5 de febrero de 2024

Por el corazón de La Carballeda

Hacía tiempo que teníamos ganas de recorrer La Carballeda, esa comarca zamorana a caballo entre Aliste, Tábara y Sanabria y por la que, salvo la zona de Villardeciervos, apenas habíamos rodado con nuestras bicis. Hoy, por fin, lo hemos hecho y ha merecido mucha la pena, sobre todo por la variedad de paisaje que hemos ido encontrando a nuestro paso.

La ruta prevista era larga, 60 km, y en el desplazamiento hasta el punto de salida, Villardeciervos, se tarda casi una hora desde Zamora, así que no quedaba otra que madrugar. Por ello, a las 8.30 h tres vehículos, seis bicis y otros tantos bíkers estábamos en la gasolinera del Rey don Sancho, de donde salimos un par de minutos después.

La previsión era empezar a rodar con cuatro grados pero lo cierto es que cuando llegamos a Villardeciervos los termómetros de los coches marcaban -1º, Lo malo no era eso, sino la amplitud térmica que se esperaba (al mediodía 14º), ya que dificulta mucho qué ropa ponerse que te quite el frío a primera hora y que no te dé calor a media mañana. 

Una vez descargadas las bicis y preparado todo, tomamos un café en el mismo lugar donde teníamos encargada la comida, el Hotel Rural Remesal (el que está junto al ciervo), y tras este, a las 9.50 h, comenzamos a rodar.

 
Para hacer esta ruta partimos de la propuesta por Espacios BTT (Rutas por en noroeste de Zamora) denominada La Carballeda, pero cambiamos el lugar de salida a Villardeciervos en lugar de Mombuey y, por ello, a los 43 km originales le sumamos unos 17 más. 

La comenzamos haciendo un recorrido por algunas calles del pueblo, seguidamente continuamos por la carretera que va a Villanueva de Valrojo unos doscientos metros y la abandonamos desviándonos a la izquierda para seguir por un camino que enseguida comenzó a estar escoltado por robles y algunas paredes de piedra. La helada que cubría todo aún estaba en el ambiente y hacía fresco. Además, la tendencia era descendente, lo que posibilitaba que rodáramos rápido, y ya se sabe, la velocidad acrecienta el frío. Eso sí, se fue pasando rápido, ayudados por los tibios rayos de sol y por alguna que otra subidita.

Como algunos teníamos las bicis algo sucias de la salida anterior pronto encontramos una zona de lavado integral y no la desaprovechamos (entre otras cosas porque no había alternativa más que unas piedras que, seguro, resbalaban en cuanto las pisáramos).

Para secarlas continuamos rodando por un bonito camino y, alternando subidas y bajadas, nos fuimos acercando hacia la N-631. Poco antes de acceder a esta carretera se nos cruzaron un corzo y dos corzas. Pensábamos que veríamos más a lo largo de la mañana, pero no fue así, no quisieron salir para que disfrutáramos de ellos.


El camino por el que íbamos rodando, casi a la altura de Val de Santamaría, nos bajó hasta prácticamente la carretera nacional, rodamos en paralelo a esta y, finalmente, accedimos a ella. Este tramo, de poco más de un kilómetro, es imprescindible hacerlo por asfalto porque hay que cruzar el arroyo Ciervas y el embalse de Agavanzal, y es en él donde están los dos puentes necesarios.

Nada más cruzar el Puente de Ciervas abandonamos la carretera girando a la derecha, comenzando un ascenso que nos llevó a cruzar por debajo el inmenso viaducto construido para el paso del AVE.

Seguimos ascendiendo algo más por un camino en buen estado y rodeado de vegetación baja. A nuestra derecha comenzamos a ver una cola del embalse de Agavanzal, con aguas del río Negro, ya que cuando se une con el Tera es aguas abajo del viaducto del AVE.

