El azar ha querido que dos Domingos seguidos hayamos ido con nuestras bicis al término de Muelas del Pan, teniendo la suerte de disfrutar de sendas zonas preciosas en torno al Esla. En la ruta de la semana pasada, de la zona del embalse, justo antes de la Presa de Muelas; y en la de hoy, del río en su estado puro, encajonado, queriéndose parecer a su padre Duero.
Como la ruta prevista brincaba de los 60 km, acordamos salir a las 9.00 h. Poco después, tras resolver una pequeña incidencia técnica, comenzábamos a rodar. Con frío, eso sí. Los termómetros marcaban -1º, pero la sensación térmica era de tres o cuatro grados menos porque había viento. Menos mal que el sol lucía espléndido y eso es una garantía para no pasar frío o, al menos, pasar menos...
Llegamos a la bajada de la Dehesa de Palomares, pero no seguimos totalmente el camino habitual, antes de llegar a media cuesta nos desviamos a la derecha para descender por un sendero muy bonito, rodeado de encinas y carrascos. Como esa zona era sombría la helada aún era palpable por todos lados.
Ese camino se une al que traíamos originariamente donde termina la cuesta abajo, y allí mismo comienza el ascenso que recorre la ya nombrada Dehesa de Palomares. En ese largo y tendido ascenso abundan los pinos que van delimitando el camino por ambos lados.
Poco después de llegar a la zona más alta de la dehesa, giramos a la izquierda para iniciar un descenso pronunciado.
Según el track que habíamos trazado sobre el mapa, antes de llegar al final del descenso había que girar a la derecha. O no vimos ese camino, o no existe, el caso es que cuando terminó la cuesta estábamos fuera del track. Decidimos salir a su encuentro cruzando una tierra de labor por la que se rodaba bien.
Abandonamos esa tierra y continuamos sin dificultad campo a través hasta enlazar con el track que discurría por un camino. Seguimos por él y, poco después de superar una uve que hacía el mismo, nos encontramos con la N-122 a la altura del cruce que va a El Campillo. La cruzamos y enseguida hicimos una curva de noventa grados para llegar a una pista de excelente firme que, casi en línea recta, nos llevaría hasta Muelas del Pan. Pero eso sí, aún restaban para llegar a esta localidad unos 10 km.
Aunque por este terreno se rueda bien, la velocidad difícilmente pasaba de 17 o 18 km/h, y es que, siempre hay un ligero ascenso, no es acusado, pero resta velocidad. Además, al ser una zona más abierta, el viento de cara se dejaba notar (porque frenaba y porque enfriaba), a pesar de que no era fuerte.
De hecho, la temperatura seguía siendo baja como atestiguaban los charcos aún helados a pesar de estar al sol.
Ese viento propició que, salvo algunos que iban "sobraos" y no necesitaba resguardo :), que rodáramos en fila para protegernos del viento unos a otros, salvo el primero, claro.
Como unos tres kilómetros antes de Muelas comenzó un descenso bonito, porque en alguna zona la vegetación había hecho casi un túnel que tuvimos que atravesar. Termina la bajada en una pradera por la que ya hemos pasado más veces.
Abandonamos dicha pradera girando a la izquierda y comenzando un ascenso trazado en paralelo a la carretera.
Desde allí hasta Muelas fue prácticamente una recta por la que se rodaba de maravilla de no haber sido por el viento.
Este terminó al llegar a unas viviendas. Allí ya continuamos por las calles del pueblo. Cambiamos de dirección varias veces, conociendo así algo más esta localidad que, al quedar apartada de la carretera, la hemos transitado poco.
Llegamos hasta la iglesia y la coqueta zona que tiene a su alrededor. Allí mismo giramos a la izquierda. En ese punto hay un cartel que indica Arribanzos del Esla, 3,5 km. Por si se quiere ir andando, para seguir el camino que se inicia en ese punto, solo hay que seguir los pequeños montones de piedra colocados sobre rocas visibles. Entre ida y vuelta la distancia al mirador al que nos dirigíamos nosotros son poco más de 6 km.
El camino en su inicio no puede ser más bonito. Es estrecho, alfombrado de hierba, sinuoso, y discurre entre paredes de cortinas. Finalmente, al llegar a un camino principal giramos a la izquierda.
Como doscientos metros después volvimos a la derecha, y tras otro tramo de la misma distancia llegamos a una zona alta desde donde vimos una vista que nos llamó muchísimo la atención, ya que se apreciaba un cambio de paisaje total respecto al que habíamos visto hasta antes de llegar a Muelas.
Tocó ahora girar a la izquierda para empezar un descenso sinuoso y con muchos conjuntos de enormes piedras encabalgadas unas encima de otras, rematando con una caballera.
Descendimos por una zona algo técnica y terminamos prácticamente en una pequeña vaguada, que parecía el cauce de un regato, pero por el que no pasaba ni gota de agua.
Tras la subida llegamos a un alto, como suele pasar siempre que se sube..., y allí ya vimos un estrecho sendero. Además, era ligeramente descendente y ciclable, así que subimos a las bicis y ese último tramo ya lo hicimos rodando. Llegamos a un punto en el que ya no se podía seguir pedaleando, así que nos bajamos y dejamos allí nuestras monturas. Desde ese punto ya podíamos ver un pequeño tramo del Esla.
