19 de abril de 2022

De Camasobres a Sto. Toribio de Liébana por el Camino Lebaniego

¡A la cuarta fue la vencida! Cuatro veces habíamos reservado habitaciones en una casa rural en la Montaña Palentina, ya rozando Cantabria. Las tres primeras tuvimos que cancelar las reservas porque la climatología era horrible para las fechas elegidas. La espera tuvo su premio porque esta vez lo logramos y hemos vivido unos días geniales, empezando por la ruta que ahora pasamos a describir.

Al igual que hemos hecho en otras ocasiones madrugamos para poder aprovechar el tiempo y hacer una ruta nada más llegar a nuestro destino. A las 7.00 quedamos para salir, ya con bicis, equipajes y personas cargados, y a esa hora estábamos todos los implicados e implicadas. Es cierto que no éramos multitud ya que en esta ocasión, los días grandes de la Semana Santa, solo logramos cuadrar fechas siete, cuatro bíkers y tres galanas.  

Llegamos al Hotel Posada Fuentes Carrionas, de Camasobres (Palencia) poco después de las 10.30, tras un viaje sin incidentes y con una parada técnica en Frómista. Tras descargar el equipaje y las bicis, quitar los portabicis y terminar de prepararnos logramos empezar a pedalear pasadas las 11.00 h.


Comenzamos la ruta en la misma puerta del hotel, porque este se encuentra a pie de la carretera CL-627, la que une el norte de Palencia con Cantabria, a través del Puerto de Piedrasluengas. Precisamente a este puerto nos dirigimos al salir, y lo hicimos rodando por dicha carretera. Por mucho que buscamos no encontramos alternativas por camino sin dar mucho rodeo. Nos nos importó porque no había mucho tráfico y porque nada más salir empezamos a recibir regalos para la vista: prados que no podían estar más verdes, riachuelos recorriendo estos, grandes bloques de piedra conformando la propia montaña...
Tan ensimismados estábamos con lo que íbamos viendo que los cinco kilómetros de subida se nos hicieron cortos y los hicimos casi sin darnos cuenta.



Al culminar la subida hicimos una pequeña parada en el Mirador de Piedrasluengas y enseguida seguimos con nuestra marcha. Allí mismo, a la izquierda del mirador, había un camino que se iniciaba cuesta abajo y se internaba en un enorme hayedo. Hacia él nos lanzamos y comenzamos a descender.


Entramos de lleno en el hayedo y comenzamos a descender al tiempo que hacíamos continuas eses. El camino estaba bien pero no permitía bajar demasiado deprisa porque había muchas zonas con barro y por las cerradas curvas a las que nos enfrentábamos cada poco. Pasados unos cuatro kilómetros continuamos por otro camino que surgió a nuestra izquierda, en el que vimos un hito que indicaba el Camino Lebaniego (en este caso el Castellano). 


El camino tenía algo menos de importancia y seguía en paralelo el cauce del río Bullón. Cada poco no podíamos menos que parar para recrearnos la vista viendo el discurrir de las aguas rodeados de hayas. Y siempre, siempre, el sonar del agua como música de fondo.

El descenso por el hayedo duró unos seis kilómetros que fueron una auténtica gozada. Aproximadamente en el kilómetro 13 llegamos a una pequeña aldea llamada Cueva. La atravesamos de lado a lado y salimos de ella por un camino asfaltado.



Este camino asfaltado continuaba descendiendo. Estaba trazado entre enormes prados y las vistas desde él eran magníficas.


Al llegar a un puente sobre nuestro conocido río Bullón dudamos por donde iba el track. Tras algunos titubeos dimos con la dirección a seguir, un camino a la izquierda, con un cierre artesanal para evitar que el ganado escape. Lo abrimos, pasamos y cerramos y nos encontramos con un lodazal. Tras lograr pasarlo con los menores daños colaterales posibles, continuamos por un sendero, en mucha zonas invisible, que nos seguía llevando en paralelo al río y atravesando zonas preciosas.