Una vez terminado el ascenso comenzamos a cobrar sus rentas, es decir, a descender hacia Rionegro del Puente, y lo hicimos por un camino estrecho y serpenteante.

Poco después de entrar en esta localidad, capital de la Carballeda al estar en ella el Santuario de la Carballeda, pasamos junto a una pequeña iglesia.


Enseguida nos desviamos a la derecha para rodar junto al río y recordar nuestro paso por allí a comienzos del verano, en nuestra segunda etapa del Camino Sanabrés.

Desde el río ascendimos hasta el santuario, estuvimos un corto espacio de tiempo a sus pies observándolo y, poco después, continuamos adelante. 


Enseguida dejamos atrás las últimas viviendas de la que fue la tierra natal de Diego de Losada, fundador de Caracas. Poco después giramos a la derecha para ir hacia la autovía A-52, que cruzamos por encima de un viaducto, para continuar en paralelo a  ella unos quinientos metros.


Tras los que volvimos a girar a la derecha dejando el camino ancho que íbamos siguiendo para seguir por un sendero estrecho con pequeños sube y bajas y muy disfrutón, por su trazado y por el paisaje que nos iba mostrando: robles, monte bajo y praderas.



Tras unos tres kilómetros por este bonito sendero divisamos Santa Eulalia del Río Negro. Como es habitual, hicimos un pequeño tour por las calles del pueblo para terminar junto a la iglesia.


Al llegar a la plaza no llegamos a parar, simplemente dimos una vuelta por ella y continuamos adelante, ya que aún nos quedaban muchos kilómetros por recorrer.


Salimos del pueblo en paralelo a un regato por un camino rodeado de verde y sin apenas arbolado a la vista. 


Poco a poco fueron apareciendo algunos árboles, fundamentalmente robles, también escobas, al tiempo que comenzamos a ascender. Como la cuesta no era muy pronunciada nos imaginamos que sería corta, pero nos equivocamos.


Y es que fueron como tres kilómetros de ascenso, eso sí, del que denominamos "llevadero", pero que nos obligaba a ir a poco más de 10 km/h. Al terminar la subida apareció un llano y el arbolado y las escobas desaparecieron. A lo lejos comenzamos a divisar nuestro siguiente destino: Otero de los Centenos.


Si somos sinceros, antes de hacer esta ruta la mayoría de nosotros no había oído hablar nunca de esta localidad. Al llegar a ella, como siempre, nos adentramos por sus calles y nos dirigimos hacia la iglesia. Nos encontramos un templo grande en una placita. Allí mismo hicimos una parada para despojarnos de capas de ropa porque la temperatura había subido ostensiblemente. Algunos aprovecharon para comer algo, aunque aún no habíamos llegado a la mitad del recorrido previsto.


Tras esta parada técnica retomamos el camino, no si antes fijarnos en algunas de las construcciones del lugar.




Salimos del pueblo por la carretera que va a Donado pero enseguida nos desviamos a la derecha para seguir por un camino que no podía ser más bonito: muy verde, entre robles, con un riachuelo a nuestra izquierda...


Poco después ascendimos ligeramente, comenzamos a bajar y realizamos un giro a la izquierda que nos llevó a cruzar el riachuelo por un puentecillo.


Este arroyo no llevaba mucha agua, pero la vierte, unos cientos de metros más allá, al río Negro, al que llevábamos acompañando una buena parte de la mañana.


Al salir del puente continuamos por la derecha, ascendimos de nuevo y comenzamos a rodar junto al río Negro, al que ahora veíamos desde cierta altura. Poco después el camino nos llevó hasta la carretera. Nos incorporamos a ella y cruzamos un puente. Allí el Negro tenía cierta entidad.


Junto al puente hay una zona recreativa muy bonita. Pasamos junto a ella porque poco después de cruzarlo giramos a la izquierda para tomar el camino que pasa junto a esa. Enseguida entramos en un denso pinar y comenzó otro ascenso.


