23 de abril de 2023

I Marcha BTT Peñausende

Desde hace algún tiempo proliferan las marchas ciclistas, la mayoría de bicis de montaña, en localidades de la provincia. No es de extrañar, porque para los vecinos de esos pueblos ver, aunque solo sea por unas horas, el pueblo lleno de gente y de vida tiene que ser una gran satisfacción. Y que muchos de esos vecinos se involucren en la organización para que todo salga perfecto es también una gran satisfacción, pero para nosotros, los invitados.

La salida de la marcha estaba prevista a las 9.30 h., como teníamos que ir hasta Peñausende, aparcar, prepararnos y coger los dorsales, nos pareció que debíamos salir de Zamora a las 8.30, y así lo hicimos. Desde aquí fuimos cuatro y uno más se desplazó por su cuenta porque no se encontraba en la capital.

La organización cumplió con el horario y a las 9.30 explotó la traca que indicaba que se acababa de dar la salida. 


Los primeros kilómetros los hicimos saliendo del pueblo hacia la derecha por una buena pista y entre cortinas delimitadas con paredes típicas sayaguesas. Los cuatro que habíamos ido desde Zamora salimos juntos pero pronto quedamos divididos en dos grupos porque en una prueba no es fácil mantener la unidad y porque había dos que pensaban hacer la marcha larga y necesitaban ir algo más rápidos para que no se retrasara en exceso su llegada a meta. 


Enseguida cambiamos de dirección y terminamos rodeando Peñausende por su parte norte. Pronto el pelotón se fue estirando y estirando y empezaron a surgir huecos entre unos y otros. A esas alturas ya no nos afectaba el fresco con el que nos recibió este pueblo, ya lo habíamos vencido, pero nos costó un par de subiditas.


Volvimos a cambiar alguna vez más de dirección y fuimos encontrando a nuestro paso bonitas estampas protagonizadas aún por las floración de los campos de colza. 


Nos estábamos acercando a Tamame de Sayago, pero antes hubo que cruzar una ribera. Hubo quien optó por pasarla a pie y otros montados sobre las bicis. Nosotros lo hicimos rodando y no hubo problema, una salpicadurillas y poco más.


Recorrimos unos cientos de metros por una pradera y hubo que hacer lo inverso, pasar hacia el otro lado. Visto el éxito anterior ni lo pensamos, derechos al agua.


Poco después de cruzar la ribera llegamos o, mejor dicho, rozamos Tamame. Pasamos junto a un bonito puente que conocíamos de rutas que hemos hecho por la zona y recorrimos una calle de la localidad y enseguida giramos a la derecha para enfilar de nuevo dirección Peñausende.

Volvimos a encontrarnos buenas pistas por las que se rodaba muy bien y trazadas entre grandes propiedades  cubiertas de pasto y encinas, principalmente.

Aunque los diez primeros kilómetros habían tenido alguna subida, la tendencia había sido descendente, pero las tornas cambiaron aproximadamente a esa distancia y empezamos a ascender, suavemente en un primer momento. En ese momento el viento ya molestaba bastante, preludio de lo que iba a ser a lo largo de toda la marcha.


Cambiamos alguna vez de dirección y, tras subir, también descendimos algo. Empezamos a encontrar a nuestro alrededor jaras en flor (algo más propio de mayo que de abril).


Aproximadamente en el kilómetro 15 empezamos a encontrar en sentido contrario a los senderistas. Aunque nos fijamos no fuimos capaces de ver a las Galanas. Terminó la hilera de caminantes y continuamos sin verlas, pero unos cientos de metros más adelante las vimos, iban cerrando el grupo porque después de ellas ya no encontramos más andarines. Nos animaron con ganas pero no llegamos a parar. Nada más pasar junto a ellas giramos a la izquierda.


