A poco más de veinte kilómetros de Zamora se encuentra la localidad de Sobradillo de Palomares. En su término se encuentra la Rivera de Sobradillo, un riachuelo de poco caudal que serpentea entre grandes bloques de piedra, praderas y encinas. Es Sayago, Sayago en estado puro, y merece no una visita, sino muchas. Nosotros no es la primera vez que recorremos la zona y, aún así, siempre le seguimos encontrando encanto.
La previsión meteorológica no falló y los -4º anunciados se cumplieron. Pero había sol radiante, y eso siempre es una garantía. Aún así la helada era mayúscula. Nada más pasar el Puente de Piedra, entre Cabañales y San Frontis, el camino nos la mostró claramente.
Dejamos atrás San Frontis y cogimos el GR-14. Todo, absolutamente todo, estaba cubierto de un manto blanco, los charcos totalmente helados y la hierba y los pequeños matorrales que empezaban a recibir la luz del sol estaban repletos de puntos brillantes, como llenos de purpurina.
Pero no todo es poético en las heladas, el frío que todos teníamos en la punta de los dedos era de lo más prosaico. No hacíamos más que agitar las manos buscando que la circulación llevara sangre hasta allí pero, de momento, no lo íbamos consiguiendo. Los dedos de los pies también iban sufriendo del mismo mal. Pero también es cierto que en el resto del cuerpo no teníamos frío.
Unos cientos de metros después de cruzar la carretera que va al Polígono Los Llanos, nos desviamos a la derecha, y no mucho más tarde a la izquierda, siguiendo de este modo una variante al GR-14, que nos devolvió a este como un kilómetro antes de Tardobispo.
En este camino íbamos disfrutando oyendo el crujir la tierra helada al paso de nuestras ruedas. Es un sonido especial que el verbo empleado para nombrarlo, crujir, resulta de lo más explícito.
Ya de nuevo en el GR-14 llegamos a Tardobispo, salimos a la carretera y la abandonamos enseguida para continuar por la Senda del Duero. Por ella continuamos hasta las inmediaciones de La Pueblica de Campeán, localidad que dejamos a nuestra izquierda, y junto a la que se ubica el llamado Puente Potato, que cruzamos para continuar hacia nuestro destino.
Unos quinientos metros después nos desviamos ligeramente a la izquierda abandonando ya, definitivamente, el GR-14. El camino por el que rodábamos va hacia la carretera ZA-320 y lo hemos transitado muchas veces viniendo desde Pereruela, pero en este sentido si no lo estrenábamos, casi.
Al llegar a dicha carretera la cruzamos y continuamos recto, si bien pronto giramos noventa grados a la derecha para rodar por un camino que, unos dos kilómetros después, nos llevaría de nuevo a pisar el asfalto, eso sí, sólo para cruzar al otro lado.
En el otro lado continuamos por un camino típico de Sayago, de muy buen firme y por el que gusta rodar. Al llegar a un punto surgieron dudas porque el track nos indicaba que debíamos seguir campo a través, pero en un repaso de última hora de la ruta, alguien había visto que si se hacía una especie de "V" invertida, se llegaba al mismo sitio sin atravesar tierras. Y así lo hicimos.
No solo se percibía en los caminos que ya estábamos en Sayago, mirando alrededor también se veía claramente observando las preciosas paredes que delimitan las fincas.
Después de hacer esa "V" a la que nos referíamos antes, continuamos unos dos kilómetros, cambiando un par de veces de dirección, rodando a buen ritmo por las "autopistas sayaguesas", disfrutando de la bici, del buen firme y del paisaje.
Recorrida esa distancia dejamos el camino y comenzamos a rodar por una zona en la que, a priori, no había roderas marcadas. Había rocas, encinas y, en las zonas sombrías, una helada persistente, pero camino no. Unos metros más adelante lo descubriríamos a nuestra derecha.
El camino nos llevó a una charca que rodeamos. Estaba, como no podía ser de otra manera, totalmente helada. Una vez que todos dimos la vuelta a la misma volvimos unos metros hacia atrás, justo hasta un punto algo anterior a la zona donde comenzaba esta charca.
En ese punto cogimos una estrecha senda que, en poco más de cien metros, nos llevó hasta otra charca más grande, que también bordeamos.
En el lado opuesto a la zona por la que habíamos accedido a dicha charca el agua era un mazacote de hielo.
Justo al otro lado de esta lagunilla se encontraba un buen camino por el que continuamos a lo largo de algo más de un kilómetro. Transcurrido este nos desviamos a la derecha a otra zona sin camino visible y por la que habíamos transitado en una ocasión el año pasado. Nos abrimos a la derecha y encontramos una senda que comenzaba a descender hacia la Rivera de Sobradillo. Junto al camino ya había zonas desde donde se divisaba.
El último tramo es un descenso técnico entre algunas rocas que afloran a la superficie. Precioso, sin duda, y con buenas vistas.
Al llegar junto al cauce del riachuelo nos paramos a contemplarlo y a disfrutar de lo que veíamos.
