4 de diciembre de 2024

Entre encinas, vacas, toros y cerdos ibéricos

Hay ocasiones en las que buscamos nuevas rutas o las diseñamos, pero otras vienen a nosotros, como la que hemos hecho hoy, que nos apareció en Facebook hace unos días sin saber por qué. El caso es que la vimos, nos gustó y nos ha faltado tiempo para hacerla. 

La ruta original que "nos encontró" en Facebook la habían titulado "Ruta toro bravo y cerdo ibérico" y partía del Balneario de Ledesma, pero a nosotros nos pareció más oportuno comenzar desde la propia localidad de Ledesma. También hicimos algún cambio más, como entrar al centro de los pueblos por los que pasaba. 

Quedamos que a las 10.00 h podía ser una buena hora para iniciar la ruta, así que salimos de Zamora una hora antes. Llegamos, nos preparamos para rodar y cumplimos el horario previsto de salida.


Esta la realizamos desde la Plaza Mayor, justo desde delante de la enorme iglesia de Santa María la Mayor. Dejamos atrás la plaza yendo hacia el sur del pueblo. Antes de salir del mismo nos encontramos con un curioso trampantojo pintado en la residencia de ancianos. 


Tras bajar por varias cuestas terminamos en la carretera que une Ledesma con Golpejas, una vía comarcal con apenas tráfico. Por ella recorrimos más de cinco kilómetros adornados con varias subidas y bajadas. Enseguida nos encontramos con vacas pastando a un lado y otro de la carretera. 

La verdad es que la mañana no podía estar más bonita, algunas nubes bajas en proceso de desaparecer, un sol radiante y una temperatura de casi 10º; y si unimos todo esto a enormes prados, campos sembrados de cereal, que ya va dando la cara tiñendo la tierra de un intenso verde y encinas por doquier, hacen un conjunto insuperable.



Una vez recorridos esos casi seis kilómetros por asfalto giramos a la izquierda noventa grados para entrar, tras abrir una cancela, en la Dehesa de Peñamecer. Descendimos unos cientos de metros e, inmediatamente, comenzamos a ascender por el camino rodeado de encinas como un kilómetro.


El ascenso terminó cuando superamos las viviendas de la dehesa.


Continuamos unos cuatro kilómetros atravesando parte de esta gran propiedad. El camino estaba en muy buenas condiciones y se rodaba de maravilla. Los campos de cereales parecían talmente tapices verdes.



Tras esos cuatro kilómetros terminamos saliendo a una carretera local, que une los Baños de Ledesma con la localidad de Espino de los Doctores. Continuamos hacia los Baños. Tras una breve subida inicial enseguida comenzamos a descender.


Llegamos a un cruce y en este fuimos hacia la izquierda y enseguida llegamos a la entrada de los Baños. Cruzamos hacia el interior para que, los que no lo conocían, vieran el complejo.


Una vez vistas las instalaciones desde el exterior regresamos al cruce y continuamos por esa misma carretera unos dos kilómetros, una primera parte subiendo, una segunda bajando y de nuevo una ascensión. Transcurridos esos nos desviamos a la derecha para continuar por un camino con encinas a uno y otro lado del mismo. 


En él nos volvimos a encontrar otra subida, pero en esta ocasión más larga, de unos dos kilómetros. Finalmente comenzamos a explotar los réditos de esa ascensión y bajamos hasta prácticamente la localidad de Vega de Tirados.


Poco después de entrar en el pueblo giramos a la derecha para recorrer algunas de sus calles y pasar junto a la plaza de la iglesia. Esta, históricamente, vale poco. 



 En las calles que recorrimos encontramos varios murales. Una señora nos explicó que los hace un artista local llamado Daniel Martín. Sus pinturas rinden homenaje a las tradiciones castellanas que han marcado la vida de esta comarca durante siglos. Existe en el pueblo una Ruta de los Murales del Mundo Rural, para quien desee visitarlos todos. A nosotros nos encantó verlos y saber que hay gente con tan buenas iniciativas.


Dejamos atrás Vega de Tirados saliendo del pueblo por una buena pista ascendente, para no variar. De vez en cuando aparecía alguna pequeña bajada pero en el cómputo final la tendencia de los siguientes cinco kilómetros fue de subida. 

En el primer tramo disfrutamos mucho del paisaje compuesto de grandes extensiones de cereal pero en ellas se han respetado las encinas, formando un conjunto precioso, más con la luz que había hoy.


