1 de mayo de 2024

Un ocho alrededor de Zamora

Hemos aprovechado la festividad del Día del Trabajo para relajar nuestras mentes y trabajar nuestras piernas, es decir, que hemos salido en bici. Como un biker quería volver a retomar la bici seis meses después de un infarto, hicimos una parte del recorrido solos, pasamos por Zamora y se incorporó él, y continuamos rodando, ya todos, casi treinta kilómetros más. Al final hicimos como un ocho (echado y algo irregular, eso sí).


A las 9.30 de la mañana, en la puerta del Bar CD había tres bikers y dos que no habían sido invitados: el viento y el frío. La unión de ambos, además, provocaba una sensación térmica bastante más baja que los 8 o 9º que indicaban los termómetros. Parece mentira, pero hoy, 1 de mayo, en algunos momentos hemos pasado frío sobre la bici, y no íbamos desabrigados. Eso sí, en poco más de una semana se espera llegar a los 28º. Va a ser que lo del cambio climático no es que sea cierto, sino que es evidente.

En cuanto los cuatro que nos presentamos hoy a nuestra cita estuvimos preparados comenzamos a rodar. Dejamos atrás Zamora cruzando el puente de Cardenal Cisneros y, al terminar este, descendimos las escalerillas para acceder al llamado Camino de San Miguel para ir hacia Villaralbo. Rodando por este nos dimos cuenta de que a la vuelta íbamos a sufrir porque el viento soplaba con cierta fuerza y nos iba empujando. Era de agradecer pero sabíamos que esa ayuda nos la iba a hacer pagar con creces.

Poco después de empezar a rodar por ese camino, asfaltado en su mayor parte, nos encontramos con una estampa roja muy propia de esta época: un campo de amapolas que daba gusto verlo.



Aparte de las amapolas, mirando a uno y otro lado del camino pudimos disfrutar en este tramo también del verdor que emana fuerza y vida de los campos de cereales que íbamos viendo a nuestro paso. Ni pueden estar más verdes ni tener mejor aspecto. 

Con esa ayuda trasera que nos brindaba el viento, sin menospreciar nuestras piernas, no tardamos en llegar a Villaralbo. Callejeamos por la localidad hasta tomar el GR-14, que nos sacó de ella. Nuestro siguiente destino era Madridanos. Como seguíamos recibiendo ayuda porque no habíamos cambiado de dirección el tramo entre un pueblo y otro se nos hizo corto, a pesar de que los separan unos siete kilómetros.


Al llegar a la parte alta de Madridanos, descendimos hasta llegar a la calle principal, que lo cruza de lado a lado, estando la iglesia casi al final de esa travesía.


Nada más pasar esta, a la izquierda hay una plaza que llamó nuestra atención. Y es que han decorado con escenas costumbristas de la zona unos muretes. También está decorada una gran pared que hay a la izquierda de estas escenas. A la derecha de los tres muretes han puesto Madridanos en grandes letras (estas ya hace tiempo), y a su derecha también han pintado otros tres pequeños muros.




Es evidente que hay un artista en la localidad y ganas de tener el pueblo arreglado y bonito. Nos encantó todo el entorno, la verdad. 

Después de la parada de un par de minutos para observar estas manifestaciones artísticas volvimos a la bici para continuar hacia El Viso. Nada más salir del pueblo comenzamos un ligero ascenso. Después de una curva a la derecha ya vimos nuestro siguiente destino intentando pinchar la algodonosa nube que quería robarle protagonismo.


Ese ligero ascenso hacia El Viso siempre se nos atraganta un poco, pero es que, no en vano, tiene unos tres kilómetros. Eso sí, hoy con las vistas a uno y otro lado del camino se nos hizo menos "bola" porque el campo sigue estando espléndido. Incluso las cunetas están que da gusto verlas. 



Terminamos la subida cuando volvimos a la derecha noventa grados para enfilar el camino del que parte la subida al repetidor. 


