9 de diciembre de 2019

Lección de barro

Hoy hemos aprendido, o mejor dicho, recordado, que hay varios tipos de barro: el botijero, que es el más odiado por los amantes de la bici y el "de toda la vida", que salpica, mancha, resbala...

Cuando salimos a las 9.30, los cinco que formábamos el grupo imaginábamos que barro íbamos a tener, porque el otoño ha sido muy lluvioso y en los últimos días había llovido bastante, pero la verdad es que no esperábamos tanto, ni tan molesto.

Los primeros kilómetros los hicimos sin problema, primero bordeando el río, después cruzando el Puente de Piedra, para seguir por el barrio de Cabañales y terminando en la rotonda del Cementerio. Allí continuamos por el llamado carril bici Zamora-Morales, pero al llegar a la zona de El Cristo lo abandonamos, pasamos junto a la ermita para rodar después por la vía de servicio y seguir por la carretera los últimos metros antes de llegar a esa localidad.



Atravesamos el pueblo por la calle principal y salimos de él por el camino de Pontejos. En pocos minutos llegamos a este pueblo, donde cambiamos de sentido para continuar hacia Arcenillas por la enorme recta que une ambas localidades.

Ya en esta última, rodamos por sus calles y la abandonamos por un camino que conduce casi hasta el mismo Moraleja del Vino. También es una larga recta, y termina en la carretera, como cien metros antes de las primeras viviendas. Así que salimos a dicha carretera y no la abandonamos hasta llegar al otro extremo del pueblo, donde nos desviamos ligeramente a la derecha para tomar un camino ancho y de buen firme.



Tras rodar unos 3 km por este giramos noventa grados a la derecha. En ese punto el terreno cambió y empezamos a notar que el barro comenzaba a pegarse en nuestras cubiertas, pero pensamos que sería un tramo pequeño y continuamos.


No mucho más tarde giramos a la izquierda y enfilamos una larga recta. Vimos las roderas dejadas por un tractor y todo parecía indicar que esa zona era peligrosa. El que iba el primero dio aviso de que se podía rodar y todos le seguimos. Pero enseguida comprendimos que nos habíamos equivocado porque las ruedas comenzaron a crecer y crecer, los huecos de las bicis se fueron rellenando de esta especie de arcilla y cada vez costaba más rodar. Hasta que hubo que parar porque las ruedas se habían trabado con esa masa. Llegó el momento de pisar el terreno, llenar las suelas de ese amasijo y echar mano al barro de las ruedas para quitar lo máximo posible. Con un palo se habría arreglado mucho, pero es lo que tiene la estepa cerealista, que ni un árbol...




Tras la primera parada quitamos lo que pudimos e intentamos seguir. Con esfuerzo llegamos a un cruce de caminos donde había algunos árboles. Paramos a tratar de limpiar con ayuda de palos y empezamos a ver la luz. Pero estábamos cuatro, el quinto bíker había quedado algo más atrás tratando de destrabar su bici y no terminaba de llegar, así que lo llamamos y nos dijo que se daba la vuelta a causa del barro.


Nosotros cuatro volvimos a las bicis y enseguida vimos que el terreno era diferente, ya que la ruedas empezaban a soltar trozos de la masa pegada a cada vuelta, y el que pisábamos no se fijaba a las cubiertas.


Toda esta zona era inédita para nosotros. Nos sorprendió que en pocos metros había cambiado el paisaje, tesos más altos, algunos árboles e incluso atravesamos una zona con encinas. Además, como estábamos ascendiendo, las vistas eran bonitas.



Comenzamos a descender y al terminar la cuesta abajo giramos a la izquierda y fuimos bordeando campos enormes de cereales (de nuevo). Empezábamos a rodar casi, casi, a gusto, aunque aún había barro rozando por casi todos los sitios. Pero cuando las cosas se tuercen... Uno de los bíkers anunció que había pinchado. Sacamos un bombín y comenzamos a hinchar. Este incidente nos hizo ver que somos unos inconscientes, porque de los 5 que habíamos salido, 4 en ese momento, sólo uno llevaba algo tan imprescindible para no quedarse tirado en el campo.

Conseguimos hinchar lo suficiente y, tras un giro de noventa grados, enfilamos la recta que nos llevaría a Sanzoles.


En poco tiempo llegamos a las primeras bodegas y viviendas del pueblo. Continuamos recto pero antes de llegar a la iglesia nos desviamos a la izquierda.


Salimos de la localidad por un camino descendente con el Viso frente a nosotros. Este camino desembocó en otro que tomamos en dirección a Las Contiendas (o El Culo del Mundo, como denominan a ese paraje los de la zona). Terminamos saliendo al GR-14, que ya no abandonaríamos hasta Villaralbo. Seguíamos encontrando zonas con bastante barro, pero este era del que no nos preocupaba.


Ya viendo que no había peligro, nos pusimos los "monos de trabajo" y comenzamos a rodar en condiciones. Así fue como llegamos enseguida a Madridanos, bordeamos la localidad y continuamos por la Senda del Duero.


Parecía que no hacía viento, pero lo íbamos sintiendo frontal, así que comenzamos a rodar en fila para amortiguarlo. A muy buen ritmo llegamos a Villaralbo, donde tuvimos que volver a parar para hinchar de nuevo la rueda pinchada. La pausa duró lo imprescindible y enseguida volvimos al "tajo". Abandonamos la Senda del Duero y seguimos por el recorrido habitual para ir a Zamora, es decir, en paralelo al río. Volvimos a rodar en fila sin bajar en ningún momento de 24 km/h, que con el viento de frente no estaba mal.

Al llegar a Zamora, cruzamos el Puente de Cardenal Cisneros y continuamos por esta avenida en busca de lo imprescindible: una buena lanza, con buena presión y agua en abundancia, capaz de devolver a nuestras bicis el aspecto que habían perdido por completo. Y como la encontramos, en pocos minutos se obró el milagro, aunque costó porque el barro "botijero" estaba pegado y bien pegado.

Lo peor de todo es que esta semana se vuelven a anunciar lluvias, así que el próximo Domingo probablemente tengamos que volver a hablar del barro ; )

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