13 de marzo de 2022

El Camino de Hierro

Entre los años 1883 y 1887 se construyó la línea férrea La Fuente de San Esteban (Salamanca)-Barca d'Alva (Portugal) para favorecer la conexión entre Salamanca y Oporto. En los últimos 17 kilómetros se construyeron 20 túneles y 10 puentes metálicos. Ahora se puede disfrutar de estos últimos kilómetros gracias a la iniciativa llamada Camino de Hierro, que ha transformado este tramo en una vía verde.

Para llegar al lugar de comienzo del Camino de Hierro tuvimos que madrugar. A las 7.45 h quedamos los 13 participantes porque teníamos por delante más de una hora y media de camino. Es importante señalar que conviene sacar las entradas por Internet (https://www.caminodehierro.es/) porque si vas sin ellas se puede dar la circunstancia de que no encuentres cuando llegues, ya que existe aforo máximo de 300 personas por día. También conviene saber que hay que estar a la salida entre las 9 y las 10 de la mañana (del 15 de octubre al 31 de marzo, el resto de meses de 7.30 a 8.30) y que todos los participantes tienen que llevar el DNI o documento que los identifique (para poder hacer el seguro), si bien con una fotografía del mismo es suficiente.

Una vez en el punto de salida, una vieja estación abandonada, pasamos por un vagón que hace las veces de oficina, donde nos identificamos y donde nos proporcionaron una linterna a cada uno, que resulta imprescindible para no caerse al atravesar los túneles.

Cuando el personal terminó de identificar a todos los que estábamos en ese momento por allí, nos dieron una breve explicación sobre el Camino de Hierro y también algunas recomendaciones, como que hay que atravesar los túneles 1 y 3 en silencio absoluto para no molestar a las colonias de murciélagos que los habitan, o la necesidad de llegar antes de las 16,30 al punto de destino. También nos indicaron que fotografiáramos los teléfonos de emergencia por si fueran necesarios. 

Tras esta pequeña charla y con las mochilas a la espalda, que portaban la comida y agua, nos hicimos una foto de grupo y comenzamos la marcha. 



Unos cientos de metros después del comienzo nos adentramos en el primer túnel que, por cierto, es el más largo con creces, nada menos que un kilómetro y medio de longitud. Eso sí, es una línea recta y desde el comienzo se ve la luz al fondo.


Durante el recorrido de este túnel ya nos dimos cuenta de que la linterna era totalmente necesaria porque en su interior no hay iluminación (ni en este ni en el resto) y el suelo no siempre está bien. En la mayoría de los túneles por donde mejor se camina es por los lados, sobre losas de piedra bajo las que hay desagües, pero algunas están movidas, rotas o desaparecidas, por lo que hay que ir siempre mirando hacia el suelo. 

Tras unos veinte minutos, más o menos, en el interior, salimos al exterior y nos encontramos con unas laderas rocosas en la parte más alta y con mucha vegetación en la zona más baja. Poco más adelante del recorrido, en la profundidad del cañón pudimos apreciar un pequeño regato. Era el río Morgaez, que pronto añadiría sus aguas al Águeda, río que nos acompañaría en casi todo el recorrido.


Durante la primera parte de la caminata, en las laderas próximas, pudimos ver varios chozos utilizados por los pastores para refugiarse de las inclemencias del tiempo. De entre todos este es el que mejor conservado está y se encuentra junto a las vías.


Debido a que todo el trazado del Camino de Hierro está declarado como BIC (Bien de Interés Cultural), la Diputación de Salamanca, impulsora del proyecto, no ha variado nada dicho trazado, por lo que en todo momento se pueden apreciar la vías, los travesaños y el balastro. Cuando hay camino despejado por el lateral, como el que encontramos más adelante, se camina bien, pero son muchas las ocasiones en las que el balastro prácticamente lo cubre y se anda con más dificultad. Hacerlo sobre las traviesas es otra opción, pero termina cansando.


En hacer este tramo que estábamos recorriendo trabajaron 2.000 obreros durante cinco años. Si uno se va fijando en lo que se va viendo no es de extrañar porque la mayoría de los túneles están construidos con bóvedas de sillares de piedra, en otros dicha bóveda es de lajas y en las menos es la propia roca excavada la que constituye sus paredes. También hubo que volar grandes masas de roca para hacer pasos que evitaran túneles. En suma, unos trabajos durísimos, más con la escasa maquinaria que había entonces.


Sobre el kilómetro 5 o 6 ya comenzamos a ver el río Águeda, muy mermado debido a la persistente sequía que llevamos arrastrando desde hace algunos meses. Eso sí, hoy en distintos momentos de nuestro recorrido, nos llovió, no en exceso pero lo hizo.


A lo largo de todo el recorrido, antes de cada túnel, hay carteles con su nombre y con la distancia que tiene.


A medida que se iban sucediendo los kilómetros, el río Águeda, nuestro fiel compañero, iba ganando en presencia y, por lo tanto, en anchura.


El Camino de Hierro es también recorrido frecuentemente por ganado vacuno, como así lo atestiguan los excrementos (boñigas) que fuimos encontrando en algunas zonas.


Cuando llevábamos recorridos unos 8 kilómetros se hizo la hora del Ángelus, así que no quedó otra que parar para que nuestros estómagos, que ya llevaban un tiempo rezungando, se dieran una alegría. Hubo almuerzo compartido en unas improvisadas sillas y mesas de roca.


No nos demoramos mucho en este pequeño refrigerio y pronto volvimos a las vías para seguir nuestro camino (de hierro).

El balastro impide que nazca vegetación entre las vías, pero siempre hay alguna planta díscola que busca el hueco necesario y suficiente para ver y salir a la luz.