Pero desde ese cambio de dirección hasta donde comienza el ascenso hay un tramo de casi un kilómetro que, nada más comenzar a rodar por él, nos hizo temer lo peor... Y es que, cuando está mojado, es de barro arcilloso, del que se pega a la ruedas y en cuanto hicimos unos metros por él los neumáticos comenzaron a engrosarse. Menos mal que la humedad no era la suficiente y solo se pegó una capa que no nos hizo parar ni frenó por completo las bicis.


Recorrido ese kilómetro giramos a la izquierda y comenzamos la subida que, afortunadamente, está asfaltada.


Enseguida llegamos a uno de los tramos más duros, donde la inclinación es mayor, después da un respiro, estabiliza el porcentaje de subida durante un tramo grande, endemoniándose otra vez un poco antes del final. 

Cuando podíamos mirábamos a nuestra izquierda y, a medida que íbamos ganando altura, iban mejorando las vistas proporcionalmente, hoy doblemente llenas de contrastes: los de las tierras sembradas con las recién aradas, y los claros y oscuros producidos por las sombras de las nubes sobre esas tierras.


Toda la subida la hicimos de dos en dos. Dos bikers iban un poco adelantados hablando de sus cosas, cuando la agitada respiración lo permitía, y otros dos más retrasados también charlando de lo suyo. Al culminar la cuesta nos dirigimos hacia la izquierda, que es desde donde mejores vistas hay.



No paramos más unos segundos porque allí el viento soplaba más fuerte y se sentía más frío. Justo al iniciar el descenso, hacia la derecha, la panorámica tampoco era mala.



En la bajada fuimos frenando porque si nos dejábamos caer, después de sudar en el ascenso, nos quedábamos helados. En cuanto dejó de cubrirnos la montaña notamos toda la fuerza del viento de frente, y así la sufriríamos muchos kilómetros más. 

Enseguida llegamos a Bamba, entramos al pueblo por una zona desde la que se puede observar una panorámica de la parte lateral trasera de la iglesia.


Cruzamos la localidad por la calle principal y, al salir de ella, giramos a la derecha para enfrentarnos a un camino que va hacia Moraleja del Vino.


Hasta esa localidad intentamos ir en fila india para así facilitar el pedaleo. El primero sufre contra el viento pero el resto se beneficia de la estela que este abre. Lógicamente se van dando relevos para que no se desgaste siempre el mismo. De este modo llegamos a las inmediaciones de Moraleja. Cruzamos la carretera que va a Madridanos y seguimos de frente por un camino que deja al pueblo a la izquierda y, tras un giro a la derecha, nos llevó a pasar por delante del cementerio. Allí iniciamos una bajada. Al culminarla volvimos a la izquierda y poco después a la derecha para enfilar una buena pista que termina saliendo a un camino asfaltado que une la carretera de Moraleja con Villaralbo.


Terminamos saliendo a la circunvalación de esta localidad. Seguimos por ella unos cientos de metros para después girar a la derecha, sumergirnos en el pueblo y callejear por lugares por los que nunca habíamos pasado, terminando nuestro laberíntico periplo en el llamado Camino Viejo de Villaralbo, que a pesar del nombre está asfaltado y lleva hasta Zamora.

En los cuatro kilómetros que teníamos por delante también tratamos de ir en fila cortando en viento, pero al final nos dividimos en dos parejas. A pesar del viento rodamos relativamente rápidos, llegando a la capital a la hora que le habíamos dicho al biker que se iba a unir a nuestra ruta.

Nos alegró ver que seis meses después de sufrir un infarto volvía a subirse a su bici. Lógicamente, a partir de ese momento moderamos nuestra velocidad.

Después de una pequeña parada para realizar un ajuste en su bici, continuamos por la calle Entrepuentes, siguiendo después por la avenida del Nazareno hasta el puente nuevo, que cruzamos rodando por el carril bici. 


