15 de diciembre de 2024

Huyendo de la niebla

Realmente el título no hace honor a la verdad porque esta mañana salimos de Zamora con niebla y no esperábamos escapar de ella ya que suele tardar en levantarse, no solo en la capital, sino en todo el alfoz. Sin embargo, hoy fue una excepción y nada más dejar atrás el barrio de San Isidro nos encontramos de lleno con el sol, que nos proporcionó una mañana espléndida de bici. Pero al regresar hacia Zamora la niebla nos volvió a atrapar.

Sabíamos que a las 9.30 iba a hacer frío, pero es que a las 10.30 iba a hacer la misma temperatura, por ello quedamos como siempre, a las 9.30 h. Se podían presentar 7 bikers, pero había dos en duda. Finalmente se cayeron de la convocatoria uno de los que estaba dudoso y otro al que sí esperábamos. Total, cinco dispuestos a pasar frío.

Aunque todos nos habíamos levantado sin niebla, en poco tiempo se bajó y cuando salimos de casa ya había teñido la ciudad de blanco y negro. No era eso lo peor, sino los -4º que venían en el mismo lote. Además, la helada había sido mayúscula y así lo comprobamos nada más salir, en cuanto pasamos junto a una zona con hierba.


Fuimos rodando junto al río y hay que reconocer que hay zonas que con esas nubes bajas cobran cierto aire de misterio, como las Aceñas de Olivares.


Desde la zona de Trascastillo fuimos hacia la carretera de Almaraz y cruzamos hacia la urbanización de chalets que hay frente a la antigua fábrica de Gaza. Bordeamos dicha urbanización y ascendimos hacia el barrio de San Isidro. La rampa, con zonas del 14% de desnivel, hizo que ganáramos algo de temperatura en un momento. Continuamos por una calle repleta de grandes casas y, al terminar estas nos llevamos una enorme alegría, y es que en esa zona el sol había ganado la batalla a la niebla y lucía espléndido. 

Al terminar las edificaciones continuamos recto hasta que el camino nos llevó a la N-122, que cruzamos para incorporarnos al llamado Camino del Monte. Después del frío inicial y del dolor que se produce en la punta de los dedos por la baja temperatura, en ese momento comenzamos a notar como estos empezaban a reaccionar gracias al sol. 


Poco después atravesamos el puente que pasa por encima de la variante de la autovía y seguimos recto, enfrentándonos a esa larga recta repleta de "pliegues" que ya conocemos de sobra. Pero en esta ocasión, íbamos tan contentos disfrutando del sol, de los grados que aportaba y de su luz, que ni nos importaron esas subidas.


Eso sí, cada poco encontrábamos testimonios de que la helada había sido importante, de esas que dejan su impronta durante un tiempo. Hasta al sol le costaba trabajo terminar con el hielo.



Después de descender hacia Palomares y subir por el camino que va junto a las llamadas Casas de Palomares, continuamos adelante por ese largo ascenso tendido que va bordeando la dehesa. Y, aunque se sube bien, al final sus tres kilómetros van castigando las piernas.


En la actualidad están procediendo a realizar una limpia de los pinos de dicha dehesa, talando muchos de los que crecían muy próximos y podando otros. 


Tras los tres kilómetros realizamos un giro a la izquierda y, poco después de un kilómetro llegamos a la carretera que une la N-122 con El Campillo. Nos unimos a ella girando hacia la derecha pero solo a lo largo de menos de un kilómetro. 


En esos momentos ya llevábamos todos las manos en condiciones, incluso calentitas, e íbamos muy a gusto, pese a que hacía frío, pero es que el frío con sol es muy llevadero.

Giramos a la izquierda dejando el asfalto y seguimos por una pista que nos proporcionó buenas vistas a uno y otro lado.



Eso sí, en cuanto pasábamos junto a una zona que hacía poco que le daba el sol, se seguía notando la helada.


Terminó esa pista recta con un giro a la derecha y enseguida volvimos al lado contrario, entrando en un camino de menos importancia rodeado de un paisaje muy diferente al que habíamos traído hasta ese momento, ya que todo estaba cubierto por encinas, alcornoques y jara.


Este camino es recto y tiene una longitud de unos tres kilómetros. Hace poco han debido limpiar de jaras los bordes y el centro y el firme se encontraba repleto de los restos de esa poda.


Todo ese tramo tendía ligeramente hacia arriba, si bien superados esos tres kilómetros nos enfrentamos a una bajada pronunciada. 


Nada más comenzar el descenso miramos hacia la izquierda y nos encontramos con el embalse de Ricobayo, que lucía así de bonito.


Al terminar el descenso hay una curva a la derecha. Nada más darla se inicia una pequeña rampa muy empinada. Al terminar esta llegamos a nuestro destino, el paraje llamado la Travesa. Al verlo nos dimos cuenta de que habíamos estado allí en enero de este año, pero en aquella ocasión lo hicimos en sentido contrario, había mucha niebla y no conseguimo ver el embalse en ningún momento. 

Y es que la "uve" que hace allí el terreno no se olvida fácilmente, sobre todo si la has bajado y subido en uno u otro sentido. Cada rampa tiene unos 250 m y se desciende y asciende unos 30 m de altitud. Además, el terreno está muy suelto y las ruedas, al ir frenadas, tienden a arrastrar. 

A por la bajada se lanzó el primero poquito a poco y logró llegar abajo sin dificultad, comenzando el ascenso de la parte opuesta.


El resto fuimos detrás, con precaución y sin soltar frenos hasta llegar a cincuenta metros del vértice.


