3 de marzo de 2024

Caralaire hasta los almendros de Los Infiernos

Teníamos previsto hacer esta ruta el Domingo pasado, pero la lluvia nos lo impidió, así que la mantuvimos en la recámara y hoy la hemos puesto en práctica. Hace siete días habríamos visto los almendros de la zona de Los Infiernos en su máximo apogeo, hoy estaban bonitos pero las flores ya habían perdido muchos pétalos. Aún así, mereció la pena.


Realmente sacamos esta ruta de la recámara porque el viento soplaba de la misma dirección que hace siete días, del noroeste. Nos convenía ir hacia esa dirección y así lo tendríamos de cara a la ida y de espalda a la vuelta. 

A las 9.30 h., con exquisita puntualidad, nos presentamos a la puerta del Bar CD cinco bikers. Sin dilación nos pusimos en marcha yendo hacia el río y siguiendo en paralelo a él por La Horta y Olivares.

Desde la rotonda de Trascastillo nos dirigimos hacia la entrada de Valorio, desde la carretera iniciamos una subida que nos quitó de repente el frío que se tiene al comienzo de cualquier ruta los días de temperaturas bajas. Son poco más de cien metros, pero intensos. La empinada cuesta nos dejó en pleno corazón de San Lázaro y desde allí fuimos callejeando hasta un lateral del Polígono de La Hiniesta. Siguiendo por una de sus calles enseguida llegamos al llamado Camino de La Lobata que, tras una pronunciada bajada, y después de bordear una finca, nos llevó hasta la antigua carretera de La Hiniesta, al final de Valorio.


Seguimos por esta carretera pero pronto la abandonamos, en concreto al llegar al camino que parte para la ermita del Cristo de Valderrey. Continuamos por este y, poco antes de llegar a la ermita, giramos a la izquierda y comenzamos a ascender por un camino inédito para nosotros. Cruzamos bajo dos pequeños túneles. Al salir del último pudimos comprobar que la subida se alargaba bastante y, además, se endurecía. 


El ascenso terminó al unirse el camino con el llamado Camino del Monte. Al empezar a rodar por este pudimos comprobar que la sensación térmica esta bastante más baja que la temperatura del momento. Habíamos partido con 1º pero al llegar a esta zona, alta y desprotegida, comenzamos a sentir sobre nosotros el viento gélido que nos daba prácticamente de cara. Menos mal que el sol contribuía a aminorar algo esa sensación de frío. Eso sí, el día, como siempre suele ocurrir tras una jornada de lluvia, tenía una luz especial.


Después de pasar por un puente por encima de la Ronda Norte rodamos por una larga recta de unos cuatro kilómetros repleta de pliegues. Tan pronto estás sobre la loma de un pequeño teso como estás en un valle tras el que se inicia una nueva subida. 


El terreno, pese a lo que había llovido la mañana del día anterior, había drenado bastante bien, solo íbamos encontrando charcos en las vaguadas, pero eso sí, el terreno estaba húmedo y las ruedas se agarraban al suelo. Al finalizar esa larga recta giramos a la izquierda para enfilar hacia la entrada de la Dehesa de Palomares.


Llegamos a la parte alta de la dehesa y comenzamos a descender. Al terminar la bajada nos desviamos noventa grados a la derecha. En los primeros metros había mucha agua acumulada.


Una vez sobrepasada esa zona continuamos adelante sumergiéndonos en un tramo que siempre nos ha gustado mucho, un camino muy bonito, sinuoso, trazado entre arbolado.


Poco después de concluir esa zona giramos a la izquierda para iniciar una subida larga y tendida por el corazón de Palomares. En los primeros metros nos flanqueaban las jaras y algunos pinos. Más adelante aparecieron también encinas, formando entre todos un conjunto verde que siempre es un gusto para la vista.


El ascenso se prolongó a lo largo de un kilómetro y medio. Terminó cuando lo abandonamos para girar a la izquierda. Hubo ley de la compensación y tocó descender.


