Aunque ya hemos hecho varios recorridos por la comarca zamorana de La Carballeda, hoy quisimos volver a este territorio a medio camino de Los Valles y de Sanabria. A pesar de que algunos caminos por los que hemos rodado ya los conocíamos hemos vuelto a disfrutar muchísimo de sus paisajes, en estos días de color otoño, de los caminos y de las localidades por las que hemos pasado.
La ruta que íbamos a realizar coincide en parte con la homologada por IMBA España, señalizada y denominada La Carballeda. La comenzamos en Rionegro del Puente, hasta donde nos desplazamos tres coches con seis bikers y otras tantas bicis. Partimos de Zamora a las 8.30 h y un poco más de una hora después llegábamos a esta localidad. Tras descargar y prepararnos tomamos un café en el Bar La Vereda. A poco más de las 10.00 h comenzamos a pedalear. La anunciada borrasca Claudia ya se dejaba notar: había cubierto el cielo, empezaba a hacer viento fuerte pero la temperatura era más que agradable para esta época, 11º.Salimos de la zona donde teníamos aparcados los coches, cruzamos la carretera y pasamos junto al Santuario de Nuestra Señora de la Carballeda. Tanto el templo como la virgen que alberga en su interior son de estilo románico, si bien uno y la otra han sufrido transformaciones que prácticamente ocultan su origen.
Desde esa zona del pueblo nos dirigimos hacia la playa fluvial. Allí nos encontramos con el río Negro, afluente del Tera que nace en la Sierra de la Cabrera, en el término de Escuredo, y junto al que rodaríamos en muchos tramos de nuestro recorrido.
Fuimos a su lado unos metros, pasamos bajo el puente de la carretera y ascendimos de nuevo hacia el pueblo, aunque enseguida nos desviamos a la derecha y comenzamos a alejarnos de Rionegro. Poco más adelante pasamos bajo un viaducto de la A-52, giramos a la izquierda y comenzamos a ascender en paralelo a esa autovía.
Rodamos en paralelo a ella más de un kilómetro. Tras este nos desviamos ligeramente a la derecha para continuar ascendiendo por un camino casi invadido por las escobas.
Pronto ese camino se unió a otro más importante y seguimos subiendo poco a poco. En esa zona había muchos robles acompañando a las escobas.
El último tramo hasta el pueblo fue un descenso más acusado. Al llegar a este comenzamos el obligatorio tour por sus calles.
Llegamos a la iglesia, que se encuentra prácticamente a las afueras del pueblo. También de estilo románico en su origen y con un campanario muy bonito.
Dejamos atrás el pueblo por un buen camino. No tardamos en desviarnos ligeramente a la izquierda para comenzar a rodar en paralelo al Arroyo de los Valles.
Pero lo hicimos solo a lo largo de unos quinientos metros, después un giro a la derecha y un ascenso nos fue separando de él al mismo tiempo que comenzábamos a sumergirnos en un bosque de robles. De nuevo el sol nos acompañaba de vez en cuando y en esos momentos el paisaje ganaba mucho.
Este tramo por el que fuimos recorriendo este bosque se alargó unos tres kilómetros en los que no dejamos de ascender.
Terminó la subida al mismo tiempo que comenzó a desaparecer el arbolado y directamente comenzamos un suave descenso hacia la localidad de Otero de Centeno.
A la misma entrada del pueblo pudimos contemplar a nuestra izquierda una fuente de las llamadas "romanas". Seguidamente hicimos un recorrido por varias de sus calles.
Este recorrido nos llevó a pasar junto a su iglesia, también románica en su origen (siglo XII), si bien de esa época se conserva muy poco.
Comenzamos a rodar por su ribera. A nuestra derecha, junto al cauce del río todo tipo de arbolado con sus hojas de múltiples colores conformaba un paisaje espectacular.
Después de unos quinientos metros por este paraje llegamos a una carretera. La tomamos hacia la derecha y allí mismo comienza un puente que cruzamos sobre el río Negro.
Pocos metros después de terminar el mismo giramos a la izquierda para entrar en un camino ascendente que atraviesa un cerrado bosque de pinos en paralelo al río.
Más adelante nos fuimos separando algo de dicho río. Tras un giro a la izquierda nos enfrentamos a una subida de mayor dureza, un cortafuegos ciclable. Tras culminarla descendimos y al terminar la bajada apareció una cuesta casi insalvable. Algunos lograron subirla pero otros tuvieron que tirar de la bici.
Pedaleando todos de nuevo hubo una bajada muy empinada hacia el río. De nuevo a su lado fuimos bordeando la ribera superando continuos sube y bajas. Nos volvimos a alejar del cauce del río yéndonos hacia la derecha. De nuevo volvimos a rodar rodeados de pinos y este camino nos llevó hasta una carretera local.
El camino que iniciamos allí es uno de los más bonitos que hemos encontrado en nuestra provincia. En los primeros metros discurre entre arbolado, enseguida se cruza un puente sobre un arroyuelo, y continúa entre árboles y monte bajo.
No tardamos en ver el río a nuestra izquierda y comenzamos a rodar por su ribera. El sendero no permitía coger velocidad y en algún pequeño tramo tenía mucha piedra aflorando.
Tras un kilómetro y medio de disfrute total bordeamos una gran esplanada. A la derecha de esta nos encontramos con la Ermita de la Virgen de la Ribera.
