Lo que podría haber sido una etapa cómoda, para rodar y disfrutar terminó por tener un protagonista: el barro. Nos acompañó, bastante más de lo esperado, todo el camino, pero poco antes de Molacillos se cubrió de gloria y nos rompió la ruta. Es lo que tiene salir en bici en esta época, ya sabemos a lo que nos arriesgamos, y es que no estamos de acuerdo con el dicho "las bicis son para el verano", así que de vez en cuando hay que pagar las consecuencias.
Cuando preparamos la ruta de hoy tratamos de ir hacia una zona donde, normalmente, no suele haber mucho barro, por eso la trazamos hacia Coreses, Algodre, Benegiles... Y cuando salimos esta mañana hacia esos pueblos nos dirigimos. Dejamos atrás Zamora recorriendo el carril bici de La Aldehuela, cruzamos la N-122 y tomamos el camino habitual que va a Coreses. Como los primeros kilómetros son un camino asfaltado las bicis que salieron limpias aún iban impolutas.
Pero cuando terminó el asfalto no tardamos en comprender que nos íbamos a encontrar más barro del esperado. Lo cierto es que nadie era consciente de que hubiera llovido tanto como para formar ese elevado número de charcos y humedecer tanto el terreno.
En Zamora habíamos dejado el sol queriéndose ya asomar venciendo a la niebla, pero a medida que nos alejábamos íbamos encontrando el cielo más cerrado y las nubes más bajas.
Atravesamos Coreses de lado a lado y salimos del pueblo por un camino que va hacia Algodre. En esa zona la niebla estaba más baja y se cerraba más en las zonas de mayor altura.
Enseguida llegamos a Algodre, recorrimos un par de calles de la localidad y salimos de ella por un camino, aunque enseguida cogimos una variante que partía a la derecha. Seguía habiendo barro, pero sin problema, del que salpica y mancha, pero nada más. El sol quiso jugar al escondite y trataba de engañarnos dejándose ver unos instantes pero eran solo ilusiones, porque lejos de terminar con la niebla esta se iba bajando y cerrando más.
Por otra parte, por esta zona se rueda muy bien, apenas subimos nada y los caminos tienen buen firme, así que íbamos a buen ritmo. Llegados a un punto giramos a la derecha y no mucho más adelante hicimos un giro más brusco a la izquierda, iniciándose una subida bastante llevadera. Unos cientos de metros después volvimos a girar a la derecha y continuamos ascendiendo.
Tras pasar unas naves giramos noventa grados a la derecha y de repente vimos a nuestro lado el pueblo de Gallegos del Pan. La niebla nos había impedido ver que nos encontrábamos cerca, bordeándolo.
Atravesamos un pequeño puente y realizamos una auténtica tournee por la localidad. Salimos de ella cruzando otro pequeño puente que hay poco más allá del que habíamos pisado unos minutos antes. Enseguida volvimos hacia la derecha.
No tardó mucho en comenzar un ascenso suave, pero eso sí, cuando llegamos a la parte más alta nos sumergimos en la niebla. Menos mal que, al menos, la temperatura no era mala y estando en movimiento no sentíamos frío.
Después de coronar iniciamos un ligero descenso que prácticamente continuó hasta la siguiente localidad que aparecía en nuestro mapa de ruta, Benegiles. Antes de llegar tuvimos que sortear algún que otro "charquito".
Finalmente terminamos saliendo a la carretera local que une Benegiles y Gallegos. Nada más cogerla pudimos ver una buena perspectiva del pueblo.
La carretera nos llevó hasta el puente que permite atravesar el río Valderaduey. Lo cruzamos y entramos en la localidad.
Bordeando el río nos dirigimos hasta la iglesia, junto a la que nunca habíamos pasado, y ya allí hicimos una parada para comer un bocado, ya que habíamos recorrido más de la mitad de los kilómetros previstos.
Después de tomar el tentempié volvimos a las bicis. Tras recorrer algunas calles de la localidad cruzamos la carretera de Villalpando y, después de pasar las últimas viviendas y naves del pueblo, comenzamos un ascenso que se vio interrumpido por un cambio de sentido de noventa grados a la izquierda. Poco después dábamos continuidad al ascenso, en cuanto giramos a la derecha.
