31 de marzo de 2023

Incursión en Las Médulas

La mayor mina de oro a cielo abierto del Imperio Romano se encontraba en El Bierzo (León) y no era otra que Las Médulas. Los trabajos para extraer el oro modificaron ese territorio siendo el resultado un paisaje de arenas rojizas salpicado de manchas verdes (castaños y robles). Actualmente están declaradas Patrimonio de la Humanidad y hoy hemos tenido la suerte de recorrer una parte con nuestras bicis.


Quien algo quiere, algo le cuesta, así que tocó madrugar. A las 7.45 quedamos tres bíkers y un bíker-amigo para cargar los coches y salir hacia Toral de los Vados. Como un cuarto de hora más tarde iniciamos el viaje sorprendidos por un chubasquillo que no esperábamos. A medida que fueron avanzando los kilómetros el cielo se fue despejando y al llegar a nuestro destino, dos horas después, se había vuelto a cubrir en parte. Después de tomar un café en esta localidad berciana nos dirigimos a la Piscina Municipal, en cuyo aparcamiento dejamos los coches.


Sobre las 10.30 h., una vez preparados (nosotros y las bicis) iniciamos la ruta. Y lo hicimos por una estrecha carretera que nos permitió disfrutar de unas buenas vistas. 


Enseguida llegamos a un pequeño pueblo, Paradela del Río, que recorrimos de lado a lado. Continuamos por la carreterita y enseguida nos encontramos con otro pequeño pueblo.


En esta ocasión se trataba de Requejo. Rodamos por su calle principal y poco después de pasar junto a las últimas edificaciones giramos a la izquierda para dirigirnos hacia el cauce del río Sil. Pero allí mismo nos dimos de bruces con una sorpresa: el puente por el que teníamos que cruzar estaba caído.

Se trataba de un bonito puente colgante,  pero alguna riada se lo había llevado por delante y lo había tumbado por completo. Consultamos nuestros GPS y comprobamos que había una alternativa. Esta consistía en volver a Requejo, dirigirnos a la N-120 y rodar por ella hasta cruzar el río Sil por un viaducto.


Nos pusimos manos a la obra, o mejor dicho, pies en los pedales, y en pocos minutos estábamos rodando por dicha carretera. Lo hicimos a lo largo de unos dos kilómetros y medio, tras lo que apareció el viaducto.


Poco después de cruzarlo nos desviamos a la derecha y pasamos sobre la propia N-120 por un paso elevado. Continuamos por una carreterita que, tras un ascenso inicial, nos permitió coger velocidad descendiendo hacia la cuenca del río. 


Y lo hicimos disfrutando porque el sinuoso recorrido estaba flanqueado por árboles florecidos y mucha vegetación. No tardamos mucho en llegar a un punto donde empalmábamos con el track que deberíamos haber seguido de no haberse caído el puente. El forzado rodeo se tradujo en seis kilómetros.


Donde retomamos el track era un camino en cuesta, con inclinaciones importantes desde el primer momento y rodeado de castaños, robles y vegetación baja. Muy bonito, pero de cierta dureza porque la subida se prolongó durante unos tres kilómetros.

La temperatura era muy agradable, estaba en torno a los 12º, y el cielo amenazaba con regalarnos algún chubasco. Quizás no nos habría venido mal porque con tanta cuesta nos empezaba a sobrar todo. 



Cuando terminó la subida hicimos una pequeña parada para contemplar el paisaje que teníamos a nuestros pies. El subir, al menos, nos regaló buenas vistas.


El punto en el que estábamos era la intersección del ocho que formaba el track que estábamos siguiendo. Al volver a las bicis nos fuimos hacia el lado equivocado, pero lo pudimos arreglar al darnos cuenta y dirigirnos hacia La Campañana, otra pequeña localidad que teníamos que atravesar, eso sí, de dos veces porque cuenta como con dos barrios.

Salimos del pueblo por asfalto y descendiendo, así que enseguida llegamos a bordear un embalse, el de Campañana, y a atravesarlo por encima de una pequeña presa. 


Mirando mientras lo cruzábamos hacia la izquierda pudimos contemplar las aguas del embalse, hacia la derecha el cauce del río y algo más allá el lago de Carucedo.


El descenso continuó después de la presa pero hicimos una parada en un mirador para poder contemplar con calma el lago de Carucedo. 



Hay una leyenda que dice que Carissia, una ninfa, se enamoró del general romano Tito Carissio. Al burlarse de ella lloró tanto que con sus lágrimas inundó la ciudad de Lucerna y se formó este lago. Pero lo cierto es que se formó por los lodos y arena que los romanos trataban de conducir hacia el río Sil procedentes de la explotación de las minas de oro. Estas "taponaron" la salida del río y se formó un pequeño embalse primero y un gran lago, de mayores dimensiones que el actual, después.

Tras esa parada continuamos descendiendo y enseguida llegamos a la localidad que da nombre al lago. Al pasar junto a la iglesia vimos que estaba abierta, así que paramos y entramos. Dentro había un carpintero que, al vernos, comenzó a imitar a un sacerdote durante el rito de la misa. Tras observar su interior y charlar brevemente con él nos despedimos y volvimos a nuestras bicis. En ese momento él puso en su móvil la canción, Claramente, de Shakira y el teléfono junto al micro, así que empezó a sonar el alegato contra Piqué por la megafonía del templo. No sabemos si a él lo excomulgarían pero a nosotros nos metió la canción hasta dentro y nos acompañó durante el resto de la ruta.


A la salida del pueblo giramos a la derecha y nos sumergimos en un camino que, de nuevo ascendiendo, y durante algo más de dos kilómetros, nos llevó hasta la carretera que une Carucedo con Las Médulas.