Nos enfrentamos a una larga recta. Al fondo ya vislumbramos los aerogeneradores de la zona alta del denominado Pinar de Peñausende, hacia allí nos dirigíamos. Aunque a esas alturas ya habíamos sufrido los estragos del viento cuando nos daba de cara, en esa zona, al estar más abierta, molestaba mucho más. Y lo que es peor, comenzábamos a notar sus efectos en nuestras piernas.


Al terminar la recta giramos a la izquierda y comenzamos una ascensión más dura que las anteriores en la que, al ir con ayuda eléctrica, aunque al mínimo, fuimos pasando a bastantes unidades.


Una de las que pasamos fue el personaje que representa esta marcha, que iba disfrazado de caballero de la Orden de Santiago, sin duda un morador de la fortificación que en el medievo hubo en Peñausende.


Estábamos entrando ya en el famoso Pinar de Peñausende, que se caracteriza por su gran extensión y por ubicarse en una gran ladera. Recorrimos unos quince kilómetros por su interior subiendo y bajando varias veces por esa ladera.


En una de las pistas que lo recorren encontramos al quinto bíker, el que había ido a Peñausende por su cuenta, si bien hoy lucía los colores de su otro club, el Triatlón Zamora. Tras charlar unos segundos con él y darle ánimos, continuamos adelante.


Realmente ese tramo fue muy rompepiernas, porque las subidas eran duras en la mayoría de los casos y, si bien siempre estaban seguidas de un cambio de sentido y una bajada, estas se hacían cortas porque ya sabíamos que en cuanto giráramos ciento ochenta grados habría que volver a subir.


La quinta subida fue como una traca final, un kilómetro y medio de ascenso dividido en cuatro tramos, cada cual más duro. 


El último, el más empinado, hizo poner a más de uno el pie a tierra. Menos mal que en la parte más alta había mucha gente animando, algo que siempre se agradece, y un avituallamiento, el segundo.


Aprovechamos para llenar nuestros botes con una bebida energética y coger una barrita y continuamos. Recorrimos un pequeño tramo llano y giramos noventa grados para comenzar una bajada muy empinada y algo técnica y que terminó encantándonos, porque no era recta, iba trazando pequeñas curvas recorriendo una zona boscosa.

Terminado ese tramo volvimos a rodar por pista. Cuando el viento nos daba de cara nos iba matando poco a poco, si era lateral lo íbamos aguantando y cuando nos ayudaba por la espalda era una gozada. Como íbamos cambiando de sentido cada poco nos lo íbamos encontrando por un lado o por otro.


En el kilómetro 44, más o menos, fue el momento de la separación del recorrido largo y del corto. Nosotros ni siquiera lo hablamos, habíamos quedado que haríamos el largo y, como hasta ese momento no habíamos flaqueado, continuamos siguiendo la indicación de la izquierda, la marcha larga. La otra pareja de nuestro grupo al llegar a este punto fueron ya hacia Peñausende, al igual que el otro bíker, que pensaba hacer la larga pero problemas estomacales le impidieron hacerla.

Aunque a esas alturas ya íbamos encontrando por delante a pocos ciclistas, al separarnos aún veíamos menos, pero de vez en cuando íbamos encontrando a alguno rodando en solitario y luchando contra el cansancio y el viento. 

Después de ascender un tramo de unos tres kilómetros, entramos en una zona con robles y matorrales que atravesamos por un senderito. Nos encantó la zona.


El tramo terminó al desembocar en una pista cuesta abajo por la que bajamos con sumo gusto. Al llegar abajo había como una cancela de una dehesa e íbamos a traspasarla al ver a un ciclista transitando al otro lado de la misma y en sentido contrario al nuestro. Al vernos nos dijo que no, que debíamos seguir por la derecha. En ese momento nos fijamos y estaba pintado en el suelo la señal que indicaba que por allí no. Pensamos que tendríamos que hacer unos cientos de metros, pero no, rodamos y rodamos, subiendo y bajando, unos siete kilómetros.



