Tenemos la suerte de contar con una provincia con una variedad paisajística espectacular. Hace dos semanas recorrimos una parte de la Tierra de Campos, con sus llanuras y sus campos de cereales, y hoy hemos disfrutado por el lado opuesto, por el oeste de Aliste, con sus pinares, robledales, castañares; con sus subidas y bajadas atravesando los montes que conforman este territorio. Paisajes opuestos separados por poco más de 100 kilómetros.

Comenzamos esta ruta en la localidad de Sejas de Aliste, en concreto junto al Restaurante Bar Bera. No fue necesario madrugar mucho, y a las 9.15 estábamos partiendo de Zamora en dos coches. Al llegar preparamos las bicis, nos abrigamos, tomamos un café y partimos.
Lo de abrigarse era un detalle importante porque a las 10.30 h, cuando comenzamos a rodar, había 3º. La parte positiva es que no había viento por lo que sensación que se percibía no era fría. Los primeros metros los hicimos atravesando Sejas. Teníamos que abandonar el pueblo hacia el este, por ello enseguida giramos a la derecha y cruzamos un puente.
Desde el propio puente, a la izquierda, pudimos ver un bonito molino.
Al otro lado del riachuelo comienza una cuesta en la que se asienta una buena parte de la localidad, pero terminada esta la subida sigue y sigue a lo largo de más de cinco kilómetros. Es cierto que es un ascenso tendido y lo hicimos bien. Eso sí, nos sirvió para no tener frío ni al comienzo.
A lo largo de esa subida nos fuimos encontrando tramos con robles, pero también varias fincas con castaños y otras de labor.
Terminada la subida, que casi en su totalidad coincide con el Camino Portugués de la Vía de la Plata, comenzamos, como suele ser habitual, a descender. Y como esto se nos da muy bien en poco tiempo recorrimos casi dos kilómetros, la distancia que nos separaba de Alcorcillo.
Como es ya norma en todos los pueblos por los que pasamos, hicimos un pequeño recorrido por él, pasando por el que suele ser el edificio más notable, la iglesia, aunque en más de una ocasión nos llevamos verdaderas desilusiones.
En Alcorcillo cambiamos de dirección y nos dirigimos hacia el norte, en concreto hacia la localidad de Tola, de la que la separan solo tres kilómetros. El camino, formado por dos roderas, nos llevó entre campos de cultivo y alguna zona arbolada.
Cuando íbamos a llegar a la carretera nos encontramos con estas tres cruces que tienen algo curioso, y es que cada una tiene en el centro una catalina.
Recorrimos por la carretera poco más de quinientos metros y entramos en Tola. Rodamos por la calle principal, llegamos a la iglesia, la rodeamos, volvimos atrás unas decenas de metros y continuamos por otra calle que nos sacó del pueblo.
En esta localidad, y en todas las que pisamos en esta ruta, nos ha llamado poderosamente la atención la cantidad de casas abandonadas, semiderruidas, que hay en todas ellas. Verdaderas obras de arte de piedra que encierran entre sus muros las historias de todos los que las habitaron.
Dejamos atrás Tola por un buen camino de excelente firme por el que se rodamos muy cómodos a lo largo de unos tres kilómetros.
Seguidamente, cruzamos una carretera local y continuamos al otro lado de ella por una zona poblada de encinas.
Poco más adelante las encinas se cambiaron por pinos. Junto a ellos terminamos de ascender la ligera cuesta q había comenzado desde, prácticamente, la salida de Tola.
Hicimos un giro de noventa grados y nos alejamos del pinar con dirección a San Vitero. Poco después giramos de nuevo y comenzamos a descender suavemente por el llamado Camino de las Bocicas.
Al llegar a la altura de las piscinas cambiamos de nuevo de dirección y poco después llegamos a una de las carreteras que cruza la localidad. Rodando por ella pasamos junto al futurista Recinto Ferial de San Vitero.
Más adelante nos adentramos en el interior de la localidad, ascendimos hacia la iglesia, pasamos junto a ella y comenzamos a descender por una de sus calles.
Cruzamos la carretera y proseguimos por un camino muy bonito en el que apenas se notaban dos roderas.
Unos cientos de metros más adelante realizamos un giro a la izquierda y continuamos por otro camino que nos llevó hasta la ermita del Cristo del Campo, que no tienen nada que ver, en cuanto al tamaño, con lo que todos entendemos por ermita. De hecho, el conjunto está compuesto por una iglesia, una hospedería y una Casa del Ermitaño.
Justo en frente, al otro lado de la carretera hay un bonito crucero con la particularidad de que tiene esferas en los extremos de la cruz.
