Hace un par de semanas vimos en un periódico local unas fotos de un almendral enorme con miles de almendros en flor. En la noticia no se citaba dónde era, la única pista que ofrecía era que estaba a veinte minutos de Zamora. Preguntando aquí y allá dimos con el lugar y de paso descubrimos La Peña, de Villabuena del Puente. Hoy hemos ido a ambos.
Los veinte minutos a los que se refería el periódico digital eran en coche. Si íbamos hasta allí en bici habríamos tardado mucho, así que acercamos nuestras bicis en nuestros vehículos hasta Venialbo y allí, desde su plaza, iniciamos la ruta poco después de las 9.30 h. Enseguida cruzamos el puente de la carretera desde donde pudimos ver el peatonal con el elegante topónimo del pueblo.
Si bien la previsión meteorológica nos había informado de que habría algunas nubes, lo cierto es que el cielo aparecía limpio de ellas. El día estaba precioso, la verdad, pero eso sí la temperatura era fresquita, unos dos grados, y como la equipación que llevábamos casi todos era de entretiempo, en los primeros minutos pasamos algo de frío.
Esos minutos correspondieron a los dos kilómetros que hicimos en llano, paralelos al arroyo Talanda, al salir de la localidad porque pasado ese tramo la orografía cambió.
Eso sí, a pesar del frío, podíamos disfrutar del paisaje, los cereales no podían estar más verdes y, como contraste, el verde oscuro de las masas de pinos o el ocre de las tierras sin cultivar.
Y el frío se pasó enseguida, comenzamos ascendiendo una buena cuesta. Terminada esta giramos a la izquierda y poco después comenzamos a sumergirnos en un pinar. Poco después se abrió un claro pero poco después volvimos a adentrarnos en un mar de pinos.
A esas alturas ya importaba poco el frío, si alguien aún lo tenía, e incluso las cuestas, porque estábamos disfrutando. El único pero que podíamos poner era que la profusión de pinos ha provocado que en determinadas zonas, las más bajas, se acumulen bancos de arena, que dificultan la rodadura y que la hacen peligrosa.
Después de algunas subidas y bajadas, continuamos por un camino menos marcado. Poco después, en el kilómetro ocho, nos dimos de bruces con una valla que no tenía apertura. El camino a seguir estaba tres metros más para allá de la misma, pero no podíamos pasar. Había un camino apenas visible a nuestra derecha, así que seguimos por él, sin dejarlo en ningún momento, algo más de dos kilómetros, justo hasta que giramos a la izquierda al llegar a un cruce de caminos.
El nuevo camino nos regaló una bajada tras la que retomamos a nuestro track. Viendo ahora el recorrido hecho, de haber sabido de la existencia de esa valla podríamos habernos ahorrado seis kilómetros, si bien tampoco nos pesa, porque disfrutamos mucho entre los pinos.
En un momento dado se abrió un pequeño claro, cruzamos una carretera, la que une Venialbo con Valdefinjas, y enseguida volvimos a adentrarnos en el pinar.
Pero este pinar estaba envenenado, porque escondía una subida de casi tres kilómetros. Al terminar esta los pinos empezaron a desaparecer y comenzamos a rodar por un camino propio de concentración que pronto se rodeó de grandes extensiones de cereales a medio crecer y de un verdor que denota vida.
Descendimos unos dos kilómetros casi trazando una recta y, seguidamente, hicimos un giro a la izquierda, subimos una pequeña cuesta y giramos a nuestra derecha. Enseguida se apoderó de nosotros cierta decepción porque nos topamos con la enorme plantación de almendros, pero estos habían perdido la flor. ¡El Domingo anterior la conservaban aún!
Atravesamos por una camino de servicio del almendral y allí, junto a cada almendro, pudimos ver los montones de pétalos que acumulaba cada almendro alrededor de su tronco.
También es cierto que da gusto verlos tan alineados, tan iguales. Además, al ser el terreno donde se asientan ondulado, la perspectiva que ofrecen es mejor.
Para que nadie pueda llamarnos mentirosos, bajo estas líneas ponemos una foto del mismo almendral el Domingo pasado.
El camino de servicio que recorrimos nos llevó, al llegar al término de la explotación, hasta otro camino. Al llegar a él fuimos hacia la derecha, ascendimos unos cientos de metros y nos encontramos con otro camino, al que nos incorporamos girando hacia la izquierda.
