27 de abril de 2021

Pueblos de la Sierra de Francia

Teníamos muchas expectativas puestas en esta ruta y temíamos que la lluvia, prevista para el día elegido, la truncara. La noche del sábado llovió bastante, cuando nos levantamos aún había algún chubasco pero lo previsto era que parara hasta las 11, así que decidimos hacerla. Sin ánimo de hacer "spoiler" podemos decir que la lluvia finalmente intervino en el desarrollo de la ruta, pero aún así, fue un rutón.


La imagen de encima de estas líneas es lo que vimos al mirar por la ventana, nada más levantarnos en el Hotel Rural Porta Coeli, donde estábamos alojados. Lo que vimos no era exactamente lo deseado pero lo perdonamos porque la vista no podía ser más bonita.

Después de desayunar terminamos de prepararnos, cogimos nuestras bicis y, al salir a la calle, aún llovía un poquito. A las 9.45 iniciamos la ruta.


Salimos a la carretera que une el hotel con la localidad de San Martín del Castañar y enseguida tomamos la que sale de esta hacia Mogarraz, a pesar de  que estaba cortada por obras, pero sólo íbamos a transitar por ella unos cientos de metros. En el punto en el que, según nuestro track, teníamos que tomar el camino de la derecha, no había nada de nada, tan sólo árboles y vegetación.

Desandamos el camino hasta el cruce que terminábamos de coger y decidimos ir hasta San Martín por carretera. Poco después de iniciar el descenso vimos un camino a la izquierda y con el GPS comprobamos que se unía a nuestro track más adelante, así que lo cogimos y comenzó la diversión porque lo que teníamos por delante era esto:


Un camino precioso, atravesando un bosque repleto de vegetación, muy, muy verde y descendente. No podía ser más bonito. Y así siguió durante unos tres kilómetros, serpenteando hacia San Martín del Castañar.


Un poco antes de llegar al pueblo empezó a haber claros en el bosque. Al llegar al punto en el que podíamos desviarnos hacia esta localidad decidimos no hacerlo porque la habíamos estado visitando la tarde anterior.


El camino siguió en el mismo tono que hasta ese momento, pero enseguida se terminó convirtiendo en poco más que una senda, y algo más adelante se transformó en una auténtica trialera. Llevábamos escasos diez kilómetros y estábamos encantados con lo que habíamos recorrido hasta ese momento.

Para conquistarnos aún más, hubo un momento que nos unimos al llamado Camino de los Espejos, una de las propuestas realizadas en esta zona en las que se une naturaleza y arte. En ese tramo vimos dos obras, una puerta abierta en mitad de la nada y este árbol tallado.


Y así, disfrutando plenamente, llegamos a las primeras edificaciones de Las Casas del Conde, una pequeña y coqueta localidad serrana. Encontramos a una señora en la plaza que nos recomendó visitar la iglesia y el calvario. 


Le hicimos caso y se lo agradecimos porque la visita merecía la pena y se encontraba en una zona del pueblo que no habríamos visitado seguramente porque estaba en el lado opuesto a lugar por donde estaba trazado nuestro track. 


Delante de la iglesia dimos la vuelta y volvimos hacia el pueblo para retornar al track. Cuando estábamos saliendo de la localidad nos dimos cuenta de que no íbamos siguiendo el recorrido previsto. Retrocedimos unos metros y encontramos una pequeña senda que estaba prácticamente tomada por la vegetación, por eso nos había pasado desapercibida. De hecho, atravesarla supuso que nos empapáramos piernas y pies.


La senda nos llevó hasta una carreterita. Nada más tomarla cruzamos un pequeño puente sobre el río Francia. Ahí se terminó lo bueno porque hasta ese momento el perfil de la ruta había sido descendente. Nada más cruzarlo comenzamos a ascender por dicha carretera, pero unos metros más adelante, en una curva, nosotros continuamos recto para proseguir por un camino.


El camino no cambió el perfil ascendente que terminábamos de comenzar. Iba en paralelo al río y recorría un bosque repleto de robles y castaños. Como un kilómetro o dos después, uno de los bíkers se dio un buen susto. Iba pedaleando, luchando contra la pendiente, cuando de repente saltó un corzo desde la ladera de su izquierda y casi le cayó encima. Lógicamente se asustó, pero se asustó más pensando que si venía un segundo animal le iba a caer encima. Por suerte no saltó ninguno más. 
 

