20 de abril de 2022

Por el extremo norte de la Montaña Palentina

El tercer día de nuestra estancia en la Montaña Palentina hicimos una ruta que partió desde nuestro alojamiento, el Hotel Posada Fuentes Carrionas, en Camasobres. La habíamos descargado desde Wikiloc y quien la había hecho la había calificado de "Difícil" y lo fue, pero lo compensó con creces todo lo que pudimos ver y disfrutar, sobre todo en la primera mitad.


Eran casi las 9.30 cuando posamos junto al cartel del hotel para iniciar la salida. El día no estaba tan radiante como los dos anteriores y la temperatura era fresquita, en torno a los 5º. Comenzamos rodeando algunas casas del pueblo y empezamos a ascender. No es la mejor forma de comenzar, pero no había otro remedio...

Enseguida pasamos junto a la iglesia de la localidad, la de San Pantaleón, románica en origen, pero de la que solo conserva de este estilo la espadaña.

Junto a la iglesia también descubrimos, al lado de un prado, una bicicleta último modelo.

Ascendimos a lo largo de unos dos kilómetros y el fresquito que habíamos sentido al iniciar la ruta se nos había pasado ya. Eso sí, si algo tiene bueno el subir es que desde las alturas todo se ve mejor, y pudimos contemplar una bonita vista de Camasobres y el valle en el que se asienta.

Tras el ascenso tocó descender siguiendo el mismo camino que nos había llevado hasta allí, que no era una pista ancha pero estaba en buenas condiciones.


Poco después nos desviamos del camino hacia la izquierda y atravesamos una bonita pradera, pero tenía un inconveniente en su extremo, un pequeño riachuelo que había que cruzar.

Procuramos poner cuidado al pasarlo para no mojar los pies, y más o menos lo logramos.

Pero hubo que cruzar la misma corriente de agua dos veces más, y en una de ellas el agua casi llegaba a media rueda, así que en el kilómetro 3 ya teníamos todos los pies bien fresquitos.

Tras este tercer cruce del arroyo volvimos a rodar por un camino que nos sumergió en un cerrado bosque de pinos.


Al salir del bosque el camino nos llevó junto a la carretera que conduce a Casavegas, pero no nos incorporamos a ella, sino que la rozamos tangencialmente y nos desviamos a la derecha para iniciar una subida. Tras ella comenzamos a descender ya con la imagen de esa localidad frente a nosotros.

No llegamos a entrar al pueblo sino que nos incorporamos a una pista que salía a nuestra derecha, justo la que la tarde del día anterior habíamos recorrido andando para subir al Bocarón, un precioso mirador.

Subimos por esta pista durante casi tres kilómetros, pero salvo los primeros metros, la pendiente era suave y se avanzaba sin demasiado esfuerzo. Encontramos una bifurcación y, al contrario que durante la caminata, tomamos el camino de la derecha. Recorrimos subiendo, por él como un kilómetro y nos desviamos a la derecha. No había camino así que atravesamos una pradera por donde nos iba dictando el track. En un momento dado tuvimos que abrir una rudimentaria cancela, de las muchas que tendríamos que pasar a lo largo del recorrido.

Poco después volvimos a encontrar un camino, pero realmente era una estrecha senda, un single track que era como un canalillo que, seguramente, haya sido trazado por el agua en sucesivos deshielos. El caso es que cada poco íbamos dando con los pedales en los bordes o en las piedras o raíces que "adornaban" los extremos del caminito.

A pesar de esos pequeños inconvenientes era una pasada rodar por allí, y cuando podíamos levantar la vista al frente o a la derecha y contemplar el paisaje, era una pasada.

El final del kilómetro de ascenso por el single track tenía premio. Al llegar a la terminación de este todos nos sorprendimos al mirar de frente y encontrar una panorámica amplísima de los Picos de Europa. El momento merecía una foto de grupo, así que la hicimos.

Descendimos la pradera en la que nos encontrábamos pero, tras una breve llanura, la pradera continuaba y se elevaba con una pendiente grandísima.

Desde arriba de este punto volvimos a sentir que tocábamos el cielo. Pero no paramos mucho porque allí soplaba un aire más que fresquito.

Descendimos hacia el otro lado de esa montaña verde, al principio por una inmensa pradera, si bien después ya empezó a estar marcado el camino.