Pero enseguida descompensamos de nuevo porque al llegar a la parte más baja comenzó una nueva subida. Y no eran los ascensos los que más nos iban castigando sino el viento persistente del noroeste que, salvo en la parte baja de Palomares, no nos lo quitábamos de encima, mejor dicho, de frente.


El ascenso en el que estábamos inmersos se prolongó más de dos kilómetros. Cierto es que era tendido y llevadero, pero el trinomio subida, viento y suelo húmedo, se iba dejando notar en las piernas. Menos mal que las vistas nos iban compensando.



La subida concluyó al desviarnos a la izquierda. Con el giro nos quitamos parte del viento y entramos en una zona llana, pero fue bastante efímera porque pronto volvimos a la andadas, subiendo de nuevo. Cruzamos la carretera que va a El Campillo, continuamos adelante y poco después volvimos hacia la derecha para comenzar a rodar en paralelo a la N-122, y sin dejar de subir suavemente, unos tres kilómetros. 


Tras culminar esos tres kilómetros, giramos a la izquierda, poco después cruzamos la N-122 y seguimos por la carretera local que une esta la Nacional con Almaraz. Desde el primer momento comienza a descender y, además, lo hace bien, con una inclinación en algunos momentos del trece por ciento. Eso permite, simplemente dejándose llevar, alcanzar velocidades en torno a 60 km/h. La contrapartida es que a esa velocidad se avanza mucho y en un momento estábamos al final de la bajada, y a esta le sigue una subida similar en inclinación aunque bastante más corta en longitud, menos mal.


Costó subirla y poco después de culminarla abandonamos el asfalto para volver a un camino, en concreto uno que surgía a nuestra izquierda. Rodamos poco por él porque enseguida volvimos a la derecha para continuar por uno trazado en paralelo a la carretera y que podríamos calificar como un auténtico rompepiernas. Son unos tres kilómetros en los que se suceden seis uves, es decir subidas y bajadas continuas, sin un metro siquiera llano. Además, tanto unas como otras, son muy inclinadas.


En cada bajada tratábamos de coger la inercia suficiente como para subir de gratis el consiguiente ascenso, pero nunca era suficiente. Las malditas leyes de la gravedad se ejecutaban a la perfección y al final tocaba tirar de pierna para culminar la subida.

Terminadas las uves no es que dejáramos de subir, no, pero ya fue un ascenso continuo y moderado que se alargó otros dos kilómetros en un primer tramo, que concluyó al cruzar la carretera de Almaraz, y continuó al otro lado de la misma, en un segundo tramo de un kilómetro. 


Al concluir este debíamos girar a la derecha para enseguida llegar a la localidad de Almaraz, que ya teníamos a la vista, pero había dos bikers que tenían prisa y decidimos no entrar al pueblo. Realmente era entrar por un camino, dar una vuelta por sus calles y salir por otro, un poco más allá de donde nos encontrábamos en ese momento.  

Continuamos, por tanto, sin desviarnos, y enseguida llegamos a un cruce de caminos donde nos reencontramos con el track. Tomamos el camino de la izquierda y comenzamos a disfrutar de la bici a lo grande, porque de repente el viento nos empezó a empujar y, encima, tocaba descender.

En tres kilómetros, durante seis minutos, tiramos por tierra el esfuerzo de las dos horas anteriores. Todo lo que habíamos subido desde que habíamos salido de Zamora lo terminábamos de perder, pero eso sí, con gusto.



Tras esos kilómetros de bajada nos desviamos a la izquierda y enseguida entramos en una llanura cercana al Duero en el que hay varias filas de almendros alineados. Ya no estaban en su mejor momento, pero con el contraste del intenso verde de los cereales ya nacidos que los rodeaban, lucían más.