En esos siete kilómetros hubo un poco de todo, como sucedió en toda la marcha, tramos de sendero entre encinas y monte bajo.


Zonas de pista en las que se iban alternando subidas y bajadas, que iban castigando nuestras piernas, a esas alturas, ya poco frescas.


De vez en cuando algún tramo era casi llano, pero en esos solía acompañarnos el viento frontal, que nos hacía más mella que los ascensos.


Menos mal que mirando a un lado y a otro nos íbamos encontrando con escenas propias de la primavera sayaguesa que son un regalo para la vista.



También vimos en ese tramo bonitas y amplias praderas, alguna de las cuales tuvimos que atravesar. Menos mal que no estaban casi húmedas y no costaba rodar por ellas.



Un último tramo de pista nos condujo hasta el punto donde casi nos habíamos "colado" sin querer, mirando al otro lado aún vimos a varios ciclistas en sentido contrario.


Después de sobrepasar ese punto iniciamos un recorrido precioso, entre robles, con mucha vegetación y recorriendo un sendero que también nos regalaba buenas vistas.



Nos divertimos a lo grande esquivando robles, agachándonos para no darnos con ramas bajas, buscando la mejor opción cuando el sendero no se reconocía (si bien siempre había trocitos de cinta atados a los árboles para no perderse). 

Finalmente salimos a otra pista, le dimos fuerte a los pedales y no tardamos en llegar a Figueruela de Sayago. Al igual que ocurrió con Tamame, solo pasamos por una calle lateral y enseguida giramos a la derecha para abandonar la localidad. 


Cada vez veíamos más cerca la meta, nos quedaban menos de diez kilómetros. Los primeros, saliendo de Figueruela, los hicimos por pista y a muy buena velocidad.


A ese tramo le siguió una pradera en la que el viento nos volvió a hacer de las suyas. Terminado este tramo hicimos un giro de casi 180º y empezamos a rodar por una zona totalmente diferente.


De nuevo otro recorrido entre árboles a través de un senderito, esquivando troncos y matorrales, al tiempo que íbamos disfrutando al máximo.


Terminado este le sucedió otro camino ancho y liso que nos conduciría a las proximidades de Peñausende. Su estampa característica, ese gran farallón rematado por los restos de lo que fuera una fortificación medieval que perteneció a la Orden de Santiago, la veíamos cada vez más cerca. En realidad la estuvimos viendo toda la mañana porque durante todo el recorrido nunca nos alejamos en exceso de la localidad y la vimos desde la distancia desde muchas zonas del recorrido.

El camino nos llevó hasta la carretera, recorrimos los cien o doscientos metros que nos separaban de una rotonda y allí nos indicaron que tomáramos el camino de la derecha, una subida que era el comienzo de lo que suele llamarse "la guinda del pastel".


Y esa guinda, para los que hicimos el recorrido largo, no era otra que ascender hasta la zona más alta del farallón, una subida con ascensos entre el 10 y el 25% realizando un recorrido en zig zag.


A nosotros nos costó, así que imaginamos lo que tuvieron que sufrir los "musculares". Aún así muchos consiguieron llegar sin bajarse de la bici. ¡Ole por ellos!


Al llegar a la zona más alta tocó descender, haciendo también zig zag, y poniendo cuidado porque el terreno era arenoso y las ruedas tendían a patinar. El camino terminó junto a la Casa Rural y Restaurante La Becera, desde allí, siguiendo las indicaciones pintadas en el suelo, hicimos un recorrido por muchas calles del pueblo, llegando finalmente a la meta, que traspasamos unidos por los hombros porque el logro había sido conjunto.

Bonita ruta y excelente organización que culminó con un montón de comida y bebida en meta para todos los participantes, y con una comida servida por La Becera en la nave de usos múltiples con la que cuenta el pueblo, para todos aquellos que eligieron la modalidad "con comida".



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