20 de febrero de 2021

Rivera de los Molinos del Pontón y Peña Redonda

Alguien podría decir que nos hemos obsesionado con Sayago porque las últimas salidas de senderismo las hemos hecho por esta bonita comarca zamorana, pero realmente ha sido casualidad. Hoy hemos ido a Villardiegua de la Ribera para iniciar allí una ruta que nos llevó a pasar por la llamada Rivera del Pontón, un riachuelo junto al que se alzaron en su día hasta doce molinos, de los que se conservan en buen estado cinco y otros tres en estado de semi-ruina. Sólo esta parte justificaría la ruta, pero podemos añadir más: excelentes vistas de los Arribes del Duero, una peña caballera llamada Peña Redonda, y restos de un castro celta; eso sin contar el paisaje, las paredes de las cortinas, las enormes masas de granito, las praderas...

Si se quiere hacer con niños o con personas que no pueden caminar tanto, es posible acercar el coche, por el camino de ida, hasta el desvió de la ruta de los Molinos y hasta Peña Redonda.



Aunque habíamos quedado a las 10, salimos de Zamora con unos minutos de retraso. De nuevo, debido al COVID, movimos cinco coches para diez personas. Nos da cargo de conciencia, pero no nos queda otra... Poco después de las 11 estábamos ya en Villardiegua de la Ribera. Aparcamos los coches en una de las salidas del pueblo, justo donde se inicia la ruta que íbamos a seguir.

Las previsiones del tiempo se cumplieron, el día estaba nublado y el viento, de cara, era fuerte y, por lo tanto molesto. Eso sí, la temperatura no era mala, si bien ese viento producía una sensación térmica menor.

El comienzo de la caminata transcurre por un camino en excelente estado rodeado de paredes de cortinas baldías, o sembradas de cereal o con encinas en su interior.




Esta parte del camino se hace muy bien y se avanza mucho. Cuando nos quisimos dar cuenta ya habíamos recorrido tres kilómetros. Eso sí, no quitábamos ojo a esas paredes que se burlan de la gravedad y del cemento y que se acomodan perfectamente a las irregularidades del terreno.


Hasta ese momento habíamos seguido las indicaciones del GR-14 (de nuevo), pero poco después de recorrer cuatro kilómetros nos desviamos hacia la derecha para comenzar el recorrido de la llamada Rivera del Pontón.

No tardamos mucho en encontrarnos con el primer molino, recuperado, y ahora en un excelente estado. Detrás de este corre esa rivera o riachuelo que da nombre a la zona. Después de las lluvias caídas se pasea entre los molinos con fuerza y alegría. 


Unos cientos de metros riachuelo abajo nos encontramos con el segundo molino, también recuperado, y distinto del anterior.


Decenas de metros más abajo divisamos ya el siguiente. Recuperado también, tiene la peculiaridad de que una de sus paredes es curva.


Continuamos avanzando entre grandes moles graníticas y nos volvimos a topar con un molino más, pero en esta ocasión sólo se conserva parte de las paredes exteriores.


Continuamos nuestro camino siguiendo los postes con señalización blanca y amarilla y nos dimos de bruces con otro molino. Por una de sus aperturas, en la parte de atrás, expulsa agua al exterior.


El siguiente molino también se encuentra en ruinas, pero el camino seguía, así que no perdimos la esperanza de encontrar alguno más.


Y enseguida lo vimos, además es uno de lo más grandes y creemos que el más bonito, porque por su parte trasera la hiedra se ha adueñado de una de sus paredes y, para terminar de adornarlo, el agua corre a su lado con fuerza y con ganas de encontrarse ya con el Duero. 



Tras dejar atrás este, seguimos descendiendo y pasamos junto a otro, el último, pero este realmente se aprecia mejor cuando se llega al final del camino. Allí nos encontramos con dos bancos con unas impresionantes vistas hacia los Arribes del Duero. Desde allí pudimos disfrutar, mirando hacia atrás, del molino y la cascada que se precipita a su lado, y del encajonado río, mirando hacia adelante.