Después de descender, ascender, de ir entre cereales y viñedos y de cambiar de dirección en dos o tres momentos, nos fuimos acercando a la localidad que veíamos desde hacía algunos minutos. Se trataba de Villabuena del Puente.
Una vez que entramos en el pueblo, en el que pocos habían estado con anterioridad, casi todos nos sorprendimos porque es un pueblo grande para lo que estamos acostumbrados a ver y se percibe con vida: había gente, vimos bastantes construcciones nuevas...
Pasamos junto a la iglesia y descendimos hasta el cauce del río Guareña, el que nombre a la comarca. Lo cruzamos por el denominado "puente romano", si bien es medieval.
El objetivo de cruzarlo no era otro que subir al Mirador de La Peña, situado en lo alto de una pared de roca arenisca erosionada durante siglos y siglos.
La ascensión tiene cierta dureza, albergando algún tramo con hasta un 13% de desnivel, pero poco a poco fuimos pudiendo con ella. La segunda mitad se asciende algo peor porque el firme está en mal estado.
Como se van ganando bastantes metros las vistas iban mereciendo más la pena. Al llegar a la meseta que hay en la parte más alta se divisan kilómetros y kilómetros de campos sembrados o esperando su ración de semillas.
Pasamos junto a las antenas pero continuamos más adelante, atravesando un pinar. Al final del mismo hay un pequeño mirador, el objetivo de esta ruta.
Se conoce que la gente tenía hambre porque todo el mundo metió la mano en alguno de sus bolsillos posteriores y cogieron algo de comer. Y lo comieron con vistas.
Y es que la panorámica que se tiene de Villabuena del Puente desde ese lugar es espectacular, parece talmente una vista aérea.
Después de unos minutos volvimos a nuestras bicis y tocaba descender. No queríamos hacerlo por el camino de subida, así que bordeamos una tierra sembrada y después no nos quedó otra que, con las bicis en la mano, descender por una bajada muy empinada en la que costaba sujetar la bici a pesar de llevar los dos frenos clavados.
Al llegar abajo nos incorporamos a un camino que continuó descendiendo hasta llegar a otro de mayor importancia que nos fue acercando de nuevo al pueblo.
Volvimos a pasar por varias de sus calles, continuamos por la calle que va hacia el cementerio pero antes de llegar a este giramos a la izquierda, rodamos unas decenas de metros por la carretera y nos desviamos hacia la derecha para enfilar una recta ascendente de casi cuatro kilómetros de larga.
Cambiamos de dirección un par de veces y seguíamos alternando pequeñas subidas y bajadas entre campos de cereales.
Tambien fuimos encontrando mucha viñas a nuestro paso, sobre todo en la zona próxima a El Pego. Algunas, casi todas, daba gusto verlas, tan limpias, tan alineadas...
Sobre el kilómetro 40 nos encontramos con una cancela. Menos mal que era de las que permiten abrirse, así que la abrimos, pasamos y la volvimos a cerrar. Nos permitió introducirnos en una finca, una dehesa quizás es un término más exacto, en la que abundaban las encinas.
Después de un primer tramo siguiendo un camino marcado por dos roderas, salimos del vallado por un hueco y continuamos adelante.
Comenzamos entonces a atravesar una zona repleta de encinas que nos encantó y que nos sorprendió a partes iguales, ya que no esperábamos un paisaje así en este tramo.
El recorrido entre encinas se prolongó durante unos cinco kilómetros, tras los que volvieron a abrirse claros, desaparecieron los árboles dando paso a campos propios de Castilla.
Después de cambiar un par de veces de dirección y de realizar otras tantas subidas y bajadas, nuestras piernas comenzaban a flojear. Si bien no habíamos acumulado mucho ascenso, toda la ruta había estado salpicada de ascensos y descensos, es decir, había sido una "rompepiernas".
Menos mal que los dos últimos kilómetros fueron una bajada que fue acercándonos a Venialbo a toda velocidad.
Al llegar a las primeras viviendas nos dirigimos hacia la carretera, la cruzamos, y continuamos hacia la plaza. Nada más llegar desmontamos de las bicis, las colocamos en los "portas" y el primero en terminar se encargó de pedir unas cervezas en el bar. Las disfrutamos porque teníamos ganas de ellas y porque las pudimos tomar sentados al sol, y se estaba de maravilla. En cuanto terminamos volvimos a Zamora, que había que tomar el vermú, comer y, algunos, ir a ver a "La Borriquita".
Para descargar la ruta haz clic en el logo de Wikiloc.
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