Los 130 km que separan Zamora de Padornelo nos obligaron a madrugar. Quedamos en salir a las 8.15 h y así lo hicimos. Nos desplazamos en dos coches para transportar dos bicis en cada uno y otras tantas personas.
Poco antes de las 10.00 h estábamos ya en el Restaurante Padornelo, situado al final del pueblo del mismo nombre. Tomamos un café, reservamos para comer y nos subimos de nuevo a los coches porque debíamos subir unos seis kilómetros por una pista asfaltada que da servicio a los aerogeneradores. El punto desde donde teníamos prevista
la salida pertenece ya a Lubián. Allí paramos, descargamos y nos preparamos.
Detrás de la pequeña nave de mantenimiento de los molinos había un espectáculo para la vista porque el brezo lo cubre ya todo y tiñe de morado todas las laderas.
Sobre las 10.30 arrancamos y lo hicimos subiendo desde el primer metro, si bien era una cuesta tendida, Lo que no recordábamos era que se alargaba unos seis kilómetros.
A pesar de que una subida tan larga se puede atragantar, sobre todo si es al principio de una ruta, lo cierto es que la íbamos haciendo muy bien, tranquilos y sin excesivo esfuerzo.
Poco antes de terminar nos desviamos a la derecha. Esto respondía a una variante que habíamos introducido en el itinerario original. En lugar de ir y venir todo el recorrido por el mismo camino, sobre el mapa trazamos, justo antes de llegar al Embalsde de Vega de Tera, un desvío que bordeaba ese por la derecha. Si alguien repite esta ruta recomendamos evitar esta variante salvo que le guste la aventura y no lleve prisa, ya que, como se expresa más adelante, tiene muchos tramos no ciclables.
Al principio continuamos subiendo y no hubo problemas de ningún tipo. Íbamos rodando por un camino casi comido por la pradera pero en el que se percibían dos roderas.
Más adelante hubo una zona llana en la que el camino estaba más marcado. Poco después comenzamos a descender.
En los primeros metros había pocas piedras, pero estas fueron aumentando y al final se convirtió en un tramo técnico.
El tramo final del descenso lo hicimos con las bicis en la mano para no arriesgar porque a falta de pocos días para comenzar la gran ruta del verano no queríamos exponernos a una caída tonta.
Finalmente llegamos a un pequeño arroyo sobre el que se alza un puente, el de Mamolín.
Poco más adelante llegamos a una zona baja en la que corría un regato. No había un buen sitio para atravesarlo así que cada uno lo hicimos por un sitio con distinta suerte, dos metieron los pies de lleno en el agua y el lodo, y dos salieron indemnes.
Ya con los pies mojados, aunque no todos, comenzamos un ascenso por una ladera. Tras unos metros con la bici en la mano el camino se volvió a hacer visible y pudimos subirnos de nuevo sobre los sillines.
Culminada la subida comenzó el descenso. En él hubo tramos en los que tuvimos que bajarnos de las bicis, bien por las rocas, bien por las zonas medio anegadas.
Lo que sí teníamos eran buenas vistas del Embalse de Puente Porto.
De nuevo el track nos dio un respiro y nos permitió rodar otro tramito, si bien siguieron sucediéndose zonas en las que hubo que descabalgar de nuestras monturas.
En la bajada hacia la Laguna Pedriña el camino se fue complicando y, aunque nos subíamos y avanzábamos cinco metros sobre la bici esquivando piedras, finalmente había que bajarse para un grupo de rocas más grandes impedían ciclar. Eso hizo que, definitivamente, comenzáramos a tirar de bici de continuo.
Ahí se inició un periplo que se alargó a lo largo de más de tres kilómetros en los que hubo de todo. Zonas en las que hubo que atravesar zonas con mucha agua en las que las piedras nos libraron de meter los pies.
Después de pasar junto a la Laguna Pedriña comenzamos un duro ascenso por un sendero estrecho repleto de rebollos que impedían que las ruedas rodaran bien. Una vez culminada la subida comenzamos a descender hacia un extremo del Embalse de Puente Porto, pero allí los rebollos eran aún mayores y la bici se clavaba cada poco.
Al llegar a la orilla del embalse nos resultó más fácil caminar por el agua que por la orilla repleta de escobas, total, los pies los teníamos empapados desde hacía mucho y así, al menos, se limpiaban.
Fuimos bordeando el embalse pero seguíamos sin poder montar sobre las bicis. Solo más adelante pudimos hacerlo en pequeños tramos pero las escobas, que casi cerraban el camino, nos paraban en seco.
Y así fueron transcurriendo los minutos e incluso las horas, hasta que, por fin, divisamos un extremo de la presa de Puente Porto. Allí se terminaron las escobas y, por fin, llegamos a un camino en toda regla. Eso sí, nuestros relojes marcaban algo más de las 13.00 h y nuestros GPS solo trece kilómetros.
Tras descansar unos minutos, que aprovechamos para comer algo y beber, nos subimos a nuestras bicis para, ya sí, disfrutar de un camino en toda regla. Este nos bajó serpenteando desde la parte alta de la presa hacia el encuentro del camino del que no debimos de separarnos.