Inmediatamente después nos dimos cuenta de que no nos quedaba otra que cruzar la rivera, menos mal que en esa zona es estrecha y hay unas piedras puestas al efecto. Pero eso sí, cincuenta metros más adelante había que cruzarla de nuevo. Aunque también había piedras hubo quienes optaron por pasarlo sobre la bici y quienes lo hicieron, complicándose más, pisando sobre las piedras y con la bici en la mano.
Fuimos bordeamos la rivera unos cientos de metros y salimos a un camino. Cruzamos de nuevo a la otra orilla, pero esta vez sobre el puente que hay en dicho camino, y ya del otro lado pasamos a la otra orilla, de nuevo, pero esta vez sobre un paso muy bonito, construido con anterioridad al puente.
Al salir a la otra orilla volvimos a la izquierda y continuamos por un camino que lleva a Sobradillo. Es ascendente pero se rodaba tan bien por él que recorrimos rápido el tramo que nos separaba de esa localidad. En este pequeño trayecto pudimos contemplar típicas estampas sayaguesas.
Entramos en el pueblo por el extremo norte. Podríamos haber bajado hacia la carretera pero nos mantuvimos recorriendo sus calles, repletas de construcciones muy de la comarca, con la piedra como auténtica protagonista.
Atravesamos el pueblo de lado a lado y, al final del mismo, llegamos al asfalto, lo cruzamos y terminamos por un bonito camino que discurría entre fincas.
Un kilómetro después el GPS nos indicaba seguir recto, pero en una ocasión habíamos hecho ese tramo y no era nada bueno, así que mirando el mapa en la pantalla vimos que, haciendo un pequeño rodeo, llegábamos al mismo sitio pero por buen camino, así que así lo hicimos.
Nada más encontrarnos de nuevo con el track nos desviamos del camino para sumergirnos en una senda, no, mejor dicho, un single track :) precioso. Por el lado derecho está delimitado por una valla de una dehesa. Desde dicha valla la vista es inmensa porque se contempla una planicie que parece no tener fin.
Al otro lado de la valla el camino va serpenteando entre encinas y bosque bajo, habiendo que agacharse en más de una ocasión para evitar las ramas.
El sendero tiene unos dos kilómetros de largo. Como, además, tiene un cierto tono descendente, si se hace con cierta velocidad es una gozada, por el trazado y por el paisaje.
Al final del mismo nos encontramos una pista. Rodando por ella parecía mentira que estuviera a escasos metros del camino que terminábamos de recorrer. Como era descendente cogimos velocidad por la larga recta que teníamos frente a nosotros, si bien tuvimos que girar a la izquierda más adelante.
Pasamos junto a La Tuda, la dejamos a nuestra derecha, y el camino nos llevó a cruzar la carretera. Continuamos recto y, tras una subida, giramos a la izquierda para enfilar otra larga recta. Al final de la misma veíamos las dos masas rocosas que hay junto a Las Enillas, popularmente conocida como "El Salto la Vieja".
Antes de llegar a esa zona realizamos un giro a nuestra derecha para ir hacia la Dehesa de Barrios. Bordeamos esta por una buena pista, cambiando de dirección para ir hacia San Marcial.
Desde que abandonamos la senda habíamos rodado a muy buen ritmo y la pista actual seguía permitiéndonos ciclar rápido.
Antes de llegar a San Marcial, bastante antes, viramos noventa grados a la izquierda para cruzar sobre el Puente del Andaluz. Seguimos por el camino aproximadamente dos kilómetros, pero lo abandonamos tras esa distancia, para seguir por otro que surgía a nuestra derecha, que se percibía de menos tránsito.
Junto al camino había un tractor arando y un enjambre de palomas y otras aves detrás en busca de una forma fácil de llevarse algo a la boca, al pico, con poco esfuerzo.
Realizamos algún cambio de sentido más que nos llevó a pisar caminos por los que no habíamos pasado antes. Y así nos fuimos acercando a Entrala.
Al llegar a este lo atravesamos siguiendo la carretera primero, y cruzando después por varias de sus calles. Terminamos pasando al otro lado de la carretera para dirigirnos a la zona de bodegas y de esta nos dirigimos a la pista asfaltada que une esta localidad con Morales del Vino. Recorrimos este tramo en muy poco tiempo. Ya en Morales fuimos en busca del carril bici que une esta localidad con la capital.
Saliendo de este pueblo ya pudimos contemplar una bonita vista de Zamora. Descendimos hasta la carretera de Peñausende (y Ledesma), la cruzamos y nos desviamos del carril bici, siguiendo por la variante, que estrenamos hace unas semanas, que evita el asfalto.
Junto al Cristo de Morales nos reintegramos al carril bici y ya seguimos por él hasta que entramos en Zamora por la zona del Cementerio. Continuamos por Pinilla y terminamos reintegrándonos al punto de salida, si bien proseguimos unos cientos de metros más para llegar a un bar donde saciar nuestra sed. Y lo hicimos, e incluso comenzamos a hablar de la que, probablemente, sea nuestra gran ruta del verano. Pero para llegar a eso quedan aún muchas salidas entre medias...
Para descargar la ruta haz clic en el logo de Wikiloc.
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