14 de diciembre de 2025

Divirtiéndonos por Palomares y Los Infiernos

Muy cerca de Zamora hay dos parajes que parecen extrapolados desde otro lugar porque no tienen nada que ver con el resto del Alfoz de la capital. Nos referimos a Palomares y a Los Infiernos. Hoy los hemos recorrido y nos hemos divertido por ellos, pese a la inesperada niebla que le restó belleza a la ruta. 

Cuando nos levantamos hoy y miramos a la calle todos sufrimos una decepción porque se esperaba una mañana soleada y nos encontramos con la niebla envolviéndolo todo. Evidentemente, eso no impidió que a las 9.30 h. nos viéramos en el lugar habitual. Pero no estábamos todos los que íbamos a ser, solo dos, porque a los otros tres los fuimos a buscar a la salida del Puente de Hierro. El resto del grupo ya había anunciado que no podría estar esta mañana. 

Como contábamos con un invitado venido desde A Coruña cruzamos el río por el Puente de Piedra, para presumir de él, y desde allí nos dirigimos hacia Valorio. 


La temperatura era fría, tan solo 2º y, como es lógico, en cuanto cogíamos velocidad se percibía más. Entramos en Valorio atravesando el aparcamiento de autocaravanas, seguimos por el paseo central y tomamos enseguida la cuesta que va hacia el Alto de San Isidro.


Pero nos desviamos enseguida a la derecha para tomar un sendero que nos encanta que, en el primer tramo, atraviesa un frondoso pinar. 

Después continúa por un camino sinuoso y bonito. Actualmente está cambiando la zona porque están talando arbolado viejo, podando, plantando nuevos árboles y, para las obras, han ensanchado el sendero.

El último tramo de este recorrido por Valorio de unos dos kilómetros de nuevo atraviesa otro pinar muy cerrado en el que apenas entra la luz. 

Finaliza en una bajada hacia una pista a la que nos incorporamos hacia la izquierda. Esta es ascendente y tras quinientos metros de subida nos llevó hasta el llamado Camino del Monte. Continuamos por este unos seis kilómetros prácticamente rectos ya sin frío en el cuerpo, desaparecido en la subida anterior, aunque continuaba en las manos. 

Esos seis kilómetros se caracterizaron por una gran cantidad de pliegues del terreno que se tradujeron en el camino en continuos sube y bajas. 

Esta pista, que tenía menos barro del esperado, termina al llegar a otra perpendicular. Continuamos hacia la izquierda y enseguida llegamos al cruce de caminos donde comienza Palomares, un espacio natural de gran valor ecológico con zonas de pinares, encinas y monte bajo. 

Enseguida comenzamos un descenso del que disfrutamos poco porque nos desviamos a la derecha iniciando otro pero ya no por pista sino por un sendero con curvas y suelo bastante dañado que terminó en una vaguada. 

Tras la vaguada un giro a la derecha nos llevó a una cuesta muy inclinada y con enormes roderas hechas por las motos. Si a eso le añadimos el suelo embarrado se traduce en que ninguno conseguimos subir montado en la bici hasta arriba. 


Una vez que nos juntamos todos seguimos el sendero, que viraba hacia la izquierda e iba zigzagueando entre pinos.


Cambiamos varias veces más de dirección y ascendimos y descendimos varias cuestas. Estábamos disfrutando mucho y así lo seguimos haciendo por otra subida más larga que las anteriores que recorría un senderito que se abría paso entre el monte bajo y las encinas. Llegamos a un punto en el que había que bordear una tierra de cultivo. Como aún no estaba arada ni sembrada lo hicimos por donde nos pareció. 


Continuamos por un pequeño tramo sin sendero en el que fuimos buscando la rodada entre los huecos que había entre las jaras, si bien enseguida volvimos a entrar en un caminito. Poco más adelante nos enfrentamos a otra subida casi imposible, pero esta vez casi todos logramos ascenderla sin bajar de la bici. 


Salimos después a una de las pistas que cruzan Palomares, seguimos por ella y más de uno creyó que ya se había acabado el laberíntico recorrido, pero no fue así, porque tras un giro a la derecha volvimos a sumergirnos en el bosque.

En un momento dado hubo un claro en el que apenas había vegetación. Cuando miramos a un lado y a otro comprendimos el porqué: era una zona limpiada porque por encima pasa una línea eléctrica. 


Al otro lado del claro volvimos a rodar por sendero pero ya por poco tiempo porque los seis kilómetros de diversión estaban tocando a su fin. Llegamos de nuevo a una pista, nos incorporamos a ella hacia la izquierda para poco después girar al lado contrario y comenzar un ascenso largo, de casi dos kilómetros, aunque tendido. 


Terminó este con un giro de noventa grados a la izquierda. Enseguida comenzamos a descender para volver a subir y, tras cambiar de dirección hacia la izquierda de nuevo, se fueron sucediendo dos o tres pliegues más del terreno, es decir, que el llano no existía. 

