7 de abril de 2023

Huellas del paraíso (Montaña Central Leonesa)

Tenemos la suerte de vivir en una región muy diversa y, como quien dice, a tiro de piedra, tenemos lugares maravillosos en los que poder disfrutar de tranquilidad, paisajes increíbles, buena gastronomía y estupendas rutas para hacer en bici o caminando. Uno de estos lugares es la comarca leonesa llamada Montaña Central, donde hemos puesto fin a la Semana Santa.

A las ocho de la mañana, al mismo tiempo que en la zamorana avenida de las Tres Cruces miles de personas comían las sopas de ajo durante el descanso de la procesión de Jesús Nazareno, nosotros cargábamos las bicis en los coches y poníamos rumbo a la localidad de Lugueros.

Paramos a la puerta de nuestro hotel (Hotel El Cuartel de Lugueros), descargamos las cuatro bicis, nos preparamos y comenzamos a pedalear a poco más de las 11.00 h. 

La ruta a realizar era la denominada "Huellas del Paraíso", que es el nombre dado por los organizadores (muy bien puesto, por cierto) a una marcha BTT que organiza el Ayuntamiento de Valdelugueros, y que parte de Lugueros. Nosotros tomamos el track de una de estas ediciones y nos dispusimos a seguirlo.

Como el hotel está unos cien metros separado del pueblo, nos dirigimos a este y enseguida encontramos el track que debíamos seguir. Tomamos el desvío que indicaba Llamazares y, como era de esperar, comenzamos a ascender, si bien suavemente. El frescor inicial, en torno a 6º, se pasó enseguida al tiempo que comenzamos a disfrutar de las vistas.


Como la subida era tendida y la distancia a Llamazares poco más de tres kilómetros, enseguida llegamos a este. Antes de salir del mismo nos desviamos a la derecha, olvidándonos del asfalto ya para toda la ruta.


Nada más abandonar Llamazares comenzó una subida seria. Las cadenas comenzaron a buscar piñones más grandes para poder afrontarlas y en pocos minutos los cuatro estábamos ya sudando. La zona que estábamos atravesando tenía poca vegetación y eso permitía, al menos, ir ganando vistas casi a la par que metros de altitud.


Poco después, el camino comenzó a estar bordeado de pinos y algunas escobas, pero sin ninguna zona llana donde nuestras piernas pudieran encontrar un ligero descanso.


Cuando la vegetación lo permitía recibíamos el regalo de las vistas. Para los que somos de la meseta es un placer enorme levantar la vista y encontrar montañas como las podíamos ver en frente, algunas abrigadas por mantos verdes, y otras descarnadas, desnudas, solo de piedra.


Después de la subida inicial de unos dos kilómetros hubo un pequeño descenso, le siguió otro ascenso de algo más de tres, tras los que se sucedieron pequeños sube y bajas, para culminar con otra subida de más de un kilómetro.



En unos once kilómetros ganamos casi seiscientos metros de altitud, eso da una idea de la dureza de este primer tramo de la ruta. Prácticamente a 1.700 m comenzamos el descenso por un camino marcado por dos roderas, repleto de curvas de ciento ochenta grados y que iba dibujando un auténtico zig zag. En algunos momentos la inclinación era muy grande y costaba trabajo frenar lo suficiente para impedir que la bicicleta cogiera velocidad, porque de lo contrario sería imposible tomar la siguiente curva.


Llegamos abajo, de nuevo a los casi 1.200 m de altitud, después de cinco kilómetros de bajada con los brazos doloridos y los frenos al rojo vivo. Allí nos esperaba, justo cruzando la carretera, el cauce del río Curueño y el Puente de los Campos de Lugueros. En ese momento no lo sabíamos, pero al terminar la ruta y ver el mapa trazado, nos sorprendió ver que, después de diecisiete kilómetros de ruta y tanta subida, estábamos a tiro de piedra de nuestro lugar de salida.


Nada mas cruzar el puente giramos a la izquierda para continuar por un camino que parecía pintado de verde que. enseguida. se sumergió en un cerrado bosque de pinos.


Al mismo tiempo que aparecieron los pinos lo hizo la cuesta y, de nuevo, toco empezar a apretar los pedales con fuerza para luchar contra la gravedad. 


Nuestro ascenso por este enorme pinar se prolongó a lo largo de más de cuatro kilómetros. La parte buena era que, a esas horas, ya eran casi las dos del mediodía y ya hacía calor, por lo que agradecíamos ir entre sombras.


Cuando los claros del bosque lo permitían y teníamos acceso a las vistas era una maravilla poder contemplar esos paisajes. Ya empezábamos a tener cierto cansancio, algo de hambre y sed, por lo que nos ilusionó ver la miniatura de un pueblo en el fondo del valle, que podría permitir poner fin a todo eso que sentíamos. No sabíamos si nuestro track incluía el paso por él, y si tendría bar, pero solo pensarlo nos motivó para seguir con ganas y afrontar el último tramo de subida con más fuerzas.


Y ese último tramo estaba rabiosamente empinado asemejándose más a un cortafuegos que a un camino. Eso sí, cuando al coronarlo miramos para atrás la panorámica nos encantó.


Si para subir hasta allí habíamos recorrido cinco kilómetros, para descender empleamos otros tantos. La bajada, que iba describiendo más de una ese, se caracterizaba por tener el terreno algo suelto, por lo que no permitíamos dejar coger velocidad a la bici, ya que el agarre estaba comprometido. Aún así, daba gusto ver cómo se sucedían los kilómetros descendiendo, a pesar de lo mucho que cuesta que avancen en las subidas. 


