Durante la primavera nos gusta aprovechar, siempre que podemos, para recorrer lugares de nuestra provincia que en esa estación lucen más que en otras. Algunas de las salidas anteriores fueron a Sayago, que estaba espléndida, y hoy quisimos darle una oportunidad a Aliste. Sabíamos que nos iba a encantar también, y así ha sido. Esta todo tan verde, tan lleno de flores, de vida, con tantos colores, con el agua corriendo por todas partes... No hay palabras para describirlo.
Quien algo quiere, algo le cuesta, y como queríamos ir a Aliste el coste fue, de nuevo, madrugar. Como en Castilla y León estamos inmersos en un largo puente, la mayoría de la gente ha salido fuera o tenían algún compromiso, así que estábamos solo tres bikers. A las 8.30 estábamos saliendo de Zamora con dos bicis cargadas y fuimos hasta Morales a buscar al tercero. Desde allí partimos hacia Grisuela. Al llegar, descargamos las bicis, nos preparamos y unos minutos después de las 10.00 h. comenzábamos a rodar.
La mañana estaba fresca, 4º al salir de Zamora y unos 6º en Grisuela, pero había viento, así que la sensación térmica era menor. Pero lo cierto es que sobre la bici no tuvimos frío, ni siquiera en los primeros kilómetros. Contribuyó a ello que salimos de esta localidad ascendiendo ligeramente por un camino que, poco después se bifurcó, continuando nosotros por la derecha, al igual que en otra bifurcación posterior. En ese tramo atravesamos un robledal y, posteriormente, un pinar (impropio de la zona).
Seguidamente tocó descender, terminando el camino en la carretera que une Grisuela y San Vitero. Continuamos por ella pero solo unos doscientos metros, porque enseguida nos desviamos a la derecha para volver a la tierra ascendiendo una pequeña cuesta.Tras la subida continuamos por el camino, que apenas tenía dos roderas y estaba rodeado de escobas. Poco después comenzamos a descender con San Vitero ya a la vista, pero en los últimos metros empleamos bastante tiempo porque el camino era un auténtico barrizal y costaba elegir la rodera menos mala y costaba mover las ruedas.
Como siempre hacemos, recorrimos el pueblo hasta llegar a la iglesia, que suele coincidir con el centro, lo malo es que, en este caso, está en un alto. Después de pasar junto al templo descendimos, cruzamos la carretera y continuamos por un camino que, no mucho después abandonamos para seguir hacia la izquierda. Este nos llevó hasta la ermita del Cristo del Campo. Allí mismo cruzamos al otro lado de la carretera para seguir por un camino trazado en paralelo a esta, pasamos por delante de una gasolinera y, enseguida, el camino se separó hacia la izquierda, iniciando una ligera subida. Más adelante el camino prácticamente desaparecía y continuamos por encima de hierba y rodeados de escobas.
Hicimos un giro a la derecha, descendimos, volvimos a girar, pero ahora a la derecha y de nuevo tocó pisar barro, el que había en un camino entre fincas.
Enlazamos con el llamado camino de San Cristobal a San Vitero, de nuevo una subida ligera, pero en el último kilómetro del mismo, era hierba anegada de agua por la que costaba mover las ruedas un mundo.
Entramos en San Cristobal de Aliste, lo cruzamos de lado a lado en un plis plas porque es muy pequeño.
Nada más dejarlo atrás rodamos por un campo de golf, o al menos se parecía, porque era una enorme pradera que, en general, estaba seca.
Como un kilómetro y medio después de San Cristobal dejamos la pradera, giramos a la derecha y bajamos hacia una vaguada, que nos permitió acceder a un camino que ascendía hasta ponerse en paralelo a la carretera.
Continuamos en paralelo a ella por un camino llano y de buen firme, el primero que nos encontrábamos con esas características. Finalmente salimos a una carretera secundaria.
Recorrimos sobre al asfalto, porque en este tramo no había ningún camino alternativo, unos tres kilómetros, que aprovechamos para hacerlos a buena velocidad.
Antes de llegar al cruce que va hacia Mahíde nos desviamos a la derecha y comenzamos a recorrer un sinuoso camino liso y con algunas zonas embarradas, pero evitables.
En un momento dado hicimos un giro de noventa grados y continuamos entre robles. Poco después divisamos ya cerca edificaciones de Mahíde. Enseguida llegamos a esta localidad. Poco después de acceder a ella cruzamos un riachuelo. Había un puente también pero preferimos pasar por el agua para limpiar las embarradas ruedas.