A estas alturas ya habíamos perdido la esperanza de ver el sol porque la niebla, lejos de ir levantando, estaba más cerrada aún. 


Llegamos a la N-122, la cruzamos y continuamos de frente por un camino a lo largo de unos dos kilómetros de descenso muy suave que, en algunos tramos, acumulaba mucho barro, si bien pudimos ir esquivándolo.  


Tras esos dos kilómetros llegamos al primero de los seis sube y bajas de El Montico. A pesar de que la niebla no dejaba ver mucho, lo cierto es que solo enfrentarse al primero impresiona.


Para minimizar el esfuerzo procuramos bajar sin tocar frenos y cambiando a piñones grandes según íbamos bajando porque se adquiere mucha velocidad, pero nada más traspasar el vértice de la "uve" la pendiente te deja clavado en pocos metros y hay que empezar a pedalear enseguida con mucha cadencia ya que con piñones medianos es imposible. 

La segunda "uve" tiene una bajada larga y la subida algo más corta. La tercera es al revés, descenso corto y ascenso de mayor longitud.   


La cuarta es la más pequeña de todas, con una cuesta y una bajada de menor longitud que el resto. La quinta vuelve a ganar metros en el descenso y el ascenso es bastante más largo. La sexta, y última, lo contrario.

Después de dos kilómetros de "uves", al terminar la última subida nos desviamos a la derecha para iniciar un descenso brutal hacia Los Infiernos. Y lo calificamos de brutal porque se descienden 110 metros en un kilómetro. El primer tramo es el más suave pero después se va bajando de un modo más pronunciado y, de pronto, aparecen con unas espectaculares vistas del Duero, que habrían sido extraordinarias de no ser por la niebla, claro. 

Algo más abajo pudimos ver el río con mayor claridad, pero no luciendo como lo habría hecho si la niebla no hubiera ocultado ese sol radiante que todos esperábamos esta mañana. 

Un giro a la derecha nos llevó a descender por una ladera hasta llegar a la carretera. Curiosamente tan cerca del río era donde menos niebla había. 

Ya sobre el asfalto tomamos dirección Zamora enfrentándonos a una subida tendida hasta superar dos curvas pronunciadas. 


Desde esa zona se tiene una vista perfecta de las llamadas Pesqueras de Charquitos, antiguas estructuras que constaban de un emparrillado de madera donde quedaban aprisionados todo tipo de peces: barbos, carpas, anguilas, sardas, etc.


Una vez superado el meandro del río comenzamos a descender a muy buena velocidad y a lo largo de casi dos kilómetros. 


Después de estos iniciamos un ascenso largo, de casi tres kilómetros, pero es tendido y permite hacerlo con relativa comodidad. 

Una vez coronado el puertecillo comenzamos a aprovecharnos de los intereses ganados durante la subida y descendimos. Nuestro track nos indicaba poco más adelante que debíamos abandonar la carretera para dirigirnos hacia la gasolinera de la N-122 que se encuentra cerca de Guimaré, para después seguir por ese paraje hacia Zamora. Pero nuestro amigo coruñés tenía prisa y decidimos seguir todos por carretera. 

Debido a esa decisión tuvimos que subir solo una cuesta más antes de llegar a la capital. Lo hicimos y después a gozar, porque bajamos a lo largo de unos tres kilómetros y eso, al final de una ruta, se agradece. 

Terminada la bajada continuamos llaneando, con el río Duero y su vega a nuestra derecha, y a la izquierda la EDAR de Zamora (depuradora de aguas residuales) y la antigua cárcel. 

Poco más adelante nos desviamos hacia la derecha para seguir por el camino que conduce a las Aceñas de Gijón, en obras de consolidación en la actualidad. Justo al lado nos acercamos al río para hacernos allí un selfie que dejara constancia de los que habíamos participado hoy en la ruta. 


De nuevo sobre las bicis continuamos por ese mismo camino bordeando el llamado Campo de la Verdad, histórico lugar asociado al Cerco de Zamora (1072), donde se libraron combates cruciales. 
 

Al llegar al Puente de los Poetas pasamos bajo uno de sus arcos y nos dirigimos a la calle que bordea el Barrio de Olivares. Pasamos junto a Las Aceñas y seguimos recto hasta el Puente de Piedra. Allí mismo nos desviamos ligeramente a la izquierda para seguir por el Barrio de La Horta y continuar hacia el lugar desde donde habíamos partido. 

Antes de regresar a nuestros domicilios nos hidratamos y entramos en calor en el interior de un bar (en el exterior seguía habiendo 2º), donde aprovechamos para comentar la ruta y hablar de la siguiente. Allí mismo nos despedimos de nuestro amigo gallego con el que. seguramente. volveremos a compartir alguna ruta más, bien en A Coruña, bien de nuevo en Zamora.  




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