28 de enero de 2024

A ver una vista del embalse que no vimos

La niebla son pequeñas gotas de agua que están en suspensión en la atmósfera y que reducen la visibilidad horizontal a menos de un kilómetro. Hoy nos hemos dado cuenta bien de esto último, porque íbamos buscando una vista inédita del embalse de Ricobayo, pero esa falta de visibilidad propia de esta niebla que nos envuelve desde hace días nos lo impidió.

Después de mucho tiempo hoy, pese a los 4º que había a las 9.30 de la mañana y de la niebla que lo envolvía todo, nos juntamos casi todos, siete en total. Tras los saludos iniciales comenzamos a rodar. Teníamos que ir hacia Valorio pero para llegar hasta allí realizamos un itinerario inédito callejeando por el Barrio de La Horta, subiendo por la cuesta de San Cipriano y bajando por San Martín hacia Doctor Fléming. 

Atravesamos el Bosque de Valorio casi de lado a lado, al terminar este continuamos por la antigua carretera de La Hiniesta, pasando por Valderrey y saliendo unos metros a la carretera, si bien enseguida volvimos a rodar por camino, pasando por debajo de la autovía y siguiendo dirección La Hiniesta. 

Justo antes de cruzar la carretera giramos a la izquierda, para poco después volver hacia el lado contrario, iniciar una subida y descender enseguida para volver a cambiar de dirección, derecha de nuevo, y cruzar la carretera. Nos volvimos a encontrar con el camino que solemos seguir para ir hacia esa localidad.

Poco después llegamos a este pueblo, que nos pareció fantasmal, envuelto por la niebla y sin ver un alma por sus calles. Pasamos junto a la iglesia, salimos a la calle principal y por ella seguimos hasta casi las últimas viviendas, momento en el que nos desviamos hacia la izquierda. 


Pasamos por los dos pequeños túneles que salvan las vías del tren y, enseguida, nos desviamos noventa grados a la derecha para iniciar un suave acenso que, no mucho después, se transformó en lo contrario y que nos llevó a meternos en la zona denominada "Palomares".


No mucho después hubo que hacer una pequeña parada técnica porque la rueda trasera de una de las bicis había perdido aire. Tras hincharla proseguimos nuestra marcha, no sin antes aprovechar la parada para hacer una foto a un árbol desnudo que estoicamente aguantaba la niebla.


Después de la parada realizamos varios giros en pocos kilómetros, lo que propició que llegara un momento en que nadie supiéramos dónde estábamos. Cuando creíamos que estábamos cerca de Andavías nos parecía reconocer un tramo próximo a Valdeperdices, resumiendo, que menos mal a los GPS si no es posible que hoy hubiéramos terminado muy lejos de casa. 

Teníamos confianza en que el tiempo jugara a nuestro favor y que a medida que avanzara la mañana la niebla desaparecería, no en vano las previsiones anunciaban que lo harían a partir de las 10. Pero ya era esa hora y cada vez estaba más cerrada. Además, era "meona", lo que dificultaba llevar las gafas puestas y, poco a poco, nos iba mojando. Cada movimiento que hacíamos con nuestra cabeza hacía que se desprendieran un montón de gotas del casco. 



La parte buena es que el terreno había ido drenando esa humedad y apenas había barro, salvo algunas zonas muy concretas, pequeñas vaguadas, que acumulaban algunos charcos, evitables en la mayoría de los casos. 

Después de esos cambios de dirección que nombrábamos antes y que nos despistaron, enfilamos una larga recta en la que, primero descendimos ligeramente para después hacer lo opuesto. En el primer tramo atravesamos una carretera. Nos parecía que podría ser la que une la N-122 con El Campillo, pero no estábamos seguros. Viendo ahora el mapa podemos ya asegurar que sí lo era. 



Los minutos iban transcurriendo, nos íbamos acercando al embalse y la niebla no levantaba. En algún momento logramos ver una bola blanca en el cielo que parecía que iba a poder romper ese hechizo, pero al momento desaparecía y volvíamos al blanco y negro cien por cien. Eso sí, a veces generaba estampas bonitas.


La recta de la que hablábamos anteriormente terminó en una carretera local. Nos imaginamos que era la que une Muelas del Pan con Almendra (y sí lo era), nos incorporamos a ella hacia la izquierda y rodamos por su asfalto unos quinientos metros.


Tras ellos giramos noventa grados a la derecha, volviendo a un camino. De frente había un campo cultivado en el que las encinas rompían la hegemonía del verde y todo, en conjunto, lucían bonito.


El camino al que nos incorporamos era una pista por la que se rodaba muy bien, esa zona era inédita para nosotros así que si antes estábamos perdidos, ahora mucho más. 


Poco después realizamos dos cambios de dirección seguidos, pero porque no quedaba otra ya que el único camino existente era el que íbamos siguiendo. Poco después enfilamos una recta y la pista se convirtió en un camino más modesto y menos pisado.