El primer tramo se alargó como un kilómetro. Giramos a la izquierda, la subida se endiabló durante unos trescientos metros y, cuando parecía que se terminaba, tuvimos que volver a la derecha y en el nuevo camino continuamos subiendo. En ese cruce encontramos una de las balizas que marcan parte de la ruta que hemos realizado hoy, pero es de las pocas que se encuentra en buen estado. La mayoría no tiene, o no está visible ya, el icono que indica la dirección a seguir. 


Este camino nos llevó hasta otro más ancho que tomamos girando a la derecha. Este delimitaba con uno de los bordes del pinar. Hubo que realizar un giro más, esta vez a la izquierda, para seguir por otro camino que nos llevó hasta una carretera local. Fue momento de descender, y lo hicimos ya con Dornillas a la vista.


Esta localidad tampoco la habíamos oído nombrar casi ninguno y es lógico, porque es muy pequeñita y tiene muchas casas abandonadas y arruinadas.


Recorrimos casi la totalidad de sus calles y no dimos con la iglesia. No sabemos si no tiene o si no fuimos capaces de encontrarla. Con esa duda lo abandonamos por un bonito camino.


Enseguida nos encontramos con un puente. El primero que lo cruzó dio aviso a todos de que "metiéramos hierros", que quiere decir que se ponga un piñón grande porque había una cuesta corta pero muy empinada a la salida de ese.


Una vez superada la cuesta rodamos en paralelo al arroyo recién cruzado, el Llagas, por un senderito. Pronto tuvimos que superar un tramo algo técnico. El camino ensanchó algo pero no perdió un ápice de belleza.


Aunque encontrábamos ligeras subidas, la tendencia era descendente así que, entre lo bonito que era y lo poco que costaba mover la bici, era una gozada.


Poco después dejamos de ver el arroyo y enseguida divisamos a nuestra izquierda el río Negro. Entre medias el primero había donado sus aguas al segundo. En ese punto tuvimos que superar un tramo con mucha piedra en el que fue necesario apearse de la bici.


Continuamos en paralelo al río y, entre la tempeatura, que era ideal, y lo que estábamos viendo, no podíamos ir más a gusto.


Como un kilómetro después de encontrarnos de nuevo con el Negro, llegamos a una esplanada en la que está ubicada el Santuario de la Virgen de la Ribera. 


Nos acercamos a su cabecera pero pronto nos alejamos volviendo de nuevo al camino que traíamos. Enseguida nos encontramos con una subida, una más, pero bastante asequible y, quinientos metros después de haber dejado la ermita, entramos en Sejas de Sanabria (tiene ese "apellido" aunque está en La Carballeda).

En este pueblo no tuvimos que buscar mucho la iglesia porque, prácticamente, se cruzó en nuestro camino. Se trata de la de Santa Marina, un templo de origen tardorrománico, de finales del siglo XII o principios del XIII, aunque con importantes transformaciones en época gótica,


Nos fijamos en el alero del tejado y observamos que bajo ella hay una cornisa ricamente decorada. Parece ser que, originariamente, era románica pero en la actualidad tiene partes de esa época y partes góticas (imitando a las anteriores, eso sí).
 

Salimos de Sejas por la carretera de Mombuey, pero enseguida nos desviamos a la izquierda para continuar por una pista, casi diríamos, que impropia de la zona, o al menos de la ruta que estábamos haciendo, porque era de excelente firme, ancha y casi llana. Recorrimos poco menos de tres kilómetros por ella sin más novedad que, por fin, podíamos rodar a más de 20 km/h.


El camino nos llevó hasta la carretera que une Mombuey con Manzanal de los Infantes. Rodamos por ella unos dos kilómetros, aprovechando para hacerlo a muy buen ritmo.


Al llegar a Mombuey cruzamos la carretera N-631 y descendimos hacia un camino cercano. Este nos llevó hasta su original iglesia, románica también en su origen, con una torre, atípica en aquella época y estilo, por su estrechez.