La excusa de esta ruta era ver esos almendros y ya estaban vistos, así que ya solo quedaba volver al punto de origen. En realidad ya lo estábamos haciendo desde que dejamos a nuestra espalda Almaraz. La zona de los almendros terminó al llegar a la carretera de Los Infiernos. Justo antes de entrar en ella hicimos una pequeña parada para que, los que tenían hambre, pudieran comer algo.


Esta carretera recibe ese nombre porque hay una leyenda que lo justifica. Cuentan los viejos que un día, allá por el siglo XV, varias gentes de Almaraz regresaban de Zamora cuando se desató una gran tormenta. Al llegar a un regato que tenían que cruzar no pudieron hacerlo porque iba muy crecido. Se les hizo de noche y muchos se pusieron a llorara. Entonces apareció el diablo y les dijo que si le daban al niño o a la niña más joven les haría un puente antes del amanecer. Así lo hicieron y, cuando estuvo terminado, la niña entregada se echó a llorar. Entonces un ángel mandó un rayo y el puente se derrumbó. El diablo, al ver que no podía concluir la obra, corrió arroyo arriba gritando: ¡Estos son los Infiernos de Almaraz!

Pero hoy Los Infiernos no lo eran tanto porque el viento nos ayudaba y las cuestas eran menos cuestas, el sol nos iba templando y las vistas al río eran impresionantes.


Por delante teníamos unos cuatro kilómetros de acompañamiento al Duero. En ellos se suceden varias subidas y bajadas que, mirando hacia la derecha casi pasaron desapercibidas compensadas con las vistas. 


Debido a las últimas lluvias y deshielos el río descendía con una bravura tremenda, y su cauce era bastante más ancho que lo habitual a su paso por allí. 


Al echar la vista atrás, al tener más campo de visión, la perspectiva era mucho mejor.


Desde la parte más alta de la carretera se percibía el río con mucha anchura y con mucha fuerza al bajar por las azudas.


Ya a punto de abandonar Los Infiernos rodamos fuerte aprovechando la bajada y pronto nos separamos del río, aunque sería una solo una separación temporal y espacial.


Sin el Duero a la vista comienza una tendida y larga subida, ya conocida por todos, que tiene una longitud de tres kilómetros. Hay que ir regulando, o así debería ser, pero hoy nos empeñamos en subirla a un ritmo endiablado. 


Justo donde termina el ascenso giramos a la derecha para iniciar un tramo por el Camino de La Higuera, que va bordeando la Dehesa de San Julián. En realidad se trata de un rodeo porque comenzamos a ir dirección Almaraz de nuevo, pero solo durante poco más de dos kilómetros.


Transcurridos los cuales giramos a la izquierda, poco después hacia el mismo lado, continuamos por una pista ancha y de nuevo realizamos otro giro, a la derecha en esta ocasión. Ascendimos ligeramente unos cientos de metros y volvimos hacia la izquierda. Poco después comenzamos un descenso pronunciado en el que hay que ir muy atentos porque el firme tiene unas fisuras enormes hechas por el agua. Es necesario ir frenando constantemente y esquivando esas fisuras, así que es imposible coger velocidad.


El camino termina junto al Duero, de nuevo, por eso decíamos anteriormente que nuestra separación de él era solo cuestión de tiempo y espacio.


Recorrimos por el Camino de los Pisones como un kilómetro y medio flanqueados por el río por la derecha y por almendros por la izquierda.

El camino nos dejó en la carretera de Almaraz, como el viento seguía ayudándonos rodamos por ella por encima de los 30 km/h así que llegamos enseguida al desvío hacia las Aceñas de Gijón. Lo tomamos y de nuevo acompañamos al Duero en su discurrir, eso sí, en direcciones opuestas, hasta el Puente de Piedra. Justo unos metros antes abandonamos el paseo, ascendimos a la carretera y continuamos por el barrio de La Horta hasta el punto de inicio, donde disfrutamos al sol de una bebida hidratante extraída de la cebada, hoy especialmente merecida por el frío, por el viento y por las cuestas.



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