El ascenso duró seis kilómetros, muchos tramos de subida tendida, pero también otros con una inclinación seria. Pero eso sí, poquito a poco íbamos devorando kilómetros, aunque lentamente, debido a la orografía.


Al mismo tiempo las nubes también fueron avanzando y cada minuto que pasaba se iba oscureciendo más. Finalmente lo inevitable terminó sucediendo. Comenzaron a caer unas gotitas mientras ascendíamos las últimas rampas y cuando empezó a alisarse el terreno la lluvia empezó a arreciar. Enseguida comenzó un descenso y veíamos a lo lejos Mogarraz, así que decidimos seguir sin parar hasta el pueblo aunque nos mojáramos.


Recorrimos algunas de sus calles. Los que no habían estado nunca en el pueblo no salían de su asombro al ver los retratos de los habitantes de la localidad colgados de las fachadas de sus propias casas. Así, mirando a uno y otro lado, llegamos a la iglesia. Frente a ella nos resguardamos bajo un alero. Cuando llevábamos unos minutos allí aparecieron las Galanas, que estaban visitando la localidad. Los que quisieron tomaron un café y así dar tiempo para que parara la lluvia. 



En el bar donde tomamos ese café nos dijeron que había una pista que partía de la carretera que iba a Las Casas del Conde y unía esta localidad con Sequeros. Pensamos en variar nuestra ruta, pero no ya por la lluvia, sino porque eran las 12 de la mañana, llevábamos 17 km y nos faltaban unos 24. 

Entre todos consensuamos acortarla, así que salimos de Mogarraz, ya sin lluvia, y comenzamos a rodar por la carretera que conduce a Las Casas del Conde, un descenso continuado de unos cuatro kilómetros. Antes de entrar en la localidad tomamos la pista asfaltada de la que nos habló el camarero. Un tramo ascendente, salvo una pequeña bajada poco después del comienzo, de unos seis kilómetros.



Eso sí, el ascenso nos iba regalando estupendas vistas de toda la Sierra de Francia.


La lluvia nos siguió respetando y conseguimos llegar a Sequeros sin volver a mojarnos. En esta localidad recorrimos las calles principales y, como en todos estos pueblos serranos, admiramos su limpieza, lo bien cuidado que está y el esmero que han puesto autoridades y vecinos para que no hayan estridencias en las nuevas construcciones.


Tras la visita a Sequeros volvimos a coger nuestro track (en realidad la parte que no realizamos era la que transitaba desde Mogarraz a Miranda del Castañar, de este a Garcibuey y de Garcibuey a Sequeros) que ya nos llevaría hasta el hotel en poco más de tres kilómetros. 

Salimos de Sequeros por una pista ancha y de buen firme que nos llevó hasta la carretera. Transitamos por esta unas decenas de metros para abandonarla al coger un camino que partía por la izquierda del asfalto. 


Este último tramo parecía estar puesto para dejarnos con un buenísimo sabor de boca, con estampas como la que vemos justo aquí debajo:


En algún tramo la vegetación estaba algo más abierta. También pasamos junto a unos huertos y, finalmente, volvimos a sumergirnos en un bosque, el mismo por el que habíamos iniciado nuestra ruta.



Y así, disfrutando un montón, seguimos avanzando. De pronto vimos que el bosque se volvía a abrir y, sorprendentemente, la apertura correspondía al aparcamiento de nuestro hotel, que apareció como de la nada. Como durante la ruta no nos habíamos hecho una foto de grupo, la llegada nos pareció el momento oportuno para hacerla.

Tras la foto, unos cargaron las bicis en los coches y otros nos fuimos a duchar, ya que el hotel nos permitió utilizar las habitaciones al llegar (se lo agradecemos enormemente), aprovechando también para comer allí. 

Cuando y todos estábamos duchados y con todas las bicis cargadas, llegaron las Galanas, que ya habían terminado también su periplo por la zona. Todos juntos tomamos una cerveza o un vermú en la maravillosa terraza con vistas al valle. Minutos después comimos y después de la comida nos desplazamos a Monsagro, para disfrutar del Centro de Interpretación de los mares antiguos y de los cientos de fósiles colocados en las fachadas de la mayoría de sus casas. Un final estupendo para un fin de semana genial.


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