Los prados que íbamos viendo no podían estar más verdes, estaban repletos de pequeñas flores, amarillas o blancas, el cielo tenía un azul intenso, la temperatura era ideal para ir en bici y, además, la tendencia seguía siendo descendente, si bien, de vez en cuando, nos encontrábamos pequeñas subidas, pero siempre cortas. Por todo ello nos estaba pareciendo una de las rutas más bonitas que habíamos hecho.


El camino nos llevó hasta otra pequeña aldea, en este caso llamada Avellanedo. 


Continuamos nuestro itinerario, que era fiel al Camino Lebaniego, por cierto, muy bien indicado con hitos en casi todas las bifurcaciones, sin grandes novedades salvo que cruzamos otra aldea, La Parte.


En un momento dado cruzamos nuestra ya conocido río Bullón y no mucho después ascendimos hasta una carretera de entidad, que era la misma que nos había llevado hasta el Puerto de Piedrasluengas.


Recorrimos por ella unos cientos de metros y, enseguida, giramos a la izquierda para seguir por otra carretera, pero local que, tras un sinuoso ascenso, nos llevó hasta otra pequeña aldea llamada Basieva.


Siguiendo por el asfalto pasamos también por otra localidad, en este caso de algo más de importancia, llamada Lomeña. Al pasar junto a un bar vimos dos mesitas a su puerta y nos pareció que podía ser un buen sitio para comer nuestros bocatos. La sorpresa fue que estaba cerrado. Unas vecinas nos dijeron que pertenecía a la casa rural que había encima y que solo lo abrían para sus clientes y al mediodía para el resto del pueblo. Eran las 13.00 h, así que decidimos continuar, pero las mismas vecinas hablaron con el dueño y nos comunicaron que nos abría. Pedimos una cervezas y procedimos a comer los bocadillos que llevábamos.

No nos demoramos mucho, así que en pocos minutos estábamos de nuevo sobre las bicis. Tocó seguir subiendo y, poco después, nos encontramos con un valle que no podía ser más bonito.


Llegamos a Yebas, otra aldea, y al salir de ella cambiamos el asfalto por la tierra. Aunque era ascendente la subida era muy suave y muy llevadera, y como estaba adornada con buenas vistas, nos se nos hizo dura. 


Poco antes de llegar a la zona más alta, pasamos por otra localidad, Los Cos. La dejamos atrás volviendo a rodar por asfalto. Poco después culminamos la subida, y con premio porque, de nuevo, nos dimos de bruces con unas vistas impresionantes, miraras donde miraras, daba igual...



Iniciamos allí mismo un descenso por la misma carretera local desde la que íbamos obteniendo imágenes que parecían más propias de Suiza que del lugar donde nos encontrábamos.


Poco antes de llegar a otra aldea, Piasca, dejamos el asfalto y nos desviamos hacia un camino que surgió a nuestra derecha. Un tramo espectacular, técnico, estrechito, un single track, bajando, con piedras que había que ir esquivando... Al terminar no pudimos que frenar nuestras bicis, parar y comentar que había sido espectacular.


En nuestros cuentakilómetros veíamos que ya nos tenía que quedar poco para llegar a Potes, si bien antes debíamos pasar por Cabezón de Liébana. 

Para llegar a esta localidad recorrimos distintos tramos, saliendo de Piasca uno asfaltado, corto, después un camino, otro de asfalto y, por último, de nuevo camino. Y siempre, al fondo, las enormes montañas con sus cumbres nevadas de los Picos de Europa.


Pasamos junto a Cabezón y, desde allí, comenzamos a recorrer una especie de carril bici, al menos lo parecía porque el suelo era de cemento y no era muy ancho. El tono seguía siendo descendente, así que íbamos rodando rápido y muy a gusto. Pasamos por otras dos localidades, Cabariezo y Frama, y ya percibíamos que estábamos llegando a Potes.