Esas subida la hemos hecho muchas veces para dirigirnos al Teso de la Mora, pero en esta ocasión, en vez de volver a la izquierda para ir hacia este, continuamos recto, iniciando un descenso a cuyos pies nos esperaba Torres del Carrizal.
Al llegar abajo hicimos un giro a la izquierda y después de un para de kilómetros en paralelo al río Salado (que poco después desemboca en el Valderaduey), nos desviamos a la derecha para cruzar dicho río por un puente y entrar en Torres.
Recorriendo sus calles encontramos una casa en la que no ha faltado ni la ilusión ni el trabajo para decorarla para esta Navidad. Como homenaje a los que lo han hecho posible queremos utilizar esta imagen para felicitar las Navidades a todos los que nos leen.
Después de hacer un zig zag por el pueblo, salimos de él en perpendicular a la carretera que lo atraviesa de lado a lado, aunque poco después cambiamos el sentido de nuestra marcha noventa grados a la izquierda. El camino recién cogido se veía de menor importancia que el que terminábamos de dejar y se notaba menos transitado. Unos quinientos metros después empezamos a notar que el barro comenzaba a pegarse en las ruedas. Saltaron las alarmas, aunque por el color y la textura no parecía el que siempre tememos encontrar. Pero sí lo era. Podíamos dar la vuelta, pero eso significaba enfandangarse otro tanto, además hubo un pequeño respiro, una zona en la que parecía que el barro ya no se pegaba. Esto nos hizo confiar y continuamos. La situación, lejos de mejorar, fue a peor, pero ya no había remedio, así que seguimos almacenando barro en todos los sitios posibles de cada bici hasta que el camino terminó saliendo a uno asfaltado. Allí mismo paramos a quitar con las manos, en ausencia de palos, todo lo que pudimos. También tuvimos que esperar porque nos faltaban dos unidades a las que el barro había bloqueado las ruedas y venían caminando.
Ya todos juntos de nuevo continuamos limpiando lo que pudimos. Entre pitos y flautas perdimos más de media hora. Durante ese tiempo la niebla alta terminó por disiparse, por fin.
Continuamos por ese camino asfaltado hasta llegar a la carretera de Villapando, que cruzamos para continuar siguiendo la misma dirección que traíamos hacia la localidad de Molacillos. Localidad que se deja ver desde lejos gracias a su imponente iglesia barroca (1748). Llama la atención no solo por sus proporciones sino porque es muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver por aquí. Tiene su sentido, y es que fue mandada construir por D. Andrés Mayoral, arzobispo de Valencia, y natural de Molacillos, encargando el proyecto al arquitecto valenciano Cristóbal de Herrera.
Después de cruzar de nuevo el Valderaduey entramos en el pueblo. Recorrimos de lado a lado el mismo y tomamos el camino que habitualmente recorremos para regresar a Zamora.
En este último tramo de nuestra ruta el sol ya quiso acompañarnos. Qué gusto da volver a ver los colores vivos y no teñidos de esa capa grisácea que le otorga la niebla. Este último tramos, no sabemos si animados por ese solecito o por las ganas de lavar las bicis, lo hicimos rodando muy rápido.
Llegando ya a las proximidades de la capital volvimos a toparnos con un tramo con muchísimo barro y charcos, pero este era distinto, del salpicón, y ya. Según íbamos, ni nos molestamos en esquivarlos.
Al llegar a la N-122 fuimos derechitos a la gasolinera. Allí gastamos una importante cantidad de euros en dejar adecentadas a nuestras queridas amigas. Eso sí, después daba gusto verlas. Tal cual como si nada hubiera pasado. La pena es que no pudimos hacer lo mismo con nosotros mismos, porque seguíamos dándole vueltas a cómo entrar en casa sin "liarla".
Y sí así estaba la espalda, uno se imagina con poco esfuerzo, cómo estaban los culottes... En cualquier caso, para dar tiempo a que se secara un poco más el barro, los que pudimos tomamos una cañita, rápida, al llegar. En ese corto espacio de tiempo el barro no se secó, pero la cañita nos supo a gloria.
Para descargar la ruta haz clic en el logo de Wikiloc.
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