Más adelante atravesamos una zona diferente, con menos arbolado, campos también sin encinas y algunas tierras sin nada sembrado.


Más adelante volvimos a rodar rodeados de encinas y allí pudimos ver un par de piaras de cerdos ibéricos disfrutando de su manjar preferido: las bellotas.


El último tramo de esos cinco kilómetros nos llevó hasta una urbanización abandonada. Nos dio mucha pena ver estos chalets adosados vacíos y dejados de la mano de dios con la falta de vivienda que hay en nuestro país. 


Dicha urbanización imaginamos que nació al abrigo del cercano campo de golf del que la separa solo una carretera. Por curiosidad cruzamos esta y rodamos por una avenida con bulevar que nos llevó hasta una rotonda junto a la que se encuentra la recepción del campo de golf.


Regresamos casi hasta la carretera que cruzamos junto a los chalets y giramos casi ciento ochenta grados para continuar por un camino. Comenzamos bajando al tiempo que rodábamos en paralelo a algunos hoyos del campo de golf. 


El descenso fue continuado hasta la localidad de Zarapicos, que se encontraba a poco más de tres kilómetros. Por esa zona el cambio de paisaje fue enorme y poco tenía que ver con los primeros kilómetros de nuestro recorrido. Aún así, los contrates de los colores ocres de las tierras y el verdor de los sembrados formaban una bonita estampa.


Lo bueno de descender es que se avanza deprisa, así que llegamos a Zarapicos en pocos minutos. Prácticamente en la primera casa del pueblo junto a la que pasamos tenía un gran mural decorándola. 


Poco más adelante nos desviamos a la izquierda y nos dirigimos a la iglesia. Al llegar a ella la rodeamos y fuimos hacia la salida del pueblo.


Dejamos atrás Zarapicos y nos dirigimos hacia Almenara de Tormes, de la que nos separaban poco más de tres kilómetros. La tendencia seguía siendo descendente por lo que los recorrimos en poco tiempo. Antes de entrar en el pueblo nos encontramos con el río Tormes. Lo cruzamos a través de un puente metálico que llamó nuestra atención porque daba la impresión de que era un puente provisional.


Y nuestras impresiones no iban mal encaminadas ya que este paso sobre el río tiene una curiosa historia. Se trata de un puente Bailey. El nombre se debe a su inventor, Donald Bailey, y se trata de puentes de piezas de acero que ensamblan como si de un mecano se tratara, siendo su instalación rápida. Son una solución temporal para catástrofes o guerras. Pero lo más curioso de este es que es el único de España que es permanente. 

Lo instaló en los años 70 una gravera para acceder desde Almenara a la zona de extracción de áridos. Treinta años después la gravera cerró pero la empresa no retiró el puente y se siguió utilizando por los vecinos para así evitar un rodeo de más de 20 km si querían ir al otro lado del río. 


Nada más cruzar el puente giramos a la derecha para ir hacia el pueblo. Pero antes nos acercamos a la orilla para contemplar mejor el río, que allí tiene una anchura considerable al tener una pequeña presa que lo embalsa.


Para llegar al centro del pueblo tuvimos que ascender por alguna de sus calles. Finalmente llegamos a la iglesia de Santa María la Mayor, románica en su origen, si bien reformada posteriormente.


Al rodear el templo nos encontramos con la portada de la parte opuesta a la entrada principal, que es original del siglo XII, y ha sido cubierta con un tejadillo para preservarla mejor.


Continuando por esa misma calle descubrimos en la ladera que teníamos a nuestra izquierda sendas porciones de cara pintados en dos casetos. La de la izquierda de un/a niño/a y la e la derecha de una anciana. 


Dejamos atrás el pueblo atravesando un paisaje que nadie diría que estaba a menos de 30 km del que habíamos recorrido en el primer tramo de la ruta. Y es que no tenía nada que ver. Ahora rodábamos entre grandes extensiones de terreno, algunos campos ya sembrados y otros preparados para recibir las semillas. 


Recorrimos un tramo de unos cuatro kilómetros prácticamente rectos. El viento existente no era fuerte pero molestaba y era fresco por lo que, aunque había 11º la sensación térmica era menor. 
 

Tras esos cuatro kilómetros realizamos un giro de noventa grados a la izquierda para seguir por otra recta de unos tres kilómetros. Nada más hacerlo sentimos un gran alivio en los oídos porque dejamos de escuchar el zumbido del viento. Y como, además, nos daba de espalda la gente comenzó a "calentarse" y empezamos a rodar a velocidades altas, sobre todo las dos bicis musculares. 