Después de disfrutar sin prisas de las vistas y de reponer fuerzas, nos bajamos las mascarillas unos segundos para hacer una foto de grupo. Tras las foto iniciamos la subida para retomar de nuevo el camino inicial. 


Volvimos sobre nuestros pasos pasando de nuevo junto a todos los molinos, pero antes de superarlos todos nos desviamos a la izquierda para visitar el anunciado Mirador de la Rivera del Pontón. Realmente la vista es similar a la que habíamos estado viendo durante todo el trayecto, pero, aparte de mirador, es también un homenaje a todos los que lucharon contra el terrible fuego que en agosto de 2013 arrasó todo el término y a los que han hecho posible que todo haya vuelto a su estado original.

Cuando llegamos de nuevo al camino del que nos habíamos desviado para visitar los molinos, paramos ante un cartel anunciador que nos ilustró sobre la minería de oro de la zona. De hecho, justo detrás, pudimos ver las cazoletas excavadas directamente en la roca, que en época romana se utilizaban como morteros para triturar el oro y los materiales que acompañan a este, y así separar unos de otros. 


Retomamos la caminata y nos dirigimos a Peña Redonda, que ya podíamos ver ya desde la zona en la que estábamos. 


Como el camino vuelve a ser bueno llegamos enseguida, si bien antes de ascender hacia dicha peña paramos en las ruinas de lo que fuera la ermita de San Mamede. Poco más adelante se encuentran restos de lo que fuera un castro celta, y algo más arriba la enorme piedra caballera con forma casi esférica que vigila desde su atalaya al Duero y a las tierras portuguesas que tiene justo en frente, al otro lado del río.

Pese a nuestros intentos de moverla no conseguimos ningún logro así que decidimos que es mejor que siga donde se encuentra por muchos años más.



Iniciamos el regreso descendiendo desde Peña Redonda hacia los restos de la ermita. Pocos metros más adelante tomamos un camino que parte junto al que indica a Torregamones. Nos sumergimos en una zona más virgen, repleta de grandes piedras, de encinas y de escobas. El camino no es malo y también avanzamos sin dificultad.


Como un kilómetro después giramos hacia la izquierda, pasamos un pequeño puente sobre una rivera y a su lado divisamos otro de los que tanto nos gustan.


Volvimos a pisar un camino principal, más ancho y de mejor firme, por el que caminamos rápido. Casi dos kilómetros después llegamos a un tramo por el que habíamos pasado unas horas antes, pero este tramo es pequeño y enseguida nos desviamos a la izquierda. Si hubiéramos seguido por la bifurcación de la derecha habríamos pisado el primer tramo que hicimos al iniciar la ruta.

Seguimos disfrutando de las paredes y las cortinas, pero unas nubes amenazadoras desafíaban la previsión meteorológica que indicaba que no iba a llover. Poco después comenzaron a caer las primeras gotas...


Las nubes se fueron alentando unas a otras y cada vez llovía más. Los últimos quinientos metros los hicimos más deprisa aún porque la lluvia arreciaba y la mayoría no íbamos preparados para la lluvia. Esta situación aceleró la llegada al punto final de la ruta. Al terminar comprobamos que, según llovía, era imposible comer en el campo los bocadillos, tal y como teníamos previsto. Como estábamos muy cerca de Villadepera, nos acercamos hasta esta localidad para comer en la propiedad de uno de los del grupo. Lo hicimos en el exterior, pero bajo la protección de un porche que nos amparó de la lluvia. Allí, pese al frío y la humedad propia del momento, las cervezas, los bocadillos, la tarta, el café e incluso la copa, para quien la tomó, nos supo a gloria. 

Con ese buen sabor de boca pusimos fin a esta estupenda mañana en la que sólo la lluvia desentonó.


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