Abandonamos dicho carril para continuar por el camino que surge a la izquierda y que conduce a la carretera de Almaraz. Este camino, flanqueado por tapias de fincas, hoy lo estaba también por cientos de amapolas.


Al pasar junto a la última tierra a nuestra izquierda no pudimos por menos que recordar cómo hace cuatro años los zamoranos, cuando se nos permitía, íbamos en procesión a disfrutar de un enorme campo de amapolas que valorábamos enormemente por su belleza y por la libertad recién recuperada.

Una vez en la carretera de Almaraz, a nuestra izquierda, nos encontramos con dos zonas repletas de las flores rojas y sin por separado son bonitas, en conjunto lucen así de bonito.


Rodamos unos dos kilómetros por el asfalto. Aún seguíamos llevando el viento de frente que, aparte del freno que supone, no nos permitía ni hablar por el zumbido que nos va produciendo y que impide escuchar cualquier otra cosa.


Después de esos dos kilómetros dejamos la carretera para girar a la derecha y tomar el camino que va a Guimaré. Poco después había una sorpresa en forma de laguna pero tenía poca profundidad y la atravesamos bien.


Atravesamos la zona donde hay mayor frondosidad e iniciamos la subida hacia el camino que va hacia la carretera N-122.


Llegamos a esta y rodamos por ella unos cien metros dirección Zamora. La abandonamos volviendo hacia la izquierda y subiendo hacia el encuentro con el llamado Camino del Monte. Una vez en este seguíamos peleándonos con el viento porque lo volvíamos a tener de frente. Pasamos por encima de la variante de la autovía y nos enfrentamos a una gran recta repleta de pliegues.


No tardamos mucho en abandonar esa recta, de hecho fue a las primeras de cambio ya que nos desviamos a la derecha en el primer camino que encontramos. Este nos llevó a pasar por encima de la línea férrea Orense-Zamora. Desde el puente llamó nuestra atención ver que han quitado los raíles y las traviesas, y es que todos creíamos que aún seguía operativa para algún tren de mercancías y para el que comunica Valladolid con Puebla de Sanabria.


Después de algunos giros más y de cruzar la carretera de Zamora, llegamos al camino por el que vamos a La Hiniesta desde Zamora. Este, al llegar a esta localidad, deja el pueblo a un lado, no llega a entrar en él. 


Continuamos por ese camino y, como quinientos metros después de dejar atrás el pueblo, tomamos un camino a la derecha. Tocó ascender de nuevo y, al culminar la subida, llaneamos entre nuevas instalaciones de paneles solares y, finalmente, giramos a la derecha para, por fin, volver a poner el viento a nuestra espalda.


Por delante teníamos una subidita y una larga recta que termina en Roales. Con la inestimable ayuda del viento la recorrimos algo más rápidos y llegamos a este pueblo en poco tiempo. 

Atravesamos la localidad rodando por tres de sus calles y a la salida nos incorporamos a una especie de carril bici que va en paralelo a la N-630 y pasa, a través de dos túneles, por debajo de una gran rotonda. Desde allí continuamos por la vía de servicio hasta la entrada a Zamora por San José Obrero. Como están en fiestas, atravesamos la calle principal del barrio, la avenida Galicia, y pasamos junto a la plaza de Bariego, donde había música y creemos que daban limonada. No paramos y continuamos hacia el Bolón.


Al llegar a ese, descendimos y nos despedimos de un biker, que tenía prisa. El resto fuimos al Bar Cerezal. En su terraza tomamos algo que sirvió para hidratarnos y para quedarnos helados. Desde allí, y con el frío metido en el cuerpo, nos dirigimos hacia la entrada de Valorio para coger allí el carril bici y seguir, en paralelo al río, hasta el Puente de Piedra. Desde este nos desviamos hacia los Barrios Bajos para terminar en el punto de inicio. Nuestro infartado terminó perfectamente así que todos contentos.


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