Hicimos un buen recorrido por sus calles y pasamos por un par de plazas para, finalmente ir en busca del río Aliste, al que queríamos acompañar en una buena parte de su recorrido.
Al salir del pueblo se produjo el encuentro, si bien pasamos por encima a través de un puente. Continuamos por su margen izquierda y empezamos a comprobar que íbamos a disfrutar mucho del paisaje porque no podía estar más verde ni más bonito.
No mucho después hubo que cruzar al otro margen, en esta ocasión saltando con las bicis en la mano de piedra en piedra.
Desde esa margen, cuando la vegetación lo permitía, nos íbamos empachando de preciosas vistas. Veíamos un tramo bonito y poco después nos dábamos de bruces con otro que lo era aún más.
Y así, unos siete kilómetros después de dejar Mahíde, entrábamos en Pobladura de Aliste. Pasamos por una de las dos calles principales de la localidad y la dejamos atrás yendo hacia la carretera.
Antes de llegar a ella pasamos de nuevo por otro puente a la margen izquierda. Al salir del mismo giramos a la derecha para seguir por la ribera del río.
La distancia entre Pobladura y Las Torres de Aliste no llega a los tres kilómetros y, como al ir junto al río se suele ir descendiendo suavemente, los hicimos muy rápido.
No llegamos a entrar la pueblo, sino que continuamos en paralelo al río por un bonito paseo que tiene el pueblo. Al final del mismo nos encontramos con un puente que teníamos que atravesar para volver a la margen derecha.
Desde el propio puente la vista de esta localidad es muy bonita.
Ya en la margen derecha de nuevo, el camino volvía a estar cubierto de verde, de hecho ni se veía, pero no costaba mucho rodar sobre la hierba.
Lo que si costó fue subir el ascenso que nos encontramos enseguida, y es que se suben más de 50 m en menos de un kilómetro. Se pierde el aliento en la subida pero eso sí, se ganan vistas.
Descendimos inmediatamente y, unos metros más adelante nos topamos con otra ascensión muy inclinada, pero en esta ocasión más corta. Tras coronarla continuamos por un camino que nos condujo en un corto espacio de tiempo a la siguiente localidad por la que pasamos.
Esta era Palazuelo de las Cuevas, una localida que tiene que ser muy incómoda para sus habitantes porque una parte del pueblo está en un alto y para llegar a la otra hay que descender mucho, pero claro, lo malo es la vuelta... Nosotros, por suerte, fuimos de la parte de arriba a la de abajo.
Con la subida nos habíamos alejado algo del río, pero al salir de esta localidad nos encontramos den nuevo con él, pasamos sobre un puente y comenzamos a rodar por su margen izquierda. Poco después nos encontramos con dos útiles que podrían estar en un museo etnográfico.
El camino se terminó convirtiendo, una vez más, en pradera. Mäs adelante, en algunas zonas, nos topamos con tramos con bastante agua, pero pudimos salir airosos. Eso sí, llegó un momento en el que tuvimos que cruzar un estrecho arroyo. Con las bicis en la mano y ayudándonos unos otros lo logramos sin apenas mojarnos los pies.
Poco después la pradera aparecía llena de florecillas amarillas y nosotros íbamos rodando entre ellas, casi hasta nos daba pena romper su monotonía.
Poco después llegábamos a San Vicente de la Cabeza. Entramos por lo que parecía su calle principal. Poco después nos encontramos con un puente que debíamos cruzar. Desde él la panorámica de la localidad es bien bonita.
Lógicamente al cruzar el puente regresamos a la margen izquierda. El track nos indicaba girar a la derecha al salir del puente y así lo hicimos pero no encontramos un camino de tierra, sino uno asfaltado y llano. Aprovechamos el tramo para tratar de ganar tiempo porque íbamos algo retrasados sobre el horario previsto.
Este recorrido fue como de unos tres kilómetros por la ribera, que seguía estando preciosa. Incluso había un molino para adornarla aún más.
Tras los tres kilómetros entramos en Bercianos de Aliste. Íbamos recorriendo una de sus calles pero quisimos pasar junto a la iglesia y nos costó, porque está bastante más alta que la zona por la que estábamos rodando. Una vez en la parte alta del pueblo descendimos y giramos a la derecha para abandonarlo.
Según nos íbamos llamó nuestra atención esta bonita casa, lamentablemente abandonada, pero muy que pero que muy alistana.