Volvimos a encontrar contrastes en el paisaje, como este intenso verde del cereal ya nacido y el color de la tierra recién removida


Después de ese tramo recto cambiamos de dirección varias veces, rodando por caminos más estrechos y menos transitados.


Entramos en la llamada Cañada de Ledesma a Salamanca. Nos encontramos una nueva cancela ante la que paramos. Mientras pasaban todos encontramos un nuevo contraste mirando al cielo, el azul, el blanco y el verde. 


Muy cerca de la cancela había una gran vacada. En cuanto nos vieron por el camino pensaron que veníamos a darles de comer y se acercaron al camino. Dimos algunos gritos y continuamos avanzando.


Costó que se fueran pero cuando lo hicieron fue al unísono, todas a la vez y hacia la misma dirección. 


No tardamos mucho en encontrarnos la cancela que nos permitía salir de la finca. La abrimos, pasamos, la cerramos y continuamos adelante. 


En total recorrimos por la Cañada unos once kilómetros. La mayoría de los cuales fueron llanos o con cierta tendencia descendente por lo que se rodaba cómodo.

En muchos momentos tuvimos a nuestra izquierda grandes terrenos repletos de encinas y pasto, del mismo verde intenso que los que encontramos unas horas antes.


El camino fue variando en esos kilómetros. Hubo trechos en los que era una buena pista, otros en los que el camino tenía algo de hierba porque estaba poco transitado, y otros en los que era poco más que una senda, pero todos ciclables.


Uno de esos tramos tenía roderas muy profundas. Uno de los bikers metió su rueda en una de ellas sin querer y perdió el equilibrio, al poner el pie en el suelo para evitar la caída lo hizo en la otra rodera y al no encontrar apoyo cayó, casi en parado y sin consecuencias.


También hubo un tramo en el que rodamos flanqueados a uno y otro lado por primorosas paredes de piedra. Estas tienen su estilo propio, diferente de las que acostumbramos a ver en Aliste o Sayago.


En muchos momentos era imposible no admirar los campos sembrados de cereal que íbamos viendo a nuestro paso, parecían talmente campos de golf.


Los once kilómetros recorridos por la Cañada los hicimos a muy buen ritmo y, por lo tanto, tardamos poco en hacerlos. Terminamos en una carretera local que une Ledesma con San Pelayo de la Guareña. Pero esta enseguida se unió a la que va de Ledesma a Zamora y por ella entramos a las primeras edificaciones del pueblo, que se encuentran en la margen derecha del Tormes.


Desde hacía algunos minutos veíamos sobresalir de entre todos los edificios de Ledesma su magnífica iglesia de Santa María.


Y hacia ella teníamos que ir, pero antes había que cruzar el río. Primero fuimos hacia el Puente Nuevo. Allí, antes de cruzarlo hicimos una parada. 
 

Desde ese punto quisimos hacernos una foto de grupo. Queríamos que saliera en Puente Viejo, así que nos pusimos de espaldas al sol y de este modo, ni salió el puente, ni nosotros.


Hecha la fotos nos subimos en las bicis y nos dirigimos al Puente Viejo para cruzarlo y desde allí ir hacia el final de la ruta. 


Al entrar en el puente, a la izquierda hay una bonita ermita, la del Carmen, que fotografiamos desde el propio puente.


Y desde ese mismo punto captamos una panorámica del río.


Finalmente, entramos en el pueblo y, como era pronto, antes de cambiarnos y colocar las bicis en los coches, buscamos un bar donde tomar algo. Lo encontramos y fue un placer beber una cerveza a la puerta del mismo, al sol y con la excelente, y anormal, temperatura existente para un 4 de diciembre.

Después de ese momento tan estupendo nos subimos en las bicis y ascendimos al centro del pueblo, en concreto hasta la Plaza Mayor.


Una vez que cargamos las bicis, nos aseamos y cambiamos, nos dirigimos a la Taberna La Fernandica para hacer gasto en el pueblo. Comimos en un pequeño comedor como el de hace 50 años, con la lumbre en la chimenea, el brasero de cisco bajo las faldillas de la camilla y un menú casero en el que todo estuvo rico. Mari Tere y Ramón nos trataron de maravilla y, sin duda, volveremos a verlos.



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