27 de marzo de 2022

Conociendo Matilla la Seca

Hoy comenzamos la temporada de primavera-verano. La entrada de la estación de las flores el pasado Domingo y el cambio de horario que se produjo esta noche, nos anuncian que el buen tiempo y las horas de sol ya están aquí, y nosotros encantados, claro. Para celebrarlo la ruta que hemos hecho este Domingo ha sido un baño de sol (eso sí, algo apagado por el polvo en suspensión) y de campos verdes. 


No es habitual que estemos todos los bíkers, pero hoy estábamos bastantes, en concreto fuimos siete los que a las 9.30 en punto comenzamos a pedalear. El destino era Villalube y Matilla la Seca. Escogimos ir hacia estas dos localidades simplemente porque el viento venía del este, hacia donde están ambas, y porque la mayoría no habíamos estado nunca en el último pueblo, al menos en bici.

Nos alejamos de Zamora por los Tres Árboles, siguiendo el carril bici en paralelo a la carretera de La Aldehuela. Al llegar a la N-122 la cruzamos, atravesamos los puentes que pasan por encima de las vías del AVE y de la autovía, tuvimos que plantar cara a dos mastines que pretendían asustarnos y, tras decirle al dueño que los atara, continuamos en dirección Molacillos. 

Al llegar al cruce donde, habitualmente, tomamos el desvío para esa localidad, continuamos sin cambiar de dirección y enfilamos una recta de unos cinco kilómetros.


En un momento dado giramos a la derecha para continuar por otra buena pista que nos llevaría hasta Algodre, localidad que ya podíamos ver al fondo.


Después de cruzar este pueblo continuamos por un camino que pasa por delante del cementerio y que, más o menos, a esa altura empieza a inclinarse hacia arriba. La cuesta es tendida pero larga, así que poco a poco fuimos subiendo, metro a metro, sin prisa pero sin pausa.



Al culminar la cuesta tuvimos que girar a la izquierda, con tal mala suerte que el nuevo camino prolongó la subida unos cientos de metros más.


Al llegar a la parte más alta y mirar hacia la izquierda pudimos contemplar una panorámica muy castellana gracias a esos algo más de cien metros que habíamos ganado en altura.



Enseguida giramos ligeramente a la izquierda y poco después a la derecha y a nuestro paso fuimos encontrando bonitas escenas muy propias de la primavera. Los campos de cereales no podían estar de un verde más intenso y los de colza, que nunca habíamos encontrado por estos parajes, comenzaban a mostrar sus características flores amarillas. 



Tuvimos que realizar dos nuevos cambios de dirección antes de llegar a Villalube. El último de ellos nos sumergió en una recta. Al final de esta ya se veía la localidad.


Al llegar a la plaza nos dimos de bruces con la curiosa fuente que hay en la mitad de la misma, que no es otra que una imitación a la del Patio de los Leones, de la Alhambra.  Allí mismo, junto a esta, los que así lo quisieron comieron algo mientras el resto charlaba.


Unos diez minutos después salimos en dirección opuesta a la iglesia y nos encontramos con otra excelente pista que, casi en línea recta, nos conduciría al siguiente punto de nuestro itinerario. Hacia la mitad de este recorrido encontramos la única curva de este tramo de camino. Esta bordeaba una pequeña montaña arenisca de la que, todo parecía indicar, se nutrían los pueblos de la zona cuando necesitaban arena.


Esta zona estaba situada en una pequeña vaguada. Tras pasar por la parte más baja de la misma comenzó un ascenso suave de poco más de medio kilómetro. Al llegar a la parte más alta ya divisamos Matilla la Seca.


Aunque no era necesario entrar a la localidad para continuar nuestro camino lo hicimos porque la mayoría no habíamos pisado, ni rodado, nunca por ella. Nos dimos de bruces con un espejo de la España Vaciada: no vimos a ni una sola persona, pudimos contemplar decenas de casas arruinadas o a punto de hacerlo, y encontramos muchos carteles anunciando una venta que difícilmente se producirá. Una pena... y lejos de que alguien ponga remedio, cada día son más los motivos que invitan a la gente a dejar estos pueblos: falta de asistencia sanitaria, ni una oficina bancaria, sin escuela...



Cuando regresamos al punto desde donde comenzamos la visita al pueblo nos topamos con un monolito de piedra que indicaba el Camino de Santiago (Camino del Levante a la Vía de la Plata). Esta variante del Camino de Santiago inicia su recorrido en Valencia y atraviesa hasta 5 comunidades diferentes: Valencia, Castilla La-Mancha, Madrid, Castilla y León, y Galicia. Recorre hasta llegar a su conexión con la Vía de la Plata, en Zamora, más de ochocientos kilómetros. A partir de Zamora continúa por la Vía de la Plata hasta Granja de Moreruela, donde el peregrino tiene que decidir si seguir por el Camino Sanabrés o continuar por dicha Vía de la Plata para más tarde (en Astorga) unirse al Francés. 


Continuamos, por tanto, por el trazado del Camino de Levante ya de regreso hacia Zamora. El primer tramo era inédito para casi todos nosotros y va descendiendo lentamente hacia lo que parece que fue el cauce del arroyo del Charco de los Villares. En ese tramo volvimos a toparnos con extensos campos de colza a punto ya de teñirse de amarillo.


Y también con almendros, que habían impregnado de su característico olor ese tramo de nuestro recorrido.


Nada más cruzar ese cauce seco del arroyo, continuamos en paralelo a lo que fue su curso, un tramo llano por el que rodamos a todo lo que nuestras piernas nos permitían. Nos separamos de ese cauce seco haciendo una especie de cuatro y, tras este, atravesamos un puente sobre el que va el trazado de la Autovía del Duero. 


A la salida de ese seguimos por un camino pero cambiamos varias veces de dirección. Tuvimos que realizar una subida poco pronunciada. Desde lo alto ya pudimos contemplar la localidad de Coreses.


Comenzamos un descenso que dejó a esa localidad a un lado. Al terminar este nos encontrábamos muy cerca del Hotel El Convento. Cruzamos la carretera que va hacia el pueblo y proseguimos en línea recta por un tramo muy llano que nos llevaría hasta la otra carretera que une Coreses con la N-122. Cruzamos esta y tomamos el camino que surge en paralelo a su derecha, que conduce hasta otro, trazado en paralelo a las vías del AVE. 

Ahí comenzamos un nuevo tramo recto y liso, de nada menos que 7 km, en el que se desató la guerra. Cada uno comenzó a rodar a todo lo que podía, así que el grupo se fue disgregando. Eso sí, dos o tres kilómetros después hubo un reagrupamiento y continuamos casi todos juntos (uno más iba por delante).


Llegamos a la N-122 tras pasar de nuevo por encima de las vías del AVE y unos metros después, junto a la gasolinera Vista Alegre, nos metimos en el carril bici y, bordeando primero el Valderaduey y después el Duero, llegamos a Los Tres Árboles. Ya de estar allí nos tentó (y ya se sabe que somos "facilones") tomar una caña en un bar cercano, disfrutando de la agradable temperatura y planificando la próxima salida, que será por otros lares.


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