Dejamos atrás el pueblo por un buen camino. Este iba ascendiendo y eso nos alejaba del río Aliste y de su vegetación ribereña. En su defecto nos íbamos encontrando con campos de cultivo con un aspecto espectacular.
Continuamos por ese camino no mucho más de un kilómetro. De nuevo volvimos a acompañar al río y el track nos indicaba que cruzáramos al otro lado pero no había puente a pie del camino. Pero lo que sí había era uno para la carretera encima de nosotros, así que buscamos un camino que nos llevó hasta dicha carretera, cruzamos dicho puente y, nada más cruzarlo, pasamos al otro lado para continuar por un camino ascendente que nos fue separando del río Aliste.
Pasamos entre la edificaciones de una granja que estaban a un lado y otro del camino. Poco más de un kilómetro más adelante llegamos a la última localidad por la que teníamos que pasar: Fradellos.
Después de atravesarla ascendimos a la parte alta del pueblo y así, subiendo, lo dejamos atrás. El camino estaba poco transitado y las jaras, ya floridas, adornaban los laterales.
Habíamos dejado ya el río Aliste, pero íbamos al encuentro del Cebal, uno de sus afluentes. Enseguida lo vimos y comenzamos a rodar por su ribera. Pronto tuvimos que cruzar a su otra margen. Lo pudimos hacer, de nuevo con las bicis en la mano y saltando de piedra en piedra.
Continuamos a su vera y pronto llegamos a una pradera bastante anegada. Íbamos rodando como podíamos y llegó un punto en el que debíamos cruzar un arroyo que desembocaba en el Cebal. En él había algunas piedras, pero no las suficientes como para pasar al otro lado sin mojar (más) los pies. También había lo que parecía un puente, pero era una cerca de una finca, con una abertura para que pasara el agua del arroyo.
Pasamos al otro lado y todos, de un modo u otro, metimos los pies hasta los tobillos. Ascendimos una pequeña loma y continuamos rodando por la ribera de este pequeño río.
Finalmente salimos a una carretera, pasamos al otro lado y tomamos el camino que teníamos frente a nosotros. Enseguida lo reconocimos porque hemos pasado por él alguna vez en la Marcha BTT de Ufones. El camino sigue en paralelo al Cebal y rodamos de maravilla por él.
También en muy bonito. En algunos momentos se puede ver el río y, en otras ocasiones la vegetación impide verlo. Además, hay muchas paredes de fincas entre el camino y el río, paredes hechas primorosamente, pequeñas obras de arte que han visto pasar el tiempo sin derrumbarse.
Cuando llevábamos un par de kilómetros por este camino vimos a cierta distancia un grupo de cuatro corzos que cruzaron hacia la ladera de la izquierda. Como un kilómetro después tuvimos que abandonar este camino para hacer un giro muy cerrado a nuestra izquierda. Comenzamos a ascender y en ese ascenso se cruzaron más cerca otro grupo de corzos (o los mismos). No contentos con eso, unos cientos de metros más adelante otro grupo, en esta ocasión de cinco, también pasaron por delante de nosotros.
El nuevo camino que estábamos siguiendo estaba apenas marcado y costaba rodar por la hierba, en muchas ocasiones húmeda. Pero teníamos tan cerca Grisuela que seguíamos pedaleando con ganas. Nos habíamos alejado del Cebal pero volvimos a estar cerca, tanto, que tuvimos que cruzarlo. Donde teníamos marcado en nuestro track era imposible, pero vimos que algo más arriba había un precioso puente que nos lo permitió.
El kilómetro y medio siguiente fue un pequeño suplicio porque el camino eran dos roderas de barro blando y lleno de agujeros realizados por las vacas y los corzos al pisar sobre él. Esos agujeros molestaban sobremanera al rodar, y si pisábamos la hierba nos costaba un mundo pedalear porque estaba anegada, pero finalmente salimos a un camino, ya muy cerca del pueblo y nos pareció una autopsita.
El camino fue un final feliz porque era muy bonito, de buen firme y rodeado de mucha vegetación. Por él entramos al pueblo, junto a la iglesia, y desde allí ascendimos hasta la zona donde teníamos el coche.
Antes de lavarnos entramos al Restaurante Catalina, donde íbamos a comer, para pedir unas cervezas. Allí estaban ya las Galanas, que terminaban de llegar. Ya todos juntos tomamos algo y, posteriormente, nos aseamos y pudimos comer, muy bien, como siempre que lo hacemos allí. Estupendo colofón para tan bonita ruta.
Para descargar la ruta haz clic en Wikiloc.
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