En el último tramo la inclinación se suavizó y rodamos en paralelo al cauce de un arroyo por un bonito camino en el que ya podíamos coger velocidad a nuestro antojo, porque no había peligro y el tipo de firme lo permitía. 


Intuíamos que podíamos estar cerca del pueblo que habíamos contemplado desde las alturas, pero seguíamos sin estar seguros de si íbamos a llegar a él. Finalmente lo vimos y, no vamos a mentir, nos dio una gran alegría, si bien nos faltaba un dato importante: si tendría bar.

La localidad en cuestión era Tolibia de Arriba. Poco después de entrar en él vimos a unas personas y preguntamos si había bar. Cuando nos dijeron que sí, que cruzando el puente había uno, el subidón fue mayúsculo. 

Efectivamente, tras el puente, a la derecha se encontraba el Tele Club, con una terraza delante que nos pareció un lugar excelente para poder comer. Pedimos unas cervezas y solicitamos permiso para comer nuestros bocadillos. Tantos las unas como los otros nos supieron a gloria. El descanso nos vino bien, pero comer y beber también. Finalmente nos vinimos arriba y hasta tomamos un café. Mientras lo tomábamos comentamos lo importante que era que en un pueblecito, incluso tan pequeño como este, hubiera un bar que sirviera de punto de encuentro de lugareños, de foráneos con raíces en él o de visitantes ocasionales, como nosotros.

Después de filosofar volvimos de nuevo sobre las bicis, enseguida tuvimos que abrir una cancela para poder pasar, y sin más preámbulos comenzamos a subir. ¡Y cómo cuesta arrancar, y más subiendo, después de una parada! El sol calentaba ya de veras, los estómagos estaban llenos y no dejábamos de subir, una mala combinación, desde luego. 


La sinuosa cuesta de algo más de un kilómetro se nos atragantó a todos un poco, si bien cada uno la fuimos ascendiendo a nuestro ritmo. Al llegar al final nos reagrupamos.


Desde allí se podía contemplar un valle con un manto verde sesgado por un camino, el que debíamos seguir. Sin pensarlo más nos lanzamos hacia él para disfrutar de la cuesta abajo y del viento que, al chocar contra el sudor, nos producía una sensación de frescor gratificante.


Al llegar a la parte llana del valle lo que podíamos ver a nuestra derecha podría ser fácilmente una escena extraída de Suiza: las vacas, la verde pradera, los pinos en las laderas, las montañas...


Pero no, era León, y estábamos haciendo una ruta, así que, siguiendo las indicaciones de nuestros GPS, al finalizar el llano giramos más de noventa grados a la derecha para comenzar un recorrido por ese enorme pinar que minutos antes habíamos visto tras las vacas.


Transitamos por él unos cinco kilómetros, más o menos mitad de subida y mitad de bajada. El ascenso no era demasiado duro, o no lo habría sido al principio de una ruta, pero con más de mil metros de ascenso en las piernas (incluso con la ayuda eléctrica) no nos pareció suave.

Cuando los pinos lo permitían podíamos contemplar bonitas vistas de los alrededores, y eso siempre es gratificante y suaviza incluso las subidas.



El primer tramo del descenso fue también a través del pinar, de nuevo en esta ocasión, hubo que clavar los frenos en varias ocasiones porque la inclinación era notable y las bicis cogían demasiada velocidad por la propia inercia.


Finalmente terminamos saliendo a una zona ya sin pinos y, como habíamos visto en otros valles, con enormes praderas cuidadas con esmero por las decenas y decenas de vacas que se emplean a fondo cada día para mantenerlas con este inmaculado aspecto.


Casi al mismo tiempo que se terminaron los pinos lo hizo el descenso y, después de muchos kilómetros sin hacerlo, pudimos rodar en llano, algo que también gusta.


Ese llano nos llevó hasta una localidad, Tolibia de Abajo. Al verla nos dimos cuenta de que estábamos casi terminando la ruta, ya que este pueblo estaba separado del de nuestro alojamiento menos de un kilómetro por carretera.


Pero nuestro track no iba por carretera, salimos de él hacia la derecha, continuamos por un camino, giramos a la izquierda y comenzamos a rodar por una pradera. Pero esta estaba ocupada por las reinas del lugar, así que esquivando a unas y a otras pudimos ir acercándonos a Lugueros.


Realmente dimos un rodeo porque esta pradera estaba más allá del pueblo. Pero estando tan cerca ya detalles como ese poco importan. El track nos llevó hasta la recuperada calzada romana. Por un momento nos sentimos guerreros cántabros o astures, o soldados de las legiones romanas, o pastores de rebaños trashumantes, arrieros o peregrinos, porque todos ellos transitaron en algún momento de la historia por ella.


Finalmente abandonamos la calzada, continuamos por un camino y este desembocó en el bonito puente de Lugueros que, si bien en origen fue romano, tuvo tantas remodelaciones durante la Edad Media, que se le considera medieval.


Antes de llegar al hotel vimos que había un bar en el pueblo, así que hicimos una pequeña parada porque teníamos bastante sed. En cuanto nos recuperamos llegamos a nuestro alojamiento, nos duchamos, descansamos unos minutos y esperamos a las Galanas, que aún no habían llegado de hacer otras actividades paralelas. En cuanto llegaron, abandonamos el hotel para seguir conociendo la zona.



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