A estas alturas seguíamos viendo poco, pero se conoce que, al igual que le sucede a los invidentes, se potenció nuestro olfato y allí olía de maravilla, en concreto a jara, matorral que bordeaba el camino a un lado y a otro.


Al terminar la recta por la que íbamos rodando el camino hacía un giro de noventa grados y comenzaba un descenso. Al comenzar el mismo la niebla no nos dejaba ver bien lo que había más adelante pero enseguida pudimos vislumbrar que era una bajada salvaje seguida de una subida merecedora del mismo calificativo, es decir, lo que vulgarmente se llama una "V".

En la bajada tuvimos que extremar las precauciones porque la inclinación en algún punto era cercana al 30% y la rueda trasera tendía a derrapar en lugar de frenar. En el vértice de la "V" los que iban primero pararon y dejaron hueco para que los "eléctricos" intentaran la subida.


El segundo que lo intentó perdió el control para esquivar una piedra y se fue a un lado. El pie no le salió de la cala y cayó sobre las jaras sin ninguna consecuencia, salvo un pequeño agujero en la cazadora y la camiseta producido por un palo que atravesó ambas prendas.


Finalmente, con este incidente, todos subimos con las bicis en la mano y nos costó lo suyo.

Al llegar a la parte de arriba el sol quiso mostrarse para que no nos olvidáramos de lo que es capaz de hacer y nos encantó percibir su luz y su calor. 


Aprovechamos para ver si también nos permitía ver el embalse, que sabíamos que lo teníamos a nuestra derecha, a escasos metros, pero lo cierto es que no se veían más que las jaras. Ese era el sitio desde el que se suponía íbamos a disfrutar de una vista diferente, inédita, de ese curso de agua, pero ver no vimos nada más que la nada, ese fondo blanco que produce la niebla cuando miras a lo lejos.


Ya que estábamos parados, comimos algo y escasos minutos después nos sentamos de nuevo en los sillines para iniciar la vuelta. Según el perfil, lo que nos esperaba tendía hacia abajo, así que nos pusimos "manos a la obra".

El primer tramo, por lo pronto, era ascendente, pero bien es verdad que pronto se convirtió en un suave descenso. Estábamos rodando en paralelo al camino que nos había llevado hasta la "V" y el paisaje era igual de bonito, seguíamos cruzando un alcornocal en el que, aparte de los alcornoques, había mucha jara. 


Es curioso, pero si trazáramos una línea recta desde este alcornocal pasando por el vértice de la "V", dicha recta nos llevaría al Sofreral de Cerezal de Aliste, un importante bosque de alcornoques. Es posible que uno y otro en algún momento fueran el mismo.

Terminado este bosque, utilizando la jerga ciclista, se desataron las hostilidades en el pelotón, y un grupo de cuatro o cinco bicis comenzaron a romper el ritmo rodando a un ritmo endiablado. El caso es que, como ya veíamos que la niebla no iba a levantar y que no íbamos a poder disfrutar mucho del paisaje, decidimos invertir poco tiempo en la vuelta. Además, la temperatura había bajado a 3º y notábamos frío, así que había que "calentar".

El trazado de la vuelta iba prácticamente todo el tiempo en paralelo al camino de ida así que no nos iba aportando novedades. Con ese buen ritmo llegamos a Palomares en poco tiempo. 


De los cuatro kilómetros de esta dehesa que atravesamos más de tres lo son descendiendo, así que fuimos rodando a alta velocidad y los kilómetros avanzaban que daba gusto.


En poco tiempo estábamos ante el último tramo, el ascenso final. Lo hicimos por un camino lateral que es más bonito y dosifica la subida



Al culminar la subida giramos a la izquierda y unos cientos de metros después a la derecha para enfrentarnos a un tramo repleto de "sábanas", es decir, sube y bajas. Menos mal que, si coges carrerilla en las bajadas, subes "gratis" una buena parte de la subida posterior, y así fuimos pudiendo con todos esos pliegues.


Pasamos por encima de la autovía por un viaducto y continuamos por el llamado Camino del Monte que, en este sentido tiende hacia abajo hasta llegar al Bosque de Valorio, así que seguimos rodando a muy buena velocidad. Ya en el bosque fuimos al encuentro del carril bici, por el que continuamos hasta la entrada, donde la abandonamos para ir hacia el que va bordeando el río. Al llegar al Puente de Piedra lo abandonamos y ya continuamos por la Avenida del Mengue y por Puerta Nueva hasta llegar al punto del que habíamos salido. 

Ya en el Bar CD pudimos recuperar hidratos y hablar de la niebla, de algunos pormenores de la ruta y de que tenemos que volver a hacerla con sol para saber si, realmente, se ve el embalse (nos quedó la duda) y para intentar subir la cuesta de la "V" sobre las bicis (las eléctricas, las pulmonares imposible, creemos). 


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