Abandonamos la zona cruzando la carretera que va hacia Mahíde y continuamos en paralelo a esta hasta una gasolinera. Poco después de pasar esta el camino nos fue alejando de esa carretera y comenzó a empinarse. Unos cientos de metros más adelante un par de mastines se acercaron a "saludarnos", si bien tuvimos que darles unos gritos disuasorios porque pretendían "acercarse" en exceso. Aún así uno de ellos salió tras de nosotros y nos persiguió durante unas decenas de metros.
Como un kilómetro después el camino prácticamente estaba cerrado por las escobas. Continuamos sin temor adelante porque habíamos rodado por este tramo hacía un año y sabíamos que era ciclable.
La subida continuó. Unos quinientos metros más adelante giramos a la izquierda para incorporarnos a un camino mejor, si bien continuamos subiendo. Poco después comenzamos a descender y realizamos otro giro, esta vez también a la izquierda.
Enseguida cambiamos otra vez de dirección, de nuevo hacia la izquierda, e iniciamos un suave ascenso que se prolongó a lo largo de unos dos kilómetros, en concreto hasta llegar a San Cristóbal de Aliste.
Al llegar al pueblo seguimos la norma de siempre para conocerlo mejor: recorrimos una calle, llegamos a la plaza y allí mismo giramos hacia la izquierda.
Salimos de la localidad por un camino descendente que apenas se notaba porque la hierba se ha ido adueñando de él.
Al llegar a la parte baja del valle volvimos hacia la izquierda de nuevo para iniciar otra subida de casi dos kilómetros. Nada más comenzar esta nos encontramos con una curiosidad que llamó nuestra atención, una zona en la que todos los troncos de los árboles habían sido tomados por enredaderas.
Este ascenso, que atraviesa un robledal, era tendido y eso nos permitió hacerlo a buena velocidad.
Al culminar la subida ocurrió lo que suele pasar en estos casos, que le siguió un descenso. Este tiene una inclinación importante y casi un kilómetro y medio de longitud.
Al mismo tiempo que íbamos desenfrenados bajando íbamos pensando en lo que nos encontraríamos después... Y no fallamos porque en la parte baja había una pequeña corriente de agua, el arroyo de Valtravieso, que atravesamos; pero justo en la otra orilla comenzaba una subida de dos kilómetros de larga.
Y no era precisamente tendida, porque hubo tramos en los que vimos en nuestros GPS hasta el 17% de inclinación.
Hacia la mitad el camino hacía dos curvas pronunciadas, primero a la derecha seguida de otra a la izquierda. Allí mismo paramos a llevarnos algo a la boca porque no habíamos hecho la mitad del recorrido de la ruta y ya habíamos ascendido unos quinientos metros, y eso da hambre.
En unos minutos retomamos el ascenso, ahora atravesando un tupido bosque de pinos. Poquito a poco, y cada uno a nuestro ritmo, fuimos robándole metros a este tramo hasta que llegamos a su final.
Desde allí las vistas eran realmente espectaculares y eso que el día no acompañaba porque, aunque la previsión era nubes y sol, y en algún momento podía aparecer la lluvia, lo cierto es que solo vimos un cielo plomizo y cubierto. Eso sí, al menos a esa hora la temperatura había ascendido hasta los 5º.
Si anteriormente tras la bajada esperábamos una subida, ahora teníamos fe en hallar lo contrario, un buen descenso, y así fue porque nos enfrentamos a uno de kilómetro y medio. Nos supo a gloria, por supuesto. Mientras bajábamos pudimos contemplar una bonita estampa de Vega de Nuez, la siguiente localidad por la que íbamos a pasar.
El camino terminó en la carretera que lleva al pueblo. Circulamos por ella como cien metros, tras los que nos desviamos a la izquierda para seguir por un camino que nos llevó hasta la plaza de la localidad.
Desde la plaza partían varias calles, casi todas cuesta abajo y con mucha inclinación. Una de ellas nos llevó hasta la iglesia.
Rodeamos esta y desde el otro lado parecía mucho mayor que la primera impresión que habíamos tenido de ella.
Este pequeño pueblo, de tan solo 16 habitantes, tiene un gran patrimonio arquitectónico. Está plagado de casas típicas de la zona, con la piedra colocada primorosamente y, muchas de ellas, aguantando los envites del paso del tiempo pese a llevar años abandonadas. Estas son solo algunas de las que fotografiamos a nuestro paso.
Dejamos atrás Vega de Nuez descendiendo aún un poquito más, pero enseguida se terminó la fiesta y tocó luchar contra la gravedad. Durante el ascenso al menos pudimos disfrutar de una buena panorámica del pueblo.