El descenso continuó a lo largo de unos tres kilómetros. Primero fuimos haciendo una curva muy abierta hacia la izquierda para después, al llegar a una pared rocosa, giramos a la derecha para bajar en paralelo a esta.

La bajada era una larga recta que nos permitió coger velocidad. Abajo nos esperaba una pequeña llanura con unos cuantos caballos salvajes pastando.


Justo donde estaban los caballos giramos noventa grados a la derecha y continuamos por un camino que nos llevó directos a un bosque de hayas.


El tramo del hayedo fue precioso, en principio por la magia que siempre tienen estos bosques, y también porque íbamos descendiendo, pisando sobre un manto de hojarasca, disfrutando del paisaje y del propio bosque. De vez en cuando aparecían pequeños tramos ascendentes que, si bien no eran largos, sí muy empinados.


Después de recorrer como un kilómetro salimos a una zona despejada de árboles por la que rodamos aproximadamente otro kilómetro, para sumergirnos, de nuevo, en otro segmento que atravesaba otra parte del hayedo. 


Tras un kilómetro por este llegamos al Mirador de Piedrasluengas, donde ya habíamos estado dos días antes casi al inicio de nuestra primera ruta por la zona. Hicimos una breve parada para disfrutar de las vistas y hacer alguna foto. 


Justo debajo del mirador pudimos ver el gran hayedo que habíamos atravesado en esa ruta que nos llevó a Santo Toribio de Liébana.


Tras unos minutos allí volvimos a montarnos en las bicis para seguir camino. Estábamos justo en la mitad de nuestro recorrido. Salimos a la carretera y allí mismo encontramos el cartel indicador del puerto. En él no caben más pegatinas. Nos encontrábamos a 1.355 m de altitud.


Tras un pequeño error de interpretación del track (nos empeñamos en creer que solo teníamos que cruzar la carretera y seguir montaña arriba), finalmente nos dimos cuenta de que teníamos que seguir por el asfalto unos cientos de metros, en concreto hasta la localidad de Piedrasluengas. Justo al entrar al pueblo giramos a la derecha y comenzamos una subida. De nuevo tocó parar para retirar el cable electrificado y como no siempre se toca bien, en esta ocasión uno de los bíkers sufrió un "electroshock" :).


Enseguida entendimos por qué estaba puesto el "pastor eléctrico", ya que poco después un grupo de vacas ocupaban el camino. Pasamos junto a ellas con ciertas precauciones y continuamos subiendo.

La ascensión se prolongó a lo largo de unos tres kilómetros. En este recorrido pasamos junto a una ladera de un material desconocido para nosotros y que nos recordó mucho al Ribero Pintado, un pintoresco lugar muy visitado y que se encuentra relativamente próximo.


Terminada la ascensión comenzamos a bajar hacia el lecho de un arroyuelo. Buscamos un tramito estrecho para poder cruzarlo y así lo hicimos.


Pero hubo que bajarse de la bici para poder pasar al otro lado. 


De nuevo sobre las bicis, ascendimos unas decenas de metros más, llegando en ese punto a la altitud máxima de la jornada, 1.620 m. Allí nos encontramos de nuevo con una cancela cerrada que nos costó abrir. Una vez traspasada vimos el camino por el que debíamos seguir, pegado a una valla de postes de madera y alambres. Fuimos hacia él. 

Este camino, al principio, estaba bien, pero después se fue cerrando con las, cada vez, más espesas escobas. Era difícil encontrar paso entre ellas, pero a veces nos subíamos a las bicis, lo intentábamos y lo lográbamos, y otras tocó echar pie a tierra. 


De vez en cuando se abría algún claro y nos hacía concebir esperanzas, pero enseguida se cerraban otra vez poco más adelante. Allí mismo pudimos ver un ciervo con una buena cornamenta. Salió, de repente, de entre las escobas. En dos zancadas se puse al pie de la valla, saltó con tremenda facilidad al otro lado y desapareció.


El tramo de las escobas no llegó al kilómetro pero ya se sabe que, en esas condiciones, cualquier recorrido, aunque sea pequeño, cunde... Por fin desaparecieron y pudimos rodar unos kilómetros por un camino totalmente abierto. A nuestra derecha, vigilándonos siempre, estaba Peña Abismo (1.717 m), una cumbre esbelta y escarpada de la Montaña Palentina.


