5 de febrero de 2023

Alcornocal de Valdullán y mirador de la Mayaína

Los Arribes del Duero no dejan de sorprendernos y seguimos encontrando miradores desde donde puedes sentarte, contemplar ese cañón horadado por las aguas a través de miles de años y, simplemente, dejar pasar el tiempo y disfrutar de las vistas. Eso fue lo que hicimos esta tarde.


Después de disfrutar por la mañana de una preciosa ruta en bici, y tras tomar el vermú y comer en Fermoselle, nos desplazamos con los coches hasta un punto entre las localidades de Pinilla de Fermoselle y Fornillos de Fermoselle para realizar una pequeña caminata. En dicho punto comienza un camino que, unos metros más adelante, tiene un ensanchamiento que puede hacer las veces de aparcamiento.

Dicho camino enseguida comienza a recorrer un alcornocal en el que, entre sus ejemplares, muchos de ellos similares, hay algunos que destacan por su belleza y por su edad, que dado su grosor, suponemos bastante mayor que la de otros alcornoques.



El recorrido a lo largo del alcornocal tiene una distancia de algo más de un kilómetro. Cuando se terminan los alcornoques hay que realizar un giro a la derecha, se realiza una especie de cuatro invertido y se comienza a descender de un modo más acusado.


En ese tramo los bíkers aprovechamos para hablar dos temas que teníamos pendientes, el destino de la gran ruta del verano y si continuar o no pagando una cuota anual para nuestros gastos. En ambos temas hubo acuerdo y hasta fijamos la fecha de salida de ese gran ruta. El día 1 de julio partiremos de Zamora para tratar de llegar, siguiendo el Camino Sanabrés, el día 7 a Fisterra, después de pasar por Santiago de Compostela y Muxía. 

En un momento dado el camino pasa entre unas decenas de colmenas. No ofrecieron ningún peligro porque, o bien el frío tenía a las abejas paralizadas, o bien estaban vacías. Es aspecto, desde luego, era de esto último, porque de hecho algunas estaban apiladas.


La inclinación fue creciendo a medida que nos acercábamos al río. Finalmente llegamos a una zona en la que había un claro en la vegetación y algunas rocas al fondo. En esa especie de esplanada también había un chivitero en ruinas.


Desde ese claro nos dirigimos hacia la derecha y, tras subir por encima de unas rocas, nos encontramos con la magnífica vista que nos ofrecían los Arribes del Duero en ese punto. Mención especial merecen las rocas que teníamos en frente, cuatro cubos de granito apilados de un modo perfecto y desafiando la gravedad.


Tras disfrutar de las vistas no nos demoramos en continuar porque el sol estaba dispuesto a irse en pocos minutos. Volvimos hacia la esplanada y esta vez pasamos junto al chivitero al ir hacia la izquierda. También allí, al trepar unas rocas nos encontramos con otra vista del Duero, en este caso protagonizada por la Presa de Picote. 


Podríamos decir que el observatorio donde nos encontrábamos es una terraza con vistas, eso sí, formada por enormes rocas graníticas. Pero lo cierto es que se estaba allí de maravilla, sentados, contemplando el río y dejando que el sol nos templara en sus últimos estertores de la tarde.


Habríamos estado más, pero había que desandar el camino y el sol estaba empeñado en irse, así que tocó comenzar a ascender lo que habíamos bajado minutos antes. Eso provocó que los/las que tenían frío terminaran con esa sensación. Es más, hasta sudamos un poquito.

El camino de vuelta, siendo exacto al de la ida, resultó muy agradable por la luz mágica del atardecer, que tenía de colores cálidos las ramas de los alcornoques o se colaba entre sus ramas.



A medida que nos íbamos acercando a los coches la tarde se iba desplomando y ya la luz comenzaba a escasear aunque aún se veía perfectamente. A cambio pudimos disfrutar del cielo del atardecer.


Y también de la perfecta luna que quiso venir a despedirnos, asomándose para dejarse ver entre los alcornoques.


Y así, con esta visión entre nuestras rutinas, emprendimos el viaje de vuelta que puso fin a un completo día en que volvimos a disfrutar Sayago.



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