Durante este trayecto pudimos seguir contemplando la explosión de primavera de la que hacían gala muchos árboles, pero también vimos esta especie de trampantojo, en el que un árbol seco parecía lleno de vida por los espinos floridos que lo rodeaban.


Ya en el breve trayecto de carretera que hicimos pudimos contemplar algunas de las originales formaciones de Las Médulas.


Después de ese breve periplo sobre el asfalto nos desviamos de nuevo para seguir por tierra, sin dejar de ascender en ningún momento.


Menos mal que para aliviar el cansancio podíamos mirar a un lado y a otro y nos encontrábamos bonitos paisajes que hacían menos duro el ascenso.


En un momento dado nos desviamos hacia la izquierda para ir hacia el Mirador de La Frisga. Eso nos permitió realizar un descenso de casi medio kilómetro (que nos disfrutamos plenamente sabiendo que había que hacerlo en sentido contrario).


Pero también es cierto que las vistas merecían la pena. Aprovechamos la parada, además de para regalarnos la vista, para llevarnos algo a la boca, porque aún quedaba más subida.


Después de la breve pausa nos subimos de nuevo en las bicis y lo que ya sabíamos, a seguir subiendo...
Primero para volver hasta el punto en el que nos habíamos desviado y después para continuar con el trazado que íbamos siguiendo.


El camino continuó ascendiendo otros tres kilómetros aproximadamente y nos llevó de nuevo hasta la carretera. Ya en ella continuamos subiendo y enseguida vimos a lo lejos el Mirador de Las Médulas.


Al llegar a él ascendimos por sus rampas y ya en el mirador nos dimos de bruces con un vendaval. Es cierto que en algunos tramos el viento nos había azotado, y era fuerte, pero allí las rachas eran fortísimas.


Pero eso sí, poco nos importó el viento al contemplar las impresionantes vistas. Los tonos rojizos en contraste con los verdes de los castaños y robles y, por encima, el cielo repleto de brochazos grises y azulados.


Era obligatorio hacerse allí una foto de grupo. Le pedimos a una chica que nos la hiciera y nos hizo todo un book, combinando zoom y diferentes encuadres.


En pocos minutos nos pusimos de nuevo a pedalear siguiendo por el camino que surge al terminar la carretera. Enseguida, tras una subidita corta y dura, comenzamos a descender.


Y descendimos mucho. Pero era lógico, hasta llegar al mirador no habíamos hecho más que subir durante toda la mañana, así que era lo que tocaba. El paisaje que dejábamos a nuestra izquierda era espectacular, con impresionantes valles.



Tras unos tres kilómetros de bajada hicimos una parada que le vino bien a nuestros brazos, tensados de tanto frenar. Delante teníamos el Mirador de las Pedrices, que también nos regaló bonitas vistas.


De nuevo en ruta, no tardamos en hacer un giro muy pronunciado a la derecha para seguir descendiendo por una pista muy lisa, pero con gravilla suelta.


Enseguida llegamos al pueblo que da nombre a la zona, Las Médulas. La hora, casi ya de comer, hacía que las calles estuvieran casi desiertas.


Callejeamos algo por el pueblo y terminamos saliendo de él por un camino que siguió descendiendo. Había que tener cuidado porque tenía mucha piedra suelta, así que tocó seguir desgastando pastillas.


El descenso, muy divertido y de unos cuatro kilómetros, nos permitió volver a encontrarnos con el Lago Carucedo, pero esta vez desde la óptica opuesta. Poco más adelante nos llevó hasta la N-536. Por ella continuamos hacia la derecha durante menos de un kilómetro. Tras este breve recorrido giramos a la izquierda y, no mucho después, llegamos a la localidad homónima del lago.


Tras atravesar esta localidad tocó hacer algo que ya habíamos olvidado: subir. Y lo hicimos durante unos dos kilómetros en un primer tramo, el que nos llevó, de nuevo, hasta La Campañana.


Pero después de atravesar la localidad continuó en un segundo tramo de otros dos kilómetros. Eso sí, después había premio...


El premio fue un descenso largo, divertido, de nuevo entre castaños, robles y monte bajo, y en el que había que aplicar los frenos incesantemente.



Casi al final de la bajada el camino cruzaba un pueblo abandonado, Peón, que nos contempló con toda la tristeza que hay detrás de un lugar que en un tiempo estuvo repleto de vida y de historias.


Finalmente llegamos al llano, al cauce del río Sil. Lo atravesamos por una rampa de piedras y tierra que habían echado, imaginamos que para suplir a la mitad del puente que se debió derrumbar, y por la otra mitad que aún estaba en pie.


Continuamos hacia la derecha bordeando el cauce del río y vimos la indicación de un puente colgante. Nos sedujo y fuimos hasta él. Lo cruzamos en uno y en otro sentido y en seguida volvimos al camino.
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Enseguida llegamos a Villadepalos, rodamos por varias calles y terminamos en una pequeña carretera. Después de seguir por ella unos cientos de metros nos desviamos a la derecha, pasamos bajo la vía, y seguimos por un camino paralelo a esta. Este camino nos llevó hasta las primeras viviendas de Toral de los Vados.


Ya en esta localidad nos dirigimos a las piscinas para colgar el "The end". Nos felicitamos por haber terminado la ruta sin percances y por lo que habíamos disfrutado. Inmediatamente cargamos las bicis y nos hicimos un "lavado de gato", siendo en este caso la lengua unas toallitas húmedas. Una vez vestidos de "civiles" nos montamos en los coches y nos dirigimos al Restaurante La Casona, en las cercanías de Ponferrada, concretamente en Camponaraya. Allí recuperamos todo lo perdido, es posible que con creces, y pasamos un buen rato, un estupendo fin de ruta, desde luego.



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