En este tramo por fin vimos avanzar los kilómetros en nuestros GPS ya que el firme lo permitía y el tono descendente ayudaba a rodar rápido.


Después de unos cuatro kilómetros hicimos abandonamos el camino y continuamos recto, pero enseguida nos dimos cuenta de que se trataba de un error de interpretación del GPS. Volvimos atrás unas decenas de metros y realizamos un giro a la derecha. Allí el camino desaparecía pero el track indicaba que debíamos bajar por una pradera. Abajo nos esperaban un par de segmentos trazados atravesando un bosque de robles y, entre medias, un pequeño claro. En las zonas sombrías se acumulaba muchísimo barro.


Salimos del último tramo del robledal y de nuevo nos enfrentamos a otro trecho en el que se rodaba muy bien. Tras atravesar otra zona boscosa se volvió a abrir otro claro y ya continuamos bajando hasta la localidad de San Juan de Redondo.


Pasamos junto a la iglesia, de buenas proporciones, y siguiendo el mismo camino terminamos en la carretera. Al llegar a ella giramos a la derecha y continuamos por el asfalto, en paralelo al recién nacido Pisuerga (su nacimiento se encuentra muy próximo), y agradecimos el rodar suave y avanzando a cada pedalada, pero se terminó pronto, no llegó ni a dos kilómetros.


Justo un poco antes de llegar a Tremaya, en concreto, unos metros antes de su iglesia, cogimos un camino que partía a nuestra derecha. 


Unos tres kilómetros nos separaban de otro pueblecito, Los Llazos, pero tardamos algo más de lo que sería lo normal en hacerlo porque había zonas en las que el camino no estaba marcado y nos costaba seguir el track. En este recorrido uno de los bíkers sufrió una caída sin importancia de la que nadie nos enteramos porque iba el último y algo separado.


Cuando ya teníamos el pequeño pueblo "a tiro piedra" la gran cantidad de barro y charcos que encontramos en el camino ralentizó nuestra llegada, aparte de lograr añadir una buena capa del mismo a la bici y a la ropa.



Al entrar en el pueblo seguimos por la calle empinada que teníamos en frente. Ya en la parte alta giramos a la izquierda y tomamos un camino que nos llevaría hasta Camasobres.

Lo que pensábamos que iba a ser un camino de rosas de poco más de 2 km cundió... El firme estaba en malas condiciones, en algunas zonas se perdía, la subida era constante y en un tramo la cuesta era casi imposible, incluso para las bicis con ayuda.


Después descendimos por una ladera, volvimos a ascender y de nuevo nos enfrentamos a una bajada por una pradera. Nada más iniciarla ya pudimos ver Camasobres.


La vista desde allí era muy bonita, pero no nos paramos a contemplarla porque estábamos deseando llegar. Cuando nos situamos en la parte baja tuvimos que atravesar un barrizal más. Al final del mismo había una valla electrificada y, de nuevo, un bíker lo tocó un par de veces sin querer, claro, y recuperó parte de la energía consumida hasta entonces.


Una vez cruzada la valla salimos a la carretera y casi en frente estaba nuestro hotel. En el jardín estaban las Galanas tomando el vermú. Amablemente fueron a pedir unas cervezas para nosotros, que las teníamos más que merecidas. Casi no nos dio tiempo a disfrutarlas porque nos ofrecieron una manguera y enseguida nos pusimos a lavar las bicis y nuestro calzado. En cuanto pudimos nos duchamos, comimos allí mismo, en la Posada Fuentes Carrionas y, tras la comida, iniciamos el viaje de vuelta, si bien hicimos un intento fallido en el Paisaje Protegido de Las Tuerces, pero la carretera estaba cortada por el hundimiento de un puente y no pudimos llegar. 

La siguiente parada fue en la iglesia rupestre de los santos Justo y Pastor, en Olleros de Pisuerga. Pensábamos que la encontraríamos cerrada porque los domingos por la tarde no abre, pero al ser Semana Santa tuvimos la gran suerte de encontrarla abierta, así que la pudimos disfrutar. 

El único detalle negativo de esta estancia en la Montaña Palentina lo puso la carretera. Un corte en la A-67 por obras, algo inexplicable en plena Semana Santa, nos hizo perder en una retención una hora. Pero un garbanzo negro no estropea un cocido así que el balance fue entre genial y extraordinario.


Para descargar la ruta haz clic en el logo de Wikiloc.

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