En esta zona nos fuimos encontrando algunas espacios más abiertos, que permitían vistas más amplias a nuestra izquierda, hacia la ladera del lado de allá del cañón, terreno ya portugués.


Al igual que se iban sucediendo los túneles también lo hacían los puentes, muchos construidos con tramos de piedra y tramos de hierro y hormigón. Todos de bella factura, la verdad. Hay que tener cierta precaución al caminar sobre las zonas correspondientes a los tramos de hierro, ya que tienen una acera de madera, pero a la derecha de esta hay hueco hacia el vacío. Si se va con niños hay que extremar las precauciones. Por cierto, los menores de 8 años solo pueden ir hasta el túnel número 3 y regresar.



Los kilómetros iban transcurriendo con la única novedad de que, a casi todos, nos molestaban las punteras de los pies, sin duda debido a que, al pisar sobre piedras, el pie tiende a irse hacia adelante, y esa acción repetida miles de veces termina provocando esa molestia.

En ese tramo, en torno al kilómetro 10, aparte de seguir encontrando la vegetación propia de la zona, pudimos apreciar cómo la hierba había ido adornando la vía, cubriendo el balastro de un manto verde con el que luce mejor.


En el kilómetro 11 existen dos servicios sanitarios prefabricados, como los que se encuentran a la salida. En ellos algunas de nuestras acompañantes hicieron una parada, así que esperamos a que terminaran para reagruparnos. Allí mismo estaba el vehículo de la organización que tiene acoplados unas ruedas metálicas. Parece ser que un mecanismo hidráulico levanta el coche y hace que estas ruedas vayan sobre los raíles, sin embargo la tracción la realizan las ruedas del vehículo rodando por los laterales.


Al igual que se anuncian los túneles, también hay información antes de los puentes más importantes. Algunos de ellos son de la escuela de Eiffel.


En los últimos kilómetros llamó nuestra atención la gran cantidad de chumberas que fuimos encontrando a nuestro paso y en las laderas de las montañas circundantes, cargadas de higos chumbos, si bien estos solo los tenían las que estaban en lugares inaccesibles. Los que habían estado en lugares de fácil acceso "milagrosamente" habían desaparecido.



Los últimos kilómetros son los que se hicieron más largos, como suele pasar cuando se sabe lo que resta para el final, también porque ya empezábamos a estar algo cansados. A las molestias de las punteras de los pies se añadieron algunas en las caderas, de los pasos dados sobre piedras "bailantes". Dudamos si parar a comer en un momento dado pero llovía algo y no había donde sentarse, así que decidimos terminar y comer ya a la llegada, aprovechando que nos dijeron que había un restaurante donde poder comprar bebida, bueno, hablemos claro, cervezas.

El río Águeda seguía en la misma proporción anterior, es decir, ganando anchura a medida que avanzábamos kilómetros. Y a escasos de terminar se ensanchó muchísimo.


Durante todo el recorrido existen indicadores del kilómetro de vía correspondiente. Sólo es necesario saber que hay que llegar al 78 para darse cuenta de los que faltan para terminar, siempre que se te den medianamente bien las restas, por supuesto.


Como nosotros restamos bien supimos que el final estaba cerca, así que decidimos hacer una foto de grupo sobre la vía a la que habíamos acompañado durante ya más de 15 kilómetros.


A nuestra izquierda pudimos contemplar, el río Águeda, ya hecho y derecho, y las tierras portuguesas repletas de olivos.


Nuestro camino de hierro estaba tocando ya a su fin, y así quedó demostrado cuando vimos el km 77. Tan solo nos quedaba un túnel de cruzar y apareció enseguida, el número 20.



Justo al salir de este último túnel había dos personas de la organización esperando a todos los paseantes para cerciorarse de que los que han comenzado la ruta la han concluido, para recoger las linternas y para indicar donde se coge el autobús que realiza el traslado hasta el punto de inicio.

Desde ese punto final pudimos contemplar una bonita vista del puente de la carretera y de las siempre presentes montañas en torno al río. A nuestra derecha fuimos testigos del encuentro del Águeda con el Duero.


Junto al punto final, a poco más de doscientos metros, se encuentra el muelle fluvial en el que hay un restaurante donde se puede comer si no se ha llevado comida y si se llega con bastante antelación a las 16.30 h. Junto a este se encuentra el aparcamiento donde esperan los autobuses. A medida que se van llenando van saliendo para recorrer los, aproximadamente, 15 km que separan el fin del Camino de Hierro del punto de inicio.

Pensábamos ir todos en el bus, pero finalmente decidimos que solo hicieran el viaje los tres conductores de los coches y así el resto del grupo podía ir tomando algo e incluso comiendo. De este modo también, al terminar de comer, podríamos acercarnos al cercano pueblo portugués Barca d'Alva. Fue una buena idea y así lo hicimos. 

Cuando terminamos todos de comer, incluidos los tres conductores, tomamos un café allí mismo, muy bueno, por cierto. Al concluir este nos acercamos al pueblo (ya en los coches). Es pequeño, pero tenía un pequeño mercadillo en el que se podía encontrar algo de ropa, productos relacionados con la charcutería, cestas de mimbre y naranjas de la zona. Dimos una vuelta por esa zona y pocos minutos después iniciamos la vuelta a casa.

Por último, añadir que hemos disfrutado mucho, que llegamos razonablemente cansados, pero ni mucho menos exhaustos, y que recomendamos hacerlo en épocas de poco calor. Creemos que así se disfruta de él mucho más, como lo hemos hecho hoy nosotros, incluso a pesar de no haber tenido las condiciones meteorológicas más favorables. Felicitamos a la Diputación de Salamanca por esta iniciativa y animamos a la de Zamora a que ponga en pie proyectos de este tipo.


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