la orilla porque había un arroyo que nos lo impedía.  No nos quedó otra que ascender de nuevo y seguir por un camino que nos llevó, tras una subida y una bajada, hasta la orilla de ese arroyo, en un tramo en el que podíamos cruzarlo.


Una vez cruzado el arroyo nos incorporamos a un camino y comprobamos en el GPS que, siguiéndolo nos encontraríamos con el track unos kilómetros más adelante. Eso sí, terminábamos de rodear unos dos kilómetros.

Antes de encontrarnos con el track recorrimos unos tres kilómetros casi planos y con buen firme por lo que aprovechamos para coger algo de velocidad y recuperar tiempo, ya que, a esas alturas, llevábamos menos de 20 km y más de horas sobre la bici.

Nada más encontrarnos con el track entramos en un pueblo abandonado. La bienvenida nos la dieron los pocos restos que aún seguían en pie de la iglesia.


Camposolillo, que así se llamaba, transmitía tristeza. Las historias que atesora, las vivencias de cientos o miles de personas que en algún momento dieron vida al pueblo, el esfuerzo y el trabajo que muchos dejaron allí, allí quedó, a merced del tiempo y, sin duda, gracias a él Camposolillo y las que fueron sus gentes terminarán por olvidarse y desaparecer.

Como un kilómetro después el camino desembocó en una carretera de cierta importancia, la LE-331. Asfalto y llano, fue una gozada poder rodar a más de 25 km/h durante unos minutos, los que empleamos en recorrer los menos de dos kilómetros que nos separaban de Puebla de Lillo.


En esta localidad, a las puertas de la estación de esquí de San Isidro, apenas paramos, solo lo justo para comer algo porque íbamos mal de tiempo y quedaba mucha ruta por delante.  La abandonamos siguiendo la misma carretera, la que conduce a la estación invernal, tras una bifurcación donde optamos por el ramal de la izquierda, dejamos la carretera girando noventa grados a la izquierda. 


Pasamos junto a unas naves y nos incorporamos a un camino yendo hacia la derecha. Este tenía marcadas dos roderas y ascendía muy ligeramente, por lo que rodábamos bien por él. 


Acabábamos de comenzar una larga ascensión que se prolongaría a lo largo de más de 12 km. Cierto que comenzó de un modo muy suave, pero a medida que avanzábamos iba ganando en inclinación, sin llegar en ningún momento a cifras altas.

El paisaje era diferente al visto en los tres días que llevábamos por la zona. El camino, que ya se había convertido en una pista ancha y de buen firme, estaba desprotegido de vegetación y, cuando la había era baja. 


Los kilómetros iban pasando y esa suave, pero larga, ascensión se iba dejando notar en las piernas. Hubo un tramo en el que la perspectiva nos confundía y la impresión que teníamos era que estábamos descendiendo ligeramente, sin embargo no éramos capaces de pasar de 16 km/h y costaba mover los pedales. Era un fenómeno óptico porque el altímetro nos indicaba que íbamos ganando metros, la sensación era que estábamos bajando.


Avanzamos sin ninguna novedad, salvo que todo se había cubierto de una bruma o neblina que restaba grandeza al paisaje. A unos 10 km de Puebla de Lillo pasamos junto a una mina a cielo abierto y, en una bifurcación, tomamos la opción de la izquierda. Dimos una amplia curva y a la vuelta encontramos la cuneta cubierta de algunos neveros.


La subida se endureció algo y aprovechamos una lengua de nieve para descansar unos minutos y hacer una foto a nuestras bicis.


Avanzamos dos kilómetros más en los que la subida se mantuvo menos suave que en los tramos anteriores y, tras doce kilómetros culminamos el ascenso, coronando el Puerto Pando de Valporquero, de 1.698 m.


Pese a la neblina las vistas desde allí eran muy buenas. Pese a ello no nos entretuvimos nada y comenzamos el descenso. 


El camino era bueno y permitía coger cierta velocidad, si bien algunas pequeñas curvas obligaban a frenar. Cuando aún no llevábamos mucho bajado a uno de los bíkers la rueda trasera se la atravesó derrapando sobre la arena y llevándole hacia la pared de roca de su izquierda. Consiguió enderazarla antes, pero le derrapó hacia el lado contrario. También salvó esa situación y, sin parar, pero con el susto en el cuerpo, siguió bajando.


Después de casi dos kilómetros descendiendo, la inclinación decreció y continuamos rodando junto a un arroyuelo.


Poco después entramos en la localidad llamada Villaverde de la Cuerna. Atravesamos la localidad de lado a lado y la dejamos atrás por asfalto. 


Por delante teníamos casi cinco kilómetros de carretera son algunas curvas muy pronunciadas y con mucha inclinación. Esto nos permitió bajar muy rápidos, hasta 60 km/h llegamos a ver en nuestros cuentakilómetros.


Justo donde esta carretera se unía a otra más principal, giramos a la izquierda, abandonando así el asfalto. El camino nos llevó hasta un arroyo que cruzamos y, tras él, comenzamos a rodar por el camino que había cerca de la base de una montaña.


Dicho camino tenía a la izquierda un bonito bosque y a la derecha una pradera preciosa. No tardamos en descubrir que era un tramo que habíamos hecho hacía dos días, pero en sentido contrario. Pronto llegamos al Puente de los Campos de Lugueros, sobre el río Curueña, pero no lo llegamos a cruzar, sino que continuamos por un camino que partía a la izquierda . 


Este camino nos llevó llaneando, en línea recta y en paralelo a la carretera y al curso del Curueño, hasta el precioso puente de Lugueros. Cruzamos el puente y miramos la hora. Finalmente, pese al retraso inicial, llegamos a una hora muy prudente, sobre las 14,00 h. 

Como habíamos quedado a las 15.00 h para comer, llamamos al resto del grupo y estaban en Boñar, así que ni nos lo pensamos, al pasar por el Bar Restaurante Bodón paramos y nos sentamos en la terraza a degustar una cerveza. Tras la cerveza fuimos hasta nuestro hotel (Hotel El Cuartel de Lugueros) donde nos habían mantenido una habitación a nuestro servicio para podernos duchar. Tras la ducha llegaron los demás y nos sentamos allí mismo a comer, y lo hicimos de maravilla. Un broche de oro a un fin de semana espectacular.


Para descargar la ruta haz clic en el logo de Wikiloc.

Powered by Wikiloc

No hay comentarios:

Publicar un comentario