Y así fue, entramos a esta turística localidad cántabra por un lateral. Poco después el track nos llevó a la carretera que la recorre de punta a punta y por ella continuamos hasta el centro. Eran las 3 de la tarde y nos sorprendió el gran número de terrazas de restaurantes que íbamos viendo a nuestro paso y que todas estaban llenas.


Al llegar al centro neurálgico nos encontramos con las letras Potes dispuestas para que nos hiciéramos una foto. Posamos y nos dispusimos a llamar a las Galanas, que debían de estar comiendo por la zona.


Cuando las localizamos estuvimos con ellas unos minutos, mientras nos bebimos una caña a la que nos invitaron y, sobre las 15.30, iniciamos el tramo final de nuestra ruta: el que nos llevaría hasta Santo Toribio de Liébana. Nos subimos a las bicis y continuamos por la misma carretera por la que habíamos entrado a Potes. Esta misma carretera nos sacó de la localidad y, menos de un kilómetro después, nos desviamos a la izquierda para seguir hacia este monasterio. Justo en el cruce un gran cartel nos indicaba que estábamos en el Valle de Camaleño. El fondo que teníamos frente a nosotros no podía ser más bonito...


También en el cruce había un poste con los lugares donde se puede ganar el jubileo. Solo son cinco en el mundo, Jerusalén, Roma y tres españolas, Santiago, Santo Toribio y Caravaca de la Cruz (de esta se olvidaron). Justo al Desde el primer metro comenzamos un ascenso que terminaría en Santo Toribio. 


El ascenso se prolongó a lo largo de casi 3 kilómetros. Como ya terminábamos la ruta y nos quedaba batería más que de sobra nos liberamos del modo eco y le dimos más ayuda a nuestras piernas. Aún así subimos tan rápido que nos castigamos más que si hubiéramos continuado en el modo económico. Además, al hacer una temperatura que sobrepasaba los 20º, sudamos más en ese tramo que en el resto del recorrido.


Con ese buen ritmo llegamos pronto al Monasterio de Santo Toribio de Liébana. 


El origen de este monasterio se remonta al siglo VI, cuando Toribio de Palencia y unos pocos monjes lo fundaron para vivir entregados a la oración y la vida. 

Por otro lado, en la catedral de Astorga se encontraba la reliquia del Lignun Crucis, traída desde Jerusalén hasta allí por Santo Toribio, el primer obispo de esa ciudad. Alrededor del siglo VIII los cristianos de Astorga, a fin de proteger la reliquia del Lignun Crucis (Leño de la Cruz) del avance árabe en la península, la llevaron a este pequeño monasterio.

El Lignun Crucis es una reliquia de la Cruz de Cristo. En este caso es la más grande conservada de dicha cruz. En Santo Toribio se encuentra dentro de un relicario.

Foto de https://astorgaredaccion.com/

El hecho de albergar esta reliquia convirtió al monasterio en un importante centro de peregrinaciones, lo que hizo que el Papa Julio II en 1512, concediese a este lugar el privilegio del Año Santo Lebaniego cada vez que el 16 de abril, festividad de Santo Toribio, coincidiera con domingo.

Como cuando llegamos al monasterio se encontraba aún cerrado porque no eran las 16.00 h, hora de su apertura, continuamos rodando por la carretera, que giró a la derecha y nos llevó unos cientos de metros después hasta una pequeña capilla, la de San Miguel, donde está también el mirador del mismo nombre y desde donde pudimos contemplar unas vistas increíbles.


Pocos después volvimos al monasterio, nos lavamos la cara y lo que pudimos en una fuente y nos hicimos una foto en la puerta de la iglesia adosada al propio monasterio.


Poco después llegaron la Galanas en sendos coches. Cargamos las bicis y, como ya había abierto sus puertas, pudimos entrar a ver la famosa reliquia. Al no ser Año Santo Lebaniego no ganamos el jubileo pero sí que ganamos para nuestra memoria una de las rutas más bonitas que hemos hecho.


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