Las autoridades aún no nos permiten salir de nuestra Comunidad Autónoma pero nosotros queríamos visitar el meandro el Melero, que se encuentra en Extremadura, rozando Castilla y León, pero ya en territorio cacereño. Eso hizo que trazáramos una ruta alternativa para contemplar este, digamos desde la parte de atrás, desde el lado de Salamanca. Al final tuvimos suerte y disfrutamos muchísimo de este recorrido, creemos que más que si hubiéramos hecho el que habitualmente hace todo el mundo.
Tras levantarnos y desayunar, partimos del Hotel Rural Porta Coeli, donde nos alojábamos, y recorrimos los algo más de 30 km que nos separaban del punto de partida de nuestra ruta. Dejamos los coches unos 300 m antes del puente que pasa por encima del río Alagón y que hace de frontera entre Castilla y León y Extremadura.
El camino por el que marchábamos estaba rodeado, sobre todo de jaras. Tuvimos la suerte de que esta estuviera en flor, algo que es bastante efímero, así que prácticamente todo el camino pudimos disfrutar de su presencia engalanada.
En algunos claros podíamos contemplar el río Alagón con su caprichosa andadura por esa zona. Además, lo realzaba el verdor de las orillas.
Poco a poco se fueron haciendo grupos porque la subida se hacía dura al haber tramos con mayor inclinación y esta no dar ni una tregua en forma de llano. Menos mal que las vistas iban compensando.
Pero eso sí, entre esos eucaliptos pudimos contemplar la primera visión del meandro. Esperábamos que fuera una vista mucho peor que la que se realiza desde el lado cacereño, pero nos sorprendió positivamente comprobar que esa no estaba nada mal.
Allí mismo posamos todo el grupo para dejar constancia de nuestro paso. La misma persona que nos hizo la foto nos comentó que se podía regresar por la orilla del río. Eso hizo que cambiásemos nuestro plan inicial, que era regresar por el mismo camino de ida porque ignorábamos que existiera un camino de vuelta por otro lugar.
Para dirigirnos hacia el río tuvimos que realizar un descenso muy pronunciado de casi un kilómetro y medio hasta llegar al inicio del istmo que convierte lo que sería una isla en península.
En un momento dado comenzamos a ascender porque había un promontorio que llegaba hasta la orilla e impedía el paso por la misma.
Ya no regresamos más a la orilla hasta casi el final. El camino ascendente que habíamos iniciado se fue haciéndo más escarpado y terminó convirtiéndose en una senda que transitaba por la ladera rocosa de una montaña.
El camino en algunos momentos era casi un túnel entre la vegetación: encinas y jaras, principalmente, y eso lo hacía más bonito aún.
Los que iban en cabeza fueron ganándole metros al grupo más rezagado, al que pudieron contemplar en un momento en el que la vegetación se abrió.
Finalmente la senda descendió hacia el río, pasamos junto a un molino en ruinas y continuamos por la orilla. Poco después nos desviamos hacia un camino que surgió a nuestra derecha y que ascendía hasta unirse al que habíamos cogido al comenzar la ruta. Desde allí a los coches nos separaban doscientos metros.
Allí mismo comenzamos a caminar por la senda que partía de ese mismo punto y que se inicia ascendiendo, y que continuará así a lo largo de casi dos kilómetros y medio.
Nada más comenzar, a nuestro lado nos llamó la atención una plantación de olivos centenarios que tenían un aspecto digno de admiración.
Después de unos dos kilómetros de ascenso por el mismo camino, llegamos a un punto en el que surgía otro de menor importancia a la derecha. Continuamos por este, ya prácticamente llano, que nos llevó hasta una zona en la que había eucaliptos, que no sabemos qué demonios hacían allí...
Unos cientos de metros más adelante, ya con la posibilidad de contemplarlo sin tanto arbolado, pudimos verlo perfectamente y nos encantó.
Al llegar a la orilla del río comenzamos a caminar, prácticamente, por el borde del agua. Nuestras piernas agradecieron hacerlo en llano después de tanto ascenso y tanto descenso, que no sabemos qué es peor...
La orilla estaba preciosa, repleta de verde en la zonas donde hasta no hace mucho hubo agua (aunque es el río Alagón, en esta parte se encuentra dentro del embalse de Gabriel y Galán).
Subir nos permitió tener vistas mejores del río, así que continuábamos disfrutando y dando gracias al hombre que nos indicó la posibilidad de realizar la vuelta por esta vía.
La jara en flor, las flores de San Juan y el cielo reflejándose en el río nos cautivaban metro a metro.
Al ir ganando en altura pudimos contemplar un meandro sin nada de fama, pero tan bonito casi como el afamado Melero.
Al terminar todos calificamos la ruta de preciosa, nos encantó y agradecimos que las autoridades no nos permitieran hacerla por el lado extremeño, y que el hombre nos indicara el camino de vuelta que realizamos.
Tras unos minutos de descanso nos dirigimos a Miranda del Castañar, para comer, visitar el pueblo y realizar la variante corta del Camino de las Maravillas.
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