Tan solo dos kilómetros y medio separan esta localidad de San Blas, solo que en el medio hay un alto, el que ya habíamos comenzado a subir y que pronto bajaríamos. Justo en la parte alta un enorme rebaño de ovejas nos contempló pasar sin demasiado entusiasmo.
Descendimos hacia el pueblo por un buen camino, si bien este terminó en la carretera de acceso a la localidad por la que rodamos los últimos quinientos metros antes de pisar sus calles.
San Blas tiene poco más del doble de habitantes que Vega de Nuez, es decir, 35, por lo que es un pueblecito pequeño también.
En nuestro recorrido por su interior hicimos una especie de "L".
Al salir del mismo nos incorporamos de nuevo a la carretera a lo largo de unos quinientos metros. La abandonamos desviándonos hacia la derecha.
Este desvío nos condujo a dos pequeños ascensos y descensos seguidos
A lo largo del primero las vistas de las que pudimos disfrutar a nuestra izquierda eran espectaculares y, sin duda, hacían el esfuerzo mucho más llevadero. En una pradera había un toro pastando, pero le resultó totalmente indiferente lo que estábamos haciendo, vamos, que ni nos miró
Enseguida descendimos y nos enfrentamos a la segunda subida que, tras de sí, nos tenía preparada una agradable sorpresa.
Y esta no era otra que una larga y empinada bajada, ideal para descansar las piernas. En la primera parte el camino estaba bordeado, principalmente, de monte bajo.
Pero a medida que nos íbamos aproximando al valle comenzó a estar flanqueado por encinas y paredes de piedra para delimitar fincas. Sin duda ganó en belleza.
Cuando llegamos al valle tuvimos que atravesar el arroyo de Candaneo. Lo hicimos por un puente típico de la zona, de piedra y con grandes lajas de pizarra como traviesas.
Al otro lado un gran castaño, ya sin el abrigo de sus hojas, nos daba la bienvenida al valle.
Lo atravesamos siguiendo el llamado Camino de la Ribera, que nos ofreció rincones tan bonitos como este:
Continuamos adelante por dicho camino y procuramos no mirar hacia adelante porque veíamos edificaciones de Nuez de Aliste, adonde nos dirigíamos, a mucha, mucha altura.
Poco después nos desviamos a la izquierda y comenzamos a ascender por un camino semiabandonado con un firme repleto de piedras y las escobas casi cerrándonos el paso.
La subida se prolongó a lo largo de un kilómetro y medio, con rampas con importantes porcentajes de subida (hasta del 15%) y jalonada de varias curvas de casi ciento ochenta grados.
No terminó el ascenso al entrar en el pueblo, sino que se prolongó hasta llegar a la iglesia.
La bordeamos y continuamos por una larga calle.
Nos desviamos a la derecha y ascendimos hasta llegar a la altura de la carretera. No nos incorporamos a ella sino que continuamos en paralelo por una buena pista por la que tuvimos que subir a un alto y bajarlo después.
Una segunda subida y su posterior bajada nos llevó hasta una tercera, que nos condujo hasta la carretera. Rodamos por ella unos cientos de metros y la abandonamos desviándonos a la izquierda.
El desvío nos llevó a una pista estupenda por la que rodamos menos de un kilómetro. Tras esa distancia la abandonamos.
Nos desviamos a la derecha para afrontar la subida definitiva que nos condujo hasta las primeras edificaciones de Trabazos.
Callejeamos hasta llegar a la plaza en la que se encuentra la iglesia y, sin parar, continuamos hacia Sejas. Las piernas comenzaban ya a acusar el cansancio y teníamos ganas de llegar.
Salimos de Trabazos rodando por una pista-autopista (por su anchura y buen firme) que forma parte del trazado del Camino Portugués de la Vía de la Plata. Nos tocó subir y bajar los dos altos que nos separaban de Sejas.
Como no era necesario prestar mucha atención a las piedras del camino nos deleitamos mirando hacia los lados, donde pudimos encontrar imágenes bonitas.
Aunque también es posible encontrar perros, mastines en concreto. Como los que rodearon a este biker al pasar cerca del rebaño al que cuidaban, pese a los gritos que les dio del pastor.
Casi al final de la última cuesta pudimos ver un mojón indicativo del Camino Portugués indicando la localidad de Sejas de Aliste.
Y, finalmente, nos enfrentamos a una suave bajada que nos llevó hasta la parte del pueblo donde teníamos los coches.
Al llegar cargamos las bicis, nos aseamos y cambiamos en los propios coches. Siguiendo nuestra tradición de realizar gasto en la zona que recorremos, comimos en el
Restaurante Bar Bera. Tras la comida, "caminito y manta" hacia Zamora.
Para descargar la ruta, haz clic en el logo de Wikiloc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario