Cuando ayer vimos las previsiones meteorológicas para hoy no aparecía la lluvia en ningún momento del día, sin embargo esta mañana ya se preveía durante las primeras horas. Aún así nosotros mantuvimos nuestra salida, pero finalmente no quedó otra que abortarla y darnos la vuelta.
Teníamos previsto ir a conocer la península de Los Quiñones, una lengua de tierra que se introduce en el embalse de Ricobayo en las proximidades de Montamarta. Hoy, además, era un día especial porque estábamos todos los integrantes de Bikers Duri (bueno, todos no porque siempre nos faltará uno), algo que no sucedía desde hacía mucho tiempo.
Realmente lo que hemos hecho no merece un relato ni ocupar un espacio en el blog. Si aparece aquí es para que quede constancia de que salimos y, sobre todo, por esa circunstancia especial, que estuviéramos todos.
Habíamos quedado en la Ciudad Deportiva a las 9,30 y nadie se retrasó, así que partimos enseguida. Atravesamos una parte de la ciudad hasta llegar a Cardenal Cisneros, avenida que dejamos en la rotonda del Centro Comercial Valderaduey para seguir hacia La Alberca. Ascendimos a este barrio y pronto lo dejamos atrás porque tomamos un camino para ir hacia Roales.
A esas alturas, aunque el cielo se veía oscuro por la zona hacia la que íbamos, manteníamos la esperanza de que no lloviera. El camino seguido no fue recto sino que realizamos varios cambios de dirección para, finalmente, salir a la vía de servicio de la N-630, muy cerca de la rotonda de Valcabado.
Al llegar a esta pasamos por uno de los pasos subterráneos que existen y nos dirigimos a Roales en paralelo a la carretera.
Bordeamos la rotonda de entrada al pueblo y continuamos recto a lo largo del pueblo. Sin hacer ningún giro fuimos dejando atrás esta localidad y, una vez fuera de ella, no tardamos en realizar un cambio de dirección hacia la derecha y enseguida al lado contrario.
A medida que íbamos avanzando veíamos el cielo cada vez más oscuro y más amenazante, pero continuamos adelante.
No mucho después empezamos a sentir alguna gota sobre la cara. Pocos minutos más tarde las gotas ya no eran esporádicas, sino continuas. Vamos, que ya estaba lloviendo.
Y, además, en un breve espacio de tiempo la lluvia era ya moderada y persistente. Después de 13 km pedaleando, cuando cruzamos un viaducto sobre las vías del AVE no giramos a la derecha como teníamos previsto para ir hacia Montamarta, sino que continuamos recto para enseguida volver hacia la izquierda en el siguiente camino que encontramos y así ir hacia Zamora, donde aún se veía algún claro.
Hicimos una pequeña parada para que los previsores se pusieran sus chubasqueros y para poner a salvo teléfonos y cámara de fotos, y continuamos adelante.
La lluvia no nos dio tregua ni permitió alimentar nuestra esperanza porque no percibimos que fuera más débil en ningún momento, sino todo lo contrario. Lo que sí hizo fue espolearnos porque estábamos rodando a un ritmo trepidante, en pocos momentos bajamos de 25 km/h.
En un plis plas nos pusimos en La Hiniesta, pero a esas alturas las piernas, las nalgas y la zona lumbar ya estaban empapadas, igual que la cabeza y sentíamos no solo los calcetines mojados, sino agua moverse dentro de nuestro calzado. En esas circunstancias lo mejor es llegar a casa cuanto antes así que tardamos muy poco en recorrer el tramo entre La Hiniesta y el Cristo de Valderrey o entre este y el Bosque de Valorio.
Una vez que entramos en la ciudad fuimos perdiendo integrantes a medida que íbamos rodando por zonas próximas a los respectivos domicilios. Vamos, que hoy a nadie se le ocurrió decir que si tomábamos una cañita... No sabemos si fue porque con 30 km a nuestras espaldas no la merecíamos o porque estábamos deseando llegar a la ducha.
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