Ya unidos al camino principal comenzamos un descenso, salpicado de pequeñas subiditas, de unos cuatro kilómetros. Íbamos hacia el Embalse de Cárdenas.
Bordeamos este y desde uno de los extremos, mirando hacia la derecha, pudimos contemplar un fragmento del Lago de Sanabria.
Y hacia la izquierda el embalse con el azul intenso con el que se habían engalanado hoy todas las masas de agua que fuimos encontrando.
Justo después de Cárdenas comenzó una subida larga y que se nos hizo dura. Pero claro, es que se alargó casi seis kilómetros con solo dos pequeñas bajadas en ese tramo que nos dieron un pequeño respiro.
Ese ascenso nos llevó a transitar junto a otra laguna, la llamada de Garandones, que también nos pareció muy bonita, favorecida por ese azul intenso al que nos referíamos antes, y por el brezo morado y las escobas amarillas contrastando.
También durante la subida pudimos gozar de un público entusiasta que se empeñaba en permanecer en el camino y dificultarnos el paso.
El largo ascenso llegó a su fin después de trazar una curva cerrada de casi noventa grados. Allí comenzamos a bajar empujados por la inercia proporcionada por una fuerte pendiente. Y la bajada se prolongó un kilómetro y medio.
Antes de culminarla pudimos contemplar una estupenda panorámica del Embalse de Vega de Tera, y a su derecha la presa, con la dentellada que la propia fuerza del agua realizó la noche 9 de enero de 1959 y que provocó la muerte de 144 habitantes de Ribadelago.
Finalizamos la bajada en una curva desde la que había una buena vista del embalse y de la presa. No quisimos descender más porque ya eran las 14.00 horas. Hicimos eso sí, una pequeña parada para tomar algunas fotos y volver a comer algo.
En cuanto realizamos esas tareas volvimos a las bicis para enfrentarnos a la larga ascensión por la que habíamos bajado gozándola unos minutos antes. Comenzamos a hacer algo que siempre evitamos, pisar el track, pero no quedaba otra que desandar el camino. Cada uno subimos a nuestro ritmo el kilómetro y medio de subida. Una vez arriba, ya todos juntos continuamos adelante a todo lo que daban nuestras piernas por la hora que era. Tratamos de llamar al restaurante para avisar de nuestra tardanza, pero no había cobertura.
Desde allí comenzamos una bajada prácticamente continua que se prolongó a lo largo de más de tres kilómetros.
Volvimos a dejar a un lado la Laguna de Grandones y continuamos descendiendo unos dos kilómetros más.
Prácticamente hasta el Embalse de Cárdena. Allí ya pudimos llamar al restaurante y nos dijeron que hasta las 16.00 abría la cocina, así que había que seguir deprisa. Desde este embalse hubo una zona de transición, con suaves subidas y bajadas.
Pero poco antes de llegar al Embalse de Puente Porto comenzó un ascenso que no es que fuera largo, sino que fue eterno.
Dos bikers se adelantaron porque iban más rápido y nos quedamos los otros dos más atrás. Es cierto que el ascenso era tendido, pero después de lo rápido que habíamos rodado en el camino de ida, estos kilómetros nos estaban costando.
Al ir ganando altura las vistas fueron mejorando en la misma proporción y, faltando ya poco para culminar la ascensión, a nuestra izquierda pudimos ver una buena panorámica de Puente Porto.
Tras ocho kilómetros ascendiendo se cambiaron las tornas y comenzamos a bajar, primero por la pista que traíamos, pero más adelante por asfalto y ya con los aerogeneradores a la vista, algo que nos llenó de satisfacción porque eso significaba que ya nos quedaba poco para terminar.
La bajada tampoco estuvo mal, unos cinco kilómetros que nuestras piernas agradecieron enormemente y en los que alcanzamos algo más de 50 km/h en algunos tramos. Pese a la velocidad seguíamos disfrutando del morado que lo invadía todo en contraste con el amarillo de los pequeños islotes de escobas y el intenso azul del cielo.
Una de las bajadas nos permitió ver ya las naves junto a las que habíamos dejado los coches. Los dos que iban por delante, como es lógico, ya estaba allí. Los dos conductores se quedaron a cargar las bicis y a cambiarse, mientras que los otros dos continuamos descendiendo hacia Padornelo. La idea era llegar lo antes posible al restaurante, antes de que cerrara la cocina.
Eso significó que descendimos, por la cara (ya que la subida la habíamos hecho en los coches), otros seis kilómetros más. Terminamos empalmando con la N-525 por la que rodamos unos cientos de metros y entramos en la localidad de Padornelo.
Seguimos adelante y llegamos al
Restaurante Padornelo. Eran las 15,30 h. Nos tomamos una cañas mientras llegaban nuestros compañeros. Cuando lo hicieron cargamos nuestras bicis y entramos al comedor, donde, por los pelos, nos dieron de comer. Ya relajados estuvimos muy a gusto porque el restaurante es muy agradable y las vistas espectaculares. Al terminar de comer nos tomamos un café en la terraza cubierta con la ladera de la montaña frente a nosotros. Después del café, para casa, tras la aventura por la Alta Sanabria.
Para descargar la ruta, haz clic en el logo de Wikiloc.
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