El que iba el primero en la subida tuvo que echar pie a tierra antes de llegar a la mitad, pese a la ayuda eléctrica, y es que el terreno dificultaba muchísimo el ascenso. El que iba el segundo, con muscular, hizo lo que pudo pero cuando fue a bajarse de la bici una de las calas no se soltó y se cayó en parado (momento que recoge la foto). 


El tercero paró a ayudar a este, el cuarto al ver que no había pasado nada no llegó a parar y continuó unos metros más aunque, poco después, tuvo que poner pie a tierra. Y el quinto también paró junto a los otros dos y ya iniciaron el ascenso, bici en mano, del resto de la "uve".


Una vez coronada hubo que seguir ascendiendo algo más, pero ya con rampas asequibles y normales.


Después de un par de cambios de dirección comenzamos, por fin, a descender algo. Nuestras piernas lo agradecieron porque teníamos la impresión de haber estado todo el tiempo subiendo durante lo que llevábamos de ruta. 


En esa zona, cada vez que atravesábamos un tramo sombrío encontrábamos el suelo como si estuviera nevado. Al pisar las ruedas sobre el hielo, este se pegaba a la cubierta.



En los siguientes cuatro kilómetros tuvimos que realizar varios cambios de dirección y se fueron alternando las bajadas con pequeñas subidas cortas. El paisaje cambió de nuevo, volviendo a encontrarnos con tierras de cultivo o zonas yermas.



Superado ese tramo llegamos a la localidad de Almendra. Entramos por una de sus calles pero nos dirigimos hacia el embalse porque queríamos hacernos un selfie que diera fe de que habíamos estado allí.


Hecha la foto tocó subir hacia la zona donde se encuentran las viviendas del pueblo. Una vez allí hicimos un recorrido por varias de sus calles.


Algunas de sus casas merecían más de una foto pero nos conformamos con una curiosa ventana que vimos en una de ellas.


Salimos de la localidad subiendo de nuevo por un camino muy bueno. Después de dos kilómetros, y tras un giro a la izquierda, comenzamos un largo descenso de nuevo hacia el embalse.


Cuando llegamos a él se nos ocurrió que el mejor modo de pasar al otro lado era utilizando el puente habilitado para ello, el llamado Puente de Almendra, y así lo hicimos :) 


Desde él pudimos captar una buena panorámica de dicho embalse, en esta época con niveles bajos de agua.


Una vez al otro lado no quedó otra que ascender hacia la localidad de Palacios del Pan. Desde la subida, al echar la vista atrás, pudimos contemplar una bonita vista del puente.


Al llegar cerca del pueblo giramos a la derecha, dejándolo a un lado, sin llegar a entrar en sus calles, y comenzamos a descender hacia una cola del embalse que llega a Andavías.


Al llegar al cauce de dicha cola atravesamos el mismo por donde, en otros momentos, puede haber agua (todo depende el nivel del embalse). Tampoco entramos en Andavías, sino que lo dejamos también a nuestra izquierda. 

Para alejarnos de la zona hubo que afrontar una subida más. No es demasiado larga pero es de las que se atragantan.


Poco después, al pasar junto la valla de una finca, vimos a un espectador que asomaba la cabeza para vernos pasar. Además, extrañamente, resultó ser muy callado, porque no dijo ni mu, bueno, ni guau. 


Después de la subida, tras un par de cambios de dirección, comenzamos a rodar por una zona más cómoda. Justo en ese tramo de buen firme uno de los bikers pinchó. Paramos, le echó aire a su rueda y comenzó a rodar enseguida para que el líquido antipinchazos hiciera efecto, pero unos cientos de metros después tuvo que parar de nuevo para volver a hinchar. 

Llenó de aire la rueda pero no le duró más que la vez anterior, por lo que no quedó otra que parar para ponerle una cámara. La reparación no se dio mal pero los veinte minutos de parada no nos los quitó nadie.


Una vez en las bicis de nuevo terminamos de subir la cuesta donde habíamos parado, continuamos por un llano y poco después comenzamos un descenso que lleva casi hasta La Hiniesta. Enseguida vimos de frente la niebla de nuevo. Y lo peor, que íbamos hacia ella de cabeza. En ese momento disfrutábamos de ocho grados. 


Antes de terminar el descenso ya estábamos envueltos en ella, y al llegar a La Hiniesta allí estaba presente.


Salimos de esta localidad por el camino asfaltado que la une con Roales. En esa zona la niebla estaba cerradísima y así se veían los campos a nuestra izquierda. 


La temperatura cayó escandalosamente y pasamos de los 8º a los 0º. Nuestras caras y nuestras manos lo notaron enseguida, sobre todo estas últimas, porque nos empezaron a doler las puntas de los dedos.

Al culminar la subida hacia Roales giramos a la derecha para continuar por un camino recto. Primero con un tramo largo descendente, después una subida más corta, hasta cruzar sobre la variante de la autovía, para continuar hacia el Polígono de La Hiniesta. En total unos cuatro kilómetros.


El camino se terminó uniendo a la carretera de La Hiniesta, pero continuamos por un sendero paralelo a esta hasta la Cruz del Rey don Sancho.


Allí comenzamos a rodar por el asfalto con dirección a San José Obrero. Poco después nos desviamos hacia la derecha para descender hacia los campos de fútbol de Valorio. Desde allí continuamos por el carril bici hasta la carretera de Alcañices y desde esta a Trascastillo. Continuamos en paralelo al Duero hasta el Puente de Piedra y allí nos desviamos hacia los Barrios Bajos. Atravesando estos y la zona de Puerta Nueva llegamos al final de nuestra ruta, junto al Bar CD. Como dos bikers se fueron directamente a casa solo tres nos quedamos a disfrutar de una cervecita en buena compañía.




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