Junto a ella recordamos el lugar donde comimos en la segunda etapa del Camino Sanabrés que realizamos a primeros de julio. Después de transitar por algunas calles del pueblo terminamos saliendo del mismo descendiendo dirección la autovía A-52. Al llegar a ella la cruzamos por encima de un viaducto y nos dirigimos hacia el trazado del AVE, que cruzamos bajo un puente. Rodamos unos metros junto a las vías y nos desviamos a la derecha.


La tendencia descendente continuó durante varios kilómetros, prácticamente hasta Valparaíso. En esos kilómetros rodamos por buenos caminos y continuamos ganando tiempo, todo el que habíamos perdido en muchos de los tramos anteriores porque el terreno no permitía rodar más rápido.


Ya cerca de Valparaíso terminó el descenso. A nuestra izquierda pudimos contemplar una cola del embalse, que lleva el mismo nombre que el pueblo. Allí mismo se inició una subida que terminó al entrar en la localidad.


Aunque esta sí nos sonaba, ninguno habíamos estado nunca en ella. Tras varios cambios de dirección y algunos cientos de metros llegamos a la iglesia, que nos gustó mucho, sobre todo por la escalera que sube al campanario. 


Salimos del pueblo por carretera enfilando hacia el embalse y, poco después, cruzamos un puente que nos permitió tomar una buena panorámica del mismo.


Continuamos por la carretera, tras cruzar el puente, unos cuatrocientos metros más y la abandonamos girando a la izquierda para proseguir por un camino de buen firme y de caprichoso trazado, bordeando los entrantes y salientes del propio embalse. Recorrimos por él unos tres kilómetros de tendencia descendente pero con pequeños repechos que iban ya cargando nuestras piernas.


Este camino nos llevó hasta la presa de Valparaíso. Pudimos contemplar desde al lado una panorámica de la extensión que ocupa y la propia presa, si bien esta no se puede pasar por encima porque está cortado el paso.



Salimos de la zona ascendiendo por la carretera que une dicha presa con la N-631, un kilómetro de ascenso que se terminó al llegar al trazado del AVE.


No llegamos a cruzar bajo él, sino que giramos a la derecha y comenzamos a descender en paralelo a las vías. La pena era que, tras cada bajada, y hubo dos o tres, le sucedía una empinada subida.


Finalmente nos separamos de ese trazado para seguir por un camino paralelo a la N-631, pero en pocos metros desembocamos en ella. De nuevo volvía a ser necesario seguir por asfalto porque había que cruzar el embalse de Agavanzal por el único puente existente en esta zona.


Al salir del puente continuamos recto tomando así un camino que, desde el primer metro, subía. Ascendimos como un kilómetro y, tras este, nos topamos con una puerta que dudamos sea legal porque corta un camino tradicional, el llamado Camino del Puente de Ciervas. Por los laterales nos podríamos haber "colado" pero finalmente desistimos por si, una vez dentro, no hubiera salida.


Decidimos desandar todo el trayecto hasta el puente. Al bajar aparecieron varias admiradoras a darnos ánimos por este inconveniente.


Al llegar a la carretera nos incorporamos a ella, cruzamos el puente sobre el arroyo de Ciervas y, poco después, la abandonamos para continuar por la que une ese punto con Villardeciervos. Nos restaban seis kilómetros para terminar.

Algo más de la mitad de esos kilómetros fueron de ascenso, pero los dos últimos fueron un pequeño premio porque se bajaba ligeramente. Así, sin más historia, entramos en esta bonita localidad.


Ya en el interior del pueblo nos dirigimos al punto de salida, y allí mismo, junto al emblemático ciervo, nos hicimos una foto de grupo.


Después de retratarnos, cargamos las bicis, nos cambiamos y pasamos al bar para tomar algo y comer en el restaurante, poniendo así un buen broche a una mañana espléndida recorriendo La Carballeda.



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