La caminata consistió en descender unas decenas de metros y, seguidamente, ascender algo más. Terminamos llegando a una atalaya en la que encontramos la placa que pone Mirador Castil de la Cabra (eso sí muy desgastada por el sol). La vista, sin duda, impresionante, muy bonita, y más con la mañana que hacía.
En ese punto comimos una fruta o una barrita, según gustos, y aprovechamos para hacernos unas fotos con las que presumir de sitio bonito.
De vuelta ya al punto donde dejamos las bicis, nos subimos en ellas porque ahora, conocedores ya del camino, era posible ciclar por él. De hecho, descendimos hasta el puentecillo sin poner el pie a tierra. Después de cruzar el puente, cruzamos de nuevo la vaguada y comenzamos el ascenso, pisando por el mismo camino de ida hasta casi unos cientos de metros antes de llegar a Muelas.
Para evitar pisar más el track, algo que ya se sabe que este grupo no se soporta más que en los tramos imprescindibles, giramos a la derecha, haciendo una especie de circunvalación a la localidad. Continuamos por el llamado Camino de las Lineras y, finalmente, giramos noventa grados al llegar a otro camino más ancho y de mayor importancia.
Después ya fuimos, siguiendo esa pista, virando hacia la izquierda, hasta el lugar donde había que pasar al otro lado de la N-122, que volvimos a cruzar. De nuevo el paisaje volvió a cambiar en nada... Y volvimos a ver encinas y amplias zonas de cultivo.
Hicimos sobre el terreno una especie de cuatro, pero cada parte de ese número estaba constituida por una gran recta.
El viento ahora nos ayudaba. El tiempo había cambiado, las nubes habían ganado mucha presencia en el cielo y el viento era algo más fuerte. Esa ayuda hacía que hubiera tramos en los que veíamos en los cuentakilómetros velocidades superiores a los 30 km. Es verdad que el terreno ayudaba también, porque la tendencia era ligeramente descendente.
Pero no siempre... Como ocurrió llegando casi a Palomares, donde nos enfrentamos a una gran uve, en la que la bajada la hicimos estupendamente, pero en la subida alguien o algo se empeñaba en tirar hacia atrás de nuestras bicis. Le preguntaremos a Newton...
Después giramos noventa grados y comenzamos a descender. Terminada la bajada hicimos un nuevo giro, ahora a la izquierda, comenzando así un recorrido por ese flanco de Palomares, que terminó con un ascenso, que se inició a nuestra derecha, y una bajada que terminó en los túneles que pasan bajo las distintas vías del tren, junto a La Hiniesta.
Atravesamos los túneles y allí mismo hicimos un reagrupamiento. Ya todos juntos, entramos en La Hiniesta.
Abandonamos la capital por Trascastillo y atravesamos la primera parte del Bosque de Valorio, desde donde ascendimos hacia el encuentro con la N-122 en la zona alta de San Isidro. Ese fue el primer "chute" térmico de la mañana. Al llegar a ese encuentro continuamos por el llamado Camino del Monte, del que ya hemos dicho en otras ocasiones que, después de cruzar por encima de la autovía, es una auténtica sábana (ondulaciones constantes). Cuando ondulamos todo lo que teníamos que ondular ya dimos por recibido el segundo chute calorífico. En esos momentos ya nadie tenía frío, al menos en el cuerpo, otra cosa eran las manos, que no hay guantes que eviten que los dedos se queden helados.
Poco a poco iban corriendo los kilómetros y también iba cambiando ligeramente el terreno, entrando ya en una zona en la que comienza a haber encinas rompiendo la monotonía de los sembrados.
Ya muy cerca de la localidad, con las primeras viviendas a tiro de piedra, cruzamos la carretera que viene de Villaseco del Pan, pero al otro lado no vimos un camino claro. Es una zona con mucha humedad, llena de hierba y matas de juncos, y no se veían ni roderas. Rodamos por allí campo a través y al que iba el primero, de repente, se le hundió su rueda en un surco profundo y salió catapultado por encima de la bici, a pesar de ir muy despacio, dando una vuelta pineta. Afortunadamente, sin ninguna consecuencia.
Cruzamos un pequeño regato y a partir de ahí ya empezamos a vislumbrar levemente las trazas de un camino.
Lo cruzamos y, yendo hacia la izquierda, vimos un pequeño puente muy bonito por el que pasamos. Metros después iniciamos un ascenso, ya con las bicis en la mano porque no teníamos nada claro si estábamos haciéndolo bien, ya que en esa zona no hay un camino claramente marcado.
Al regresar hacia las bicis no resistimos la tentación de subir a un cúmulo de piedras, mejor dicho, piedronas, desde donde contemplar la zona.
Desde allí la vista del Esla era similar, aguas abajo, la diferencia es que también se podía ver aguas arriba, y se alcanzaba a ver la presa.
Desde La Hiniesta a Zamora lo hicimos por el recorrido habitual, primero por la izquierda de la carretera, cruzando esta después, continuando por su derecha, para terminar saliendo a ella unos metros y abandonarla enseguida camino de Valderrey y Valorio.
En La Alamedilla nos introducimos en el carril bici y ya no lo abandonaríamos hasta el Puente de Piedra. A su lado hicimos un intento de tomar algo, pero la poca profesionalidad del dueño del bar, demostrada hoy y muchas otras veces, hicieron que nos saliéramos de él sin tomar nada. Como era tarde decidimos tirar cada uno para su casa, dejando sin broche, esta bonita ruta.
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