Después de una pequeña parada junto al templo iniciamos de nuevo la marcha. Salimos de la localidad y enseguida nos desviamos ligeramente a la izquierda para continuar por un camino de muy buen firme por el que se rodaba muy bien si no hubiera sido por el fuerte viento que empezó a darnos de frente y que nos obligó a procurar perseguir a algún sufrido "cortavientos".
Tras unos tres kilómetros por ese camino terminó este en la carretera que une Manzanal de los Infantes y Mombuey. En esta el viento nos daba lateralmente y no nos frenaba tanto. Por esta razón, y porque la tendencia era descendente, tardamos muy poco en recorrer los dos kilómetros que nos separaban de Mombuey.
Hacia la mitad del pueblo giramos a la derecha y fuimos hasta la plaza donde se encuentra la iglesia de Nª Sª de la Asunción, datada en el siglo XII, pero con muchas reformas posteriores. Lo que más llama la atención es su torre, tan estrecha y alargada
.
Casi un kilómetro después giramos noventa grados a la izquierda y continuamos por un camino que discurre entre robles y monte bajo.
Poco más adelante vimos entre los árboles un grupo de cinco o seis corzos a nuestra derecha, comenzaron a correr en paralelo a nosotros para terminar cruzando el mismo camino que nosotros llevábamos pero más adelante.
Después de rodar unos dos kilómetros por este camino llegamos a Fresno de la Carballeda, otro pequeño pueblo (11 habitantes) donde, como siempre, hicimos un pequeño recorrido por sus calles, pasando por su plaza y junto a la iglesia.
También este templo es de estilo románico, del siglo XII, pero al igual que los que habíamos visto en los otros pueblos, queda muy poquito del original.
Salimos del pueblo por un camino parecido al que nos había llevado hasta allí. En él se fueron alternando zonas con más arbolado y otras más abiertas.
En esta zona rodamos rápido porque el terreno era favorable y el viento nos ayudaba algo, combinación maravillosa para la bici, cuesta abajo y empujados por el viento.
Antes de llegar a la siguiente localidad, Valparaíso, pudimos ver otro grupo de corzos por delante de nosotros.
Tras unos cuatro kilómetros después de dejar atrás Fresno de la Carballeda entramos en Valparaíso. Este tiene 36 habitantes y al menos en él vimos a dos personas. Hicimos la "tournée" por varias calles y, cómo no, pasamos junto a la iglesia.
Nos gustó su espadaña y las escaleras que conducen a ella. Curiosamente posee otro pequeño campanario en la parte trasera del templo.
Junto a la iglesia cogimos una calle que enfila hacia el embalse al que da nombre el pueblo. Tras dos giros terminamos en la carretera que conduce a un puente sobre dicho embalse. Nada más cruzarlo giramos a la derecha para entrar a la playa fluvial del pueblo. Desde allí pudimos contemplar una buena panorámica de Valparaíso.
Fuimos rodando junto a sus aguas unos dos kilómetros. En algunos momentos más cerca de la orilla y en otros algo más alejados. También en este tramo volvimos a ver varios grupos de corzos, tres en concreto, que cruzaron el camino por delante de nosotros.
Tras esos dos kilómetros llegamos a la presa de Valparaíso. Allí mismo giramos a la izquierda para continuar por la carretera que une dicha presa con la N-631. También desde la carretera pudimos ver a un nutrido grupo de corzos pastando a nuestra izquierda.
Tristemente podemos decir que en esta ruta en la que pasamos por muchos pueblos de la España vaciada hemos visto más corzos que personas. ¡Qué pena!
Rodamos por la carretera unos dos kilómetros, los primeros quinientos metros subiendo, después descendimos hasta cruzar por un túnel bajo las vías del AVE y volvimos a subir en el último tramo.
Nos desviamos a la derecha para abandonar el asfalto. En los primeros metros el camino estaba en buenas condiciones.
Pero más adelante no se veía, y si lo hubo estaba comido por la naturaleza. Esto no fue un problema porque continuamos campo a través ya que se podía rodar entre las escobas. Nos dirigimos hacia la ladera sobre la que se asientan las vías del AVE y junto a ella volvimos a encontrar el camino. En los últimos cientos de metros el citado camino se fue abriendo hacia la izquierda y terminamos en la N-631.
Cruzamos la carretera y del otro lado nos esperaba un camino ancho y de buen firme, además era ligeramente descendente y nos propulsaba el fuerte viento por la espalda, una maravilla, vamos.
Tanto es así que recorrimos los casi dos kilómetros que nos separaban de Rionegro en poquísimo tiempo.
Entramos a la localidad y continuamos por una calle larga, después seguimos hacia la carretera, pasamos por un túnel bajo ella y enseguida llegamos al final de nuestro trayecto.
Al bajarnos de las bicis no pudimos por menos que abrazarnos por haber podido disfrutar de una ruta tan bonita. Inmediatamente cargamos las bicicletas, nos cambiamos y tomamos una cerveza en el Bar La Vereda.
Al terminarla nos desplazamos a Villardeciervos para comer allí, ya que el Restaurante Me gusta comer, de Rionegro, estaba en su día de descanso, una pena. En esa otra localidad comimos en el Restaurante El Salao.
Después de comer, cada mochuelo se fue hacia su olivo, eso sí, con la satisfacción de haber disfrutado un montón.
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