La comarca zamorana de Aliste, la ribera del río de su mismo nombre y la Sierra de la Culebra, son zonas que nos encanta recorrer con nuestras bicis. Hoy hemos aunado esos tres lugares en una misma ruta y el resultado ha sido espectacular, pero también muy triste al ver los estragos que el voraz incendio del verano de 2022 ha causado en esa sierra.
Tras tomar el café regresamos a la zona donde teníamos los coches aparcados y, siendo las 11.00 h. iniciamos la ruta, cruzando primero una pradera, para continuar por una buena pista que nos llevó a la carretera que conduce a Riofrío, la cruzamos y continuamos recto descendiendo hacia el pueblo, que ya estaba allí mismo.
Poco después de salir del pueblo nos dimos cuenta de que nos habíamos desviado del track, pero no nos importó porque veíamos que seguíamos en paralelo al río, pero algo separados de él. Más adelante vimos una bajada a nuestra derecha que conducía a ese, y hacia allí fuimos.
Era importante no pasarnos de ese punto porque sabíamos que teníamos que cruzar al otro lado del río y no hay muchos puentes, pero allí había uno, por el que pasamos hacia la otra orilla.
Nos incorporamos al asfalto hacia la izquierda y enseguida nos reencontramos con el track. Cruzamos un puente y entramos en la localidad de Palazuelo de las Cuevas.
De nuevo al otro lado del río tuvimos que ascender una cuesta pronunciada para llegar al centro del pueblo, pero no terminó allí, porque seguimos ascendiendo hasta el final de la localidad.
Realmente para dejar atrás Palazuelo tuvimos que continuar subiendo un trecho más. Después atravesamos una zona con poca vegetación, probablemente porque en ese punto el camino iba algo más alejado de la ribera del río.
Pero no tardaron en aparecer de nuevo los robles, los castaños, los carrascos y las escobas. Y la subida seguía sin terminar. Es cierto que era suave, pero no dejábamos de ganar metros de altura.
Al llegar al punto más alto pudimos contemplar la siguiente localidad que íbamos a encontrar a nuestro paso, Las Torres de Aliste, que pronto se llamará La Torre de Aliste porque el Ayuntamiento de Mahíde, al que pertenece, así lo ha solicitado para recuperar el nombre original y popular del pueblo.
Pero antes de llegar a él tuvimos que realizar un descenso largo desde el que pudimos contemplar una imagen inusual del río, ya que hasta hace poco toda la ladera esta copada de árboles que impedían verlo.
Terminó la cuesta junto al río y casi a su misma altura por lo que el camino hacía las mismas caprichosas curvas que la corriente de agua. Después de una de esas curvas nos encontramos con un bonito molino.
Justo antes de entrar en La Torre de Aliste (nosotros ya hemos aprobado su solicitud) cruzamos de nuevo al otro lado del río por un puente y nos despedimos de él porque ahí terminó nuestro periplo por su ribera.
Rodamos por un calle que pronto comenzó a subir y subiendo dejamos atrás las últimas construcciones de la localidad.
En esos momentos la niebla alta por fin había desaparecido y había dejado un cielo cubierto con alguna zona de claros que, en ciertos momentos, dejaban colar algunos rayos de sol, como ocurrió al pasar junto a esta vivienda situada cerca de La Torre.
El camino por el que estábamos rodando era muy bueno pero el ascenso era constante, suave, pero persistente.
Poco a poco fuimos entrando en una gran llanura en la que solo vimos a ambos lados hierba alta seca, algunas escobas y pequeños árboles quemados.
Era un paisaje extraño pero enseguida comprendimos por qué. La razón no era otra que toda esa zona contenía muchos pinos, que fueron devorados por las llamas en el incendio del verano de 2022. Ahora ya no estaban erguidos y verdes junto al camino y rellenando la llanura, sino muertos y apilados en horizontal en grandes montones que íbamos encontrando cada poco.
Unos cuatro kilómetros después de dejar atrás el río Aliste cambiamos de dirección, hacia la derecha. Enseguida nos encontramos con dos montones gigantes de más pinos esperando ser cargados en camiones.
Poco después volvimos a cambiar de dirección, esta vez hacia la izquierda, para pasar bajo la vía del tren.
Enseguida, nada más salir del puente, giramos a la derecha para continuar por un camino trazado en paralelo a la vía férrea, pero solo rodamos por él unos quinientos metros. Transcurridos estos cambiamos de dirección, hacia la izquierda, iniciando un camino que nos sumergiría por completo en la Sierra de la Culebra.
Todo empezó a complicarse enseguida, porque muchos de esos pinos inertes habían sido tumbados por el viento y obstaculizaban el camino. Primero fueron dos o tres y teníamos que pasar las bicis por encima.
Unos metros más adelante fueron cinco o seis en un espacio de 50 metros. Recorríamos cien o doscientos metros y de nuevo nos teníamos que bajar de las bicis para pasar por encima de más pinos.
Además, el firme del camino estaba repleto de piedras que dificultaban la rodadura y hacían más costoso el ascenso, sobre todo para la bici muscular de uno de los bikers. Y por si fuera poco, había zonas en las que las escobas casi habían cerrado dicho camino.
No fuimos contando las veces que tuvimos que apearnos de la bici para pasarla por encima de algún pino, pero fueron no menos de quince. Para compensar, en un momento de la subida el biker que iba el primero vio como se cruzaban por delante de él dos corzos.
Esta subida infernal de tan solo 3 kilómetros nos llevó casi una hora y cuarto. Terminó con un giro cerrado a la derecha, entrando en un camino que no era muy bueno, pero que nos pareció una autopista. Además, casi llano.
Poco después tuvimos que realizar un pequeño ascenso entre unas rocas enormes muy propias de las cimas que componen la Sierra de la Culebra.
Tras ese paso giramos a la derecha y nos encontramos al mirar hacia la izquierda esta maravillosa vista desde la que pudimos contemplar Villardeciervos, el embalse de Valparaíso, Cional y, al fondo, la Sierra la Cabrera.
Realizamos poco más adelante un vertiginoso descenso que nos llevó a una campa donde se almacenan miles y miles de troncos de pinos.
Después de recorrer un buen trecho volvimos a pasar por una hilera de más pinos talados, la más larga de todas las que vimos.
El tramo hasta la entrada del pueblo lo hicimos enseguida. Pasamos bajo la carretera por un pequeño túnel, seguimos por un camino que encontramos a nuestra izquierda que ya nos metió de lleno en el pueblo. Recorrimos parte de su calle principal y terminamos saliendo a la carretera.
Continuamos unas decenas de metros por ella y llegamos al restaurante donde teníamos aparcados los coches. Eran casi las 14.30, así que cargamos las bicis y nos fuimos a comer. Durante la comida acordamos que, a pesar del tramo de los árboles caídos, la ruta nos había encantado y había merecido la pena.
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